viernes, 3 de abril de 2015

La puerta de los dioses



ADVERTENCIA: PARA PODER ENTENDER MEJOR ESTE CUENTO, ES NECESARIO HABER LEÍDO “Las Fuentes Eternas” y “La Apoteosis” PUESTO QUE ESTÁN ESTRECHAMENTE RELACIONADOS. AMBOS CUENTOS ESTÁN PRESENTES EN ESTE BLOG.



La llamaban “la sabia”, “la erudita”, “la señora de los tiempos”, “la memoriosa”, “la historiadora” entre otros adjetivos. Esto no era para menos puesto que la labor de Klío fue siempre la misma: registrar los hechos de la Metrópoli, y sus provincias, en la Gran Biblioteca. 

Nadie sabía, exactamente, la edad de Klío. Algunos le atribuían la edad común de un mortal, otros decían que había vivido casi diez veces la vida de un hombre común y corriente, sin embargo, lo más ancianos decían que cuando ellos eran jóvenes, Klío ya se encontraba allí, con la misma apariencia y en las mismas labores.

La Gran Biblioteca estaba en una de las partes más elevadas de la Metrópoli. Entre el Coliseo y el paseo de Pirámides, se podía observar una construcción rectangular inmensa. Techo triangular, como la corona de una pirámide, sostenido por numerosas columnas de mármol. En su interior, se encontraban cientos de miles de estantes que contenían toda la sabiduría acumulada por su pueblo a través de los tiempos. Guerras, mitos, problemas, bonanza, predicciones e inventos, se encontraban plasmados en numerosos pergaminos a lo largo y ancho de la Gran Biblioteca, puesto que, uno de los peores temores de aquella sociedad era el de perder lo mucho que habían logrado hasta aquellos días.

Era común para Klío, mientras esta organizaba los escritos, encontrarse por los pasillos de la Gran Biblioteca con algún sabio de la Metrópoli que la asediaba de preguntas con respecto a algún texto que había consultado. La sabia Klío, con un manejo diestro en distintas ramas del conocimiento, orientaba al sabio sobre qué lecturas complementarias podrían servirle para continuar con su objetivo. Grata sorpresa era para esta bibliotecaria, encontrar pequeños paseando por sus pasillos, desenrollando pergaminos que albergaban historias pequeñas o cuentos de los pueblos circundantes a la ciudad, Klío solo sonreía y continuaba con sus labores.

Sin embargo, no todo era tan sencillo en la vida de la bibliotecaria. Había algunas funciones que escapaban casi de sus límites. Era cierto que, la historiadora, tenía que rendirle fidelidad al rey de turno, pero Klío había sido investida en su cargo por autoridades que precedían al rey, incluso al primer rey.

Allá, en tiempos remotos, cuando la tierra era un amasijo de turbulencia y guerras entre seres de leyendas, surgió un grupo de personas que lograron dominar algunos secretos de la naturaleza, su armonía y su lógica. Se hacían llamar: Los Faquires.

Conocieron el dominio de la magia y los elementos naturales para su uso controlado. A diferencia de las grandes bestias que peleaban en el exterior, los Faquires se reunían en altas montañas intercambiando conocimientos y experimentando, cada vez más, con magia más avanzada.

Pasados muchos años, los Faquires habían decidido poner orden en la tierra. Se trazó un plan para erradicar a los monstruos que la habitaban, a fin de poblarla por una sociedad racional con miras a una gran civilización.

Estos primeros magos trazaron el plan de exterminio en una de las montañas más importantes donde vivían: El Sacro. En El Sacro se planeó, por casi un siglo, la reconfiguración del mundo y los objetivos a futuro. Tras una gran cantidad de experimentos, la montaña quedó sumida en magia, formándose así, una especie de lugar sagrado en todo el planeta.

En efecto así fue. El Sacro fue un lugar de iniciación para Faquires nuevos que aspiraban la formación en los conocimientos velados a los ojos de otros seres. Su acceso solo era posible por medio de rigurosas pruebas establecidas por los líderes y la decisión final se tomaba en conjunto. Si el aspirante era aprobado, se unía a aquel linaje mágico; si era rechazado, vagaría por el mundo errante castigado con la inmortalidad para que pese sobre su alma la codicia que lo llevó a intentar pertenecer al grupo divino.

Klío era solo una niña cuando la guerra explotó. Monstruos y hombres entraron en batallas de proporciones titánicas remeciendo los cimientos mismos del mundo. A la fuerza incontrolable de las bestias se ponía en contraste la magia de los Faquires quienes intentaban equilibrar la balanza por medio de la manipulación de la naturaleza. La guerra parecía casi ganada cuando sucedió un terrible acontecimiento.

Zerus, el gran maestro de los Faquires, murió repentinamente una noche mientras este dormía. Los demás magos nunca supieron a qué se debió tan repentina muerte, pero ante la situación que se encontraban, no había mucho tiempo para reflexionar. Zerus fue enterrado en El Sacro en una ceremonia ultrasecreta a la cual solo asistieron un selecto grupo de magos. Pasada la ceremonia, el ejército de Faquires se volvió a organizar, pero nunca fue lo mismo.

Uno tras otro, fueron devorados, triturados o simplemente asesinados por las bestias titánicas. Pronto, el ejército Faquir se vio enormemente reducido a falta de un gran estratega. Noche tras noche se podían contar muchas bajas en El Sacro donde los asientos ausentes revelaban las ausencias de aquella jornada. A tanto llegó la masacre que estuvieron a punto de tirar la toalla y dejarle el mundo a aquellos monstruos gigantes para que continúen su reinado del caos y el terror.

Una noche, de aquellas tantas que se daban luego de la masacre, los Faquires decidieron que ya no habría ninguna baja más. Decidieron abandonar sus objetivos y dedicarse a vivir en El Sacro como sociedad armónica de acuerdo a sus ideales y expectativas. Crearon una gigantesca ciudadela de metal encima de la roca y sellaron sus entradas con la magia más poderosa que podía existir. Una vez culminado su proyecto, se desentendieron de lo que sucedía en el mundo para concentrarse solo en sus existencias. Pero la paz y la tranquilidad solo duraron una pequeñísima cantidad de tiempo.

Las bestias, quienes ya habían notado la ausencia de los Faquires, olfatearon en el aire el olor de su sangre mágica puesto que fue el manjar más dulce que probaron sus deformes labios. No tardaron en encontrar El Sacro y comenzaron su asedio. 

Las garras y los dientes iban mellando el metal que cubría la parte más alta de la montaña y los intentos de disuadirlos por parte de los Faquires eran casi nulos puesto que las bestias habían desarrollado una gran resistencia a la magia. Cuando estuvieron a punto de ver derrumbados sus sueños nuevamente, vieron lo imposible. Las bestias comenzaron a retroceder.

Un grupo de Faquires bajó de la montaña para ver lo que sucedía abajo y lo que vieron no fue suficiente para darle crédito a lo que observaban. Un grupo de personas, también magos como ellos, luchaban temerariamente contra los monstruos titánicos. La fuerza de su magia hacía retroceder a los monstruos y, en muchos casos, herirlos mortalmente. Ninguno de los Faquires presentes los había visto antes, puesto que solo iban vestidos con capuchas y mantones roídos y desgastados por el tiempo. Los magos volvieron a subir a la montaña llamando a un último asalto contra las bestias.

Luego de aquella breve batalla, los Faquires llevaron a estos misteriosos personajes a El Sacro donde fueron atendidos y elogiados por su valentía. Tras una larga conversación, este grupo de magos se hacían llamar “Los Nigromantes” y habían aprendido los secretos de la magia más prohibidos que la mente humana podría procesar. Su líder era un gran maestro de la magia negra llamado Luminoso. El Luminoso poseía un gran conocimiento sobre la magia de los Faquires y sobre su propio estilo de magia. Dotado de un increíble liderazgo, unió el ejército de los Faquires con el ejército de los Nigromantes y comandó la última batalla contra las bestias.

La batalla fue un éxito inmediato. Las bestias desaparecieron del mundo y los hombres reinaron, pero las desgracias aun no acababan.

Luego de la victoria, todos regresaron a El Sacro para festejar el cumplimiento de sus objetivos. En medio de tanta comida y bebida, los ánimos estuvieron a flor de piel. Nigromantes y Faquires se enfrascaron en lo que primero fue conversaciones amables sobre sus estilos de magia y, luego, discusiones con respecto a quien de los dos sería nombrado como la estirpe triunfadora. La discusión estalló y uno de los Nigromantes, del cual Klío ya no recuerda su nombre, convocó un relámpago negro que fulminó instantáneamente a uno de los presentes. 

De ser una celebración por derrotar a un enemigo excesivamente poderoso, paso a ser otro campo de batalla en medio de El Sacro. Los cuerpos se calcinaban, desaparecían, ardían o caían de la montaña de acuerdo a las habilidades invocadas. Pese a que los Nigromantes poseían el poder de la magia negra, sus habilidades se vieron sumamente afectadas por la gran concentración de poder en El Sacro. Los Faquires tomaron el control de la situación asesinando hasta el último de los magos negros, pero había uno el cual parecía casi invencible.

El Luminoso se deshacía de cada Faquir que intentaba detenerlo con tan solo un movimiento de sus largos dedos. Era prácticamente invencible. Cuando llegó a la élite de los magos, reveló la identidad de los Nigromantes. Todos ellos habían sido rechazados en la admisión como aprendices de Faquir en su momento. Al ser condenados a la inmortalidad, todos iban a parar a los confines de la tierra, observando lo que sucedía en ella y con sus habitantes. El más destacado de ellos, El Luminoso, había decidido aprender los secretos antiguos por su propia cuenta, descubriendo un tipo de magia mucha más poderosa, pero a la vez peligrosa, que la de sus rivales. Juntó a los desterrados en un solo lugar y juntos aprendieron este nuevo arte, llegando a perfeccionarlo a tal punto que llegaron a poseer más poder que los mismos Faquires.

Enterados de la batalla librada por sus adversarios, apoyaron su causa con la intención de tomar El Sacro y hacerlo suyo para poder complementar los poderes que les faltaban, pero todo había salido fuera del plan.

Los sabios de El Sacro expulsaron, por segunda vez, al Luminoso, restándole una gran parte de sus poderes para que no vuelva a ser una amenaza más. Una vez expulsado el líder de los Nigromantes, con todo su ejército ahora muerto, los Faquires pudieron completar su sueño.

Construyeron la gran Metrópoli en medio del mar, sobre una gran isla. El Sacro quedó deshabitado pues ello ya pertenecía a su pasado. Formaron pueblos poniendo una fuente de agua en cada una de ellas como recordatorio de su paso y diseñaron las imponentes edificaciones que decoran la Metrópoli actualmente. Establecieron un culto el “Sol Invictus” en la misma fecha donde ellos pudieron derrotar a los monstruos gigantes e hicieron el pacto de no comentar nunca a las generaciones venideras sobre el problema que tuvieron con los Nigromantes. Nunca más volvieron a saber algo de “El Luminoso” y la ciudad prosperó por muchos años gracias a las comodidades que daba la naturaleza fructífera de aquella tierra.

Pero fue justamente ese el problema. Existieron tantas comodidades en aquel lugar que pronto la magia fue dejada de practicar. Las nuevas generaciones ya no se interesaban en conocer los antiguos misterios y poco a poco se iba perdiendo el toque mágico en sus venas, deviniendo en hombres mortales (puesto que el aura de inmortalidad solo puede permanecer en un cuerpo mágico) con una vida muy corta. Para estas épocas, Klío era una de las pocas Faquires que quedaban aún.

Pasadas unas tres generaciones, el toque mágico era casi nulo. Klío y un grupo de trece Faquires veían con decepción que su raza se había degenerado y que todo el esfuerzo que habían hecho había resultado paradójico: Destruyeron bestias para crear otras bestias. Los Faquires no volvieron a revelar su naturaleza mágica a esas nuevas generaciones, actuando como hombres simples y corrientes. Lo único que aún conservaban estos nuevos hombres era el respeto por el Sol Invictus.

Tras cuatro generaciones, los catorce Faquires (entre los que se incluye Klío) tomaron una drástica decisión: Se irían de allí. Partieron un día de la Metrópoli rumbo a un lugar único en el mundo: El Sacro. Pese a que habían pasado cientos de años, El Sacro seguía conservando la misma aura mágica que la había protegido del acceso a las amenazas externas. Los pocos Faquires que quedaban, se reunieron allí y redactaron el testamento final de su raza antes de partir.

El pergamino era sostenido por los catorce Faquires y leído en voz alta luego de haber sido escrito por todos. Cuando se hubo terminado su lectura, y acabado algunos puntos, se le puso título: La Apoteosis.

Klío sostenía el pergamino de La Apoteosis en sus manos mientras observaba a sus compañeros hacer un último llamado mágico mirando hacia el cielo, pues allí se dirigían, a las estrellas. Años de investigación por parte de los últimos magos habían dado resultado, lograron poder transportar la materia a otras partes del universo y ahora había llegado el momento.

Pero no irían los catorce, Klío se quedaría. Esto había sido decidido en conjunto y aprobado por Klío, ella quedaría como la única testigo de lo que sucedió desde el amanecer del hombre. Su misión sería la de preservar la memoria histórica a fin de que los hombres, estos nuevos hombres, no olviden jamás de donde vinieron y para donde deben de ir. No hubo muchas palabras de despedida ni momentos emotivos. Los trece Faquires, los últimos que quedaban, se tomaron de las manos en medio de aquella ciudadela de metal que construyeron en tiempos remotos, y sus almas ascendieron a las estrellas dejando a Klío de pié, mirando al cielo, sosteniendo el pergamino de La Apoteosis en sus manos. A su retorno a la Metrópoli, Klío pidió al rey que se construyese La Gran Biblioteca y este accedió nombrando a ella como su administradora, cargo que ha ocupado desde incontables generaciones.

Había un gran tumulto en las afueras de la Gran Biblioteca. El ruido sacó a Klío de su trance, producto de los recuerdos rememorados, y salió a mirar por la ventana superior. 

Era la festividad del Sol Invictus. Klío había asistido siempre a dicha festividad puesto que era uno de los lazos más fuertes que lo unían con sus semejantes, pero en esta ocasión se negó a ir. El motivo de su rechazo fue haber oído el discurso del rey durante sus ensayos. Era profano, era ofensivo, era una falta de respeto por sus compañeros quienes habían dado origen a todo y por la misma Klío quien ocultaba su naturaleza para poder convivir en paz.

El rey hablaba del dominio de la naturaleza y de la magia por parte de sus magos. ¿Magos? Aquellos espantapájaros apenas habían heredado una mínima gota de sangre de Faquir por parte de sus antepasados. Sus trucos de payasos no estaban al nivel de la magia que había visto en su vida Klío. Ni siquiera el más patético de los desterrados era tan paupérrimo en habilidades como la élite mágica del rey. El mismo rey hablaba de guerreros fuertes que retaban los límites de su humanidad. Klío estaba segura que ni el guerrero más fuerte podría vencer a la bestia más débil contra las que lucharon los Faquires y Nigromantes. Y así respectivamente. ¿El rey quería jubilar a los dioses? Era patético y absurdo, Klío se sintió feliz de saber que sus semejantes jamás verían tales blasfemias y que, donde quiera que estén, les haya ido mejor en otro lado.

El ruido en el Coliseo aumentaba y Klío seguía sumida en sus reflexiones, pero pronto hubo algo que la sacó completamente de su estado reflexivo.

Frente a ella, una de las grandes torres que rodeaban la ciudad, se desplomaba como si fuese de arena, desparramando rocas en todas direcciones. Cuando Klío vio el motivo de su colapso, quedó completamente muda.

Olas gigantescas, provenientes del mar que los rodeaba como Metrópoli, iban rompiendo cada vez más cerca del centro de la ciudad. Pronto no solo colapsó la torre, sino también las pirámides y los obeliscos, dejando la ciudad parcialmente inundada, pero ahí no acababa todo, había más.

Repentinos temblores sacudieron toda la biblioteca, ocasionando el colapso de las estanterías. Miles de pergaminos rodaron por el suelo, precipitándose por la ventana para perderse en el vacío. “La Apoteosis” pensó Klío desesperadamente. A toda prisa, la memoriosa recorrió los pasillos, aún en movimiento por el terremoto, rumbo a una cámara de piedra donde solo ella, y nadie más que ella, tenía acceso. La abrió y vio un cofre de madera tallada dentro. Tras verificar que el pergamino de La Apoteosis esté dentro, lo cerró completamente. Quiso ponerle algún encantamiento de seguridad, pero Klío había olvidado la magia hace mucho tiempo. Total, aquí ya no era necesario.

Aún con el suelo moviéndose violentamente, Klío salió de la biblioteca con el cofre en brazos. La visión que había era desoladora.

La Atlántida había colapsado casi en su totalidad. Obeliscos, pirámides, templos, parques, etc. Todo era un amasijo de ruinas, cadáveres y el agua que iba y venía de acuerdo a la marea. El Coliseo era un hervidero de gritos y vio que algunas de sus paredes caían lentamente, quitándoles la vida a desafortunados asistentes. Solo unos cuantos habían logrado salir y se dirigían a los puertos, pero con aquellos oleajes que se precipitaban hacia el centro de la ciudad, sin duda terminarían estrellados contra los escombros.

La bibliotecaria miró hacia todas las direcciones posibles, pero se dio cuenta que era casi imposible que el cofre sobreviva a aquel cataclismo. El secreto más grande de la humanidad, terminaría sumergido en las profundidades de una ciudad que, imprudentemente, había ofendido a sus creadores. Klío no supo si esto era obra de sus compañeros o una venganza de la naturaleza, solo supo que el secreto debería de continuar bajo cualquier costo.

Dio una rápida huida hacia el puerto, a lo lejos vio una pareja de esposos intentando subir a una barca pequeña. Quizás no lo lograrían. Quitó su mirada de ellos y lanzo el cofre al mar. El cofre se encontraba flotando inútilmente en su mismo lugar, sin dirección alguna, pero allí ya intervendría el último acto de Klío.

En sus tiempos de Faquir, Klío había logrado dominar el viento. Luego de la degeneración de su estirpe deviniera en seres mortales, su toque mágico se había perdido, pero dadas las circunstancias, era de vida o muerte que lo intentase.

Klío concentró su mirada en el horizonte. Centro un punto, un solo punto, dentro de su concentración y, con todas las fuerzas que aún conservaba en su envejecido cuerpo, hizo que la magia fluyese una vez más a través de sus venas. Un repentino ventarrón provino del horizonte. Tan fuerte que desprendió algunas columnas de la mismísima Biblioteca de la Atlántida. Como resultado, numerosas barcas, con personas que sobrevivirían luego, fueron impulsadas hacia adelante, perdiéndose en el horizonte rumbo a emular los mismos actos que los Faquires intentaron. No sabría si con éxito o no.

La marea siguió una sola dirección gracias al viento y esto impulsó a las barcas y al cofre de La Apoteosis. Klío siguió con sus ojos la trayectoria del pergamino hasta que este se perdió de vista. Fue la última sensación de alegría que sintió en vida.

Klío ya sabía cuál sería su destino. Perecería con la Atlántida pero quizás renacería en el hogar de los Faquires.

- Quizás sea lo mejor - susurró 

Klío cerró los ojos y se sentó al borde del puerto, con los pies sumergidos en el agua helada, mirando como las demás barcas que transportaban a los supervivientes se perdían en la perspectiva. Cuando estos desaparecieron, los cimientos de la Atlántida se rompieron y la ciudad se hundió. Y Klío con ella.





Epilogo



Egipto había capitulado ante el avance de los macedónicos. Sin dudas, el nombre de Alejandro Magno estaba asegurado en la historia para la eternidad. 

En una de las tardes de reposo, Alejandro recibió la visita de uno de sus exploradores trayendo novedades que había encontrado en el interior de las estructuras egipcias.

- Todo lo que se encontró está dentro de nuestro inventario – dijo un tanto preocupado el explorador al joven general sentado delante de él – es, básicamente, aquello que ya se nos había advertido. Lo que nunca esperamos encontrar fue esto.

El explorador puso un cofre en la mesa. Alejandro lo miró atentamente.

- Intentamos leer lo que hay dentro, pero nos fue imposible. Hay lenguas que no dominamos y pensamos que usted podría dada su formación en Atenas – prosiguió el explorador.

Alejandro abrió el cofre y sacó el pergamino. Cuando acabó de leer, lo cerró lentamente. Había un extraño brillo en sus ojos que se podría confundir, o bien con la demencia o bien con el entusiasmo.

Coronel – dijo Alejandro dirigiéndose a su soldado más cercano. Había algo en su voz que denotaba un cambio – Llame a la dinastía Ptolomeo. Dígale que venga inmediatamente a Alejandría. Construiremos una biblioteca y partimos para oriente.


Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

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