martes, 26 de mayo de 2015

Un Hombre Pequeño



I

En una ciudad gris y minúscula, cierto día ocurrió un hecho digno de registrar para la posteridad como un hito que rompió la rutina en su aburrida población.

Cuando el señor “n” fue promovido en el trabajo, terminó por completar el cuadro de antipatía que ya presentaba.

- Es irritable, antipático, soberbio y medio idiota – comentó uno de sus compañeros de trabajo a este humilde servidor en la cafetería de su antiguo empleo.

- Te equivocas – dijo su amigo mientras sorbía su jugo por la pajilla- cuando fue promovido terminó siendo un idiota completo.

Y esa era la opinión que circulaba por la ciudad sobre el señor “n”, aunque él hubiese jurado y rejurado en numerosas ocasiones que era el siguiente Duce.

Al día mismo de enterarse de su ascenso, el señor “n” organizó un gran cóctel en su hogar para celebrar su buena nueva. Como en tiempos de cosecha todos terminan siendo granjeros, el señor “n” ganó un grueso de amigos casi por generación espontánea.

¡Pero si Aristóteles se hubiese vuelto loco! Salieron del área de logística, de control de calidad, del departamento de bienestar social, del sindicato, del departamento de limpieza… Hasta sus vecinos, para los cuales era un desconocido pero luego de ser ascendido fue un desconocido “ilustre”, se aparecieron en el cóctel. Incluso pudieron salir desde la carne pútrida o de la ropa vieja y rancia, qué se yo.

Como guiados por un libreto tácito (generalmente la hipocresía a la que le llamamos generosamente “cortesía”) uno a uno se acercaban con regalos y bebidas (que luego ellos mismos acabarían) para felicitar a este hombre pequeño.

Primero vinieron los abrazos, los “te lo merecías” y “me alegro mucho por ti”, luego, con el paso de las copas, llegaron los “ese es mi amigo del alma” y “siempre pensé que llegarías lejos”. Una vez que el licor había hecho su efecto (claro, para eso se llevan bebidas a las celebraciones ¿no?) llegaron los “no te olvides de mí, hermanito” “el apellido se respeta ¿sí o no mi amigaso? o “espero que te acuerdes de mí, campeón”. Entre sopapos y palmadas amistosas en el hombro, el señor “n” iba recibiendo sus halagos, reconocimientos y subliminales pedidos.

Cuando la fiesta acabó, el señor “n” se quedó solo en casa nuevamente, vio el reloj, eran casi las seis de la mañana por lo que la criada no tardaría en llegar para recoger todo aquel desorden. Confiando en que así sería, el señor “n” fue a dormir a su recámara aun sintiéndose elevarse por encima del resto de mortales. Oh hombre pequeño, hubiese sido mejor que no te tires tantas flores…



II

- Qué dolor de estómago de mierda – se quejó el señor “n” al incorporarse de su cama, como si alguien fuese a ir inmediatamente a auxiliarlo.

El hombre pequeño se puso de pié y caminó lentamente, como si tuviese un gran objeto en el estómago. Apoyándose en la pared, el señor “n” fue dirigiéndose al baño para observar su semblante, no podría tolerar que lo vean de mal talante en su trabajo al día siguiente, guardar las apariencias era vital ahora.

Ohhh hombre pequeño ¿Qué te pasó?

Primero sintió una repulsión enorme ¿Por qué a mí? Pensó desesperadamente. Miró a sus alrededores buscando testigos que hayan presenciado lo mismo que él, pero no había nada. Intentó presionarlo hacia sus interiores, pero esa “cosa” seguía resaltando notablemente, luego lo atribuyó a una picadura de insecto pero jamás había visto algo similar en otras víctimas de vampíricos dípteros.

Bajó corriendo las escaleras para llamar al médico, pero se detuvo en seco. El médico había estado ayer en su coctel ¿Era necesario que se entere de su “problema”? No, para nada. Era mejor que el médico siga pensando que el señor “n” era el hombre más importante de su localidad, cualquier desperfecto en él lo haría perder ese lugar.

Se tapó con la camisa aquel bulto de carne que le había crecido en el estómago y procedió a cumplir su rutina de aquel día. Escribió informes, elevó quejas sobre los empleados, ninguneó subalternos y, sobre todo, les dijo a todos que él ahora mandaba.

Los que el día anterior habían podido congraciarse con él en su cóctel aún se salvaban. Sabían que ese hombre pequeño tenía un ego demasiado grande para su cuerpo, pero que aun así el siempre encontraba espacio para almacenarlo… ¿o no?

III

- Si, parece que es una especie de hinchazón – dijo la empleada mientras observaba a través de sus gruesas gafas el estómago del hombre pequeño – Pero mírelo por el lado bueno, parece que tuviese la forma de una corona.

Terminado de observar la hinchazón, la empleada se fue apresuradamente a continuar sus labores murmurando algo así como “…perder el tiempo” mientras el señor “n” seguía mirando su pequeña “distinción”. Sí, efectivamente tiene la forma de una corona, pensó. ¿Y si esa fuese una señal de su nueva autoridad? (hombre pequeño ¿en qué momento comenzaste a perder la cordura?) Claro! Qué ciego había sido – pensó nuevamente.

De un brinco se irguió y recorrió su casa observando todo bajo una nueva luz. Definitivamente se había hecho justicia. ¿Ascenso? ¿Qué era un ascenso para un hombre tan talentoso como él? Los papeles, las felicitaciones, las medallas, el reconocimiento, etc no eran suficientes, las leyes humanas no podían ser el recipiente de su talento, eran completamente imperfectas y sumamente traicioneras, ¿pero la naturaleza? Era ello, la naturaleza se había confabulado a su favor para condecorar a uno de sus hijos predilectos. ¿Qué otra cosa podría ser aquello sino una medalla entregada por la misma madre naturaleza?

Volvió nuevamente al baño a observar su reflejo con la vigorosidad de un orate que recién descubre su delirio y, si bien la hinchazón tenía una forma extraña, el hombre pequeño le terminó de dar forma de corona.

Quizás te merecías una condecoración, hombre pequeño, todos en algún momento cometemos errores menos graves y nos deben premiar por ello pero ¿Llegar a imaginar que tu cuerpo te rendiría pleitesía? Lamentablemente la locura tiene imanes.

Pronto el rumor se esparció por toda la ciudad.

- El señor “n” está enfermo.

- El señor “n” tiene un estigma.

- El señor “n” es el elegido.

Las personas llegaban a la casa del hombre pequeño para consultarle dudas, preguntarle cosas a futuro e incluso, sanar algunas enfermedades.

La casa del hombre pequeño se convirtió en una suerte de santuario popular donde la gente iba en busca de lo desconocido para eliminar lo angustiante de vivir en la incertidumbre.

- Nos dejó sin trabajo el sujeto ese – nos dijo un exaltado párroco mientras contaba las últimas monedas de los diezmos que había recolectado aquel mes.

Y era cierto, pronto las iglesias, los consultorios e incluso las comisarías se habían visto reducidas a un solo lugar. La vieja criada del señor “n” también tuvo que amoldarse al cambio. Colgó los delantales para dar lugar a un pequeño canguro donde recaudaba el dinero en la puerta de las personas que se acercaban a consultar su suerte

- Son diez monedas – decía en tono cansado la criada al tiempo que soltaba un leve “incauto…” mientras la persona se alejaba mirando tímidamente la sala donde lo esperaba el hombre pequeño.

Era solo cuestión de tiempo para que la prensa llegue a aquel extraño lugar.

- Señor “n” ¿nos concedería una entrevista? – decía una reportera al tiempo que empujaba al camarógrafo de la competencia para asegurarse una respuesta.

- Señor “n”, somos de la revista Talentos y deseamos una nota con usted – jadeó otro pálido reportero, respirando con dificultad por la presión que se hacían unos con otros.

El hombre pequeño los observaba y respondía calmadamente a cada uno. Los flashes de las cámaras iluminaban cada rincón de su soberbio rostro al mismo tiempo que otro grupo más de curiosos seguían la acción desde la fila de espera hasta las ventanas.

- Pero claro que este es un don divino – respondió enérgicamente el hombre pequeño mientras daba un golpe a la mesa con su puño (doce cámaras siguieron el puño a la espera de una revelación divina) – nunca me he sentido más iluminado en toda mi vida (sonora carcajada… de todos, incluido el narrador)

Cada noche, el señor “n” regresaba a su habitación para contabilizar el dinero recaudado del día. Las cifras iban creciendo aritméticamente mientras su cordura se reducía en proporción geométrica (quizás si Malthus te hubiese conocido, hombre pequeño, hubiese sacado corolarios de sus leyes). ¿Cuánto más soportaría tu mente colgar de un hilo, hombre pequeño? ¿O sería tu cuerpo el primero que reaccione? Luego de guardar el dinero bajo el colchón (escondite que conocía la criada hace varios años) el hombre pequeño se observaba en el espejo para admirar su hinchazón. No disminuía, más bien daba la impresión de crecer cada vez más.

IV

Dicen que la locura es como la gravedad. Solo hace falta un empujoncito para que ambas hagan su trabajo.

Pronto la demanda de la “sabiduría” de aquel hombre pequeño trascendió el ámbito de lo privado a lo íntimo a las grandes inquietudes ciudadanas. Ya no iban solamente a su casa mujeres despechadas, hombres indecisos y demás temerosos del destino, ahora estaban políticos, dirigentes e intelectuales.

Las tertulias con el hombre pequeño se hacían intensas ¿Qué tenías qué decir ante ello, señor “n”? Nada obviamente, tu valor radicaba únicamente en tu presencia. No eras famoso porque acertabas, acertabas porque eras famoso.

Dabas un sí o un no y ello era suficiente para determinar el destino de una persona o, incluso, el de toda la ciudad. ¿Hasta dónde llegarías, hombre pequeño? Creo que hasta las últimas consecuencias.

- Se acercan las elecciones, señor “n” ¿quién cree usted que sería el mejor candidato a ser elegido? – preguntó un osado periodista que sorprendió al hombre pequeño tomando desayuno en un lujoso restaurante sumido en la clandestinidad.

El señor “n” miró a la cámara. El punto rojo que parpadeaba le indicaba que se encontraba en una transmisión en vivo. ¿Qué diría? Ah carambas, qué dilema. Sabes que cualquier cosa a decir se convertiría en opinión popular y muy probablemente dejarías fuera de juego a la democracia. Solo quedaba una salida, aunque quizás la hayas estado planeando hace mucho, total, el poder te embriagaba.

- Quien mejor que el hombre de la corona, mi estimado – contestó el señor “n” al reportero quien hacía señas violentas con la mano por debajo de la perspectiva de la cámara al camarógrafo comunicando un “graba todo o estarás despedido”

La noticia no tardó en recorrer la ciudad como un siniestro gas que embrutecía a la gente.

- ¡El señor “n” se candidateará como alcalde!

- ¡El señor “n” merece nuestros votos!

- ¡El señor “n” es la salida a nuestros problemas!

Las expectativas hicieron que el delirio del hombre pequeño aumente a niveles que su mente jamás pensaría. Ya no era un hombre ascendido en el trabajo ni un consultor de desgracias personales, ahora era una esperanza, el anhelo de una sociedad completa.

El señor “n” contó el dinero recaudado por cuatro años de sacarle ventaja a un bulto de carne con forma peculiar, era suficiente para llamar a una gran reunión donde asistiese toda la ciudad. Y así lo hizo.



V

De pie ante miles de personas, el hombre pequeño se dirigió ante su público y las decenas de cámaras que seguían sus movimientos y gesticulaciones casi matemáticamente.

Cada palabra que salía de su boca era seguida de innumerables vítores y hurras, sazonados por bombardas, bombos y cornetas. Cada diez minutos el hombre pequeño se detenía para recibir los halagos de la gente quienes habían estado desde muy temprano para verlo.

Hombres, niños, mujeres y ancianos, todos se ponían de puntillas para observar a la representación de su futuro salvador. ¿Elecciones? La mitad de la ciudad se encontraba allí, la otra mitad observaba lo que pasaba desde sus casas.

El hombre pequeño prometía y prometía con la facilidad de eructar o liberar flatulencias (al fin y al cabo ¿qué diferencia había?) Comenzó prometiendo cosas estándar como el aumento de salarios, reducción de la delincuencia y mayor limpieza ciudadana.

“… en mi gobierno no existirá la pobreza (silencio de dos segundos para oír los vítores), poseeremos la más alta tasa de riqueza que se ha visto en los alrededores y todo esto será en plazo cortísimo”

(la gente estalla en hurras mientras que al fondo se despliega una gran pancarta con la divisa “señor n contigo siempre”) el hombre pequeño siente un ligero hincón en su estómago, pero prosiguió.

“… no permitiremos que ni un solo ladrón pasee por nuestras calles. Mano dura para todo aquel que no respete la propiedad ajena, ese es mi compromiso con ustedes…”

(Suenan numerosos bombos y trompetas. El señor “n” observa la escena y sonríe satisfactoriamente. El hincón en el estómago se hace más pronunciado)

“… pero qué decir de cosas tan simples como esta. Delincuencia, pobreza corrupción y desempleo son cosas que un simple mortal podría solucionar. ¡Yo soy el hombre de la corona y puedo llevar esta ciudad a niveles que ningún ser humano jamás podrá!”

(Por un momento, el hombre pequeño sintió que había ido un poco lejos, pero ¿Qué más da? Aquellas personas lo veían como él quería ser visto, todo lo bueno sería considerado como acierto y todo lo malo como acierto en camino)

El hombre pequeño vio la euforia que reinaba en el lugar:

- ¡Él es el hombre de la corona!

- ¡Quién dudaría de él, siempre ha acertado en mis consultas!

- ¡No hace faltan elecciones, condecórenlo aquí mismo!

Ante tal regocijo, el señor “n” se quitó la camisa y la lanzó al público. Cual Sudario de Turín, este fue pieza de colección años más tarde. La gran hinchazón con forma de corona estaba exhibida a todos los espectadores. La muchedumbre se agolpaba entre sí para observar aquella manifestación divina. Lucía mucho más grande que lo habitual y despertaba aún más respeto. El hombre pequeño no pudo contener sus ansias de ser venerado. El poder y el orgullo habían terminado por demoler los límites, sus débiles límites, entre lo real y lo fantástico. Lo que comenzó siendo una presentación de propuestas candidateables pasó a ser una declaración de leyes casi divinas.

“… detendremos la muerte, multiplicaremos los alimentos, incrementaremos la inteligencia de nuestros niños, haremos que las cabras vuelen… todo esto y más podremos lograr porque yo soy el hombre de la corona!”

La hinchazón crecía y crecía sin parar. Los asistentes se encontraban en trance. El ruido de los bombos, tambores y trompetas terminaban de darle un sentido casi religioso a aquella escena.

“… oh sí, todo ello será posible conmigo como su representante, no tengan miedo puesto que yo todo lo puedo (la hinchazón crecía, incomodaba, pero realzaba su figura) seremos declarados como un ejemplo para el mundo, no dependeremos de nadie y todos nos admiraran”

El pequeño cuerpo del señor “n” se iba deformando a la vista de todos los asistentes quienes pensaban que ello era otra manifestación de su autoridad. La perorata continuaba.

“… ¿quién podrá contra el poder del elegido? Nadie. Seremos inmortales y ricos. Todo eso será en unos cuantos meses. ¿Pero que hablo? Todo esto será en días (el hombre pequeño comenzó a jadear. La hinchazón era casi tan grande como una sandía) Ahora ¿qué esperamos? ¿Qué lograremos haciendo elecciones? Vamos ahora mismo a sacar del poder al inepto que se encuentra ahora, porque ustedes son mi principal respaldo”

La hinchazón era demasiado grande. Poco a poco la gente iba saliendo del trance y miraban horrorizados el cuerpo del hombre pequeño, ahora convertido en una masa de carne parlante que profería promesas. El señor “n” seguía hablando, la audiencia que se encontraba cerca de él poco a poco iba retrocediendo temiendo lo peor, no importaba la gravedad de las promesas ni lo demagógica que fuesen, él simplemente hablaba porque sentía que lo podía todo. La hinchazón era ya prácticamente todo su cuerpo, la muchedumbre corría despavorida por todos lados en búsqueda de un lugar seguro donde razonar qué demonios estaba pasando, las promesas seguían y seguían, el hombre pequeño ya no podía hablar, su garganta se estaba tapando, solo gruñía y gemía tratando de pronunciar más palabras a la espera de los vítores de sus admiradores. Sus ojos se habían cerrado por completo ante la presión de su hinchazón y la boca era solo un minúsculo tajo diagonal.

Cuando soltó el micro, el hombre pequeño explotó.



Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

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