sábado, 25 de marzo de 2017

T&E Soluciones Empresariales: El asesino del 35.





Seamus Tartaglia daba un discreto sorbo a su taza de café con los ojos cerrados, pensando en la calidez del momento idóneo que brindaba un espacio de tranquilidad en una vida tan agitada y extraña como la suya.

En su oficina casi completamente a oscuras, la única fuente de luz provenía desde la parte de atrás donde había una puerta transparente que reflejaba un iluminado corredor con personas que iban y venían cargando documentos o portafolios. Por momentos daba la impresión de que las personas aparecían y desaparecían casi automáticamente de allí, pero ello ya no lo asombraba. En realidad había muy pocas cosas en el mundo que aun podían asombrarlo.

- Algunos nacen con dones, otros para contemplarlos – dijo aun disfrutando el agrio sabor del café extendiéndose por su paladar – Todo es relativo en esta realidad ¿Quién soy yo para decir si soy un hombre soñando con una mariposa o una mariposa soñando con un hombre?

El timbre sonó en su oficina y el intercomunicador emitió una luz roja a la espera que Tartaglia responda. Un tanto fastidiado por interrumpir sus reflexiones, el señor T presionó el botón.

- Seamus Tartaglia, Director de T&E, deje su mensaje por favor – dijo Tartaglia poniendo el vaso a medio beber a un lado mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio. 

Se hizo un breve silencio desde el otro lado del intercomunicador. Luego de comprobar la respuesta, su interlocutor habló.

- Buenas noches, Director Tartaglia – dijo una voz femenina desde el otro lado con un tono ligeramente incómodo – Le habla Jane Riviera desde el Departamento de Comunicaciones y tenemos un mensaje con urgencia para usted.

Tartaglia, acostumbrado a las reuniones planificadas a último minuto, dio un breve resoplido fingiendo cansancio. Supuso que se trataría de algo así.

- ¿Se trata de una reunión de urgencia, Riviera? – dijo en tono inquisidor.

- Más de lo que presupone, director – respondió la secretaria, dudosa de saber si tenía o no las palabras adecuadas.

- Si se trata de un cliente, podría decirle que venga mañana. Ya estoy próximo a salir. 

- Oh director – dijo en una acertada interjección de pesar su interlocutora – Créame, a estas personas no se les puede decir que no.

Tartaglia meditó algunos segundos. Tras sopesar un poco quienes serían esas pocas personas con el poder suficiente para hacer que su horario se extienda unas horas más, respondió.

- ¿De quién se trata? – dijo finalmente el señor T quien volvía a prestarle atención a su café.



La Habana, 1959.

- Demorará…

- Son solo quince minutos, no seas caprichoso – dijo Banks sosteniendo una botella de Ron Cubano y estirando el cuello como para ver por encima de la multitud.

Vestidos de harapientos mendigos, Banks y Remy seguían el jolgorio que resonaba en las calles ante la visita de Fidel Castro a la Habana luego de varios meses de lucha contra el poder político opresor del dictador Batista.

- ¿Se hará una idea de que estamos aquí? – Dijo Remy frotándose las manos mientras le daba un sorbo a su botella y se miraba su sucio reflejo en un escaparate ambulatorio.

- Lo dudo – dijo Banks – según nuestros archivos, es la primera vez que Castro tendrá nuestros servicios. Ya luego contactará con nuestra agencia.

Diez minutos.

La gente se arremolinaba en torno a la plaza y miles de personas preparaban flores, coronas, palomas y frutas. La euforia era colectiva y el optimismo era casi imposible de evitar.

- ¿Lo has visto? – dijo Banks dando un sorbo al Ron y señalando a una azotea en la casa de en frente – Hay un francotirador.

- Si, hace un par de minutos el brillo del cañón se hizo rechinante con las luces. El vendedor de globos y el de flores también portan armas – dijo Remy mientras miraba su reloj. 

Volando por encima de la multitud, inflamada por la sensación de triunfo y saciada en justicia, una hoja de eucalipto se deslizaba como una bailarina de Ballet, indiferente al jolgorio y el espectáculo que tenía bajo su existencia. Pese a que el viento iba en dirección contraria, la frágil hoja continuó dándole la contra al viento hasta llegar a los dos mendigos.

- “Hay un francotirador en el techo del edificio sur y como mínimo tres personas portan armas dentro de la gente que está cerca al primer cuadrante: Un vendedor de frutas, otro de globos y uno de flores. Estén atentos y tomen posiciones.” – leyó Banks al reverso de la hoja de Eucalipto que había llegado precisamente hasta ellos.

- Ese Malcom – río Remy mientras se recostaba en la pared y miraba como las luces se encendían para dar paso a quien todos esperaban – cree que no nos habíamos dado cuenta.

Banks también rió y quemó la hoja con su encendedor mientras se ajustaba la barba y el sucio saco de indigente.

- Manos a la obra, francesito, tenemos trabajo que hacer – dijo guiándole un ojo y jalándolo de la manga. Remy sonrió y dio un sorbo más.

Fidel Castro salió al podio y tomó el micro para dirigirse al pueblo cubano. Un mar de personas destilaron emociones en torno al líder cubano, arengando sus hazañas en su camino al poder y contra el dictador. Cientos se abalanzaban para tener una mejor visión del hombre que, de alguna u otra manera, dejaría una huella en el Siglo XX intentando fijar aquellos gloriosos instantes en su memoria. Pero no todos solo querían observarlo.

De en medio de la multitud, irrumpiendo violentamente, dos mendigos con botellas de ron se intentaron acercar a Castro para abrazarlo y, por qué no, invitarle un trago. Al instante su seguridad reaccionó.

- ¡Deténganse mendigos! – rugió uno de ellos tomando a Banks del saco y jalándolo hacia su lado.

- Pero mi comandante – dijo Banks jadeante fingiendo una severa borrachera – yo solo quiero saludar al salvador y presentarle mis respetos.

- Son unos dementes – dijo el otro guardaespaldas quien le hacía una llave a Remy en el suelo mientras el francés iba cambiando de colores en el rostro como un semáforo producto de la asfixia.

Repentinamente, opacando aquel incidente, tres personas se abalanzaron contra el líder cubano portando sendas pistolas y apuntándolo directamente al rostro.

- ¡Muerte al comunismo! – gritó quien hacía unos segundos era un sencillo vendedor de flores y ahora tenía apuntado al más conocido de los Castro.

La reacción fue rápida. Total, para eso habían sido entrenados.

Remy cerró los ojos y aguzó sus sentidos. El ruido desapareció dentro de su cabeza dando lugar a un espacio completamente insonoro producto de su concentración. Sintió el frío aire cubano deslizarse por todos lados. Las plantas, la calle de piedra, los monumentos, los abrigos, las flores, las personas, los asesinos y la pólvora. Sintió que estaban a milésimas de segundo prestos a disparar y se movió. 

El sujeto que lo tenía aprisionado al suelo, salió despedido como si una fuerza repentina lo apartara y Remy estiró los brazos hacia el cielo. El aire se enrareció y una leve cortina de brillo dorado se expandió por toda la plaza, ralentizando el tiempo.

Malcom, quien había enviado el eucalipto hacía unos minutos y había estado disfrazado de una vieja abuela sorda a un costado de la calle, se había erguido y disparado rumbo a la escena del frustrado crimen. Al llegar, vio a los ojos de Remy y le dio un guiño.

- Buenas tardes, señor mendigo – dijo Malcom quien veía las balas de los asesinos casi estáticas en el aire y avanzando a un ritmo extremadamente lento.

- Buenas tardes, dulce anciana – respondió Remy mientras trataba de ahogar una carcajada al mirar el rostro aterrado de Fidel -¿Este es el tipo que tendrá el récord Guiness de más veces que ha logrado salvarse de un asesinato?

- Algo me dice que será un fiel cliente nuestro – dijo Banks sonriendo mientras se libraba de su captor en el suelo. ¿Dónde está Prost?

- Encargándose del francotirador – dijo Malcom mirando su reloj – tres, dos, uno… Y ya está.

El sonido de un disparo retumbó a unos metros de ellos mientras Prost aparecía en aquella rara escena guardando un arma que aún estaba humeante.

- Caballeros, dejar hacer, dejar pasar, liberen a Fidel – dijo elegantemente Prost mientras se hacía a un costado y le hacía una seña a Malcom, el amo y señor de las transformaciones.

Malcom chasqueó los dedos y las balas, que aún continuaban su trayectoria hacia el rostro de Fidel, se convirtieron en pétalos de flores.

- Cinco segundos para liberar el tiempo – dijo Remy mientras se ajustaba los guantes y el saco.

Prost, el más veterano de aquel sorprendente escuadrón de soluciones, agitó los brazos en el aire y un destello plateado iluminó la plaza, quedando un remanente brilloso en la frente de cada una de las personas que, segundos antes, miraban horrorizados un inminente asesinato de su líder.

- Memoria modificada – procede Remy. Dijo Prost.

Remy asintió con la cabeza mientras veía los pétalos de flores aproximarse al rostro de Fidel. Sería muy gracioso. Volvió a estirar los brazos hacia el cielo y todo tomó su ritmo habitual.

Llantos, gritos y juramentos llenaron la plaza donde Fidel anunciaría su histórico discurso a la capital cubana ante la chocante escena que habían presenciado pero de pronto, los asesinos que hasta hace un momento pretendieron cegar la vida del revolucionario, ahora se encontraban bloqueados en el suelo por los corpulentos guardaespaldas al advertir las intenciones. Al fondo, cuatro misteriosos sujetos, los salvadores anónimos, huían de la escena.



Oficinas Centrales de T&E, 2017

- Quiero que avisen al Departamento de Archivística que se mantengan pendientes a mis órdenes toda la noche – dijo Tartaglia mientras caminaba a toda velocidad por los pasillos del edificio rumbo a la azotea. A su lado, una agitada asistente intentaba tomar notas de lo que decía y evitaba obstáculos para no tropezar – Por otro lado, los agentes del Grupo Alfa están en una importante misión en estos momentos. Su carácter es confidencial. Mantenga el número del Líder Prost activo por si requerimos de sus servicios lo más antes posible.

- Archivística… Grupo Alfa… Señor Prost… - murmuraba la asistenta mientras alternaba rápidamente los ojos entre el lapicero, los escalones y los ejecutivos que iban en ambos sentidos por el corredor – creo que lo tengo todo, director.

- Por otro lado, avisen a Gerencia Administrativa que cancelen completamente las citas, sean por negocios o sean por consulta, del día de mañana – Dijo serenamente Prost mientras subía los escalones a una velocidad de maratonista – Tendré un día muy ocupado.

La asistente, quien había anotado todo lo requerido sin tropezar con una sola persona, ahora observaba con curiosidad al mítico director de T&E ¿A dónde se dirigía con tanta prisa?

- Señor – dijo un tanto retraída por su curiosa osadía - Si está a punto de salir del país por un asunto de negocios ¿No sería lógico que vaya hacia el primer piso rumbo al estacionamiento? ¿Por qué subimos al último piso?

- No lo necesito – dijo secamente Tartaglia mientras se abrochaba el saco azul con una mano.

- ¿Pedirá el Helicóptero? – pregunto la asistente haciendo el ademán de querer ayudarlo sosteniendo el portafolio que llevaba pero Tartaglia lo ignoró.

- Tampoco lo necesito – dijo con la delicadeza de una roca.

- ¿Entonces cómo piensa ir? – dijo intrigada la asistente mientras guardaba el cuadernillo de notas en su bolso.

Tartaglia se detuvo secamente. Habían llegado al final de las escaleras y ante ellos se hallaba una estrecha puerta de nogal que daba entrada hacia la azotea del edificio. El Director se ajustó los puños y miró su reloj para luego dirigir una penetrante mirada hacia la joven asistente.

- Tengo mis métodos.

Tartaglia tomó la perilla de la puerta, tiró hacia adentro y el aire helado de la noche inundó la escalera. El director avanzó y la asistente supo que hasta allí llegaba su recorrido como subordinada. La puerta se cerró tras la salida del hombre.

Tras examinar que no hubiese nadie más cerca, Tartaglia cerró los ojos y recordó lo que hacía unos minutos antes le había dicho el Departamento de Comunicaciones.

- ¿De donde es la llamada? – preguntó el Director mientras volvía a dar otro sorbo de café.

- Es de Estados Unidos, director – dijo seriamente Riviera mientras cotejaba datos en su pantalla – específicamente del Pentágono.

Si el Pentágono había solicitado sus servicios tan repentinamente, era porque alguna emergencia había pasado. Desde luego aquellas emergencias se traducían en cantidades exorbitantes de dinero pero aparte de eso se trataba de un organismo mundial que era un “muy buen amigo”, como lo llamaban sus socios, en circunstancias de peligro o necesidad.

- Así que al Pentágono – murmuró Tartaglia mientras veía el cielo nocturno de la ciudad donde débiles estrellas titilaban timoratamente ante el inmenso escudo de smog – pues allí nos vamos.

Tartaglia estiró los brazos como una cruz. Una repentina cadena de células mutantes en su cuerpo desató reacciones en cadena, aun incomprensibles para la ciencia más rigurosa. Sintió como ese poder único que lo había acompañado desde sus más tempranos días recorría por todo su cuerpo, dándole una sensación de estar a punto de explotar en luz. Cerró los ojos y visualizó una pista, una residencial, un puente y finalmente una fortaleza militar.

- Ahí estás – dijo sonriendo. 

Como si de la incandescencia de un foco se tratase, el cuerpo de Tartaglia, hasta hace unos segundos en la azotea del edificio, iluminó el techo de T&E y súbitamente desapareció.

Al otro lado de la puerta donde se encontraban los escalones de ascenso, una extrañada y sorprendida asistente juraría que había visto un haz de luz potente detrás de la puerta que acababa de cerrar hacía unos minutos. Tras unos segundos de sorpresa ante la singular aparición, continuó bajando las escaleras.



La Habana, 1959

- Bien, bien. Salud por ello muchachos – dijo radiante Banks mientras estiraba unos vasos hacia sus compañeros que lucían agotados por el trabajo de aquella noche.

- Definitivamente fue más sencillo de lo que creímos – dijo Remy aceptando el vaso que su amigo le ofrecía.

Los cuatro agentes del Grupo Alfa de T&E se hallaban sentados en el pasto de un solitario parque, lejos de las celebraciones que habían más allá por la llegada de Fidel. 

- ¿Quién lo diría, no? – dijo Malcom mientras jugueteaba con un escarabajo que recogió del suelo, dándole múltiples toques mientras este cambiaba de forma con cada uno – Salvamos a un hombre que más adelante condenaría este país.

- Es nuestro trabajo, señores – dijo Prost, el más veterano del equipo – No es nuestro deber decidir quién es bueno o quién es malo. Simplemente actuamos a sueldo, la historia luego se encargará de acomodar lo suyo.

Tenía razón, y los demás lo sabían. Su trabajo consistía en órdenes fijas: Roba esto, rescata aquello, mata a tal, deja vivir a tal. No intervenía su criterio personal, ni su ideología ni sus creencias. Lo suyo era simplemente un asunto de negocios.

- Bueno, pero no negarán que más de una vez habrán querido tomar una decisión personal – dijo tentadoramente Remy – me refiero, salvar a una persona que los demás han condenado o dejar morir a alguien que todos esperan que viviese mucho.

- Entiendo el punto de Remy – dijo Malcom quien ya había dejado de jugar con el escarabajo (que ahora era un globo y estaba flotando sin control) – pero no olvides que, al margen de nuestra ética de trabajo, tenemos el peso de El Gran Historial. No podemos cambiar todo, hay cosas que son netamente sagradas y, por lo tanto, intocables ya que ello variaría completamente nuestra existencia.

Los otros tres se quedaron pensando. El Gran Historial era el nombre con el que se conocía al Departamento de Archivística de T&E. 

Sumido en lo más profundo de la edificación y reforzado por gruesas capas de concreto, acero y titanio, el Departamento de Archivística de T&E era el corazón de la organización. Poseía los datos acumulados de toda la historia de la humanidad, desde sus orígenes hasta los minutos y segundos que transcurrían en el presente. Dentro de la fortaleza subterránea, cientos de especialistas en Historia organizaban, agrupaban y evaluaban propuestas de cambio histórico. Cuando un cliente venía a consultar sobre “Soluciones Empresariales”, el Sr Tartaglia enviaba un informe a los sótanos donde los Evaluadores examinaban la posibilidad de alteración histórica. Si el resultado era favorable, se aceptaba la misión y algún grupo de fuerzas élite de la empresa, como el Equipo Alfa, se hacía cargo del caso. Por el contrario, si la misión era de imposibilidad histórica, simplemente se rechazaba y se procedía a firmar la cláusula de confidencialidad donde se obligaba al solicitante a jurar bajo graves consecuencias a no revelar nunca cuál fue su intención con aquella misión… o también se recurría a la limpieza de memoria como tan bien sabía hacer Prost.

- El Gran Historial es un impedimento significativo, señores – dijo Prost quien finalmente había decidido hablar – lo que hicimos hoy, alterar la historia, aparecerá en los historiales de T&E y los investigadores estarán evaluando como evitar que ello desencadene una catástrofe más adelante. Hay cientos de miles de folios donde se escribe ¿Qué pasó? ¿Qué hubiese pasado si? ¿Qué pasaría si no? Etc. Nosotros dependemos de ello.

- Y también dependen de mi – dijo alegremente Banks mientras se frotaba las manos por el frío.

Todos rieron. Y era cierto, gran parte de las misiones que se les encargaba consistían en alteraciones del pasado (allí se encontraba la mayor parte de las ganancias) por lo que la presencia de Banks era de vital importancia ya que era él quien los llevaba y él quien los regresaba. Sin Banks simplemente eran un grupo de personas con habilidades especiales pero sin mayores objetivos que su presente.

Repentinamente Malcom vociferó.

- ¡NO! ¡Yo soy el más importante aquí, ilusos! – dijo sonrientemente el maestro de las transformaciones - ¿Si no quien les transforma las piedras en botellas de Whiskey para celebrar las misiones?

Todos rieron nuevamente.



El Pentágono, 2017

- Aliester Evans, Comandante Supremo de las Fuerzas Norteamericanas – dijo ceremoniosamente el militar al estrechar las manos de Tartaglia – Un gusto conocerlo. Bienvenido a Washington.

Seamus Tartaglia estrechó una docena de manos más y ubicó su asiento en medio de aquel imponente despacho pentagonal donde se discutían, probablemente, decisiones trascendentales para el presente mundial. Algo muy similar a su oficina en T&E.

- El presidente acaba de llegar, Comandante Evans – dijo repentinamente el dispositivo móvil que se encontraba en su lugar – en unos minutos ingresará a la sala. 

Una veintena de personas se encontraban sentadas alrededor de la pentagonal mesa. Senadores, diputados, intelectuales y militares componían la nutrida reunión que lo había sacado de su oficina hacía unos minutos. La puerta se abrió y el Presidente de los Estados Unidos, Mickey Bass, saludó a algunos asistentes directamente y a otros con un gesto por su lejanía. Al llegar a Tartaglia su rostro adquirió una expresión de solemnidad.

- Nos alegra mucho que haya aceptado nuestra solicitud, señor Tartaglia, pese al horario – dijo genuinamente apesadumbrado el presidente – pero debe entender que es un asunto de vida o muerte.

Tartaglia asintió con la cabeza y sonrió al hombre más poderoso del mundo. Aun no se sentía seguro en aquel lugar. Tras presentarse oficialmente, el presidente tomó su lugar a la cabeza y la reunión dio sesión. Un joven diplomático emitió el discurso de bienvenida para aperturar la sesión.

- Buenas noches distinguidos invitados y representantes de esta digna nación, la noche de hoy tenemos el honor de contar con la presencia del Señor Tartaglia, director de la empresa T&E Soluciones Empresariales cuya trayectoria en la injerencia de la historia de la humanidad cuenta con significativos logros e hitos para…

- ¿Podríamos ir de frente al caso? – detuvo tajantemente Tartaglia levantando una mano y dejando mudo al presentador – Tengo a mis muchachos en una misión en este momento y necesito recibir un informe urgente de ellos.

- Tenemos conocimiento de su misión, señor T – dijo uno de los senadores quien se veía visiblemente molesto por la poca modestia de Tartaglia – No es la primera vez que le salvan la vida a Fidel Castro.

- Yo no obedezco ideologías, senador – dijo serenamente Tartaglia mientras tomaba un lapicero y le dio dos leves toques a sus lados. Una humeante taza de café se materializó en sus manos despertando una súbita impresión entre los miembros de la sala – yo soy un empresario, obedezco al dinero.

El Senador, quien se había puesto lívido al observar como la taza reemplazó al lapicero casi instantáneamente, decidió no continuar con sus cuestionamientos sobre las prácticas de T&E. El presidente habló. 

- Tenga mis sentidas disculpas, señor Tartaglia, entendemos que sus muchachos en Cuba en estos momentos están haciendo algo que para nosotros fue un lío en algún momento pero ello ahora no es de nuestro interés, las relaciones con Cuba han progresado favorablemente por lo que no veo una amenaza el hecho que deseen salvarle la vida por asuntos de negocios. Lo que hoy no trae aquí es algo mucho más urgente. 

- ¿Y bien, de qué se trata? – dijo radiante Tartaglia mientras terminaba su café y devolvía a su forma original a la taza siendo esta nuevamente un lapicero. 

- Denle el expediente – dijo sombríamente el presidente mientras intercambiaba miradas con los demás representantes.

El presentador inicial llevó un folio amarillo con el sello rojo que ponía CLASIFICADO en las manos de Tartaglia. El Director lo recibió intrigado mientras se ajustaba las gafas para leer las diminutas letras que yacían al pié del folder.

- El número 35 – murmuró y al ver las fotos, ahogó un leve dejo de asombro. Cosa rara para un hombre que había perdido toda capacidad de sorprenderse. 

Las páginas dentro del folio revelaron uno de los casos más sonados de la historia norteamericana durante el SXX. Hoja tras hoja, entre los recortes de periódico, las fotografías y las infografías, se podía leer más y más opiniones sobre el asesinato del presidente número treinta y cinco de los EEUU: John F. Kennedy. 

Tartaglia se humedeció los dedos con la punta de la lengua y continuó leyendo los fragmentos que versaban sobre su asesinato. Al terminar su rápido vistazo, cerró el folio y miró directamente al presidente.

- Nosotros no lo matamos – dijo secamente el director mientras se volvía a recostar en el respaldar de su silla.

- Sabemos que no, Tartaglia – dijo el presidente mirándolo directamente a los ojos.

Un movimiento repentino en las personas sentadas alrededor del pentagonal escritorio se manifestó producto de la tensión. A Tartaglia aún no acababa de cuadrarle la lógica del asunto. Uno de los miembros de la comisión investigadora del caso Kennedy se levantó para intervenir.

- Kennedy muere en 1963 por razones que aún no logramos comprender totalmente – dijo el investigador mientras se ajustaba la montura de sus anteojos – Sin embargo, algunas investigaciones apuntan a que la pieza del rompecabezas que nos falta para terminar de resolver el caso está en los archivos de T&E. Su compañía.

Tartaglia siguió con el rostro hecho una piedra mientras volvía a ojear las decenas de páginas que había en el folio. Si bien las teorías sobre el asesinato del 35 eran variadas e iban desde supuestos asuntos personales hasta las teorías conspiranoicas, algo de verdad había dentro de todo eso. Las respuestas, sin duda, estarían en los archivos de T&E.

- Ni lo piensen, caballeros – dijo finalmente Tartaglia – los archivos de T&E son completamente confidenciales y no pueden ser consultados sin mi previa autorización o las de los escuadrones de operaciones especiales.

- ¿Cómo las del Equipo Alfa? – dijo el senador que hacía unos minutos reclamado sobre la situación en Cuba.

Tartaglia lo miró ácidamente y estuvo tentado a convertirlo en un habano para ir fumándoselo mientras continuaba averiguando la razón de su llamado allí, pero se abstuvo. 

- Seamus Tartaglia – dijo un tanto agresivamente el presidente – Desde la aparición de T&E, nuestro país no ha tomado ninguna decisión en materia legal sobre la condición de personas como ustedes. 

- ¿Qué clase de personas? – pregunto cautelosamente el director.

- Personas con sus habilidades, me refiero. No a todos se nos hace fácil parar el tiempo, viajar en los hechos, convertir cosas o borrar memorias – dijo el presidente haciendo un gesto a todo su equipo presente.

- Estoy consciente que hay personas con habilidades especiales en su equipo, presidente. No pretenda hacerse el humilde – dijo el director al tiempo que volvía a convertir el lapicero en una taza de café. 

- No las de las habilidades que tú conoces, pero las hay – dijo serenamente el militar que lo recibió – tenemos militares honestos, diplomáticos empeñosos, autoridades competentes y un estado solidario.

La sala entera emitió un murmullo discreto. Tartaglia soltó de una vez la pregunta que lo mantenía atado a ese lugar.

- Si ya les he negado la entrada a El Gran Historial de T&E ¿Para qué me siguen teniendo en esta reunión?

Nuevamente la sala estallo en murmuraciones. Tartaglia se sintió incomodo nuevamente pero los murmullos pararon. Algunos funcionaron miraron directamente al presidente y este les hizo un gesto de asentimiento. Como si hubiese tomado una decisión en aquel momento.

- Seamus, seré directo – dijo el presidente cuidando sus palabras como si lo que fuese a decir cambiase el rumbo de todo.

- Por allí hubiésemos comenzado.

El presidente se inclinó hacia adelante, como si quisiese acercarse al director de T&E para verlo más claramente. 

- Hace una hora hemos detectado por medio del Servicio de Inteligencia lo que tanto temíamos. Ustedes no son los únicos superhumanos. Hay más… y están en el bando enemigo…



Oficinas Centrales de T&E, 2017

- Sotanos de T&E Soluciones Empresariales – dijo la voz mecánica del ascensor – Identifíquese en el lector de retina.

- Jane Riviera, Secretaria general de T&E, Acceso a los Archivos de T&E.

El sistema analizó los datos e identificó de decenas de maneras a la secretaria. Tras finalizar el proceso de seguridad, la puerta del ascensor se abrió revelando frente a ella las pesadas puertas de acero que separaban El Gran Historial del resto de la empresa. 

Miles de millares de estantes recorrían los casi infinitos pasillos del sótano, dando la apariencia de ser un pesado y oscuro laberinto donde era cosa fácil perderse. De tanto en tanto, alguno de los investigadores que trabajaban allí se asomaba para mandarle un saludo con sus empolvadas manos y volver al trabajo. Allí estaba el corazón de T&E.

- Jane – dijo una de las mujeres vestidas con delantales blancos y guantes de goma para el manejo de los archivos - ¿Qué te trae por aquí? ¿Hay una misión de último minuto?

- Por ahora no, Jade – dijo Riviera mientras miraba alrededor suyo como millares de folios estaban almacenados meticulosamente en los estantes – solo vine a traer órdenes directas de Tartaglia. Dice que estén a la expectativa de sus órdenes toda la noche. 

Jade se sacó los guantes de goma para tomar el intercomunicador de redes privadas que llevaba dentro del bolsillo. Anunciaba cero mensajes. 

- Por ahora no ha mandado nada – dijo Jade mientras guardaba el dispositivo – Pero quería que vieses algo aprovechando que estas por aquí.

La investigadora guió a Riviera por los pasillos del lado lateral donde se encontraban folios, aparentemente idénticos, a los que habían visto durante todo su trayecto. Finalmente se encontraron ante un pasillo que tenía un rótulo diminuto en la parte superior. Rezaba “Cuba”.

- Mira los archivos correspondientes a 1959 en Cuba – dijo mirando gravemente Jade hacia el folio que tenía delante de ella - ¿No es allí donde el Escuadrón Alfa está cumpliendo una misión? 

Riviera no comprendió qué era lo grave en ese folio hasta que lo abrió. Donde debería haber cientos de páginas respecto a la historia de La Habana en 1959, solo había páginas en blanco. Sin una sola letra.

- ¿A qué se debe esto? – dijo intrigada la secretaria. Jade dio un largo suspiro, como preparándose para una explicación larga y tediosa. 

- Bien, creo que esto es un problema – dijo mirando preocupadamente el folio en blanco – Cuando miembros de alguno de los escuadrones está en misiones, es común que hayan variaciones visibles dentro del archivo, es decir, pueden reescribirse páginas, desaparecer párrafos o, incluso, reescribir toda una sección. Pero esto sucede en milésimas de segundo mientras la historia es alterada, nunca ha pasado una manifestación que durase tanto como ahora.

- ¿Y si llamamos al Escuadrón Alfa? – pregunto Riviera inmediatamente, alarmada por la manifestación extraña.

Jade puso el legajo en su lugar dentro de la estantería y luego miró directamente a la secretaria, como si le resultase difícil responder aquella última pregunta.

- No podemos, Jane – dijo Jade mirando preocupadamente al estante. Luego volteó – hace un par de horas perdimos contacto con el Escuadrón Alfa.





La Habana, 1959

El asesino terminó de leer el legajo. Sabía exactamente por donde tenía que comenzar. 

Mientras el jolgorio continuaba en torno a la revolución, el asesino se movía silenciosamente entre la gente. Aguzó sus finos sentidos y sintió el olor a sobrenatural a unas cuadras de allí. Salió de la plaza, cruzó una pista y doblo una esquina. Su detección se hacía cada vez más fina.

- Son dos, no tres – dijo mientras cerraba los ojos y estiraba la nariz hacia el cielo. Luego bajó la cabeza con una sonrisa – No, son cuatro. 

Aceleró el paso y su intuición lo llevó a un silencioso parque donde solo se podían oír las voces de sus cuatro objetivos.

El asesino los miró un largo rato antes de pensar quién sería la víctima que encumbraría su carrera como mercenario.

- Un metamórfico, un paralizador, un modificador – recitó casi de memoria mientras intentaba percibir sus olores – y… un viajero del tiempo.

El asesino sonrió lentamente mientras se ponía los guantes y ajustaba el silenciador de la pistola. A lo lejos, Banks hacía bromas sobre el dejo francés de Remy mientras bebía otra copa de Ron. El disparó sonó secamente.



El Pentágono, 2017

- Harvey Lee Oswald – dijo el presidente al tiempo que la sala miraba aprehensivamente a Tartaglia - ¿Sabía usted sobre su condición de Superhumano?

Tartaglia cerró los ojos como intentando hacer un recuerdo. El nombre del asesino de Kennedy era quizás uno de los nombres más conocidos de la historia de los magnicidios. Su reputación oscilaba entre ser el asesino de uno de los presidentes más populares de aquella nación a sus habilidades como francotirador. Harvey estuvo más de una vez dentro de los intereses de Tartaglia pero nunca pudo confirmar su situación de Superhumano. 

- Tuvimos algunas sospechas, pero jamás pudimos confirmar algo – dijo sinceramente Tartaglia mirando a toda la sala. 

- Sabemos que trabajó para el Servicio Secreto Ruso – dijo Evans mientras se ajustaba los puños de su camisa – La orden para el asesinato de Kennedy vino de Rusia.

Tartaglia arrugó la frente ¿Por qué los rusos estaban obstinados en asesinar a Kennedy?

- ¿Por qué lo mataron? – dijo el director.

Nuevamente la sala intercambio miradas de preocupación. Finalmente el presidente respondió.

- Kennedy tenía planeado revelar la existencia de los superhumanos durante la Guerra Fría, muchos de la KGB dependían de los favores de estos seres con habilidades especiales por lo que no les pareció adecuada esa revelación. Harvey era uno de los pocos superhumanos que podían tener habilidades múltiples y fue pieza clave para que su asesinato siga en las sombras para la prensa. Hasta ahora.

Tartaglia ahogó un dejo de asombro. T&E había reclutado superhumanos a lo largo y ancho del globo para sus operaciones especiales, pero encontrar el conocido “Gen múltiple” era algo prácticamente imposible. Si ya de por sí un superhumano es una rareza de la naturaleza, encontrar uno con poderes múltiples era virtualmente nulo. Existían muy pocos con esas habilidades. Y él lo sabía porque pertenecía a esa minúscula elite. 

- ¿Dónde está Harvey ahora? – preguntó inmediatamente Tartaglia.

- Prófugo – dijo el militar inmediatamente – no pudimos mantenerlo encerrado por mucho tiempo. Creemos que puede tener habilidades que le permite transportarse o…

- … o viajar en el tiempo – dijo Tartaglia completando con horror la frase del militar.

Aquello era una emergencia. Un superhumano con las habilidades para viajar en el tiempo era algo en extremo peligroso ya que tendría el poder de alterar el pasado y por ende el presente. 

- Entre otras habilidades que pudimos averiguar, tiene el raro don de detectar personas con el gen superhumano gracias a sus avanzados sentidos – dijo una de las biólogas que conformaban la comisión de aquella noche – creemos que puede llegar a tener más de quinientos sentidos activos y desarrollados.

Tartaglia sintió el sudor cada vez más frío recorrer su frente y espalda. Harvey era un superhumano en extremo peligroso, pero aun no podía cuadrar la última pista. ¿Cómo Harvey logró evadir los controles del Gran Historial de T&E y viajar en el tiempo transformando todo libremente sin que sus investigadores se diesen cuenta?

- Desde el asesinato de Kennedy ¿Harvey ha tenido actividad? – preguntó inmediatamente el director.

- Ninguna por lo que hemos podido averiguar – dijo el presidente mirando fijamente al director – por eso pedimos nuestra auditoría a los archivos centrales de T&E, necesitamos encontrarle el rastro. Estamos seguros que su próximo objetivo son ustedes.

El director permaneció mudo ante la información. Si Harvey había permanecido inactivo por tantos años ¿Por qué justo hoy lo citaron a las oficinas del Pentágono? ¿Y a esas horas? 

De pronto, un mensaje repentino lo sacó de sus reflexiones. Su intercomunicador comenzó a parpadear. Lo sacó de un tirón y lo leyó de golpe. Quedo atónito.

- Anomalía en los archivos. Legajo Cubano alterado, se ha detectado una falsificación. Equipo Alfa incomunicado.

Tartaglia cerró de golpe el intercomunicador y, respirando con dificultad, miró de inmediato a aquella sala con decenas de ojos observándolo atentamente. Era una trampa. 

Casi por reflejo cogió el lapicero con el que había estado transformando una y otra vez en una taza de café y lo convirtió en una pistola. Buscó con la mirada al senador que comentó sobre el Escuadrón Alfa hacía una hora. Se encontraba casi frente a él, el nerviosismo en su mirada y las gotas perladas que brillaban en su frente lo iban delatando poco a poco. A Tartaglia no le quedaron dudas. De un salto, se puso de pie y apuntó directamente al rostro del senador. 

- ¡¿Cómo supiste que el Escuadrón Alfa está en Cuba ahora mismo?! – rugió el director mirando a sus ojos. Poco a poco una torcida sonrisa se manifestó en su rostro.

El presidente yacía en una esquina rodeado por su seguridad mientras el resto del equipo huía por la puerta a toda máquina ante el temor de un atentado. El senador no pronunció una palabra solo se limitó a señalar al presidente. Tartaglia volteó. 

Como si de una pesadilla se tratase, ambos miembros de la seguridad del mandatario sacaron sus armas y dispararon al pecho del presidente sin ningún tipo de remordimientos. Tartaglia soltó al senador para ir en ayuda del moribundo líder y los dos hombres le dispararon a él también.

Con un rápido movimiento de manos, Tartaglia ralentizó el tiempo para desviar las balas y quitarle el arma a los asesinos. Con tres disparos, los guardaespaldas y el senador yacían en el piso como cadáveres junto al presidente quien se encontraba acurrucado en un charco de sangre en el suelo, ahora sin vida. 



Epílogo



La Habana, 1959

- ¡Ya no respira! – dijo desesperadamente Remy intentando sentir el pulso del cuerpo que yacía en sus brazos- ¡Banks está muerto!

- Comuníquense con Tartaglia ahora mismo – dijo Prost, el líder del Escuadrón Alfa, mientras observaba las sombras del paisaje urbano de cuba, intentando dar con el asesino – Si Banks muere estaremos atrapados aquí para siempre, solo él tiene el poder para sacarnos de aquí.

Nunca supieron de dónde provino aquella bala, solo sintieron al sonriente Banks caer de lado con su vaso de Ron aun lleno. El resto del equipo Alfa se puso de pie dispuesto a atrapar al asesino pero daba la impresión de haberse esfumado en el acto. Y así realmente fue. 

- Está apagado, hay problemas en T&E – dijo Malcom marcando desesperadamente el código de ayuda de Tartaglia – alguien ha desactivado todos los lazos comunicativos con el 2017. Estamos atrapados.

- Comunícate con los demás escuadrones – dijo insistentemente Prost quien ahora intentaba reanimar el cuerpo de Banks – solo hay 3 viajeros en el tiempo dentro de T&E, uno de ellos nos tiene que sacar de aquí, ya luego podríamos recuperar una copia de Banks.

Malcom volvió a marcar los demás códigos pero el mensaje era el mismo: No operativo. Un frío sentimiento lo invadió casi de golpe.

- Prost ¿Cómo nos encontraron? – dijo Malcom. Remy lo miro inmediatamente con los ojos como platos. No se había puesto a pensar en eso.

- ¿No es obvio? – dijo Prost – Hay alguien que ha pedido nuestra cabeza y nos quiere fuera del presente. La persona que asesinó a Banks no es de este tiempo. Viene del futuro y probablemente… ha ido en busca de los demás escuadrones.

Remy y Malcom sintieron pánico repentinamente. Si el asesino había viajado rumbo a las otras tres misiones que en ese momento se estaban dando y asesinaba a los viajeros en el tiempo ¿Cómo regresarían al presente?

Meditando en aquella tragedia de salidas imposibles, un destello luminoso apareció al lado de ellos. Poco a poco, mientras la luz se iba opacando, una silueta familiar tomaba forma. Era Tartaglia.

Estaba sucio y ensangrentado pero con el rostro más firme que nunca.

Los rusos han asesinado al presidente de los EEUU y están yendo en este momento por los escuadrones Beta, Phi y Omega de T&E. Planean la muerte de nuestros viajeros en el tiempo – dijo inmediatamente el presidente mientras miraba el rostro pálido del cadáver de Banks – tenemos que ir a su rescate.









Recuerda que el cuento "T&E Soluciones Empresariales" tiene una primera parte que puedes encontrarla aquí.


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viernes, 17 de marzo de 2017

Tantas veces tú, tantas veces tú

Dedicado a quien pueda ponerle
un final distinto a este cuento...

I


El primer plato se estrelló en la pared donde minutos antes mi cabeza había estado buscando con la mirada las llaves de la casa. El segundo plato si fue más certero. Sentí la intensidad del “crash” estallando en mis oídos y un dolor agudo recorriéndome el lado lateral de la cabeza, finalizada por la tibieza de la sangre recién descubierta.

- ¡Eres un miserable! – gritó Emma mientras buscaba con la vista más objetos para ser usados como proyectiles - ¡Te odio!

Ignoré sus palabras. Cogí un poco de algodón de la repisa y me fui rumbo al dormitorio. Los pasos de Emma persiguiéndome retumbaron por toda la casa.

- ¡Cobarde! – volvió a gritar dramáticamente - ¿Ahora huyes de mí?

Acomodé la silla frente al escritorio que compartíamos en la alcoba, le puse el seguro a la puerta y saqué un trozo de papel para escribir algo ¿Qué cosa? Ni yo mismo lo sé. El lápiz tamborileaba en mis dedos y las gotas de sangre que tímidamente caían de minuto en minuto iban tiñendo de carmesí la hoja. Exhalé largamente y conté los segundos que le tomaría a mi esposa darse cuenta que la puerta estaba trabada.

- ¡Ábreme! – dijo en una suerte de súplica mezclada con furia – Abre la puerta por favor…

Sentí que golpeaba la puerta con los puños pero cada vez se hacía menos constante y con menor fuerza. Deduje que Emma se había acurrucado a los pies de la entrada a nuestro dormitorio. A los pocos segundos comenzó a sollozar silenciosamente.

El corazón se me desgarró. Tomé la hoja de papel que, por ahora, solo tenía gotas de mi sangre y la lancé al tacho. Me puse las manos en los ojos para contener las lágrimas, porque así era yo y así me habían enseñado.

Afuera las nubes comenzaban a cargarse de humedad, como si su negrura fuese producto de la tragedia de un hogar destruido. Anunciaban lluvia en la radio. Ya más tranquilo, volví a mirar la hoja de papel en el suelo… se veía tan inútil, tan impotente y tan despreciable. Presione el lápiz contra el escritorio. Quizá por furia, quizá por frustración. La punta se rompió.

II

- ¡Me debes un maldito lápiz, Mael! – dijo iracundamente Junior, mi compañero de carpeta mientras veía su lápiz caer desde el cuarto piso donde estábamos e impactaba en la cabellera de una muchacha que salía en grupo de uno de los salones del primer piso de la facultad.

- ¡Le di! ¡Lo sabía, es ella! – dije triunfalmente ignorando los reclamos de mi amigo – Ah sí, te daré el mío saliendo de aquí.

La chica que recibió el impacto del lápiz inmediatamente volteó a ver hacia atrás. Nadie que conociese. Luego levantó su mirada hacia los balcones del edificio y vio, por una fracción de segundo, dos personas que apresuradamente se ocultaron detrás de las barandas.

- Idiotas – murmuró.

Volvió a darse la vuelta y salió con sus amigas por la puerta principal de la universidad, rumbo al área de fotocopistas, perdiéndose entre el mar de estudiantes.

- No sé qué ganaste con eso, francamente – me dijo Junior mientras pelaba una naranja cuando bajábamos de las escaleras.

- Es ella, Junior, la chica de la que te hablé – le dije con entusiasmo mientras él, ceremoniosamente, iba dándole las primeras mordidas a su fruta – la conocí en la escuela y ahora estudiaremos en la misma universidad. ¡Es mi oportunidad!

Mi amigo botó las cáscaras en la mochila de un estudiante de primer ciclo desorientado por la muchedumbre. Ya era un hábito. Luego se ajustó su propia mochila y me miró socarronamente.

- A ver. Me estás intentando decir que, pese a haber estudiado con ella por un año, nunca tuviste el valor de decirle algo y ahora, en la universidad, donde hay más competencia, crees que puedes lograrlo – preguntó irónicamente.

- Sería un asunto de probabilidades – dije esperanzadamente.

- Las probabilidades fallan si no se generan oportunidades – dijo acertadamente Junior.

Quizá él tenía razón, a lo mejor solo quería contemplarla como lo hacía en la escuela. Al menos comprobé que era ella, la había visto de lejos anteriormente y adiviné que se trataba de la misma chica. Cuando volteó al sentir el impacto del lápiz en su cabello, mostró esas dos ágatas brillantes que tenía en la mirada, buscando al culpable que la amó en secreto por tantos meses, desde las sombras, desde un balcón, desde todos lados.

- Hey, Romeo – dijo Junior mientras miraba los horarios pegados en el tablón de anuncios – tenemos estadística en media hora, vamos por las separatas que dejó Monteagudo antes que reprobemos otro examen.

Avanzamos por el corredor plagado de estudiantes, profesores y personal de mantenimiento. Nos abrimos paso hasta las fotocopiadoras y solicitamos las separatas de estadística. Mientras Junior contaba las monedas para pagar por las copias, un olor dulzón, como cerezas en melaza o pipas de girasol con miel, se deslizó por encima de las sudorosas chaquetas y polos del tumulto abarrotados ante las máquinas.

Busqué con la mirada por encima de la turba pero no logré identificar aquel olor que me resultaba tan conocido. Sin esperarlo y sin adivinarlo, la chica que hacía unos minutos había sufrido el atentado “lapíztico” cruzó por mi lado cargando una serie de papeles y libros, siempre rodeada de su grupo de amigas, como escoltándola ante un posible ladrón, de bienes o corazones. Me empujó ligeramente y avanzó. La vi hasta que dobló la esquina dejando tras ella un sendero de aromas entre la sensación de la hierba recién cortada y el rocío matutino en un prado.

- Ya lo tengo – dijo Junior alcanzándome las fotocopias – Ahora corramos al pabellón “B” que la clase de Monteagudo se cierra a la hora.

- Junior, Emma acaba de pasar por mi… - comencé a decir pero Junior continuó.

- Ah, por cierto – dijo Junior sin alcanzar a oír lo que acababa de decir – necesito el lápiz que me acabas de quitar hace un rato.

Abrí la mochila aun pensando en si Emma me había reconocido, y si lo había hecho ¿Se acordaría de mí? ¿Sabría que estoy en su misma facultad? ¿Sabría lo mucho que la vi en secreto? ¿Sabría que era yo quien estaba detrás del “atentado” de hace un rato?

Con todas esas dudas aun circulando por mi cabeza, busqué a tientas el cierre de la mochila. Pero no lo encontré, este había sido corrido unos centímetros más allá, como si alguien la hubiese abierto hace un rato.

Aun extrañado, metí la mano hacia el fondo buscando el lápiz que le daría a mi amigo pero grande fue mi sorpresa al encontrar dos. Uno que me pertenecía y otro que hace unos minutos vi caer cuatro pisos hacia abajo desde el balcón.

Levanté la mirada apresuradamente para ver entre la multitud. El olor dulce estaba desapareciendo lentamente.

III

Emma había recuperado fuerzas. De un tirón hizo volar el picaporte de la puerta y esta se abrió de costado revelando a mi esposa con los ojos hinchados por el llanto y la lisa cabellera megra enmarañada como si de un mendigo se tratase. Me puse inmediatamente de pie. En mis ojos no había señales de lágrimas. En mi alma, sí.

- ¿Por qué? – me preguntó débilmente mientras se agarraba el pecho entumecido por los espasmos del llanto – Dijiste que estaríamos juntos para siempre…

Tomé el saco que estaba colgado en el perchero para enrumbarme a la calle a buscar una buena cantina donde olvidar este infierno, aunque sea por unas horas.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes, Mael? – dijo con la voz quebrada – No debiste ilusionarme de esa manera.

Las nubes oscuras seguían arrimándose por todas las aristas del cielo, en consonancia con nuestras almas y vistiéndose de luto ante el funeral de un matrimonio. Como miles de los que se rompían a diario.

- Porque ya dejaste de gustarme – dije fríamente mientras volvía a dejar el saco en el perchero y sacaba de su bolsillo uno de los paquetes de cigarrillos que solía cargar a todos lados.

Prendí el encendedor, como si nada en este mundo me preocupase más que darle vida a mi ejecutor. Vi las llamas salir de su prisión gaseosa y estirarse hacia arriba como una lengua de fuego que acariciaba a lo lejos el rostro hinchado de mi mujer. Por un momento sentí deseos de lanzarle el aparato y así acabar con todo este problema. Di una bocanada y expulsé el humo. El efecto del tabaco iba recorriendo mi cuerpo, sedándolo y tranquilizándome.

Emma me vio sentado en la cama aspirando el humo del cigarrillo con los ojos cerrados. Se puso de pié furiosa dejando su marca en la alfombra que años antes había sido testigo de tanto encuentros pasionales entre dos jóvenes esposos. Ahora era un testigo silencioso de la tragedia.

- ¿! Puedes mirarme cuando hablo!? – gritó furiosa al tiempo que elevaba la mano para lanzar una cachetada.

Sentí el tabaco extenderse hacia fuera de mi cuerpo, como si mis sentidos se extendiesen por la dispersión del humo. La mano de Emma rompió la expansión elegante del humo al agitarla en dirección a mi rostro. Sentí el humo quebrarse como un ligero cristal que separaba la calma falaz de la barbarie y adiviné sus intenciones. Antes que su mano impacte en mi rostro levanté mi brazo y la tomé por la muñeca en el aire, a centímetros de mi nariz.

Ella forcejeó histérica mientras gritaba insultos en todas las tonalidades pero yo solo miraba con atención la delicadeza de sus antebrazos.



IV

- ¡Suéltame, me haces daño! – dijo Emma mientras sonreía con los ojos vendados - ¡Me hace cosquillas!

La gente pasaba alrededor nuestro por el Parque de la Exposición, viendo de reojo a una joven pareja sentados en una banca debajo de un gran nogal. El escenario era curioso. Una joven tomada de las muñecas y con los ojos vendados por un chico quien plumón en mano escribía algo en sus brazos.

- No seas llorona. Solo falta un poco – dije sudando por el esfuerzo de mantenerla quieta mientras tomaba con fuerza el marcador - ¡Ya está!

Emma se quitó apresuradamente las vendas de los ojos y vio sus brazos. Tras soltar una breve carcajada me miró con expresión de fingida severidad.

- ¡Eres un vivo! – dijo Emma alegremente mientras seguía riendo a causa de sus improvisados tatuajes – Sabes que solo podría haber una respuesta.

Miré satisfecho mi obra y leí las palabras que le escribí en los brazos: “’ ¿Quieres ser mi novia?” decía en el brazo izquierdo. En el derecho el mensaje era más grande: “Si dices que sí, te diré como retirar la tinta”.

Tras unos meses de valor, resilencia y muchas lecciones aprendidas, mi amistad con Emma había logrado escalar hacia un nivel superior. Ya tenía la victoria cantada por adelantado, Emma y yo éramos almas gemelas. Ambos amábamos la literatura, la naturaleza, el arte y la risa. No había pareja más armoniosa que la que formábamos Emma y yo por lo que hoy solo tocaba la parte formal.

- ¿Y bien? – dije mientras guardaba el marcador en la mochila y otra pareja pasaba por delante de nosotros y estallaba en carcajadas al leer lo que decía en los brazos de Emma. No me importó - ¿Te sacaré esa tinta?

Emma se abalanzó hacia mí y me estampó contra el árbol. Un sereno y silencioso beso me paralizó cuatro de los cinco sentidos y las hojas desprendiéndose por encima de nosotros celebraban la unión de un amor cantado por el tiempo, como si de un matrimonio anticipado se tratase.

Cuando Emma terminó, podía ver sus ojos color café inundados en lágrimas. Sonreí.

- No llores, Emma – dije – La tinta indeleble se borra con alcohol.

Emma soltó una risa tímida y se colgó de mi hombro en un abrazo reparador mientras el árbol seguía haciendo llover hojas.

- Eres un tonto – me dijo susurrándome al oído. Sentía la humedad de sus mejillas surcadas con lágrimas pegadas a las mías – Pero acepto.



V

Terminé mi cigarro y me tiré en la cama, aun vestido con mi ropa del trabajo. Emma volvió a sollozar sentada en la alfombra.

- ¿Cómo pasó, Mael? – preguntó con voz ronca Emma.

No respondí, solo continué viendo el techo como una marioneta inútil sin su marionetista, estático y lívido ante lo que se había convertido esta relación de diez primaveras. Una mariposa entró por la ventana abierta, como anticipando el mal tiempo que se veía venir. Más nubes venían vestidas de luto para contemplar al futuro cadáver que estaba a punto de aparecer, sin viudas que lo lloren, sin amigos que lo lamenten.

Estiré los brazos en la cama, como a punto de ser crucificado. Quería que mi pecho se abra para que ingrese más aire y así me quite la horrible sensación de estar a punto del llanto. No quería quebrarme, ni ante Emma ni ante nadie. Es horrible jugar a ser el duro pero es necesario.

Emma se puso de pié, por un estúpido momento pensé que se acurrucaría a mi lado, aprovechando mis brazos abiertos como si de un abrazo en espera se tratase. Cerré los ojos, lo desee con todas mis fuerzas pero nada pasó. No le dije nada.

Emma se fue rumbo al velador que teníamos al lado de la cama y sacó una botella de Whiskey, luego extrajo uno de los vasos que había en los cajones y de un golpe seco lo puso en la mesa. Se sentó a mi lado y me vi tentado a cogerla de la cintura. Emma vertió el licor en el vaso y yo veía como el líquido naranja iba subiendo por el cristal. El olor agrio se dispersó por toda la habitación y la mariposa huyó por la ventana.


VI

- ¿Te sirvo uno? – me preguntó radiante Emma mientras tomaba su vaso de Whiskey.

Volteé a ver a mi esposa, estaba más bella que de costumbre. Una hermosa cabellera negra y lisa como una cascada de ébano se escurría por su rostro perfilado color perla. Dos ojos vivarachos y expresivos me contemplaban detrás de unas gafas de pasta y su sonrisa coqueta me hacía estremecer tras la copa que tenía en las manos. La tomé por la cintura y sentí detrás de ese vestido negro los efectos de la vida de recién casados. Era una belleza personal, solo yo la comprendía.

- Que sean dos, Emma – dije mientras los invitados seguían llegando a nuestra fiesta de recién casados.

Emma llenó dos copas y me estiró una mientras la tomaba emocionado y me intentaba aflojar la corbata ya que la presión me incomodaba.

Saludos, regalos y felicitaciones comenzaron a llegar a lo largo de toda la noche. Emma y yo estrechamos manos y estiramos besos a cuanto invitado llegaba a nosotros. Tras un par de horas de cumplir con nuestras obligaciones de anfitriones, jalé a Emma por la muñeca rumbo a una puerta discreta detrás de la orquesta que animaba la fiesta.

- Ven conmigo – le dije mientras aceleraba el paso.

- ¡Qué haces! – preguntó sorprendida Emma – En cualquier momento llegarán más invitados. No podemos irnos.

Le sonreí y seguí jalándola por el corredor oscuro hasta que, a tientas, logre tocar el picaporte y abrir una puerta oculta detrás de una cortina.

Una oleada de aire salado nos golpeó en el rostro y sonido de las olas rompiendo en la costa llenó nuestros oídos. La luna se reflejaba en el ondulante mar y la arena, aun tibia por el calor del día, calentaba las suelas de nuestros zapatos, invitándonos a deshacernos de los incómodos trajes de ceremonia.

- Esto es… hermoso – dijo Emma mientras el aire balanceaba su cabello con elegancia, como si recibiese a la reina de aquellos parajes. Y reina se sintió.

No lo pensé dos veces. Me agaché y cargué a Emma de un solo movimiento. Ella se sorprendió al inicio pero luego quiso poner objeciones.

- Mael ¡Estás loco! – dijo riendo mientras me golpeaba juguetonamente – Tenemos que volver a la ceremonia ¡No tenemos otros trajes de repuesto!

Me volví sordo por un momento y corrí rumbo a la playa con ella en brazos. Detrás de nosotros, las huellas en la arena dejaban un camino forjado por el amor, un camino que solo podía tener un viaje de ida, jamás de retorno.

Emma rió con fuerza al sentir la espuma de la playa impactar contra su vestido y el agua empapar su cabellera. Cuando el agua llegaba a la altura de mi cintura, solté a Emma y la marea nos meció al compás de la orquesta, que ahora sonaba tan lejana.

- ¡Estás loco! – rió Emma mientras me veía con esos ojos que me enamoraron desde el inicio de todo.

- Por ti, si – le dije mientras intentaba mantener el equilibrio en el agua por la marea.

La luz de la luna nos iluminaba y por un instante solo nos miramos, como si ya cualquier palabra dicha resultase inútil. Y así era. Emma y yo solo necesitábamos mirarnos para casarnos, y nos casábamos en cada minuto.

Tiernamente Emma se acercó a mí y, tomándome por las mejillas, me acercó a su rostro para darme un beso suave pero cargado en pasión. Una gaviota cantó a la distancia.

- ¿Volvemos a la ceremonia? – pregunté juguetonamente.

Emma me miró y, en silencio pero sin perder su sonrisa, se sacó el vestido y los zapatos y los dejo flotar libremente por la superficie. Hice lo mismo con mi traje.

Tras unos minutos, nuestras prendas se perdían mar adentro.



VII

Tener los brazos estirados era en vano. Un trueno sonó a lo lejos

Emma había terminado toda la botella del Whiskey y seguía sentada al borde de la cama. Ya cualquier rastro de llanto había desaparecido. En su rostro ahora se dibujaba la seriedad y dureza. No pregunté nada.

Mi esposa se puso de pie y fue de frente al armario para buscar algo. Sentí el sonido de la ropa caer al suelo y las cajas salir disparadas de allí producto de la ira de Emma. Al final encontró lo que buscaba.

Una maleta de viaje, la misma que usamos en nuestra luna de miel, apareció encima de nuestra cama y Emma sacaba las etiquetas y fotos que habíamos pegado en ella hace algunos años. Tras acabar el asesinato de recuerdos, Emma comenzó a acomodar su ropa en ella. Las lágrimas volvieron a caer de su rostro mientras se acomodaban en la maleta junto con las prendas. Me puse de pie de inmediato.

- ¿Qué haces? – pregunté bruscamente. Unas gotas de lluvia comenzaron a golpear levemente la ventana.

Emma no me respondió, siguió poniendo apresuradamente más prendas dentro de la maleta y sus lágrimas se hacían cada vez más frecuentes. En mi garganta el nudo me mataba pero mis ojos seguían siendo dos desiertos.



VIII

- ¿Te ayudo a llevar las maletas al aeropuerto? – le sugerí a mi esposa mientras terminaba de llenar un formulario para nuestra empresa– Podría sacar el auto de la cochera y llevarte hasta allí.

- Descuida querido – me dijo Emma mientras ajustaba la última cerradura y le encargaba a su asistente que lleve las maletas al taxi – tú tienes una reunión de trabajo más tarde y no puedes ir agotado por algo que puedo hacer yo.

Emma partía a un viaje de negocios rumbo a China por dos semanas para poder establecer contratos con abastecedores del extranjero. Confiando en las habilidades sociales de mi esposa, aquello era un asunto sencillo.

- Entonces me quedaré – dije volviendo a sentarme – Y durante este tiempo ¿Quién me ayudará con el lado de relaciones públicas?

Emma me miró extrañado, como si aquella pregunta no tuviese otra respuesta.

- ¿Cómo que quién te ayudará? – me preguntó con el ceño fruncido mientras le alcanzaba la última maleta al taxista – Será María, como siempre ¿No? O acaso quieres dejarle el negocio a algún desconocido?

Sonreí en silencio. Era lo que quería escuchar. En la puerta, María, amiga de mi esposa desde la universidad, hablaba con el taxista sobre la ruta que tomaría rumbo al aeropuerto.

Emma terminó de llevar todo y se detuvo a hablar unos minutos con María en la puerta. Luego se despidieron y mi esposa me mando un beso volado desde el taxi mientras este se perdía calle abajo. Tras la desaparición del taxi, María dio media vuelta e ingresó a la casa. Cerró la puerta y me miró fijamente.

- Dos semanas – dijo guiñándome el ojo y cerrando las cortinas de la ventana que había a su lado.

No le respondí, ya estaba acostumbrado a los encuentros con María. Año tras año ya se habían vuelto frecuentes.

Me desajusté la corbata y María se abalanzó sobre mí. De un tirón botó todas las cosas que había en el escritorio y, a los pocos minutos, los cristales de la habitación se empañaban en humedad por el sudor de los cuerpos.

Menos el cristal de la diminuta cámara de seguridad que parpadeaba, discretamente, detrás de uno de los retratos de Emma…



Epílogo

- ¡A donde te vas! – grité sorprendiéndome de mi repentina prepotencia.

- Me voy para siempre – respondió Emma desafiante mientras intentaba cargar la pesada maleta.

Por reflejo me paré frente a la puerta de la habitación, obstruyéndole el paso. No permitiría que se vaya.

- No podemos perder tantos años por las puras – dije tontamente sabiendo la gravedad de mis actos.

- Eres un monstruo – me recriminó mi esposa – No has botado una sola lágrima, ni siquiera al verme tirada en el piso suplicando por tu atención.

Afuera, otro trueno sonó lejanamente y se veían siluetas de gente corriendo apresuradamente antes que la lluvia los sorprenda.

Es cierto, yo no lloraba. Era algo que había quedado en mí hace muchos años atrás por circunstancias de la vida y que me habían impedido sensibilizarme con situaciones como esta. Me sentí tentado a abrazar a mi esposa y decirle lo mucho que lo sentía pero luego recordaba lo grave del asunto. El nudo en mi garganta se volvió insoportable.

Dentro de mi saco, el teléfono móvil vibraba sin cesar producto de las decenas de llamadas de María intentando confirmar si mi esposa ya había llegado de viaje para volver a iniciar otra sesión de aventura y traición, como año tras año había ido carcomiendo nuestra feliz relación. No contesté.

Emma estiró su brazo y tiró de la puerta con fuerza. Me aparté.

Con la fuerza de un huracán, Emma tiró de su maleta de viaje y el sonido chirriante de las ruedas retumbaron por las paredes del corredor rumbo a la puerta. La seguí como un zombie, viendo como todo aquello que en algún momento tuvo sentido, hoy solo terminó siendo una broma de mal gusto contada por mí.

Emma abrió la puerta y un olor a humedad penetrante ingresó a nuestro hogar, como en algún recuerdo lejano, y sacó la maleta a la calle. La gente, indiferente al dolor ajeno, concentrado en sus propios problemas inmediatos, continuó su vida como si la lluvia fuera a arrebatarles la felicidad como la irresponsabilidad me la arrebató a mí.

Cuando Emma ya estaba a punto de cruzar la autopista, sucedió una increíble metamorfosis dentro de mí. Ella volteó a verme.

Mi alma se partió en millones de pedazos, todos disímiles entre sí, como un cruel rompecabezas hecho para perder las esperanzas. El nudo en mi garganta exploto y mi respiración se entrecortó peligrosamente. Las gotas de lluvia comenzaron a tatuar de humedad mi camisa y la gente apresuraba su paso. Mi diafragma se contrajo como en un intento de vómito pero solo expulsó tristeza. Finalmente mis ojos coronaron la patética escena. Comenzaron a llorar.

Como en un acto de complicidad con la naturaleza, mi rostro estaba mojado de agua y lágrimas, nadie hubiese podido deducir que lloraba, solo Emma. Y así lo dedujo.

Lloraba y lloraba en silencio, sin emitir ruido, sin emitir quejidos, simplemente botaba lágrimas mirando al suelo, con miedo de mirar hacia arriba y verme tan derrotado y humillado. Un trueno lejano volvió a sonar y en el suelo comenzaron a correr pequeños ríos de agua y lágrimas mías que la gente pisaba molesta por el estorbo que eran. Y así me sentía.

- No te vayas… - sollocé sin mirarla pero con el rostro contraído – No te vayas por favor.

La maleta de Emma estaba delante de mí, imponente como su padre, recriminándome por mi vergonzosa conducta. Detrás de la maleta, veía las piernas de Emma enfundada en botas de viaje, rectas y firmes como dos columnas griegas. Sin embargo avanzó hacia mí.

Cerré los ojos, esperaba un golpe, un insulto o algo peor.

Sin esperarlo ni advertirlo, una tibieza juvenil se posó en mi frente, como aquellos labios de veinteañera que hacía tanto tiempo coronaron un momento de felicidad. Sentí la realidad pasar como un caleidoscopio y la lluvia retornar a las nubes como si todo ello se hubiese tratado de un show eterno y de mal gusto. Cuando sus labios se separaron de mí, aun sentí la lluvia caer tenuemente. Tenía miedo de abrir los ojos y verme allí, frente a mí mismo, o peor aún, verme sin ella.

Sonó un trueno, esta vez encima de mí. Abrí los ojos. Emma había desaparecido y el sonido de sus botas y la rueda de las maletas retumbaban a los lejos. Me acurruqué como un niño en la puerta.

A los pocos segundos comenzó a llover fuertemente.




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