lunes, 31 de octubre de 2016

La Cita (Segunda Parte)

Si aun no has leído la PRIMERA PARTE de este cuento, dale click AQUÍ

I

- ¡Carajo, ven a ver esto! – estalló en mis oídos junto con una palmada en mi hombro que desvío mi omóplato, al menos, dos centímetros.

Salí al pasillo del colegio, aun adormecido por el brusco despertar de mi siesta durante la clase de química, había comenzado el recreo. Ciro me llevó hacia la zona donde podía ser vistas la parte de atrás de los pabellones, comúnmente conocido como “Zona de Ligar” por la cantidad de personas que iban allí a declarar su amor a chicas que reían por tan teatral petición en un lugar que tenía todo menos un ambiente romántico. Y es que la parte de atrás de los pabellones te aseguraba la dignidad por si había un “No” (dignidad que duraba unas horas hasta que suene el timbre de salida donde la noticia corría como fuego en papelería) y no sufrir un linchamiento masivo de vergüenza en el momento o también te daba un espacio para un “Sí” para consolidar la nueva relación con un intercambio de gérmenes bucales donde nadie te viese y te pudieses asegurar unos segundillos de pasión en privado.

Lo que me mostró Ciro me dio un tirón en el estómago de pesar pero ya me estaba acostumbrando. Para él era novedad, para todos en realidad la noticia salía a la luz recién, pero para mí la situación ya se iba anticipando desde la semana pasada.



II

- Mierda ¿Es un chicle lo que tengo en el cabello?– gruñó en voz baja Peter tratando de moverse lo menos posible en la fila de la formación pero llevándose una mano hacia su empalagoso cabello.

- Acertaste mi oscuro amigo – se burló Esteban desde el cuarto lugar de la fila mientras guardaba la caja de goma de mascar.

- No te muevas – suplicó Robin quien era el policía escolar, cargo casi inútil en ese penal en miniatura – o nos van a castigar a todos.

Era un lunes de formación antes de ingresar a las aulas, y como ya era costumbre, las bromas contenidas por el fin de semana se iban materializando en la fila de formación. Lapos, patadas discretas, chicles lanzados al aire que iban a coronar desafortunadas cabezas entre otros, iban sazonando la mañana. Yo me encontraba en la parte final de la fila (por obvias razones de seguridad) mientras intentaba no mover un músculo ya que el instructor de disciplina nos vigilaba como si fuésemos convictos a punto de ingresar a las celdas. Razones no le faltaban.

La ceremonia se tornaba aburrida, inútil y rutinaria. Unas posiciones militares desfasadas, un himno nacional cantado con modorra, unas palabras sobre fechas cívicas que, a veces, hasta sonaban inventadas, y luego venía lo que animaba algo la mañana: El número especial presentado por algún alumno (usualmente alguien castigado).

- … Y para cerrar la mañana – dijo el director Marín, un coronel en retiro que tenía tanta paciencia como un gato en la ducha. Se escuchó un notorio suspiro de alivio. Los pies ya dolían - tenemos un número de declamación por parte de una alumna nueva que se ha integrado recién a la institución educativa.

Mi cabeza, que se resignaba a no ver nada por estar atrás de tanto gorila, se estiró a tal punto que sentí que me aparecía una nueva vertebra. Sería que…

- Recibamos con un aplauso a la señorita Kattia P. M. quien recientemente se ha unido a esta familia y está deseosa de poder conocerlos a todos…

“Créeme Marín, nosotros también…” Suspiré por dentro. Continué mirando.

- … Y honrará esta fría mañana con un poema, mostrándonos así la sensibilidad artística que debe tener un miembro de esta distinguida casa de estudios. Un aplauso para la señorita P.

Los aplausos resonaron por todo el local, y colados entre ellos silbidos, juramentos, y piropos lujuriosos. Lo normal.

Dios mío, si tenía la delicadeza de un cisne. Kattia salió de su fila y sentí que se llevó la luz con ella (luego supe que, oportuna y teatralmente, una nube pasó en aquel instante frente al sol). Daba pasos como si estuviese en una pasarela, la falda a cuadros estaba a un nivel que sugería entre “no vengo de un convento” y “no te será tan fácil llegar ahí”, Dios bendiga su sastre. Una espalda recta, contraste notorio con nosotros que parecíamos eslabones perdidos de la evolución, hombros delicados y brazos de movimiento grácil al caminar, daba la impresión de ser un delicado molino donde gustosos todos cumpliríamos el rol de Quijotes allí. Kattia, con esa sonrisa con hoyuelos que tanto nos gustaba, subió al desgastado estrado y saludó al director con una reverencia que inclinó la falda unos tres centímetros.

“Válgame Dios bendito” Se escuchó entre la multitud de zombies hambrientos por tener un pedacito de ella.

Kattia tomó el micro y miró al público. No hubo, ni habrá en este mundo, un público más atento que el de aquella mañana. Suspiró y metió la mano dentro de su bolsillo para sacar un papel. Luego habló.

- Tengo el agrado de dirigirme a ustedes, queridos compañeros, para recitar un poema que leí hace poco en uno de los recreos…

Que acento, que voz, que postura, que gracia. Su cuerpo hablaba por ella y yo le escuchaba. Su boca solo era un conjunto de perlas que se mostraban y ocultaban por momentos, el verdadero discurso era su presencia misma. Casi ni noté que dijo “que leí hace poco en uno de los recreos…”.

- … que por cierto no he tenido la gentileza de agradecer por ello, pero el poema por ahora es anónimo – dijo, no sé cuántos le escuchaban realmente, la mayoría solo miraba del cuello para abajo. Entonces yo salí de mi trance. ¿Anónimo?

Extendió la hoja y noté un carboncillo familiar. El cuerpo se me comenzó a escarapelar y sentí que las piernas iban perdiendo fuerza. Será que...



Eres mi cultura,

Eres mí pensar,

Eres la dulzura,

Eres mi amar…

Las palabras salían de esos labios como puñales y mi corazón era la diana. ¡Eso no es anónimo! ¡Eso es mío! ¿Cómo llegó a ella? Luego recordé.

- Estúpido granudo de m… - comencé a decir mientras miraba a la fila del costado buscando a Jordan pero sentí un golpe inmediato en el estómago que me dejó sin aire. Era Raffita, que se encontraba delante de mí, quien, irónicamente, me salvo de ser visto por el instructor que asomaba la cabeza por encima de las filas para buscar al responsable de la casi palabrota.

Maldito infeliz, se atrevió a eso. Me cagó con mi propia creación. Fui humillado con mis propias armas y ahora me tocaba ver la victoria del otro. Y lo peor de todo ¡le costó cinco soles! Por otro lado, haciendo un poco de mea culpa, yo nunca hubiese tenido el valor de acercarme a ella para entregárselo así que en parte tengo la responsabilidad pero eso no evita pensar que me vieron la cara de idiota a nivel institucional. Aunque no todo estaba perdido, Kattia cree que el poema es anónimo y mientras se mantenga así aún hay chances para darme a conocer. Solo tenía que esperar hasta el recreo para poder actuar rápido y decirle que yo era el arquitecto de aquella obra, sí, eso era, solo esperar hasta el recreo. Lo que nunca pensé era lo que iba a suceder a continuación.

Como adivinando mis pensamientos, desde la otra fila me miraba fijamente Jordan. El sudor corría por su frente y movía las manos como estrujando su propia alma. Dentro de él se libraba una batalla interna que tendría un inesperado desenlace. Nunca supe cómo me leyó la mente ni cómo decidió hacerlo solo vi que lo hizo.

Rompiendo una fila de disciplina militar, Jordan salió a un costado y caminó rumbo al estrado de formación. Cientos de atónitos ojos lo seguían y por dentro se hacían una elemental pregunta: “¿Pero qué carajos? Los auxiliares e instructores no reaccionaron a tiempo al ver como un alumno del último año subía las escaleras del podio y se ponía al costado de la musa de nuestra adolescencia.

Kattia, tan confundida como nosotros, retrocedió unos pasos temerosa de lo que podría pasar cuando Jordan tomó el micro de sus manos y, mirándola a los ojos, terminó por coronar la mañana como uno de los momentos más increíbles de nuestra adolescencia.



Eres una rosa,

eres una flor,

una mariposa,

eres el amor.



El colegio enmudeció con aquella declaración de amor tácita. Se podían sentir los latidos de un mosquito si afinábamos más el oído puesto que nadie dijo una sola palabra. Entonces, de pronto, desde la fila de Kattia, un timorato intento de aplauso comenzó a surgir y se contagió por todo el colegio. Los aplausos retumbaban por las paredes, por las losas, por los baños y por las oficinas. Era el triunfo vestido de acústica.

Jordan, aun de pie al frente, miraba a Kattia como suplicante. La pobre adolescente estaba roja como el alba y solo acertó a guardar la hoja de papel y sonreír mientras el colegio estallaba en asombro.

Demás está decir que lo suspendieron por una semana. Demás está decir que Jordan ascendió a una categoría de leyenda. Demás está decir que había sido el tema de conversación los últimos días y demás está decir que la frustración me consumía.

Nadie le creyó que era él el autor original del poema que llevó a un hombre hacia la victoria, todos me miraban a mí pero tomaban el asunto como si fuese algo de negocios. Yo, para evitar preguntas incómodas, lo reafirmaba.

“Sí, esto fue planeado”

“Sí, todo salió dentro de lo esperado”

“Sí, estoy muy feliz por ellos”

En las últimas semanas me había salido “competencia” en el negocio de poeta a sueldo, pero haber hecho que una fábrica de acné como Jordan estuviese con la chica más deseada del 7224 me ponía inmediatamente por encima de cualquier competencia. Mi trabajo fue más valorado y podía cobrar lo que desee. Al menos ese fue el lado positivo.

- ¿Los ves? – me dijo Ciro apuntando hacia la parte trasera de los pabellones con un dedo coloreado por los snacks – ese maldito lo logró, y fue gracias a ti. Tienes que hacerme esa clase de trabajos desde ahora.

Yo solo asentí y me resigne a pensar que ese manojo de besos, abrazos y caricias que se realizaba en la parte trasera de los pabellones pude haber sido yo si tomaba la decisión correcta en el momento correcto.



III

- ¡Esto es demasiado caro! – rugió Jordan golpeando la mesa con el puño. Como un Galileo adolescente con menos genialidad pero, en compensación, más acné.

- Ya te llevaste el premio mayor muy barato, Jordan – le dije a quien en adelante se convertiría en mi principal financista – mantenerla a tu lado es otro precio.

Sobre la carpeta descansaba un papel que contenía el poema semanal que Jordan le “escribía” a Kattia. Parte fundamental para su relación puesto que ella pensaba que su pareja era el próximo nobel de literatura.

- Te puedo pagar treinta – suplicó Jordan tomando el papel con desesperación – pero sesenta soles es demasiado.

- Es eso o los haces tú – dije mirándolo por encima de mis gafas.

Jordan sopesó las palabras con ira. Él sabe que en el fondo tenía razón, Jordan era como un primate para la literatura. Metió la mano con furia a su bolsillo y sacó, lo que probablemente era, el dinero semanal para su almuerzo.

- Quiero un buen trabajo – dijo antes de salir de mi aula y justo a tiempo con el timbre de finalización del recreo.

La puerta se cerró de un portazo y tomé el dinero. Si bien me ardía en el alma el hecho que él se llevase el crédito de todo, al menos, en parte de compensación, debía sacar algo a cambio. El dinero no me llenaba pero al menos lo incomodaba a él.

Y así pasaron las semanas y los días sosteniendo a una de las parejas más extrañas del colegio. Primero fueron cartas, luego fueron poemas. Tiempo más tarde comencé a escribirle dedicatorias a todo lo que Jordan le compraba.

- ¿Estás seguro que un chocolate merece llevar una dedicatoria? – dijo Jordan rascándose la cabeza como un simio ante una paradoja – Yo lo veo algo muy cotidiano.

- ¡Dudas mi gentil amigo! – grité teatralmente asustando a dos palomas del viejo árbol de manzanas (sin manzanas) – A las chicas les gusta los pequeños detalles en todo lo que posean.

- Pero tus detales me salen caro, Gaffitas.

- Tu relación le salió cara a otros – dije guiñándole el ojo entre dolido y codicioso por más ganancias.

Para su primer aniversario, yo le había preparado una de las funciones más elaboradas del mundo escolar. Una declamación en vivo, al pie de su casa durante la noche.

- Gaffitas, me cago de frío – dijo Jordan sosteniendo un ramo de rosas y en camisa a dos cuadras de la casa de Kattia – estoy nervioso.

- Descuida Jordan – dije ajustándome cómodamente la chalina. Hacía un frío de mierda - ¿Qué es el frío para este inquebrantable amor?

- ¿Quieres que te diga? – dijo indignadamente el muchacho mientras tiritaba – Son más de doscientos soles.

En el fondo sabía que había exagerado con el precio. Pero me aguanté.

- ¿Te has aprendido tus líneas? – le pregunté mientras ajustaba el botón de su camisa y chupaba un dedo para ponerlo al aire y saber en qué dirección iba el viento – Norte a Sur, tenemos que cambiar ese peinado o sino parecerás un Punk cuando llegues a su casa.

No salió tan desastrosamente como lo había pensado. Jordan, sudando a tal punto que me comencé a preocupar por una inminente deshidratación, avanzó hacia su puerta más elegante que nunca (incluyo su bautizo, graduación de primera y, posteriormente, su graduación secundaria). Por dentro, yo me partía de risa y, en lo más recóndito de mi ser, esperaba un fracaso. Pero no, el maldito se aprendió bien sus líneas.

Declamó en voz tan fuerte que pronto los perros se unieron para formar un simpático coro. Ante el molesto ruido, Kattia salió al balcón vestida de gloria (si hasta en pijama la bendita parecía de otro mundo) con la intención de gritar un ¡Fuera! al perro más cercano pero solo encontró a otro tipo can. Tras la declamación, la muchacha bajó emocionada a abrazar a su sudoroso trovador y le estampó un beso que solo Dios sabe a qué sabría.

De lejos, mirando como estos John y Yoko sellaban promesas de amor que se reflejaría en nuevos ingresos para mí, me resigné a pensar que la única manera de verla sería por medio de esta situación. Entonces, en medio de ese abrazo que justificaban con creces los doscientos soles del joven muchacho, destapé una lata de cerveza y me senté al borde de la vereda esperando que los tortolitos terminen su número para así irme a casa y pensar en que gastaría el botín.



Epílogo

- ¿Cargo? – dijo la secretaria rutinariamente mientras hacía el documento para mi sanción.

- Robó las rosas del patio principal – dijo bruscamente el auxiliar mientras me miraba sentado en una de las sillas de Departamento de Disciplina.

- Bien – dijo mientras chupaba la parte trasera del lapicero – tendrá que quedarse hoy una hora después de la salida arreglando el Departamento de Educación Física. Ese lugar es un asco y se necesita un aseo urgente. Para tal caso, tengo otro sancionado que lo acompañará en la labor.

Volví al aula sintiéndome miserable. Si bien las rosas eran para vendérselas a Jordan (por lo cual cobré un buen dinero), la sanción malograba mis planes por la tarde. Pero qué más da.

El timbre de salida sonó a las seis de la tarde y mientras todos iban a sus casas, cansados por las labores del día, yo estaba yendo en dirección contraria rumbo al Departamento de Educación Física armado de una escoba y un recogedor para cumplir mi pena. Al menos habría distracción pues él conocía a todos los sancionados ya que siempre eran los mismos.

Comencé barriendo el corredor y luego limpiando los estantes cuando sentí que, al otro lado, la puerta se abrió. Probablemente era mi compañero de castigo.

Tiré al piso el paño para ver de quién se trataba y echarnos un rato en el piso mientras conversábamos y veíamos como llegaba la noche por las ventanas cuando la vi y me paralicé. No era él, era ella.

- Bonitas rosas – dijo Kattia mientras pasaba con un dedo la polvorienta estantería, como comprobando hace cuanto alguien no entraba allí a hacer un mantenimiento.

- Te equivocas, yo no… - comencé a tartamudear intentando reponerme del asombro pero seguía en shock. Kattia continuó.

- Quizá sea la última vez que te vea – dijo mirándome con una dulzura que hizo que se me haga un nudo en la garganta – ya no volveré nunca más a este lugar.

Sus palabras me cayeron como un balazo. Quizá lo correcto hubiese sido preguntar “¿Y Jordan?” pero lo primero que pensé fue “¿Y qué será de mí?”.

- Ya hemos cumplido tres meses y hasta ahora no me ha besado mi pareja – dijo mientras se recostaba en el armario con los brazos cruzados. Yo no entendía nada. Había visto a Jordan y a ella besándose apasionadamente en la parte trasera de los pabellones casi a diario.

- Pero si todos te han visto con Jordan atrás de los pabello… - comencé a decir pero Kattia me calló con un suave “Shh”.

- No me has entendido. El único que sabe quién es mi pareja eres tú – dijo Kattia y me entró un vuelco al estómago- y hoy cumplimos tres meses. Por eso vine para agradecerte por las rosas, por los poemas y por las dedicatorias.

Me sentía desnudo, perdido y completamente confundido. Jordan me mataría mañana, o probablemente lo harían sus amigos al enterarse que el plan salió a la luz. Kattia continuó.

- Hoy cumplimos tres meses de estar “casi” juntos, Gaffitas – dijo y me sorprendí de que sepa mi apodo – si tan solo te hubieses atrevido a preguntar…

Tanteé el estante más cercano para no desmayarme por la revelación. Lo sabía todo, siempre lo supo. Vivió “nuestra relación” a través de Jordan. Era hombre muerto.

Entonces, sin pensarlo ni adivinarlo, ella se acercó rápidamente hacia mí y pegó nuestros labios solo unos cuantos segundos. Sentí los ruidos de la naturaleza y vi revelarse ante mí planetas, galaxias, constelaciones y nebulosas. Un concierto natural acompañaba ese momento inolvidable y sentí la sangre golpear mis oídos con la furia de un torrente. Luego todo se acomodó.

Kattia se despegó y se dio media vuelta. El reloj de la pared marcó las siete de la noche y la chica cogió su bolso y se fue rumbo a la puerta. Antes de salir y dejarme parado allí en tan poco romántico lugar, me dijo sus últimas palabras.


- Feliz tercer aniversario.




BattlegroundHunter.exe

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