martes, 30 de junio de 2015

Los Hombres de Arena



Martin

- ¡Bomba! Al suelo – gritaron desde afuera una decena de voces horrorizadas.

El sonido infernal de la explosión retumbó por toda la base. Aun con los ojos enrojecidos por haber despertado tan bruscamente, pero conservando los reflejos felinos que adquirió durante su entrenamiento, el soldado Martin se puso de pie casi al instante en que oyó el grito.

Salió velozmente, empuñó el rifle y se dirigió al patio para evaluar los daños. Tres cuerpos rígidos en el piso señalaban el alto costo de un oficial de guardia que había sucumbido al sueño; aparte de ello, habían incendiado las reservas de alimentos, tres camionetas y un puesto de primeros auxilios.

En medio del olor a pólvora recién calcinada, las primeras órdenes del coronel fueron salir a buscar la renovación de las provisiones. Martin y sus compañeros se alistaron rápidamente dentro de la misión y salieron rumbo a la puerta del cuartel para dirigirse al siguiente fuerte en busca de ayuda.

- ¿Estamos listos? – preguntó Martin a Josué mientras observaba por el cañón del rifle a la busca de alguna obstrucción.

- Parece que no – dijo preocupadamente Josué mientras señalaba con una mueca a Harry quien sangraba tenuemente por la nariz apoyado en el muro- aparte que tengo una ligera molestia en las articulaciones de mi brazo. Quizás sea el frío.

- Descuiden, estoy bien – dijo jadeante Harry al tiempo que se presionaba el tabique – el aire helado de las mañanas hace que me sangre la nariz.

Martin se perdió por unos segundos mirando el charco de sangre mientras Josué se ajustaba el cinturón. Le pareció haber visto sangre en ese lugar antes.

- Señores – la repentina voz lo sacó de su ensimismamiento – soy el teniente Lex y estoy a cargo de ustedes en esta corta, pero vital misión. Debemos de trasladarnos cuatro kilómetros al sur en busca de recursos. El cuartel Ugarte se encuentra allí y nos proveerá del alimento destruido por el ataque sorpresa de hoy. Les pido valor y coraje porque el camino al cuartel estará vigilado por el enemigo. Cojan sus armas y vamos. Y que alguien ayude a ese chiquillo con su nariz.

Al mediodía, el teniente Lex, Josué, Martin y Harry estaban camino al cuartel Ugarte con la esperanza de no encontrar novedades en el camino.

Al cabo de tres horas de caminata habían llegado a un extenso arenal, el teniente Lex levantó la mano y luego señaló al suelo.

- Huellas – dijo en tono grave mientras se acomodaba las gafas para observar mejor la evidencia.

- Pero no hay ningún problema – dijo Martin – en este sendero transita mucha gente y es normal encontrarlas ¿no?

- No, Martin – dijo Josué acomodándose al costado del teniente Lex para observarlas mejor – esas huellas son de soldados, pero no cualquier soldado, son soldados de nuestro regimiento, me doy cuenta por la marca de las suelas.

En efecto, las huellas tenían el logo de su destacamento, el mismo que había sido bombardeado unas horas antes.

- Pero nadie salió de la base antes del bombardeo ¿o sí? – dijo sumamente intrigado Harry con las manos en la cintura mientras observaba las huellas.

- Quizás sean huellas de otros regimientos, en la escuela militar nos dijeron que hay algunas bases que poseen indumentaria idéntica por razones económicas – dijo Josué – lo curioso es que son solo cuatro pares de huellas. Quizás hayan sido sobrevivientes.

- ¡Aviones! – gritó Harry señalándolos con el dedo mientras el temor reinaba entre ellos.

Los aviones enemigos se lanzaron sobre ellos con una ráfaga de metralla infernal. Martin corrió a refugiarse a un roca mientras veía como el teniente Lex era abatido por una bala en el pecho. Cargó el rifle para disparar a algún avión, pero era inútil, eran demasiado veloces. El segundo avión lanzó una carga explosiva que sacudió el suelo haciendo que el polvo se levante formando una traicionera cortina color crema. En su escaza visión, Martin vio como Josué corría a refugiarse en otra roca sosteniéndose el codo. Estaba herido. Al mirarlo, Josué le hizo una seña a Martin para buscar a Harry, quien producto de la explosión, se había ido a dar de cara contra una piedra. La polvareda era cada vez más incesante y pronto perdió de vista a sus compañeros. Al cabo de unos segundos, él también perdió el conocimiento.



Josué

Se miraba atentamente al espejo mientras se iba rasurando. El filo de la navaja hacía un placentero contacto contra la dura barba, manteniéndola a raya en su ambicioso plan por poblar su rostro. Cuando quiso afeitarse el lado derecho del rostro, soltó repentinamente el objeto. Un punzante dolor lo cogió del codo y fue por hielo a la nevera. En ese trayecto lo sorprendió el aviso.

- ¡Bomba! Al suelo.

Una violenta explosión sacudió la base y las alarmas se prendieron. Terminó de afeitarse apresuradamente y salió al patio.

Seis de sus compañeros habían fallecido producto de la negligencia del guardia. Aun sin poder creer que, hace tan solo unas horas, él había jugado Damas con esos tres cadáveres, Josué observó el daño material. No era desastroso pero si les llevaría una semana reconstruirlo todo.

Mientras barría el patio con la mirada, el fuerte olor a pólvora lo hizo ir a buscar un paño de alcohol. Fue allí cuando cruzó miradas con Martin quien se notaba que había estado dormido hace tan solo unos minutos antes.

Al volver, vio que había sangre al pie de uno de los muros. Antes de meditar más en ello, vio a su compañero, Harry, tambaleándose levemente mientras se apoyaba en el muro y un delgado hilo escarlata se desprendía de una de sus fosas nasales.

- ¿Estamos listos? – dijo Martin mientras auscultaba su arma.

Josué recordó las órdenes del coronel acerca de aprovisionarse.

- Parece que no – dijo Josué mientras señalaba a Harry quien aún seguía apoyado en el muro - aparte que tengo una ligera molestia en las articulaciones de mi brazo. Quizás sea el frío

El teniente Lex se presentó y explico la importancia de la misión. Josué podía ver una ligera molestia en los gestos del teniente, como si alguna extraña dolencia le perturbara por dentro, pero su voluntad seguía siendo pétrea y decidida.

Al mediodía, El teniente y sus tres soldados fueron rumbo al cuartel Ugarte. El día parecía transcurrir sin novedades, el polvo y el calor eran sus únicos compañeros y lo único que deseaban era un retorno seguro con las provisiones necesarias para devolver todo a su rutina.

El teniente se detuvo de golpe y, por medio de un gesto, ordenó la detención de su camino.

- Huellas – dijo en tono grave mientras se acomodaba las gafas para observar mejor la evidencia.

Martin mencionó la simplicidad de aquel hecho aludiendo a que el sendero era muy usado por los lugareños, pero Josué percibió algo más.

Las huellas no pertenecían a cualquier persona, pertenecían a soldados de su propio destacamento, algo incongruente ya que tras el bombardeo matutino, nadie había salido de la base. Esto era muy fácil de comprobar por la marca que dejaban las huellas, todas tenían el escudo de su regimiento.

- Pero nadie salió de la base antes del bombardeo ¿o sí? – preguntó timoratamente Harry.

Josué explicó que algunos destacamentos usaban calzado similar por asuntos de economía y que era probable que los soldados de la base Ugarte sean quienes usaron las mismas botas. Había ocho pares de huellas.

- ¡Aviones! – gritó Harry mientras los señalaba con su tembloroso dedo.

La ráfaga de metralla sacudió aquel arenal como el polvo a una frazada recién golpeada. Las esquirlas volaban a furiosa velocidad producto de su brusca separación a causa del impacto de las balas. Una de las balas impactó contra el pecho del teniente Lex matándolo casi instantáneamente. El siguiente avión lanzó una bomba, empujando a los tres soldados contra sendos muros de piedra

Cuando estalló la siguiente bomba, esta hizo que una de las rocas estallase en pedazos. Un trozo del tamaño de una manzana salió disparado con fuerza golpeando el codo de Josué. El dolor era insoportable, sin duda había fracturado el hueso, pero el temor a la muerte era peor. Vio a Harry estrellado de cara contra otra gran roca e hizo señas a Martin para ir a rescatarlo. Cuando estaban a punto de ponerse de pie para ir a traerlo, la polvareda cegó todo a su paso y terminó por hacerles perder el conocimiento.



Harry

Harry miraba preocupadamente su almohada. Un pequeño charco rojo se iba secando ante sus ojos dejando tras si las huellas escarlatas de su presencia. No era la primera vez que le sangraba la nariz, ya hacía varios días que sentía lo mismo pero nunca recordaba por qué. Cuando fue por algo de papel higiénico para detener su inesperada hemorragia, la alarma sonó acompañada de un grito:

- ¡Bomba! Al suelo.

La explosión hizo que las cosas del baño salgan de su lugar y vayan a parar al suelo. Harry se refugió debajo del lavadero hasta que el polvo tras la explosión de la bomba se disipara. Cuando esto sucedió, salió a mirar por su ventana.

Nueve de sus compañeros habían fallecido y sus cuerpos estaban regados por el suelo. Aparte de ello, las reservas y algunos vehículos ardían en llamas producto del inesperado ataque. Harry salió de su camarote y se encaminó al patio. Escuchó algunas órdenes que se daban rápidamente a otros grupos pero cuando intentó ubicar a Martin, sintió que su cabeza le daba vueltas.

Confundido por el repentino mareo, Harry se apoyó en el muro y, casi instintivamente, miró al suelo. Un charco de sangre yacía allí, no supo la razón de su existencia pues los cuerpos estaban casi veinte metros más a la derecha pero el mareo le vino nuevamente y sintió que una vena de su nariz colapsaba. Se inclinó a los pies del muro y dejó que la sangre fluyese de su fosa nasal derecha.

Un delgado hilo rojo salía de su rostro e iba a parar al charco que encontró. Mientras su nariz terminaba de sangrar, vio a Martin y Josué conversar al mismo tiempo que se acomodaban el equipo de reconocimiento, por la manera en que lo miraban, sintió que debía de dar alguna explicación.

- Descuiden, estoy bien – dijo jadeante Harry al tiempo que se presionaba el tabique – el aire helado de las mañanas hace que me sangre la nariz.

Tras oír las indicaciones del teniente Lex, los cuatro soldados emprendieron el camino al cuartel Ugarte. El calor reflejado en las pálidas arenas de aquel desierto que los separaba hacía que su cabeza esté a punto de estallar. De cuando en cuando, Harry sentía que una tímida gota de sangre escapaba de su nariz para ir a refugiarse en su pecho, esto lo incomodaba puesto que no quería aparentar estar en apuros ante sus compañeros.

- Huellas – dijo el teniente mientras se acomodaba para observarlas bien

Tanto Martin como Josué dieron explicaciones para la presencia de aquellas huellas tan particulares en ese lugar. La razón de su singularidad estaba en que aquellas huellas pertenecían a su regimiento. Harry contó doce pares de huellas. Era mucha gente como para no haber sido vista vestida con los uniformes de su destacamento.

Cuando ya estaba a punto de sangrar nuevamente por la nariz, escucho un sonido aterradoramente familiar.

- ¡Aviones! – gritó Harry señalándolos al mismo tiempo que observaba el fuego de metralla esparcirse sobre ellos.

Una de las primeras balas alcanzó el pecho del teniente y este cayó como un muñeco de trapo al suelo. No supo más de él. Cuando Harry intentó tomar su fusil, el segundo avión lanzó sendas bombas sobre el terreno. El polvo se levantó como un vil espíritu de su sarcófago de arena. Vio los cuerpos de Martin y Josué estrellarse contra las rocas. Josué sangraba del brazo. Al intentar incorporarse, la siguiente bomba lo sorprendió elevándolo de su lugar y haciéndolo estrellarse en una maciza roca a diez metros de donde había estado. Escucho el crujido de su nariz al hacer contacto violento con la piedra y sintió un líquido caliente en el pecho. Mientras intentaba controlar su hemorragia, Martin y Josué hablaban de algo, nunca supo de qué porque el polvo se hacía cada vez más espeso, nublando todo, incluso, su mente.



Teniente Lex

- Nuevo récord – musitó el teniente al observar su reloj, había logrado hacer diez kilómetros en cuarenta minutos.

El camino se extendía ante él. Un inmenso camino empedrado en medio de aquel gran desierto olvidado. Los años de guerra lo habían hecho apreciar aquel inhóspito lugar y cumplía con sus labores de teniente impecablemente. Aun con el estrés de su trabajo, siempre encontraba un momento para dedicárselo a uno de sus pasatiempos favoritos: correr.

Cuando volvió a mirar el reloj, un zumbido familiar le hizo dar escalofríos. Dos aviones enemigos iban con dirección a la base militar.

Corrió a toda prisa rumbo a la base, pero los aviones ya se encontraban muy cerca; al llegar, desprendieron de sus compuertas cuatro bombas que hicieron un gran estruendo dentro del recinto.

Al llegar, el coronel vio con tristeza los cuerpos de doce soldados en el piso. Eran conocidos suyos.

Su radio crepitó:

- Teniente Lex, tenemos órdenes asignadas para usted – dijo la metálica voz.

Lex se dirigió a la sala de reuniones mientras veía de reojo a sus demás soldados. Martin se acababa de despertar, Josué tenía un brazo vendado y Harry se encontraba sangrando profusamente apoyado en el muro.

- Eso es mucha sangre – le dijo a Harry cuando pasó sin estar seguro si lo había escuchado.

En la sala de reuniones, el coronel le explicó la necesidad de buscar nuevas provisiones para reabastecer la base de alimentos. Lex aceptó gustosamente la misión pidiendo el servicio de los cuatro soldados que había visto en el camino.

En medio del humo y el olor a pólvora calcinada, Lex explicó la naturaleza de la misión y les urgió su presencia al mediodía. Llegada la hora, los cuatro partieron rumbo al cuartel Ugarte cruzando el inclemente desierto.

Cuando pasaron algunas horas, el teniente se dio cuenta de algo extraño: la tierra estaba movida. Aguzó bien la vista y divisó que aquellas irregularidades en la arena eran huellas, pero no cualquier tipo de huellas sino provenientes de las botas de su propio regimiento.

El desconcierto fue mutuo y todos comenzaron a enarbolar hipótesis sobre la procedencia de aquellas huellas. El teniente conto dieciséis pares de huellas.

¿Cómo llegaron allí si, luego del bombardeo, nadie salió de la base? La explicación de Josué sonaba convincente pero él sabía la verdad: Se copiaba todo, menos las botas. En las botas estaba el sello de distinción de cada regimiento. Solo había una explicación para ello: Otras personas de su regimiento, en lo que va del día, ya habían cruzado por allí.

Cuando intentó reflexionar más sobre las huellas, escucho el grito de Harry.

- ¡Aviones!

Los aviones se abalanzaron sobre ellos como monstruosos murciélagos. Ninguno perdió el tiempo. Primero comenzaron una rápida sucesión de tiros con la ametralladora. El teniente, quien ya iba a sacar el rifle, se vio alcanzado por tres balas que se alojaron en su pecho y cayó al suelo. Aun no estaba muerto pero el dolor en su pecho era casi inaguantable.

- Sálvense, sálvense – murmuró Lex , sintiendo su vida elevarse como el vapor.

Mientras la vida se le escapaba del cuerpo, vio como varias bombas eran liberadas por el segundo avión, lanzando los cuerpos de sus compañeros contra las rocas. Harry se encontraba agazapado contra un muro de piedra, Josué estaba visiblemente herido en uno de sus brazos, sin duda se lo amputarían y Martin estaba milagrosamente ileso refugiado atrás de un montículo de piedras. Cuando se intentó levantar, la vida termino por abandonarlo.

Curiosamente no sintió que se elevaba sino que… retrocedía.



Martin… por última vez…

Abrió los ojos casi de golpe, por fin lo recordaba.

- Bomba – murmuró mirando fijamente el techo a la espera de algo que ni él mismo acababa de comprender.

- ¡Bomba! Al suelo.

Sintió el olor a quemado y los gritos de desesperación que tan bien recordaba ahora. Contó en su cabeza y murmuró una cifra:

- Quince…

Empuñó su arma y salió corriendo rumbo al patio. Los cuerpos de quince personas yacían en el suelo, muertos por la negligencia de algún guardia que no vio a los aviones acercarse.

Casi por instinto, volteó a ver a Harry; sangraba profusamente en un charco de sangre exageradamente grande para su leve hemorragia. Se acercó casi a saltos a su compañero. Lo poseyó un descomunal escalofrío.

- ¡Harry, dime que tú botaste toda esta sangre! – casi suplicó Martin

- No, cuando vine esto ya estaba aquí – dijo Harry aun sosteniéndose la nariz

Martin entró en pánico. Vio a su amigo Josué, tenía el brazo vendado.

- Josué ¿desde cuándo ese brazo lo tienes en ese estado? – preguntó violentamente Martin

- No lo recuerdo – dijo Josué un tanto sorprendido por la agresividad de la pregunta – pero supongo que es algo relacionado al frío.

Martin volvió a mirar a su alrededor. Casi todo era similar a su sueño… la púnica diferencia es que todo se había duplicado.

El sangrado de Harry, las bombas, los muertos, el dolor en el brazo de Josué… eso significaba que también se habían duplicado…

- ¡Las huellas! – gritó Martin.

Corriendo como perseguido por el mismo demonio, Martin salió de la base rumbo a ese enorme desierto ¿será infinito? Pensó.

Cuando llegó a la distancia que recordaba en el sueño, lo vio:

Veinte pares de huellas en la arena.

Martin se tiró al suelo y lloro. Sabía que no vendría ningún enemigo, ellos se aparecerían allí tres horas después. Era algo mucho peor, estaba atrapado en el tiempo.

Lentamente se sacó una bota y selló la arena. Una réplica exacta de su huella se encontraba justo al costado. Ni un milímetro más grande, ni un milímetro más pequeño.



Epílogo

La eternidad había desfilado por aquel extraño lugar. El ambiente se había enrarecido y el orden de las cosas parecía tan alterado como las probabilidades lo permitiesen.

La permutación de las posiciones era infinita, como infinitos eran los objetos suspendidos en el aire, postrados en el suelo, regados en la arena y dispersos por el agua.

Había miles de bombas. Algunas saliendo de los aviones (que también eran miles e inmóviles) otras cayendo, otras reventando, otras culminando su explosión. La puesta una tras otra, con una distancia infinitesimal entre ellas, hacía parecer una especie de largos tubos negros que conectaban el cielo plagado de aviones inmóviles con el suelo regado en sangre, plomo y cuerpos por millares.

Las personas se encontraban finalmente inmóviles. La rapidez y frecuencia de sus movimientos habían logrado que pareciesen completamente estáticas, pero entre una y otra, había todo un universo desarrollándose, un universo de probabilidades variables y resultados inesperados. Pero había un último detalle: El desierto.



Tan revuelto como las tormentas del atlántico, la arena del desierto se encontraba completamente removida. ¿La razón? Millones de huellas tatuaban aquel camino por donde el tiempo gustaba pasear constantemente.


Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

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