martes, 25 de abril de 2017

Elisa a la medianoche



I



Cuando cumplí los 22, supe que ya no quería quedarme en casa. 

Rabietas contra un padre aprendiz de dictador y una madre que, pese a su buena voluntad no podía controlar al energúmeno ese, hicieron que un día, mientras tomaba el desayuno, coja el periódico que yacía sobre el muro del comedor y comience a buscar un nuevo lugar donde poder vivir. Así, en un par de semanas, salí silenciosamente de casa y me dirigí con un pequeño maletín a la dirección que había rodeado en el papel varios días antes.

Los primeros meses fue un asunto casi desesperante. Los pagos de la renta y los gastos diarios hacían que mi minúsculo y esmirriado sueldo no alcance a cubrir todas las necesidades que requería. Tuve que reducir costos y comenzar a comprar cosas de menor calidad o, en su defecto, obviarlas. Lo único que no podía dejar de comprar eran libros. 

Eso sí, extrañaba casa, pero no a nadie de allí, si no a mi copiosa biblioteca la cual lloré a mares los primeros días que yacía tumbado en aquella ajena cama mirando a las polillas taclear mi amarillento foco. Juré regresar a como dé lugar para rescatar mis adorados libros de ese cuartel del absurdo pero me quedaba claro que no sería ahora. Con el paso de los meses y aun con el presupuesto bajo, logré comprar una buena cantidad de libros a un sujeto en el piso de abajo que se mudaba a otro distrito y que la mediana biblioteca le resultaba un estorbo para transportar. Tras pagarle una ridícula suma de dinero, subí las cajas sin mucha ceremonia.

Allí vi con grata sorpresa que muchos de los libros que acababa de comprar se parecían a los que tenía en mi anterior hogar por lo que un sentimiento de familiaridad era inminente. Luego de casi un año de vivir en solitario me di cuenta que en ese plan se me haría muy difícil cumplir mis sueños de ser un escritor de fantasía ya que los horarios de trabajo me tenían presionado entre la oficina y la cama. Cada día era más pesado que el otra, razón por la cual que ni la inspiración, ni las ganas ya quedaban disponibles para inventar alguna historia fantástica o derivados. Adoraba mi soledad y mis pequeños espacios de tiempo para dedicarme a escribir, pero la necesidad de compartir gastos de piso se me hacía cada vez más urgentes. Fue allí cuando conocí a Elisa.

Resignado contra mi destino, a la mañana siguiente fui con un aviso escrito para anunciarlo en el periódico. 

“Se busca compañero de piso para poder

solventar los gastos básicos. La residencia

se ubica en Calle Lima. Requerimientos:

Persona tranquila, sin antecedentes penales

Responsable, puntual y amante de la 

Lectura y los libros. Interesados comunicarse

Al número 977 267 093" 



Aunque la parte final era una tremenda tontería ya que en este país la lectura era poco menos que un castigo, no perdía nada con hacer la petición. Pasaron los días y estuve pendiente del teléfono celular pero no había ninguna llamada entrante. Lo revisaba en la oficina, en el taxi, en la biblioteca pero nada de nada. Resignado a tener que poner nuevamente el aviso en otro periódico de mayor afluencia de lectores (lo cual significaba otra estocada a mi ya malherida billetera) el bendito dispositivo emitió una señal de llamada.

Pensando en que sería nuevamente la operadora móvil haciéndome sus ya habituales advertencias de corte, presioné el contestador.

- Buenas tardes – dije de mal talante mientras veía como las hormigas emprendían una larga fila desde mi escritorio en la biblioteca hasta la ventana. 

- Buenas tardes, señor – dijo una voz femenina desde el otro lado. Tenía un tono risueño y legre. Me salió un tic cuando oí la palabra “señor” – llamo por el aviso del periódico sobre su búsqueda de un compañero de piso.

Me quedé perplejo, no pensé que el aviso tendría efecto ya que mi presupuesto solo daba para poder publicarlo en un periódico de bajo tiraje. Aun un tanto desconcertado, respondí a mi interlocutora. Las hormigas ya habían dejado de interesarme.

- Si claro, es aquí. ¿Podría darme sus datos, por favor? – pregunté sin parecer demasiado desesperado como para decirle que sea quien sea, el piso ya era suyo.

- Elisa Damero Salinas –respondió sin hacer mayores cuestionamientos con una voz tan alegre como la primavera – deseo poder mudarme con usted lo más antes posible.

Aquello sonaba a navidad en mis oídos. Necesitaba un compañero de piso urgentemente puesto que un mes más y mi sueldo entraría y saldría como una bala de mis bolsillos para pagar las cuentas. 

- Claro, puede usted mudarse hoy mismo si lo desea – dije echándome hacia atrás en mi silla y poniendo los pies en el escritorio - ¿Desea que le pida un taxi?

- Los pagos son compartidos ¿Cierto? – preguntó como quien pregunta a una niña si desea un dulce. Ignoró mi ofrecimiento.

- Completamente – respondí haciendo una inútil sonrisa. 

- Bien – dijo radiante – mañana a las diez de la mañana estoy llegando a la dirección que indicó en el periódico. Nos vemos.

Sentí unas irresistibles ganas de hacerle la pregunta con la que había estado luchando desde los primeros minutos, ella aún no había colgado el teléfono, probablemente anotando el número para volver a llamar mañana. No aguanté. 

- ¡Elisa! – dije casi gritando como un demente.

Al otro lado se hizo un silencio, como si Elisa hubiese dejado de hacer lo que estaba haciendo. Luego respondió.

- Sí, dime – respondió un tanto confundida.

- ¿Te gustan los libros? – pregunté con la delicadeza de un cavernícola.

Nuevamente silencio.

- Mañana llegaré con mi biblioteca – dijo serenamente. Adiviné una discreta sonrisa del otro lado – Que pase unas buenas noches. 

Cuando cortó la llamada yo salí disparado a la cocina a prepararme un café, tan feliz como la navidad, tan alegre como los carnavales. 



II

- ¿Pero qué demonios? – dije horrorizado mientras sacábamos los libros de Elisa en la sala de estar y miraba los títulos.

“Next”, “Papeles y ciudad”, “Bajo la misma galaxia”, “Emergente” entre otros títulos juveniles figuraban en su biblioteca. Títulos que desde luego yo no aprobaba dado que me parecían ridículamente sencillos y de anticipada trama. Di un resoplido de resignación “Pudo ser una psicópata”, me dije a mi mismo intentando calmarme. 

Elisa llegó a las doce del mediodía. Yo me había estado acicalando como gato en celo desde las ocho. Cuando oí el claxon del taxi retumbando en mis ventanas, salí a mirar con mi aun engominado pelo por el fijador, al bajar la vista ocho pisos, vi a una menuda muchacha con un vestido floreado, anteojos negros de sol muy grandes para su flacucho rostro y un sombrero largo como si hubiese venido de la playa. Bajé a toda velocidad las escaleras del edificio y la recibí.

Elisa, con una sonrisa que ya había adivinado desde sus primeras palabras en el teléfono, me saludó muy entusiastamente mientras veía todo alrededor del edificio. Tras pasar casi media hora jadeando en las escaleras al arrastrar las pesadas maletas, pude por fin sentarme en los sillones, agotado por el esfuerzo y con mi inútil acicalamiento echado por los suelos por el sudor y las greñas. Elisa fue a la cocina a preparar limonadas.

- ¿Es cierto que eres escritor? – fueron sus primeras palabras mientras me alcanzaba el vaso.

- Lo intento – dije bebiendo como un legionario de aquella excesivamente dulce limonada.

- ¡Que emoción! – dijo ella dando saltitos tiernos en su lugar y unas palmaditas juguetonas - ¿Podrías escribir fanfics?

Fue mi segundo tic en la semana. Desde luego jamás haría fanfics y menos de sus libros juveniles. Estuve a punto de declinar, y ella pareció anticiparlo, por lo que añadió.

- Podría pagar más cuentas de la casa si escribieses fanfics para mí – dijo con una sonrisa de niña.

Cansado, empapado en sudor y humillado por la oferta que no podía rechazar, volteé a mirar sus libros juveniles apilados dentro de las cajas. Sabía que tendría que leerlos en algún momento y sabía que tenía que crear nuevas historias a partir de ellos. Le di un sí escueto y me derrumbé en el sillón. Elisa solo sonreía. 



III

La vida con Elisa no eran tan catastrófica como lo pensé. Pese a tener comportamientos y costumbres de niña, Elisa era una mujer sumamente responsable. Pagaba las cuentas a tiempo, organizaba nuestra agenda, sabía todas las fechas habidas y por haber dentro del calendario y siempre tenía algo que leer. 

Por mi lado, ya me había acostumbrado a buscar mis novelas de Chéjov entre las suyas sobre romances entre vampiros y aventuras amorosas de hombres lobo.

- ¡Elisa! – rugía desde mi biblioteca cuando encontraba alguno de sus libros colados dentro de los míos - ¿Cuántas veces debo decirte que en mi zona de lectura no debo encontrar libros tuyos?

Elisa, radiante y elegante ante el tosco llamado, se acercaba con la delicadeza de una mantis a ver el origen del barullo.

- Es el nuevo fanfic que escribirás esta semana, querido – decía con su infaltable sonrisa mientras echaba aromatizante hasta por debajo de la alfombra.

Lo bueno es que el tema de los fanfics se acabó pronto. Tras llevar casi medio año viviendo juntos en el piso, pronto Elisa comenzó a cambiar de tendencias literarias por lo que yo veía con gusto cómo ella iba regalando sus novelas juveniles a amigos y conocidos (en algunos casos colaboraba yo arrojándolos a los tachos de basura camino a mi trabajo) o sino simplemente las dejaba por ahí, ocultos entre los parques con la esperanza que alguien les de tanta lectura como ella les había dado.

A las novelas juveniles le sustituyeron las novelas de terror. 

Con mucho mayor agrado, veía como Elisa llegaba a casa del trabajo cargando novelas de Poe, Lovecraft, Shelley, Barker o, en su defecto, King. Yo, por mi parte, con la llegada de Elisa a mi vida podía comenzar a tomar un mayor ritmo de escritura pudiendo lograr cuentos o narraciones ya más elaboradas a como lo hacía antes presionado por el tiempo. Como ya era de suponer, mi principal lectora era Elisa.

La puerta de mi cuarto se abrió de un golpe seco. Me puse de pie instantáneamente y cogí el bate de baseball que tenía debajo de la cama con la intención de golpear fuera lo que fuese que había entrado de esa manera a mi habitación.

- ¡Eres un insensible! – decía Elisa con los ojos llorosos en la entrada de mi cuarto cargando su celular en la mano derecha. Había estado leyendo mi blog de cuentos - ¡Cómo pudiste hacer que él la engañara!

Menos alarmado pero no menos aturdido, comprendí que era Elisa quien había entrado de esa manera a mi cuarto, indignada por el final de una de mis narraciones. Ya un tanto más calmado, puse el bate debajo de mi cama e intenté recostarme nuevamente, pero Elisa continuaba.

- ¡No ves que la pobre lo amaba! – volvía a reclamarme como si de una pelea de novios se tratase - ¡No tienes corazón!

Elisa comenzó a llorar de pie, allí misma, como una niña que hubiese huido al cuarto de sus padres durante una tormenta por el miedo a los truenos. Me senté al borde de la cama abrí los brazos como haciéndole una señal de bienvenida. Elisa vino corriendo hacia mí y puso su rostro hinchado por la tristeza y empapado por las lágrimas en mi hombro y me abrazó como si el apocalipsis estuviese a punto de separarnos. 

- Mañana le cambiarás de final ¿Cierto? – preguntó como una niña que le pregunta a sus padres si se divorciarán.

- Si lo haré, Eli, lo haré a primera hora – dije sintiendo su agradable olor a vainilla en mi rostro. Sentí que sonreía aliviada.

Así era Elisa, emotiva, arrojada, rara pero siempre feliz.



IV

Pasando el año de convivencia, Elisa había abandonado completamente su sentimentalismo literario haciéndose una lectora dura de la narrativa del terror.

- ¿Dónde está la sangre ¡¿Dónde están los muertos?! 

Me recriminaba Elisa cuando terminaba un nuevo cuento y se lo mostraba. Sin embargo aún conservaba algo de su personalidad traviesa juguetona y soñadora, algo que a mí me llamaba mucho la atención y me hacía preguntar si sentía algo por Elisa o no. 

Sin embargo un día todo comenzó a cambiar.

Un viernes, como todos los que solíamos estar acostumbrados a cenar frente al televisor ni bien ella llegase del trabajo, la esperaba a las ocho de la noche con la pizza caliente en la salita y las dos latas de soda prestas para poder ver un capítulo más de nuestra serie favorita. Pero Elisa no llegaba.

Ya daban las nueve y no llegaba. Preocupado marqué el número de Elisa pero no respondió. Salí a mirar por la ventana hacia la calle pero no había señales de ella ni de su gran sonrisa. Me tiré al sillón a intentar nuevamente marcar su número pero el resultado fue el mismo. Pasaron las horas y el único cambio fue que ya el número de Elisa ni siquiera timbraba, indicaba que estaba apagado o en una zona de nula cobertura. Cuando el reloj anunció la una de la mañana, yo estaba dormido en el sillón, con la pizza intacta y las sodas desparramadas por el piso, todos esperando por Elisa. De pronto el timbre sonó. 

Me puse de pié como un ninja en alerta y fui corriendo a ver por el agujero de la puerta para ver quién era. Era Elisa. Abrí la puerta.

- ¡Elisa! ¡Qué pasó! – pregunte intentando contener mi tono de voz. Sentía que no tenía autoridad para reclamarle algo pero también indignación por haberme dejado esperando.

Elisa se veía sumamente cansada, con su habitual vestido floreado un tanto sucio y un rostro de agotamiento, como si lo último que hubiese estado haciendo le hubiese tomado demasiado trabajo hacer.

- Discúlpame, he tenido un día muy ocupado y tuve que salir a última hora. Tengo sed. – dijo intentando formar una sonrisa pero solo le salió un bostezo. Tomo las dos latas de soda que yacían en el suelo y se bebió de un tirón lo que quedaba de ellas – deseo ir a dormir ahora mismo. Buenas noches.

Perplejo, vi como Elisa pasaba por debajo de mi brazo y se iba rumbo al corredor que separaba ambas habitaciones. Dio un golpe seco a la puerta y a los pocos minutos comenzó a roncar. Yo aún estaba de pie con la puerta a medio abrir. 

Y así pasaron las semanas. Todos los viernes, Elisa llegaba muy tarde y con los mismos síntomas de cansancio extremo. No voy a negar haber sentido celos en un inicio, de todos modos, mi estancia con Elisa era casi la de una vida de pareja pero sin contacto por lo que había desarrollado un afecto muy fuerte hacia ella pero sin el valor necesario para decírselo. Esto me ponía en una situación muy incómoda pues yo podría estar sintiendo un huracán pero Elisa solo una brisa. Lo razoné y supe que no había razones para estar celoso si la razón de sus desapariciones todos los viernes era por la salida furtiva con algún apasionado amante, de todos modos, yo también debería estar haciendo lo mismo. 

Lo que sí realmente me disgustaba era tener que esperar hasta la madrugada a Elisa todos los viernes para abrir la puerta. ¿Por qué no entregarle la llave? Por una sencilla razón, Elisa tenía tanta memoria como una canica. Era sumamente olvidadiza y distraída por lo que confiarle una llave sería como invitar a los ladrones a entrar por la puerta grande (razones para pensar ello no me faltaban puesto que ya habían robado varias veces en otros departamentos del edificio) por lo que era necesario que permanezca semidormido en el sillón hasta que la señorita entrase, se bebiese todo el agua que encuentre a su paso y se vaya a dormir. 

Una madrugada, mientras escribía en mi biblioteca, Elisa entró con camisón de Pijama para ver que hacía. 

- Hola ¿Preparas un nuevo cuento? – me preguntó mirándome con sus ojillos pícaros, ansiosa de saber que trama desarrollaría ahora.

- Sí, estoy pensando en un cuento de terror pero no se me ocurre nada concreto aun – dije mientras cerraba la pantalla de la portátil.

Elisa asintió con la cabeza y se sentó encima de la alfombra como Buda meditando. Aun me miraba fijamente.

- ¿Tienes algo que hacer los viernes? – me preguntó directamente, antes que pudiese reaccionar a su repentina sentada en el piso.

- Ehmmmm supongo que ver mi serie de televisión – dije como intentando hacerle recordar que antes teníamos una rutina juntos. Ella lo obvió.

- ¿Pero no sales a divertirte? – me volvió a preguntar.

Estuve tentado a decirle que no me interesaba salir con su hipotético novio o con sus amigos a alguna fiesta, que lo mío era la tranquilidad y un buen libro, pero conociendo lo distraída que era mi compañera, solo atiné a decir:

- Me estoy divirtiendo ahora. 

- ¿Quieres salir conmigo el viernes por la noche para ir por diversión? – dijo Elisa ignorando completamente, como ya lo había advertido, lo que mencioné. Su propuesta me resulto rara.

En el ya más de un año que llevaba viviendo con Elisa ella jamás me había hablado de “salir a divertirse por la noche”. Lo rechacé de plano, odiaba los ritmos contemporáneos y los espacios donde hubiese demasiada gente. 

- No – dije escuetamente. Al darme cuenta de la brusquedad de mi respuesta, intenté añadir algo – los viernes me toca escribir algo y no puedo ir por ahí pensando en tramas mientras me divierto.

Elisa me miraba sorprendida, como si algo no le cuadrara en mi respuesta. Finalmente sonrió.

- Sería bonito compartir más momentos contigo – dijo tiernamente.

Me vi tentado a decirle que sí, que con ella me iría hasta el fin del mundo pero me contuve. Pensar que ella ya salía con alguien los viernes por la noche me hería en el orgullo.

Pasaron más semanas y ya se me había hecho costumbre esperar a Elisa hasta altas horas de la noche. A veces llegaba sumamente cansada pero con una sed de camello (aun no encontraba explicación para la sed), bebía lo que había cerca y se metía a su cuarto en un estado semiconsciente por el cansancio.

Algunas tardes que Elisa iba al trabajo, yo iba corriendo a su recámara para revisar si habían preservativos en su bolso para poder así confirmar mi sospecha del amante, pero nada. Elisa simplemente iba y venía los viernes con el mismo agotamiento de siempre. Pronto ella se volvió aún más adicta a las novelas de terror, la leída de noche y de día. Cuando nos encontrábamos almorzando en el comedor, Elisa solía contarme sobre sus historias favoritas y sus autores de terror favoritos, al poco tiempo ella se convirtió en una verdadera erudita del género terrorífico. 

También me confesó que hacía meses asistía a un club de amantes de la literatura del terror que se reunían todos los miércoles en el Boulevard de Jirón Quilca a conversar y discutir sobre nuevas historias que iba encontrando y que se había hecho íntima amiga de una tal Brenda, tía solterona que había pasado su vida leyendo novelas de terror y siendo amante en secreto y a distancia de la memoria de Lovecraft. 

Por mi parte, siempre que Elisa me insistía para que la acompañase los viernes a ir por diversión, yo me negaba rotundamente. A veces Eli desistía al primer intento, pero en otras ocasiones insistía como si se tratase de algo personal. Pero siempre el resultado era mi negativa.

Hasta que un día ella decidió cambiar de estrategia. 

Nos encontrábamos viendo la TV mientras comíamos los restos de pizza que quedaban en el fondo de la caja cuando Eli tomó el control remoto y apagó la TV de golpe. 

- Ven conmigo – dijo sin mayores preámbulos mirándome.

- Ahora no, necesito comenzar a escribir una nueva narración – dije un poco confundido por la repentina acción de Elisa.

- Hoy no, el viernes – dijo ella mirándome a los ojos intentado nuevamente convencerme.

- Sabes mi respuesta – le respondí mientras intentaba quitarle el control pero ella lo arrojó al otro lado de la sala.

- Necesito que sepas algo de mí – dijo ella firmemente sin prestar atención al control remoto que se había desarmado producto de la caída – una vez que lo sepas depende de ti si deseas que siga siendo o no tu compañera de piso.

Me quedé perplejo, nunca había visto a Elisa tan seria. Me molestaba saber que Elisa seguiría saliendo por las noches los viernes pero me aterraba pensar que ella se iría para siempre. Solo me quedaba una salida.

- ¿Por qué es tan importante? – pregunté mirándola inquisidoramente yo.

- Porque es parte de mí ahora y me gustaría que lo vieses – respondió ella con su sonrisa de niña.

- ¿Estás saliendo con alguien? – pregunté sin poder contenerme.

Elisa sonrió coquetamente y se puso de pie para ir a recoger el control remoto. Tras poner las piezas en su lugar, prendió la TV y se recostó a mi lado en el sillón.

- El viernes lo sabrás – me dijo finalmente. 



V

- Ya son las diez de la noche – me dijo Elisa entrando a mi biblioteca sin tocar, como de costumbre – hay que ir subiendo al auto.

De mal talante y resignado a pensar que lo más probable sería que Elisa me llevaría a algún bar con sus amigas para presentarme o, en el peor de los casos, para salir con algún irracional novio, cogí las llaves del auto que dejaba debajo de uno de mis libros favoritos y me encaminé a la cochera del edificio. 

Eliza ya me esperaba dentro. Se había colocado el cinturón de seguridad mientras sonreía detrás de las lunas delanteras mientras yo me iba a colocar en la posición del chofer.

Tras arrancar el auto, Elisa prendió la radio y buscó alguna emisora de pop contemporáneo. Aún más malhumorado, comencé a acelerar por la carretera casi vacía que se iba para el Sur. En el camino, Elisa me iba contando historias de su niñez y de los amigos que había ido conociendo en aquellos años, yo por mi lado, asentía a cada rato, oyendo muy poco, como si tuviese una pelotilla de goma pegada en la papada que hacía que rebote mi cabeza una y otra vez. Elisa me iba guiando.

- Dobla por este lado.

- Sal por este otro.

- Ingresa por esta calle.

Llegó un momento en que comencé a perderme ya que Elisa me llevaba por calles que yo no conocía, en eso miro el marcador de combustible. Marcaba en “Bajo”.

- Eli, necesito que pasemos por un grifo para llenar de combustible el auto – pregunté mientras examinaba preocupadamente el tablero de indicaciones. Elisa asintió.

Elisa asintió y dijo que había un grifo a tres cuadras de allí. Fuimos.

Le indiqué al empleado que le pusiera medio tanque y bajé del auto para comprar cigarrillos en el market, Elisa, con la delicadeza de un infante, me acompañó. Mientras estaba en caja pagando el precio de los cigarrillos, Eli tiró de mi casaca intentando avisarme de algo.

- ¿Podríamos comprar agua? – preguntó aprehensivamente mientras cogía la botella más grande. Asentí.

Entonces recordé qué tenían en común todos esos viernes en que Elisa llegaba sumamente tarde. Lo primero que buscaba era una fuente de agua para beber y luego se iba a dormir. Estuve tentado a preguntar la razón en aquel momento pero Eli a se iba en dirección al carro.

Volvi a manejar y Eli seguía con su perorata de hacía unos minutos. Cuando observé mi reloj, vi que este ya anunciaba las once de la medianoche. 

- Eli ¿Por qué tenemos que ir tan tarde a una reunión de amigas? – pregunté mientras veía que cada vez se hacía más tarde y a Elisa no parecía importarle.

- Nadie dijo que era una reunión de amigas – dijo serenamente

Continué manejando en silencio y llegó lo que me temía. Había un gran cartel que rezaba “Saliendo de Lima”

- Elisa – dije ahora seriamente – acabamos de llegar a los límites de la ciudad y aun no llegamos a la dichosa reunión que dices. ¿Nos has perdido, no?

- No – dijo ella calmadamente y con su sonrisa de pony caricaturesco – es por allí, maneja de frente hasta que lleguemos al desierto.

Me sentí estupefacto. ¿Elisa quería que maneje fuera de Lima a estas horas a sabiendas que en el camino había un sinnúmero de asaltante?

- Eli, no pienso continuar. Allí afuera hay ladrones y delincuentes.

- Créeme que no – dijo Elisa ahora sin sonreír – al lugar donde vamos es seguro.

- ¿Hay algún local de eventos en medio del desierto? – pregunté sarcásticamente.

- Algo así – contesto Elisa seriamente – solo sigue la pista en línea recta, como si saliésemos de la ciudad.

Maldiciéndome a mí mismo por mi ingenuidad y afecto por Elisa, acepté. Tras quince minutos en silencio y al volante, la pista se había vuelto completamente oscura, solo brillaban los faros de otros autos que iban y venían ocasionalmente. Entonces Elisa me detuvo.

- Voltea por ese sendero – dijo señalando a un lado del camino.

- ¡Estás loca! – dije casi gritando y golpeando el claxon de casualidad – ¡Ese lugar es pura arena, las llantas se hundirán y no podremos sacar el auto cosa que nos pondrá en situación sencilla para algún delincuente!

- Ya he venido decenas de veces en el auto de otras amigas – dijo sin perder el tiempo mirando al cielo por momentos – no se hundirá, te lo aseguro.

Nuevamente maldiciéndome por mis sentimientos hacia Elisa, salí de la carretera para ir por el sendero desértico y, para mi sorpresa, el auto continuó su trayecto como si de una pista se tratase. Ya más calmado, decidí preguntarle a Eli algo que se caía de evidente.

- Elisa ¿A dónde estamos yendo? 

Elisa respiró profundamente y cerró los ojos, como si intentase tomar aire para algo muy serio y de difícil explicación. Tras abrir los ojos me miró y dijo decididamente.

- Estamos yendo a ver la hora del diablo.




Epílogo

Manejé en silencio quince minutos más, temeroso de que pueda descubrir otra palabra incoherente en mi compañera que me hiciese confirmar que tenía algún tipo de problema mental. Ya eran las 11:30 de la noche. Repentinamente, Elisa me dijo:

- Detente. Desde aquí iremos a pie – dijo mientras se quitaba el cinturón.

Yo ya ni me resistí a dar mi argumento sobre los asaltantes a viajeros, simplemente la obedecí como para acabar con esto lo más antes posible. Cogí una linterna y salí del auto.

Mientras avanzábamos por el helado y arenoso desierto alumbrándonos con la linterna, logré ver algo. Una gran plataforma circular de piedra estaba allí, en medio de la nada. Me sorprendió y asustó.

- Elisa ¿Dónde demonios estamos? – pregunté muy asustado mientras iluminaba la plataforma. Era completamente circular y muy espaciosa. Allí podrían caber fácilmente más de 50 personas,

Mi compañera no respondió. Entonces un repentino sonido de decenas de motores encendidos rompió el silencio. 

- ¿Qué es eso? – pregunté más asustado que confundido.

- Ya llegaron los invitados – dijo seriamente ella mientras hacía gestos con los brazos en alto en señal de saludo.

Una treintena de autos llegaron y se situaron a la misma distancia del nuestro con respecto a la plataforma. Casi cincuenta personas caminaban en dirección a la plataforma. Algunos nos saludaban con un gesto, cosa que hacía que Elisa los salude muy alegremente, mientras que otros apenas notaban que fuimos los primeros en llegar. Todos subieron y se comenzaron a acomodar de pie allí, para que nada se quede afuera.

- ¿Elisa, qué va a pasar? – pregunte aun sin entender que tenía que ver esto con las llegadas nocturnas de mi amiga a casa en un estado de fatiga extrema. 

Eli me miró y noté en su mirada algo que jamás había visto antes. Una seriedad madura. Elisa me cogió de las manos y me dijo mirándome a los ojos.

- Si a partir de esto tú ya no quieres verme, te entenderé – dijo seriamente. Yo solo temblaba de miedo y frío. Ella no – faltan diez minutos para que inicie la “Hora del diablo”. Si el miedo te invade, toma el auto y vete lo más rápido que puedas. No te preocupes por mí, yo iré con Brenda quien es la que me presentó a este club. Ella siempre vela por mi seguridad los viernes aquí.

Busqué con la mirada a Brenda, su solterona amiga, y la encontré unos metros más allá conversando animosamente con un par de chicos. No hice ningún gesto, Eli tomó eso como un sí.

Entonces sonó el timbre de mi reloj de pulsera. Eran las doce de la medianoche.

Como si de un interruptor se hubiese tratado, todas las personas dejaron de conversar repentinamente. Todas se hallaban de pie en sus lugares, como si esperasen algo. Elisa soltó mis manos e hizo lo mismo. Cerró los ojos y me di cuenta que todos estaban en la misma posición. Me invadió el pánico y me sentí tentado a ir corriendo al auto pensando en que esto nunca había pasado, pero el terror aun iba a empezar.

En el ya oscuro desierto, las negruzcas nubes se arremolinaban por encima de ese extraño club de diversión, como si intentase cubrir toda la zona de la plataforma de piedra. Yo me encontraba de pie, con las piernas como mantequillas por el miedo cuando vi que entre las nubes, una sombra oscura, tan oscura como el azabache, comenzaba a formarse por encima de todos.

La sombra tenía una forma humanoide y descendía de las negras nubes como una araña monstruosa desde su telaraña neblinosa. El espectro se comenzó a pasear y dar vueltas por encima de aquel grupo de personas, como si intentase provocar algo. Ahogué un grito.

Repentinamente, como si de un dominó se tratase, decenas de personas caían al piso, convulsionando y gritando de dolor, atormentados por la sombra. Saqué mi celular para pedir ayuda a la policía pero este marcaba “Sin señal”. Tomé de los brazos a Elisa pero ella no se movió. La sombra vino hacia nosotros.

Elisa se tiró al piso y comenzó a convulsionar violentamente. Daba débiles gritos y la espuma le cubría la boca. Horrorizado en medio de aquel mar de personas que yacían en el suelo dando bruscos movimientos, como poseídos, me vi tentado a irme a toda velocidad al auto y olvidarme de todo, pero no me iría sin Eli.

Tras quince minutos de agonía terrible, los cuerpos fueron dejando de temblar y convulsionar. La sombra había desaparecido y Eli ahora yacía inconsciente en el suelo, aun con marcas de espuma por el borde de su boca.

La gente poco a poco se iba poniendo de pie, con algo de dificultad, y se iban en grupos de dos o tres a sus autos, despidiéndose entre ellos hasta el siguiente viernes. Nada tenía lógica. Entonces allí Eli abrió los ojos.

- Eli, querida – dije intentando no perder la cordura por todo lo que había visto aquellos minutos – vámonos al auto, te llevaré al hospital. No te encuentras nada bien.

Elisa hizo una negativa lenta con la cabeza mientras intentaba ponerse de pie. La cargué.

- Solo vamos a casa – dijo débilmente – y dame la botella de agua que compramos en la estación. Mañana me mudaré si así lo deseas.

Cargué a Eli en silencio hasta el auto y ella bebió allí todo su contenido, casi sin dar pausas. Pisé el acelerador y puse retro.


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