sábado, 10 de enero de 2015

Las Fuentes Eternas



Los primeros rayos del sol matutino se colaban por las ventanas de las casas del pueblo bañando en oro muchos rostros que, de mala gana, abrían los ojos luego de un largo reposo nocturno. La mañana de aquel día caía como un regalo de los dioses; el cielo celeste y la brisa fresca invitaban a pasar el día al aire libre, disfrutando de las bondades que la naturaleza, tantos años atrás, les había brindado bajo la forma de árboles, montañas, arroyos, aves y frutas.
Mientras el sol se iba posicionando en el este, múltiples familias salían de sus hogares rumbo a las fuentes de agua situadas en las plazas de cada comunidad. El camino empedrado que salía desde cada recinto, formaba una gigantesca telaraña pétrea que tenía como punto de encuentro la plaza de la zona, donde se podía disfrutar de esculturas, efigies, bancos de piedra y una fuente de agua para el uso común. Era cotidiano que cada mañana, los estanques de los múltiples pueblos estén colmados de familias que desean agua para hacerse el aseo matutino y a la vez, recolectarla para el uso del día. Las fuentes eran el primer espacio donde los rumores corrían, las conversaciones se generaban y los desconocidos socializaban; ya que desde hace mucho aquellas fuentes dejaron de brindar solamente agua.
Se podían oír toda clase de temas en aquellas fuentes, desde chismes sobre el hijo de tal hasta rumores de posibles guerras. Era común ver a niños jugando con las ranas, mujeres conversando sobre sus quehaceres cotidianos, labradores discutiendo sobre la época de lluvias, soldados alardeando de sus triunfos y ancianos exhibiendo sus conocimientos; había temas para todos los gustos en cualquier época del año. Pero no aquel día.
Cuando los primeros rayos del sol iluminaron el rostro de Kapa, él ya tenía los ojos abiertos. No hubo ni sorpresa ni desgano, solo un poco de incomodidad por el resplandor por lo que decidió cerrar la ventana. El insomnio era un mal muy poco frecuente en aquellas tierras ya que la vida de un pueblerino era muy agotadora durante el día por lo que el descanso era un regalo satisfactorio que garantizaba una recuperación total de energías para el día siguiente. Esa noche Kapa solo había dormido un par de horas, un sueño perturbador lo tuvo despierto hasta la llegada del sol. Un sueño pesado, de difícil memoria, se apoderó de él. Kapa se incorporó en el borde de la cama intentando recordar, pero el recuerdo se perdía durante cada intento, lo único que quedaba, cada vez más claro, era aquel sentimiento de angustia que lo embargaba al saber que su olvido tenía un cierto sabor a preocupación.
En el pueblo solían decir que los sueños eran manifestaciones divinas donde los dioses fundadores del mundo comunicaban, a unos pocos elegidos, el futuro que acontecería en poco tiempo, lo suficiente como para ver en vida los resultados. Aquel razonamiento a Kapa no lo convencía del todo, ya que si alguna divinidad hubiese querido revelarle algo, lo hubiese hecho con mayor claridad o, en el peor de los casos, por algún medio que facilite su comprensión, pero el sueño era tan esquivo como incomprensible, solo la angustia llenaba los vacíos de aquel acontecimiento.
Atribuyendo el sueño a alguna mala reacción de su cuerpo, decidió incorporarse e intentar cambiar el semblante, de todas maneras, de nada valía preocupar a su esposa por algo que parecía casi insignificante y, por último, casi inexistente en su memoria. Se puso el chaleco tejido a mano y unas sandalias de cuero mientras buscó su cayado para mantener estabilidad. Este simbólico objeto, de un color dorado resplandeciente, fue un regalo de su padre cuando él cumplió la mayoría de edad, a partir de allí Kapa nunca se desprendía de él ya que representaba un vínculo muy fuerte en su familia, había pasado de generación en generación por línea masculina y le daba un estatus dentro del pueblo ya que la familia de Kapa era una de las más antiguas de la zona.
Encontró el cayado apoyado en el borde del velador, lo cogió, observó su reflejo en el espejo y abrió la puerta, la luz cegadora del sol irrumpió en la habitación con la fuerza de un relámpago que convierte la noche en día por unos segundos, luego del deslumbramiento, las cosas comenzaron a tomar su forma y color poco a poco. Montañas de un color azul oscuro, techos planos y a dos aguas, aves migrando hacia el oeste, bosques de pinos y abetos, viajeros en caravana, niños jugando y hombres retornando a sus labores se desplegaron ante su vista; el paisaje era hermoso pero algo llamó su atención: la fuente de la plaza.
Aquella fuente era uno de los objetos más antiguos que Kapa podía recordar. Su padre le había dicho que cada pueblo del país poseía una y que estas habían estado allí desde el inicio de los tiempos. Algunos historiadores la situaban dentro de la época legendaria cuando dioses y hombres lucharon codo a codo contra sus enemigos, y luego de la victoria, los dioses decidieron sellar el pacto de unión con estructuras con aquello indispensable para la vida: el agua.
Otros historiadores decían que la fuente había sido construida por el primer rey de aquel país ya que, según él, no había nada más neutral en el mundo que una fuente de agua ya que si algún enemigo los invadiese en algún momento, estaba seguro que destruirían todo menos las fuentes por lo que estas son consideradas como eternas. Kapa sonrió al recordar aquella historia y no podía dejar de darle la razón, su pueblo, hace muchos años, había pasado tiempos difíciles cuando enemigos aparecieron desde los bosques y las montañas con la intención de invadir y saquear, lo hicieron pero jamás destruyeron las fuentes.
Esa mañana llamó la atención de Kapa, la gran afluencia de personas, eran muchas más que de costumbre. Y entonces lo recordó. Corrió rumbo a la parte trasera de su casa y vio a su esposa terminando de prender el fogón para preparar el desayuno, iba a preguntarle si acontecería algo cercano, sin embargo, también había algo en la expresión de su esposa que le perturbaba, una extraña melancolía titilaba en sus ojos y movía las manos de manera nerviosa, al parecer Kapa no era el único que no había pasado una noche tan buena.

-       - ¿Has ido a la fuente hoy? – preguntó Kapa.
-       - Claro, fui con la esposa de Neylam hace una hora, te llamé desde la ventana pero parecías profundamente dormido por lo que pensé que era mejor no despertarte.
-      -  ¿Por qué pensaste eso?
-   - Porque hoy nos espera un largo viaje y tenemos muy poco tiempo para alistar nuestras cosas

  Aquella palabra le había tomado completamente por sorpresa. Definitivamente, Kapa no esperaba ningún viaje hoy, hace mucho que no viajaban y eso era porque su trabajo era completamente sedentario; el pastoreo y la agricultura dependían de un hombre que sabía asentarse bien en un solo lugar. De todas maneras, le inquietó saber el motivo del viaje por lo que continuó.
-     -  Bueno, es seguro que hoy no esperaba un viaje, para ser sincero hoy pensaba en tomarnos el día libre, pensé que sería buena idea ir de cacería al monte con la familia de Apolus, no me vendría mal aprender un poco de cacería del mejor arquero del pueblo ¿No crees?
Al mencionar ello, su esposa dejó el fuego del fogón para incorporarse y mirarlo con una expresión divertida, por un momento, Kapa sintió que había algo que no encajaba en la situación.

-     -  No me digas que lo olvidaste – dijo la esposa de Kapa sacudiéndose el polvo de la falda mientras ponía una sonrisa socarrona.
-     -   ¿Olvidarme de qué? Apolus y yo ya habíamos hecho planes para hoy, no creo que decida cancelarlos ya que justo hoy su mejor arco llegará reparado de la herrer…
-      -  ¡El Sol Imperium!- gritó su esposa.

Al escuchar aquel nombre, el cayado rebotó sobre el piso haciendo un pesado ruido metálico. Kapa corrió hacia la puerta principal nuevamente, ingresó a su habitación y comprobó en la esfera de piedra que se encontraba sobre el velador la fecha que marcaba, el objeto de piedra apuntaba a un día que, exactamente veinte años atrás, un Kapa muchos años más joven, había anotado esperanzado en que los años pasarían rápido para volver a verlo y vivirlo.
Kapa salió a toda velocidad de su hogar rumbo a la fuente y comprendió por qué había tanta gente. El festival del Sol Imperium era tan antiguo como el país mismo. Creado en los albores de la humanidad como un recordatorio entre el pacto sellando entre hombres y dioses, el Sol Imperium se festejaba cada veinte años y tenía como objetivo, agrupar a los habitantes de todos los pueblos del país en La Metrópoli donde se realizaba una ceremonia con lujos divinos para rendirle culto a la divinidad más importante del país: El sol.
Kapa había tenido solo diez años cuando vio su primer Sol Imperium, aquella vez lo había acompañado su padre y jamás olvidaría aquel momento. Todo era maravilloso, desde el momento en que las caravanas salían de los hogares, el gran viaje realizado, los números presentados en el coliseo de La Metrópoli hasta el ritual final que señalaba el ocaso de la ceremonia y la preparación para el próximo Sol Imperium dentro de veinte años. Aquel día, Kapa marcó en su esfera de piedra el día en que se realizaría el siguiente Sol Imperiumy estuvo impaciente por que pasaran los años con rapidez, y ya había llegado, con veinte años encima, una esposa y una vida, el festival había quedado relegado en su mente por culpa de un mal sueño, al fin y al cabo, ¿Qué es un mal sueño en comparación con la llegada del Sol Imperium?
La fuente, donde comúnmente se escuchaban conversaciones de todo tipo, aquella mañana solo tenía una temática: El Sol Imperium. Las mujeres sosteniendo cántaros en las cabezas o pegadas a la cintura, cuchicheaban sobre el vestido que llevarían aquel día y las joyas que habían logrado obtener gracias a los favores del sol; los agricultores y ganaderos como él comentaban sobre lo abundantes que habían sido sus cosechas estos últimos veinte años y de lo  grande que sería sus donaciones durante la ceremonia; los guerreros presumían de su fuerza y de quienes eran sus favoritos para las luchas cuerpo a cuerpo que se darían en las arenas del coliseo de La Metrópoli. En fin, el lugar era un hervidero de emociones producto de la festividad.
Kapa recordó en su observación matutina de la ciudad, la cantidad de gente en el estanque y era porque no solo había gente del pueblo, si no, había personas de otros pueblos que realizaron una parada en la fuente para continuar el viaje hacia La Metrópoli. Kapa volvió a sentirse como un niño rodeado de tantas personas que compartían su entusiasmo por la festividad; el recuerdo del mal sueño pareció disolverse instantáneamente al darse cuenta de que el día de la festividad había llegado. Cogió un par de cántaros que estaban al borde de la plaza y sacó el agua suficiente como para poder consumir durante el viaje, llegó de muy buen talante junto a su esposa y empezaron los preparativos necesarios para la travesía.
A las doce del mediodía Kapa y su mujer tenían las cosas necesarias para el viaje, llegaron hasta las afueras de la ciudad donde un sinnúmero de personas ya estaban concentradas para emprender el recorrido. Ellos solicitaron el uso de uno de los enormes cuadrúpedos que el pueblo disponía para los viajes largos, acomodaron las cosas en el lomo y emprendieron la travesía.
Al teñirse el cielo de escarlata y dorado, Kapa y su mujer vieron a su pueblo desaparecer detrás de la última montaña antes de que diesen la vuelta junto con otros muchos grupos de personas que emprendían el viaje. Al anochecer, las familias se agrupaban en torno a grandes fogatas hechas para disminuir el frío y cocer los alimentos, el baile y la bebida no eran ajenos por lo que la fiesta ya se vivía desde el viaje. Kapa y su esposa pasaron una noche muy alegre en compañía de sus compañeros de viaje y juntos compartieron las  provisiones que traían mientras entonaban algunos cantos propios del pueblo. Kapa se sentía lleno de vida nuevamente.
Luego de un reparador sueño, Kapa, su esposa y los demás peregrinos continuaron el viaje, los gigantescos cuadrúpedos se levantaron bostezando con pereza mientras iban recibiendo las cargas nuevamente en el lomo. El día transcurrió sin novedades y con la misma rutina festiva. Así pasaron dos días más.
Al cuarto día, las preocupaciones de Kapa habían desaparecido casi por completo, pero por alguna extraña razón se negaban a esfumarse del todo. Nuevamente abstraído en sus pensamientos, la angustia volvió a apoderarse de él, temiendo algo que sentía cercano pero invisible. Lo más curioso de todo es que él veía la misma expresión en el rostro de su esposa, pero quizás por las mismas razones que él tuvo, su esposa no le dijo nada por el temor de preocuparlo sin razones. Aún perdido en sus pensamientos, un grito rompió su concentración.

-     -  ¡LA METRÓPOLI! ¡YA SE VEN LAS TORRES! – gritó un hombre de baja estatura y barba larga, parado sobre la cabeza de su cuadrúpedo señalando con el dedo una gran torre de mármol más blanco que los mismos huesos.

Efectivamente, la metrópoli estaba ya muy cerca. La Metrópoli era una gran ciudad circular situada en el medio del continente. Estaba rodeada por siete gigantescos aros concéntricos que eran a la vez, puentes que permitían el acceso a la ciudad. Durante todo el viaje, Kapa había visto solo montañas y bosques tupidos, no había visto las otras caravanas de los demás pueblos, pero ahora que entró en el territorio de La Metrópoli, el terreno se hacía llano y permitía una visibilidad mayor del panorama.
Cientos de miles de caravanas hacían su llegada y cruzaban por distintos puntos a los aros concéntricos de la ciudad. Algunos como ellos, llegaron en gigantescos cuadrúpedos como movilidad, otras familias lo hacían a pié, otros en enormes aves bípedas que corrían a una gran velocidad, su mujer lo tomó del brazo y volteó la vista hacia su lado y vio a un gran número de familias de piel morena llegar en reptiles gigantescos a la metrópoli, también grupos que se transportaron en enormes elefantes lanudos, incluso, por animales voladores. Al fin y al cabo, la diversidad era una de las características más importantes de ese país, había tantos pueblos como personas.
Mientras cruzaban el primer anillo, sintió de improviso un gran sonido, eran los miembros de su caravana que comenzaron a entonar cánticos propios de su pueblo al tiempo que tocaban instrumentos, otros grupos arrojaban frutas y vegetales como muestra de la fertilidad de su territorio. Los miembros de otras caravanas hacían lo mismo mientras bajaban de sus bestias para entregar regalos a otros grupos. Todos se saludaban, todos se conocían en aquel momento, la fraternidad se podía tocar en el aire.
Kapa sintió su corazón hincharse de alegría y sacó de su cinturón, un instrumento tubular que emitía sonidos al soplarse, miró a su mujer para sugerirle que comience a cantar, pero ella ya se estaba distrayendo observando el espectáculo e hilando algodón con unos objetos largos y triangulares.
 El jolgorio seguía, las torres que estaban situadas en las entradas de los anillos se encontraban abarrotadas por personas que miraban por las ventanas, saludando con la mano y una gran sonrisa a los peregrinos que llegaban de su largo viaje. La música más fuerte provenía de La Metrópoli misma donde, al parecer, ya comenzaba la inauguración de la festividad. Mientras Kapa intentaba ver cuántos anillos faltaban por cruzar sintió un leve tirón en el tobillo, al mirar hacia abajo vio a dos niños de cabellos rubios que intentaban llamar su atención para darle una canasta con frutas frescas, en agradecimiento la esposa de Kapa les regaló un mantón tejido con figuras geométricas que ella misma había confeccionado unas semanas atrás, más adelante, una pareja de esposos de piel morena se acercó a darles la bienvenida explicándoles que venían de un lejano pueblo al sur y mostrándoles su afecto regalándole unos extraños instrumentos que funcionaban con ligeros golpes y emitían un sonido seco, Kapa sacó su instrumento de viento y se los dio en señal de agradecimiento.
Pasaban las horas, la bulla y los regalos aumentaban considerablemente, el ambiente estaba muy alegre y la distancia de la ciudad era ya muy corta. Al llegar, Kapa y su esposa dejaron al animal en la entrada e ingresaron a la ciudad por una de las grandes puertas que flanqueaban la entrada, el interior era casi de fantasía.
Hecho casi en su totalidad de mármol y oro, La Metrópoli estaba distribuida en grandes templos con largas columnas estilizadas, altares para el dios sol donde los magos y sacerdotes practicaban la magia e invocaban sus favores, gigantescas academias donde los sabios impartían enseñanzas sobre el mundo y la naturaleza mientras caminaban por los prados, bellos parques con árboles rebozando en frutos, teatros suntuosos donde los hombres creaban el arte para poder divertir al sol por medio de la música, el drama, el baile, entre otros, una gigantesca biblioteca donde la sabia Klío administraba la memoria de los hombres a través del tiempo en pieles de cordero, también habían obeliscos, pirámides, mausoleos, osarios, etc. La Metrópoli era un lugar de grandes lujos dedicados a las artes, las letras, las ciencias y la magia.
Kapa y su esposa siguieron al mar de gente que iba con ellos, todos tenían un lugar fijo: El coliseo. El coliseo de La Metrópoli estaba exactamente en el medio. Las paredes eran casi tan altas como las torres que ocupaban la ciudad y poseían por dentro, innumerables escalones para que la gente pudiese tomar asiento y apreciar los espectáculos que se darían a continuación.
Al brindar algunos datos a los guardias de la entrada, Kapa y su esposa ingresaron al recinto. Una infinidad de escalones se desplegaban ante ellos y, al ver que casi gran parte estaba lleno, decidieron ubicarse en una de las zonas más altas del lugar. La arquitectura del coliseo, diseñada en tiempos remotos por algún virtuoso geómetra, permitía una apreciación impecable y una acústica privilegiada de los eventos. Desde aquella altura donde se encontraban sentados, Kapa podía observar no solo el espectáculo, sino también la inmensa ciudad que se desplegaba ante sus ojos. Su vista abarcaba casi toda La Metrópoli y al fondo se podía observar el gran monstruo azul: el mar.
Kapa nunca había ido al mar, ni tampoco su padre. Su abuelo contaba que el país en que vivían se situaba en una gran isla, un pedazo de continente flotando en el mar por disposición de los mismísimos dioses sobre su posición privilegiada con respecto a los demás lugares secos del mundo. Su abuelo decía que, fuera de los límites del país y del mar, habían otros lugares donde habitaban seres humanos, pero estos eran conflictivos y de muy poco desarrollo por lo que La Metrópoli había tomado como medida, desde hace ya muchos siglos, evitar el contacto con estas personas a fin de mantener un ambiente de paz. Algunos aventureros habían intentado cruzar el mar en botes o pequeñas embarcaciones, pero todos habían fracasado al no poder competir contra el fuerte oleaje. Tampoco faltaban los fanfarrones que presumían haber llegado hasta la otra orilla y afirmaban haber visto seres monstruosos y deformes en un estado primitivo y viviendo como fieras salvajes pero todo ello no pasaba de un simple dicho, lo oficial era que nadie había podido cruzar las fronteras del mar.
Una vez más, absorto en sus pensamientos sobre el mar, sintió una cálida mano posarse sobre la suya.

-       - Tranquilo, yo también siento que algo no anda bien. – dijo repentinamente su esposa.

Esto sacó a Kapa de sus reflexiones casi de golpe. Era la primera vez que su esposa le manifestaba su inquietud sobre aquello que él pensaba. Esto lejos de calmarlo lo inquietó aún más, quiso preguntarle sobre qué sentía ella pero de pronto un potente ruido los interrumpió.
El rey había llegado al coliseo, se sentó en el gran trono de oro construido para aquella ocasión, iba escoltado por los guerreros que en unos minutos pelearían a muerte en la arena, cinco de sus esposas, un grupo de sacerdotes de alto rango, sus magos personales y un grupo de astrónomos. El grupo era, visualmente, muy impactante dados los ornamentos que tenían en sus vestimentas. No obstante, lo curiosamente llamativo era la expresión de los magos y los astrónomos quienes se les veían impasibles y constantemente miraban al cielo para luego cuchichear entre ellos con expresión grave.
Al parecer el rey no se percató de la extraña conducta de estos, por lo que comenzó su largo discurso sobre el estado de bienestar que se vivía en el país durante su gobierno. Mencionó la felicidad de sus habitantes, la riqueza de sus bóvedas y la bondad de sus dioses. Comentó sobre algunos pequeños conflictos que se habían tenido anteriormente pero que ahora solo estaban convertidos en pergaminos dentro de la biblioteca de la sabia Klío, también mencionó sobre lo fructífera de la nación y la solidaridad de sus habitantes. El país en general, era un foco de civilización muy alto con respecto al mundo y esto llenaba de orgullo al rey.
Agradeció la peregrinación de los diversos habitantes de los pueblos que, dejando todos sus quehaceres a un lado, llegaron hasta La Metrópoli para poder apreciar el evento de máximo de culto hacia el sol, finalmente las palabras del rey cerraron de la siguiente manera:
“… pues sí, mis amados súbditos, no hay otra nación tan grande como la nuestra; próspera, solidaria y diligente. Tenemos sobre nuestros hombros, el peso de innumerables siglos como testigos mudos de la llegada del pináculo del desarrollo humano. Hemos sabido triunfar, señores, hemos dominado los obstáculos que la naturaleza nos impuso desde el inicio y finalmente, con la ayuda del sol, nos convertimos en aprendices de la divinidad al develar los más arcanos secretos que nos ha puesto natura. Nuestros filósofos han develado el pensamiento, nuestros matemáticos han desnudado la lógica natural, nuestros arquitectos han descubierto el orden de las cosas, nuestros magos han visto lo que los óbices naturales jamás podrían ver, nuestros soldados han retado los límites de la fuerza y la destreza y ustedes, mis amigos, han demostrado que la unión de los hombres es más fuerte que cualquier vanidad individual. Esto es por ustedes hermanos, porque pronto dejarán atrás sus carnes y serán revestidos por la luz de lo sacro. Sí mis amigos, estamos camino a la divinidad, nuestro desarrollo así lo demuestra, cientos de años de conocimiento agrupados en las bibliotecas nos destinan a jubilar a los dioses, pronto podremos emular casi todos sus actos y podremos sentarnos al lado de los seres celestes que dieron origen a esta gran nación. ¡Bebed, comed y bailad hermanos míos, este Sol Imperium es para nuestro padre clemente, el sol, pero puede que el siguiente sea en honor a nosotros!”

Terminadas las palabras del rey, el coliseo explotó. Los vítores y hurras de miles y miles de personas rebotaban en las paredes del coliseo, era el ego humano tocando el vientre del cielo. Desde el más humilde leñador hasta el oficial militar de más alto rango se sentían iguales, la declaración de divinidad sobrepasaba cualquier halago posible por recibir, no hubo antes un día donde el hombre se sintiera tan poco humano como aquel.
Mientras los fuegos de artificio teñían el cielo por obra de los alquimistas, Kapa y su esposa sintieron que aquello no era correcto. Ellos no participaron tan amenamente de aquella declaración de divinidad, una severa culpa y un extraño sentido de responsabilidad le pusieron freno a sus emociones. Se miraron a los ojos, pensando cómo reaccionar mientras sus rostros eran iluminados por el resplandor del cielo, dieron un vistazo por las demás gradas del coliseo circular y vieron que habían algunas familias que no participaron de la celebración, solo daban leves palmas y volvían a sentarse. Como movido por un extraño respeto, Kapa cogió su varilla dorada y lo empuñó con fuerza, como intentado pedir perdón a sus ancestros a través de eso por tamaña afrenta.
Era cierto que su civilización había conocido mucho más de lo que quizás un grupo de hombres esté destinado a conocer sobre el mundo que lo rodea, pero esto no justificaba darles una carta de jubilación a aquellos seres que les habían dado una oportunidad de existencia. El ego humano quería ahogar el mito porque descubrió aquello que sus creadores habían descubierto, perfeccionado y ocultado mucho tiempo atrás, no había justificación alguna para pretender que una ceremonia tan antigua y sagrada como el Sol Imperiumvaya a ser sustituía por una ceremonia en honor al hombre y su vanidad. Si aquello era cierto, esta sería la última vez que él asistiría a una ceremonia del Sol Imperium pues ni él, ni su descendencia, estarían dispuestos a anular su significado.
La abstracción de Kapa se interrumpió cuando sonaron los cuernos que anunciaban el inicio de las actividades. La euforia del público disminuyó y los guerreros que lucharían a muerte iniciarían la ceremonia.
Las luchas duraron cerca de dos horas. Tras encarnizados encuentros entre hombres virtuosos con la espada y ágiles de pies, le siguieron las fieras que no perdonaban errores. Decenas de hombres y bestias heridas en el campo tiñeron de escarlata el suelo, donde quejidos y rugidos se apagaban a la velocidad en que un alma sale del cuerpo. Finalmente el vencedor, un tal Jares, se coronó como el hombre más diestro en el arte de la guerra.
Después de los combates cuerpo a cuerpo siguieron los números artísticos, las declamaciones poéticas, los cantos y el drama se hicieron presentes en el coliseo, cosechando manantiales de lágrimas entre el público, luego siguieron las ofrendas. Algunas familias, llamadas por el mismísimo rey, bajaron por los escalones de mármol blanco que había en ciertos intervalos de distancia entre las tribunas y se presentaron como aquellas que habían dado las más suntuosas ofrendas por aquel día. El más condecorado fue un habitante de una familia situada al oriente del país, un hombre obeso de ojos rasgados y calvo de quien se decía, era uno de los más ricos del país quien había doce mil cabezas de ganado a los templos del sol por sus gracias en estos veinte años.
Luego de las donaciones, vinieron los magos para demostrar el arte de la permutación de la materia. Toth, el gran maestro de la magia en el templo mayor del sol, comandó un gran número de magos, entre aprendices y maestros de los treinta y tres grados que ofrecía el templo iniciático. Los colores y las luces reinaron por varios minutos divirtiendo a los más pequeños del coliseo quienes se quedaban parados cerca a los barandales de las tribunas con los labios abiertos, mordiendo una que otra fruta mientras saciaban su curiosidad. Luego de que Toth durmiera diez bestias traídas al azahar al coliseo con tan solo levantar su cetro ante el asombro de todo el público, el rey dio vigorosas palmadas con una sonrisa satisfecha en su rostro para mencionar la clausura de la ceremonia.
Habían pasado cerca de seis horas desde las palabras que profirió al comienzo el rey. Kapa y su esposa, que en un inicio estuvieron un tanto sorprendidos y ligeramente enojados por el discurso, ahora se encontraban sonrientes, sentados en sus lugares disfrutando del espectáculo y comentándolo alegremente con otras familias alrededor. “Quizás no sea tan malo, quizás no sea una mala idea”, pensó Kapa, “al fin y al cabo, un Dios tenía como característica principal su capacidad creadora, y el hombre había logrado quitarle el monopolio de ello a la divinidad” Estos pensamientos iban tomando forma en la mente de Kapa quien a su vez, se sorprendía de la osadía de los mismos. Miró a su esposa y vio que ella se encontraba charlando jovialmente con sus compañeros del lado mientras se ponía un poco de algodón en un pinchazo de aguja que se hizo al  hilar algodón e intentar apreciar el espectáculo al mismo tiempo.
Entonces Kapa sintió un repentino escalofrío, el peso de sus pensamientos llegó casi tan rápido como la culpa, ¿Cómo había podido ser tan negligente y osado? ¿Cómo se le ocurrió pensar en que habían logrado emular a los dioses? Y sobre todo ¿Era la habilidad creadora aquello que hacía la diferencia entre Dios y un mortal? La segunda palabra cayó como el plomo para Kapa e instintivamente miró a su esposa y vio que el algodón que estaba sobre la mano herida tenía un pequeño punto rojo, “sangre” murmuró Kapa para sí mismo, “la sangre sale de nuestros cuerpos recordándonos un error porque somos imperfectos, vulnerables, débiles y… mortales.”
Un relámpago iluminó el cielo más que cualquier fuego de artificio lanzado por los magos en conjunto, deslumbrando a cientos de miles de personas en el coliseo, en pocos segundos le siguió el trueno que calló las bocas de aquellas personas que aun estaban poseídas por el furor de la festividad y habían ignorado el destello.
Las luces y los sonidos, ahora ofrecidos por la naturaleza, siguieron reinando en los cielos de La Metrópoli, poco a poco el rey, su comitiva y el público salieron del estupor momentáneo y la bulla volvió a poseer el coliseo. Lo que acontecía ahora era el sacrificio. Toda ceremonia del Sol Imperium culminaba con el sacrificio de la res más sana, perfecta y consagrada al Sol. Aquel año, un ganadero de nombre Zet había sido el campeón. Se abrieron las gigantescas puertas que estaban al costado del trono real y salió Zet, vestido con pieles de animales como era costumbre en su pueblo, jalando una pesada cadena de oro que tenía al otro extremo un magnífico ejemplar taurino, tan grande como se lo permitía la especie y tan bello como lo toleraba la naturaleza. Zet jaló al toro hasta el altar que se armó momentos antes en medio del coliseo, donde lo esperaba Toth con un cuchillo ceremonial. Luego de atar el animal con el vientre hacia el nublado cielo, Zet besó la túnica de Toth y se despidió del público en medio de hurras y música proveniente de las tribunas.
Kapa vio al pesado animal tumbarse de espaldas ante el altar, pero no era el animal aquello que llenaba sus pensamientos. Su condición de mortal, y la de todos aquellos que estaban en el coliseo y el mundo, los separaba de la divinidad. Kapa se resistía a creer una apoteosis colectiva, todos sangraban, todos morían, nadie era divino, eran creadores pero no divinos, La herida de su esposa ya había dejado de sangrar pero Kapa estaba seguro que si se volvía a picar el dedo con otra aguja, ella sangraría de nuevo, quizás la siguiente vez sería una espada y ella caería al piso muerta con todo el conocimiento que su mente pueda almacenar muriendo con ella.
Tan abstraído estaba Kapa en sus pensamientos y tan concentrada estaba la multitud en la ceremonia que habían ignorado las gruesas gotas de lluvia que caían por todos lados y perlaban las cabezas cuando los relámpagos volvían a caer. Kapa intentó cubrirse con una manta, pero esta se encontraba totalmente empapada ¿Cuánto tiempo había estado lloviendo? Quizás minutos o quizás horas, eso fue lo que Kapa nunca supo.
Dos aprendices de brujo trajeron las tablas de piedra donde se encontraban escritas los antiguos secretos y estas fueron leídas fuertemente por Toth, nadie  comprendía el significado de esas palabras pero todos sabían el fuerte respeto que estas imponían, el coliseo enmudeció y solo se escuchaba la voz de Toth con su discurso ininteligible, interrumpido de rato en rato por los truenos que se hacían cada vez más insistentes.
Al finalizar la lectura de las tablas de piedra, la lluvia era casi insoportable. Las gradas del coliseo eran largas cataratas de agua y muchas familias habían optado por estar de pie a fin de no mojarse por completo. De este detalle se dio cuenta el rey y Toth, por lo que decidió acelerar el proceso de la ceremonia. Sacó el gran cuchillo de su funda de cuero y se dispuso a trazar símbolos geométricos y letras incomprensibles en el vientre del animal, mientras este se retorcía de dolor sujetado por las cadenas de oro en las extremidades. Toth se abrió violentamente la túnica mostrando el pecho desnudo, al mismo tiempo que otro relámpago volvía a iluminar el coliseo, y repitió los mismos dibujos y escritos en su pecho. El coro ubicado atrás del trono real comenzó a cantar mientras que grandes tambores hacían retumbar las paredes compitiendo contra los truenos que la naturaleza enviaba, quizás por ego o quizás por frenesí.
Cada vez más el pesar de Kapa se hacía sentir. Cogió la mano a su esposa y le dijo rápidamente “Nos vamos, la lluvia es demasiado fuerte y tendremos problemas para volver”, su esposa lo miró y solo atinó a asentir levemente, también con una visible preocupación en los ojos, obviamente, la lluvia era la menor de sus preocupaciones. Cuando Kapa y su esposa ya tenían un pié en el escalón inferior, el coliseo volvió a estallar en sonido. El pesado cuchillo había caído en el vientre del animal y la sangre manchaba el suelo señalando que el compromiso entre el hombre y el Sol, había sido saldado por veinte años más, o quizás por toda la eternidad. La lluvia limpiaba la herida del animal como intentando detener aquel sangrado inútil que no evitaría que el hombre sufriera el destino al que había sido condenado por sus actos aquel día.
Toth se volvió a la multitud, el rey se puso de pié con lágrimas en los ojos y el coro cantó más frenéticamente. Los tambores, sincronizados con el palpitar de los miles de corazones en aquel lugar, retumbaron con más vehemencia y el júbilo total había llegado al extremo, entonces la expresión de Toth cambió por completo.
Levantando un largo dedo y con la boca abierta por el horror y la sorpresa, Toth señalaba por encima del escalón más alto del coliseo. Una gran torre de mármol, que albergaba a numerosos espectadores en las afueras del coliseo, en una de las calles de La Metrópoli,  caía de manera dramática como si estuviese hecho de yeso. Un relámpago iluminó la escena y los miles de rostros voltearon a ver. El pánico y el caos reinaron en cuestión de segundos.
Kapa y su esposa, que por alguna extraña razón no se sorprendieron, fueron uno de los primeros en lograr salir del coliseo. Cientos de miles de personas que abarrotaban las salidas, murieron ante el desplome de las paredes del recinto. Otros miles que salieron por otras zonas de escape, entre ellos Kapa y su esposa, lograron llegar al exterior pero  solo para apreciar el horroroso espectáculo que se daba ante sus ojos.
Obeliscos cayendo como cañaverales azotados por el viento, templos en ruinas por los movimientos que la tierra, enfurecida, continuaba desatando sobre aquellos que tentaron su ira, pirámides en escombros y torres azotadas por los rayos era poco de lo que se podía ver en esa tarde. Kapa y su esposa corrieron entre la multitud y se abrieron paso rumbo a la salida que conectaba con los anillos periféricos de la metrópoli. Las bestias de transporte seguro ya estaban muertas a estas alturas y solo quedaba la salida a pié. Cuando llegaron al borde de La Metrópoli, Kapa y su esposa ahogaron un grito. Los anillos no estaban, ante ellos solo se abría un enfurecido mar que, poco a poco, iba avanzando y cercando la ciudad.
En medio de truenos, relámpagos, lluvia inclemente y temblores, Kapa y su esposa sabían que no tenían más salida que tentar su suerte en las aguas o perecer en medio del cataclismo.
Corrieron hacia uno de los muelles más cercanos y buscaron embarcaciones para poder zarpar rumbo a lo desconocido, pero solo había trozos de madera flotando con los cuerpos de desafortunados pescadores. No había tiempo para sutilezas, Kapa y su esposa saltaron al mar desde el muelle y se subieron en uno de los pocos botes que estaban en condiciones de flotar, con un movimiento del cayado que brillaba ante cada relámpago, Kapa cortó la cuerda que los ataba a la ciudad perdida y se fueron alejando del muelle.
En medio de los sollozos de su esposa, Kapa miró hacia atrás para ver lo último que quedaba de aquella nación que los dioses quisieron que no dé un paso más adelante. Para su asombro, vio que la ciudad no estaba completamente destruida, había muchas estructuras que aún permanecían intactas, lo realmente terrible fue ver que esta se hundía, como si el amo y señor de los mares haya decidido dejar de poner la palma de su mano como cimiento para que la ciudad aún se mantenga a flote. Al cabo de unos minutos, la Atlántida desapareció.
Kapa no salía de su asombro, la ciudad que hasta hace unas horas era la dueña y señora del mundo había desaparecido en un arrebato de furia instantánea, los sollozos de su esposa ya se estaban calmando. Kapa la abrazó fuertemente con la mirada perdida en el mar, que aún conservaba algo de furia, y vio que no eran los únicos. Muchas embarcaciones, algunas completas y otras precarias, salían en distintas direcciones desde el continente hundido, “quizás el sol también los sorprendió a ellos con los ojos abiertos”, murmuró Kapa, “quizás ellos también tuvieron un mal sueño”. Lentamente, las embarcaciones se alejaban y el mar se fue calmando, como si ya hubiese asegurado el bienestar de sus “elegidos”.
¿Qué vínculos unían a aquellas personas que habían salvados sus vidas? ¿Qué destinos compartían? ¿Quizás sean los que no festejaron el discurso del rey o quizás simplemente fue el azahar? Kapa nunca lo supo. Su esposa lo miró con los ojos aún perlados por la lluvia y las lágrimas.

-       - ¿Qué será de nosotros ahora? –dijo con algunos espasmos de llanto.
-  - No lo sé, dudo que lleguemos muy lejos, en unas horas el hambre y la sed nos atormentarán, no estamos destinados a sobrevivir. – dijo Kapa.
-       -No hay nada que nos espere fuera de nuestra patria, el mundo a partir de ahora solo es un gran manto azul. Quizás debimos de perecer junto con nuestros amigos y familiares allí.

Estas palabras reactivaron los pensamientos de Kapa. ¿Había algo más allá de la Atlántida? Pensó por un momento en los relatos de su abuelo y de su padre, que lejos de la Atlántida habían algunos pueblos primitivos, enfrascados en guerras y rudimentarios en tecnología, que aún no conocían los beneficios del dominio de la naturaleza ni de la convivencia en sociedad. ¿Y si llegasen allí algún día? Quizás era lo más lógico creer eso, pensó Kapa, la divinidad no pudo salvarlos por puro capricho, ni a él, ni a su esposa, ni a los demás sobrevivientes, todos compartían un destino en distintas partes del mundo. ¿Pero qué pasaría cuando ellos, los seres primitivos, de pronto los viesen llegar desde las aguas? ¿Pensarían que son enemigos o dioses?
Quizás los matarían instantáneamente o quizás los venerarían, Kapa no lo sabía, lo único que supo era que estaban en la obligación de ser amables e intentar reconstruir toda una civilización. Kapa estaba seguro que en unos días, ambos llegarían medio muertos a las orillas de algún lugar. Él empuñando su inseparable cayado y ella a su lado como la fiel acompañante que siempre fue, y lo mismo sucedería con los demás sobrevivientes, todos víctimas mortales de hombres furiosos y asustados o aprendices y practicantes de dioses en potencia. Esto reanimó un poco su ánimo y abrazó con más fuerza a su esposa mientras se acercaba a su rostro para limpiar sus lágrimas y decirle con una voz segura:

-    -   Nos salvaremos, ya lo verás. En unos días llegaremos a tierras extrañas, moribundos y desdichados, pero con vida. Quizás nos maten o nos veneren, sea cual fuese el caso, yo les enseñaré el arte de la cacería, la agricultura y el gobierno y tú les enseñarás la crianza de los hijos, la textilería y la alfarería. Yo creo que se lo tomarán bien – dijo sonriendo Kapa- ¡Hasta puede que fundemos una ciudad! Pero, eso sí, lo primero que tendríamos que hacer, es una fuente.

Al escuchar las palabras de su esposo, Kollo sonrió acomodando su rostro en el pecho de Kapa mientras decía “como para no perder la costumbre”. A los pocos minutos ambos cayeron dormidos mientras el mar los llevaba meciéndolos suavemente.






Epílogo
-       … y eso es todo lo que sé, taita.
-      -    ¿Estás seguro? Hasta ahora he tenido dos versiones distintas de la misma historia.
-   -    Estoy muy seguro taita, lo que le digo es la verdad, todos en la panaca conocemos esa historia, puede llamarlos uno por uno y todos se la contarán igualita.
-     -   Bien, puedes retirarte.

El ágil indio salió corriendo de la tienda de campaña con algunas monedas en la mano, sonriente por el premio y dando unas gracias rápidas al Inti. El escritor se recostó completamente en el respaldar de su silla mientras el brillo solar iluminaba su largo rostro con finos bigotes y afilado mentón. La labor de cronista era complicada, especialmente cuando se trataban de tantos relatos orales juntos. Pero allí estaba, casi concluida.
El relato sobre la fundación del imperio le había tomado su tiempo y, se preguntó, ¿Cuántos como él se habrían devanado los sesos intentando conocer los orígenes de toda una civilización?, sonrió imaginando los rostros de otros cronistas como él, en otras partes del mundo, teniendo ante sí el reto de saber el origen de su sociedad. Tomó un largo sorbo de vino mientras escribía el título: El origen de los incas reyes del Perú y culminaba las páginas sobre la leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo llegados desde las aguas para fundar un imperio.
Volvió a dar un sorbo más a su copa de vino y cerró el libro con un suspiro “por fin, ahora a España”, musitó, el título rezaba: Comentarios Reales de los Incas por Inca Garcilaso de la Vega.


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