martes, 28 de julio de 2015

9999: El año en que cambiamos el mundo



I

- ¿Quién se tomó la última soda? – protestó la voz de Jacob blandiendo de modo indignado una lata vacía mientras miraba a la cámara.

- Je, je, ya se dio cuenta – dijo el teniente Carr observando la diminuta pantalla situada en medio de los controles del panel de comando.

La nave dio un ligero retumbe haciendo que algunas cosas salgan de sus lugares, entre ellas, la soda de la lata.

- Demonios, tendré que buscar algunas servilletas – dijo el coronel Bloch.

Bloch se levantó de la silla del piloto y fue rumbo a las cajas con la etiqueta “Utensilios”. Al cabo de unos minutos llegó con un manojo de servilletas. Mientras iba limpiando el líquido esparcido por el acero, reparó (una vez más) en la pantalla que indicaba “tiempo de vuelo”. Habían pasado más de cincuenta años. 

Carr, quien vio a Bloch detenerse en su labor de limpieza del panel, tomó su hombro con suavidad.

- No tiene caso, coronel. Dejemos que el tiempo corra – dijo del modo más natural posible- sabíamos que había un enorme riesgo en esto.

La mano del coronel tembló un poco al escuchar esas palabras que ya eran casi un mantra para él. Sabía que no había elección, sabía el enorme riesgo que conllevaría ello pero también sabían que, allí afuera, se abren portales infinitos donde las reglas del azahar resultaban inútiles ya que tendrían que estar sometidos a una nueva lógica: la armonía del universo.

- Descuide, teniente Carr. Lo sé perfectamente – dijo el coronel Bloch mientras lanzaba el trozo de servilleta inútil al basurero – ¿Desea una partida de ajedrez?

La puerta de los pilotos se abrió de improviso. Un furioso teniente Jacob se acercó a zancadas hacia los dos astronautas moviendo amenazadoramente un recipiente para bebidas.

- Muy gracioso, señores, muy gracioso – dijo ofuscadamente.







II

Un gran imperio de silicio se extendía por toda la nave. Millones y millones de impulsos eléctricos viajaban a velocidades incalculables por segundo, dándole vida a un objeto que, a pesar de su gran tiempo en funcionamiento, nunca había conocido el “error” desde su fabricación. 

Sabía perfectamente su horario y sus funciones. Desde las 8 hasta las 9 de la mañana, su misión era preparar los alimentos a consumir por su tripulación a fin de mantenerles el equilibrio nutricional requerido para misiones largas. De 11 a 3 de la tarde, el monstruo de silicio tenía que controlar el proceso fotosintético de las plantas en su invernadero para garantizar la formación de oxígeno. De 4 a 7, su principal objetivo era mantener a la tripulación dentro de sus límites de cordura sugiriéndoles algunos pasatiempos, libros o películas a fin de que puedan relajar su mente de la abrumadora idea de estar en la soledad más absoluta. De 7 a 11, la misión de la nave era hacer un escaneo masivo de sus distintas actividades con el objetivo de encontrar posibles fallas y evitar accidentes a futuro ya que, al no contar con un asistente técnico permanente, la máquina traía consigo un gigantesco manual digital sobre cómo debía ser reparada y mantenida dependiendo de las circunstancias. Sin embargo, la labor más importante de la nave demoraba 9 horas.

Las nueve horas restantes de funcionamiento eran el motivo por el cual tres hombres habían dejado todo millones de kilómetros atrás. A partir de la medianoche horaria, un diminuto dispositivo situado en la parte delantera de la nave emergía hacia el exterior para cumplir su misión. Sacudida por algunos trozos de meteoritos e irradiada por la radiación espacial, su misión de existencia trascendía el superar estos banales obstáculos. 

Desde el corazón de la nave, surgía un pulso de radio gigantesco, más grande que cualquiera emitido por máquina alguna fabricada por los seres humanos hasta antes de la creación del “Telémaco”. El pulso viajaba por gruesos cables de oro a fin de encontrarse con el diminuto dispositivo a la espera de su llegada. Una vez situado dentro del dispositivo, este lo impulsaba hacia el espacio exterior donde se desplazaba en forma de ondas a la espera de rebotar ante algún cuerpo significativamente grande.

Habían pasado décadas y décadas de viaje. Pese a que los seres humanos habían logrado superar la velocidad de la luz, un axioma que se mantuvo vigente muchos años hasta su refutación validada por la Comunidad Científica, el proyecto “Telémaco” había resultado demasiado ambicioso para su corta edad en la era espacial.

Un viaje de la Tierra a Marte, antes algo difícilmente imaginado por el hombre ante la gran distancia de tiempo, duraba tres horas. Se podía llegar a Plutón en cuestión de algunos días y, los viajes turísticos a otros lugares de la Vía Láctea, podían durar solo algunas semanas. La industria del turismo espacial se había ampliado gigantescamente durante los último dos milenios, algo que resultaría digno de la ciencia ficción más febril. 

Pero no todo era paz y felicidad dentro de la era espacial. Junto con los viajes espaciales turísticos también sobrevino la era de la colonización. Si bien nunca se encontró vida en otros lugares, los terrenos de los demás planetas eran zonas codiciadas debido a los minerales que producían, Se suscitaron guerras fuera de la tierra, casi siempre con consecuencias nefastas. El uso del armamento nuclear en el espacio era casi obligatorio en medio de los conflictos y esto era algo que alarmaba mucho a la gente de tierra firme pues el hombre había sacado de sus límites físicos a la maldad.

Producto de este “desborde” de la maldad, algunas organizaciones gubernamentales decidieron elaborar algunos planes, secretos a la opinión pública y la prensa, para poder encontrar algunas soluciones. La madre de todos estos planes fue el mítico “Proyecto HAL”, un proyecto elaborado milenios atrás a fin de encontrar un “refugio final”; lamentablemente nunca se supo del desarrollo del proyecto pues se perdió el contacto con el APAEC hace mucho tiempo. Desde el Proyecto HAL, los siguientes proyectos tuvieron como objetivo la búsqueda de lugares habitables para el ser humano con vistas a un futuro distópico en la tierra. Lamentablemente esto nunca había dado más frutos que el fracaso y el derroche de millones en presupuesto… hasta ahora.

El impulso eléctrico se alojó una fracción de segundo en la antena del dispositivo, como si supiese que su existencia cambiaría toda una vida (¿o dos?) e intentase disfrutar de ese momento glorioso antes de viajar. Tras ese mínimo tiempo de alojamiento salió al exterior y fue libre por treinta minutos. Al minuto sesenta hizo lo que nunca ninguna de sus hermanas había hecho antes: Retornar a la antena.

Una alarma sonó inundando de luz verde varios recintos dentro del Telémaco. El teniente Jacob fue el primero en abrir los ojos.

- No puede ser… – susurró incrédulo, aun recostado en su cama, mientras luces verdes bailaban sobre su cuerpo, muebles y paredes.







III

- ¡Diez minutos, Coronel, solo diez minutos! – gritó el teniente Carr mirando los cálculos reflejados en el monitor - Tenga listo el Champagne.

La alegría era más que evidente. Hacía tan solo un par de meses atrás que el dispositivo “Perseverance” había localizado lo impensable: Un planeta exactamente igual a la tierra.

Tenía la misma composición geológica, los mismos niveles d temperatura, la misma composición química, la misma atmósfera, la misma vegetación, los mismos animales y, probablemente, una población.

Algo que las ondas de radio nunca pudieron decir es qué tipo de población radicaba allí. Si tenemos en cuenta los distintos tipos de “habitantes” que tuvo la tierra, no solo tendríamos que mencionar a los seres humanos, sino también a dinosaurios, anfibios, peces y demás microorganismos pluri y unicelulares que tuvieron su tiempo de reinado. La situación de la población sería algo vital para su asentamiento en dicho lugar ya que esto permitiría enviar respuestas hacia la tierra una vez reparado los canales de comunicación informar sobre el triunfo del hombre en su búsqueda por un lugar mejor.

- Teniente Jacob, teniente Carr, acérquense por favor – dijo el coronel Bloch con un semblante serio mientras llenaba de Champagne las copas.

Ambos se acercaron y recibieron gustosamente las copas a la espera de las palabras del coronel de la nave.

- Hace cincuenta años partimos de nuestro hogar – dijo en tono serio el coronel Bloch mientras las sombras de la nave se iban reflejando en su rostro a medida que se acercaban al gigantesco planeta – dejamos atrás a nuestras familias, nuestros amigos y nuestros conocidos a fin de obsequiarles el regalo más preciado: Un futuro. No puedo ocultar mi emoción al saber que este viaje está a punto de llegar a su fin. Muchos dirán ¿Qué caso tiene viajar tanto tiempo por tus seres queridos si igualmente no los volverás a ver jamás? Quizás lo que estas personas olvidan es que todos estamos emparentados entre sí, todos somos una gran familia. Desde el descubrimiento de Lucy, los seres humanos sabemos que partimos de un tronco común, el problema estuvo en que nos negamos a nosotros mismos por milenios dando origen a guerras sin sentido y masacres innecesarias. Todos somos una gran familia, mis amigos, y este gran “rescate” va para ellos, para la gran raza humana que hoy clama por un futuro mejor pero la mezquindad y la ambición se ha encargado de negárselo. Hoy hacemos historia, mis queridos hermanos, el día de hoy juntaremos la vida de dos civilizaciones y forjaremos un futuro mejor.

Las champañas cruzaron las gargantas de los tres hombres y esto les infundió valor. Jacob, Carr y Bloch se fueron rumbo a la cámara de los pilotos para observar el aterrizaje.

La nave cruzó a una velocidad regular las pesadas capas atmosféricas. Sintieron la sacudida al penetrar en cada nivel como una frágil burbuja al encontrarse con el viento. El hielo cedió su lugar al fuego en el fuselaje de la nave para finamente quedar envuelto en una gigantesca esfera incandescente producto del repentino contacto contra la atmósfera principal. Los tres astronautas vieron como miles de relámpagos y truenos acompañaban su llegada, probablemente la penetración del cohete había generado algunos cambios en la atmósfera, esto estaba dentro de lo esperado, lo que nunca estuvo dentro de lo esperado fue lo que vieron por la gran ventana delantera al finalizar la turbulencia.





IV

- Llegó… no puede ser… todo este tiempo resultó ser cierto – murmuró un aterrado soldado al detener su tanque de guerra mientras subía por la escalinata para observar mejor el fenómeno atmosférico. Se sacó el casco,

Millones de aterrados rostros dirigieron su mirada al cielo de golpe. El impresionante juego de luces iba acompañado de una elegante escolta natural. Fuego, rayos y truenos anunciaban la llegada del “Altísimo”.

Nadie dudó, ni uno solo, de la autenticidad de aquel fenómeno. Estaba en innumerables escritos, se había hablado sobre él durante milenios, se celebraba su aparición y desaparición dentro de fechas especiales, se hacían profecías en base a su retorno. Todo encajaba.

Se decía que traería un mensaje de paz, que su llegada coincidiría con un momento en que la maldad había rozado sus límites y esto había pasado hace mucho. En las ciudades, millones de personas corrieron a las iglesias a intentar expiar desesperadamente sus más recónditos pecados. En las calles, otro gran tanto de personas salía a abrazarse entre ellos clamando por piedad y misericordia. Otro grupo cantaba alabanzas y gritaban al cielo sobre cómo se habían mantenido fieles a sus convicciones pese a las circunstancias.

Las guerras pararon, el movimiento en las ciudades se congeló y los principales medios de comunicación hacían una cobertura en vivo del “Día del Juicio”.

La nave detuvo su imponente vuelo al entrar en contacto con el suelo rocoso, exactamente igual al de su planeta de origen. Los tres hombres descendieron.

Al salir, no se retiraron el traje, aun no por precaución. Habían observado desde la pantalla al planeta destino, era exactamente igual a la tierra, el gran dilema fue que nunca esperaron encontrar una población exactamente igual a la suya.

Desde lo alto de la colina en donde reposaba el Telémaco, vieron grandes hoteles de nombres conocidos en su planeta natal, cadenas de comida rápida muy populares de la tierra, bebidas gaseosas, estaciones de gas, supermercados, centros comerciales, colegios, universidades, etc. Todos exactamente iguales a los de la Tierra. El coronel Bloch, aun incrédulo e impactado ante tan traumático encuentro, se dirigió al teniente Carr.

- Teniente ¿puede hacer un informe sobre la ruta seguida en estos años de trayectoria? – Balbuceó Bloch mientras intentaba asimilar todo.

Carr, quien aún no salía de su asombro, salió acompañado de Jacob para dirigirse a la computadora y comprobar la ruta seguida. Tras unos minutos de trabajo, la computadora arrojó el resultado.

- Coronel, fue una trayectoria completamente recta. Nunca tuvimos ningún desvío ni vuelta de campana como para que hayamos llegado a la misma tierra nuevamente – musitó Carr como si esto sirviese para convencerse a sí mismo de lo real de aquella situación – Los cálculos arrojan que estamos demasiado lejos de la Vía Láctea, si estuviésemos en la tierra captaríamos las ondas de radio.

Fue Jacob quien reaccionó primero ante las palabras de Carr. Sacudió su traje rápidamente mientras se palpaba el pecho buscando un artefacto. Cuando lo encontró, extendió su antena y sintonizó una frecuencia. Una conocida canción de “Queen” flotó en el aire.

- No puede ser… - dijo Bloch agarrándose el corazón mientras se apoyaba en la nave – debe de haber alguna explicación. ¿Qué hace sonando Bohemian Rhapsody a millones de años luz del planeta donde se creó?

- En realidad si hay una explicación, Coronel – dijo pensativamente Jacob – recuerde que existe una multitud de universos paralelos, algunos de ellos con mínimas diferencias entre uno y otro. Pues bien, al parecer llegamos a un universo paralelo a la tierra donde esa “mínima diferencia” puede ser una mariposa menos o una piedra demás, por el resto, todo es exactamente igual a nuestra tierra.

- Respaldo lo que dice el teniente Jacob, Coronel – dijo Carr mirando la gigantesca ciudad frente a él – Observe la arquitectura de esta ciudad, se puede extrapolar al mundo en general. La forma de sus edificios y la disposición de sus calles hace recordar mucho a las ciudades del SXX. Al parecer llegamos mucho antes que “nosotros” llegásemos.

El coronel pensó en esas palabras y sintió que poseían algún sentido. Si habían llegado a un planeta exactamente igual a la tierra, era muy probable que su historia sea similar a la existente que ya conocían. Vio las casas, las fábricas y los centros comerciales, no había ninguna diferencia. 

Tras intentar sopesar las múltiples posibilidades de lo que aquello podía significar para ellos, escucharon un sonido desde la parte de atrás del cohete. Los tres hombres giraron alarmados las cabezas para observar lo que generó aquel ruido.

Un océano de personas subía el monte donde habían ido a parar. Delante de la muchedumbre, un hombre anciano con una niña pequeña llegaba extendiéndoles una bandeja de plata. En ellas había tres cofres abiertos con objetos extrañamente familiares. Aún estaban a una distancia prudente de ellos.

- ¿Qué significa esto? – murmuró el coronel Bloch a sus compañeros – ¿van a apresarnos?

- Yo creo que algo mejor, coronel – dijo el teniente Jacob con una ligera sonrisa al observar atentamente los cofres– esta gente nunca ha visto antes un cohete…



V

Todo el mundo se detuvo y acapararon la atención mundial.

Era el hijo pródigo que había vuelto, la gran promesa cumplida desde tiempos legendarios, el clamor de un pueblo rendido ante la crueldad del hombre, era el momento del fin.

Habían sido venerados como dioses. Millones de hombres iban a diario a abarrotar la capital de la fe humana a fin de observar a aquellos tres seres celestiales quienes habían venido en son de paz a traer la justicia al mundo y llevarlos a aquello que durante tantos años había inspirado la imaginación de cientos de escritores, teólogos y filósofos: El cielo.

- ¿Cómo es allí arriba, mi señor? – preguntaba un hombre quien había viajado desde los confines del mundo solo para recibir una respuesta de cinco segundos.

Carr, quien se acomodaba el complejo atuendo hecho de las telas más finas que se podía encontrar en la tierra, respondió de manera rutinaria.

- Más parecido de lo que puedas pensar a tu realidad – dijo agotadamente - ¡Siguiente!

Jacob y Carr habían sido nombrados como “Arcángeles” y Bloch, al descubrir, la gente, que sus “arcángeles” lo llamaban “coronel” asumieron que era el Mesías y pasaron a llamarlo así. 

Todo esto había sido idea de Jacob. Desde que llegaron, sabían que habían llegado en un momento especial: El momento de la Gran Guerra. 

Si bien sabían que la Primera Guerra Mundial había marcado un hito en la historia terrestre, dado el alcance que tuvo, su llegada la interrumpió. Aún existía el imperio Austro-Húngaro, el Imperio Turco y la revolución Rusa era algo desconocido. Los acontecimientos habían sido sumamente traumáticos y millones de personas miraban día a día al cielo a la espera de alguna señal que marcara el fin de su sufrimiento. La señal fueron ellos.

Al inicio se vieron reacios a comunicarse con los habitantes de ese planeta y se metieron a la nave por algunas horas para planear lo que harían. Jacob fue quien dio la iniciativa.

- Podemos ser lo que ellos quieren que seamos – dijo apresuradamente.

- ¡Ni pensarlo! – dijo Bloch – imagínate la enorme decepción que traeremos cuando se enteren de la verdad. Nos matarían y desataríamos otra guerra peor

- Técnicamente el coronel tiene razón –dijo astutamente Carr mientras miraba por la luna a la gigantesca multitud que seguía esperándolos afuera- detuvimos el desarrollo de la Primera Guerra Mundial pero recordemos que las Revoluciones Industriales ya han pasado por aquí algunos años antes, solo será cuestión de tiempo para que comiencen a ingresar a la era espacial y descubran que, lo que nos trajo aquí, no fue ningún artefacto divino sino un triste y corriente cohete. Sin duda nos matarán y seremos la escoria en los libros de historia. 

Jacob seguía mirando a la gente por la ventana. Eran miles de miles y la muchedumbre se extendía por las montañas colindantes a la espera de su pronunciamiento.

- Tenemos que tomar un rol activo en esto, compañeros – insistió Jacob – Solo piénsenlo, evitaremos la Segunda Guerra Mundial, las bombas atómicas, el fascismo, las crisis económicas. Y sobre todo, detendremos la catástrofe que nos empujó a venir hasta aquí a encontrarnos un lugar tan extraño. Bloch ¿No quieres ver a tus hijos y tu esposa otra vez? Carr ¿No desearías pasar otra tarde con tu madre jugando monopolio o armando rompecabezas mientras la tarde cae y los arrulla a ambos los cantos de las cigarras? Este es el momento. La historia es muy similar a la de nuestro planeta, por no decir igual, tenemos los mismos componentes químicos y tenemos la máquina criogenizadora aquí. Si reposamos por algunas temporadas, podremos llegar hasta la era donde existen nuestros familiares y continuar nuestra vida con ellos. Saben que es perfectamente factible. Solo nos queda ser aquello que ellos esperan.

Las palabras de Jacob debieron tener algún efecto en los corazones del teniente Carr y el coronel Bloch. Ambos se levantaron y se dispusieron a arreglarse para salir a la multitud. Al cabo de unas horas, eran noticia mundial.

Ahora los meses habían pasado. Ataviados por millonarios trajes y resididos en una de las zonas más sagradas del planeta, en una mansión construida por la Sociedad de Naciones, los dos “arcángeles” y “El Mesías” eran visitados diariamente por cientos de personas quienes deseaban tener alguna palabra de consuelo o alguna promesa de un futuro mejor.

Siempre respondían que pronto el mal se acabaría, que el verdadero paraíso estaba en la tierra misma y que el secreto de la felicidad estaba en su propia armonía, pero la bondad y misericordia no durarían mucho. 

Rodeados de tantos lujos, pronto no solo sus cuerpos vistieron de oro sino también sus corazones. Cobraban millonarias entradas a la gente que quería acceder a una entrevista de más de cinco segundos y recibían generosas donaciones de parte de grupos caritativos a fin de ser “bendecidos” por ellos en persona.

Solicitaron una residencia más grande que la que ya tenían y exigieron un impuesto general a los millones de habitantes de aquel familiar planeta. Algunos estados comenzaron a dudar de su autenticidad y se proclamaron “ateos” ante cualquier tipo de religión. Los tres hombres dirigieron ferozmente su ira y ordenaron el aniquilamiento masivo de aquellos herejes que osaban interponerse entre su voluntad y el vil ateísmo. Al final, las guerras pasaron de ser políticas a santas. Y nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba. Solo ellos.



Epílogo

Jacob roncaba fuertemente cuando la repentina luz escarlata inundó su habitación.

Un repentino temblor hiso que se cayeran al suelo algunas botellas vacías de su mesa y otras llenas de los escaparates. La fina cama de caoba forrada en pieles de animales se mecía persistentemente ante el movimiento sísmico y el astronauta se puso de pie de inmediato.

De pie, intentó evitar que se cayesen más botellas de finos licores traídos como obsequios desde los lugares más remotos del mundo pero un breve despliegue de las cortinas de la ventana lo dejo boquiabierto. Lo que vio le causó enormes náuseas que terminaron en un violento vómito.

Desde la ventana de Jacob, ubicado en el último piso de su lujosa mansión, se veía el cielo.

Abierto de par en par, en un impresionante juego de luces, truenos, relámpagos y rayos, una figura acompañada de millones de seres se abrían paso por aquel turbulento cielo. A diferencia de ellos, este no traía ningún cohete y flotaba en el firmamento, con gran poder, mirando fijamente la ventana número cuarenta de la mansión donde se encontraban los tres astronautas. Jacob intentó no hacer contacto visual con el ser pero, por alguna extraña razón, sabía que sería inútil.




Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

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