jueves, 13 de diciembre de 2018

Sallieri

I
-      ¿Llegarás muy tarde? – preguntó Gloria mientras cambiaba los canales de manera monótona.

- Quizá sí, nunca he respondido a esas invitaciones – respondió Sallieri.

- Lleva tu llave, no te esperaré despierta. Dormiré antes de las once – contestó tirando el control a un lado.

Sallieri le dio un beso en la frente, tomó las llaves, el abrigo y salió rumbo a la negrura de la noche.

El frío de las siete ya se hacía sentir en el cuerpo y Sallieri se frotó las manos con fuerza mientras miraba el reloj.

- A lo mejor se han vuelto puntuales – reflexionó.

Levantó la mano cuando llegó a la autopista y un destartalado Nissan amarillo se detuvo frente a él. Cuando la ventana bajó, un sujeto con poca vocación por el oficio le dirigió una mirada rápida y con voz aguardentosa preguntó.

- ¿A donde lo llevo?

Sallieri buscó entre los bolsillos del abrigo el celular. Tras encontrarlo buscó la dirección que le había llegado al correo hacía un par de semanas.

- Avenida Industrial en cruce con la Avenida María Reiche – dijo mientras trataba de mantener la pantalla prendida.

- Veinte soles – dijo secamente el taxista.

“Veinte soles, maldito criminal” pensó Sallieri pero sabía que estaba contra la hora y tras un brusco asentimiento con la cabeza, movió la manija de la puerta y se sentó en el asiento trasero. El taxi, ni bien se cerró la puerta, emprendió una endiablada carrera.

Hacia afuera, decenas de personas corrían por las calles tratando de evitar la impredecible lluvia veraniega que había sorprendido a la ciudad. Las luces de colores de las calles iluminaban las distintas representaciones de Papá Noel que decoraban casas en diversos estados de deterioro.

- ¿Tenías que hacerlo en la víspera de noche buena? – murmuró Sallieri. El chofer ni se inmutó ya que tenía puesto en los parlantes un ritmo pegajoso pero insoportable.

Sallieri volvió a revisar el correo electrónico que había recibido y que, a su vez, era el motivo por el que estaba en ese taxi rumbo a una fiesta y no comprando los regalos de navidad para su familia. El correo decía lo siguiente.

“Para Sallieri: Por motivo del nacimiento del primer hijo de la familia García – Quinto, nos complace en invitarlo a la reunión que se llevará a cabo el 23 de Diciembre del 2018 en el hogar de nuestra familia para compartir un momento especial. Aprovechando dicha situación, también le comunicamos que se envió la invitación a todos los miembros de la promoción 2006. Lo esperamos”

Sallieri apagó la pantalla. Esos correos sobre reencuentros de promoción habían llegado año tras año y él los había ignorado sistemáticamente.

- ¡Pero tienes que ir! – dijo Gloria a su terco esposo.

- No tengo los mejores recuerdos de mi época escolar, querida – respondió Sallieri mientras se servía un té en la cocina.

- Si te invitan es porque te consideran ¿Por qué ignorarlos? – dijo Gloria al tiempo que alcanzaba el azúcar a su esposo.

- Nunca terminé de empatizar con ellos, no son los mejores amigos que uno pueda pedir – dijo Sallieri firmemente.

- Pero en esta ocasión es distinto, una de tus compañeras tendrá a su primer hijo. No puedes faltar.

Sabía que discutir con Gloria era imposible, más aun tratándose de nacimientos de hijos (algo contra lo que Sallieri había luchado por años con el objetivo de restarle importancia) por lo que Sallieri terminó aceptando a regañadientes. Mandó su traje a la lavandería y al recogerlo lo planchó para tratar de dar la mejor impresión tras más de diez años de alejamiento. Compró un regalo barato (ni recordaba exactamente de quién era el hijo) y lo envolvió torpemente en su escritorio.

- Llegamos – dijo el taxista sacándolo repentinamente de su ensimismamiento.

Sallieri le dio un billete de veinte soles al taxista quien lo escrutó hasta el cansancio en la improvisada lámpara que había acondicionado en el panel de su auto. El taxi arrancó y Sallieri avanzó por la negrura de la calle, tratando de forzar su memoria para poder ubicar la casa de una persona a la que no veía hace muchos años y que, probablemente, hubiese preferido no ver.


II



- Sallieri, dale otra más, no tengas culpa – dijo frenéticamente Cecilia.

Sallieri dio otra bebida más a la botella de ron que yacía en sus manos. Ya no recordaba cuantas horas habían pasado.

- El muchacho no viene por varios años y ahora quiere dar la apariencia de sobrio y culto – dijo Carla quien le daba un empujón a Sallieri y este, con aparente relajación, devolvía la botella a su lugar.

Habían pasado tres horas desde que la fiesta de reencuentro había comenzado. Numerosas personas, a las cuales Sallieri no recordaba o no identificaba, habían llegado trayendo regalos para la familia y comentando los disímiles caminos que habían tomado sus vidas tras la salida del colegio.

- Y Ernesto ¿Sigue con vida? – preguntó uno por ahí mientras subía el volumen de la música.

- Oí que estaba en Argentina.

- A lo mejor se aparece hoy.

- Ese era tan vago que no por la nota final se aparecía y se va a aparecer en una reunión de confraternidad – comentó otro haciendo estallar las carcajadas en el lugar.

Sallieri sonrió tímidamente y miró el celular. Ya eran las diez de la noche. Quería llegar temprano a casa para poder dormir tranquilo y, al día siguiente, iniciar una loca carrera al centro comercial para comprar los regalos para la familia.

- ¿Y por qué tan callado, Sallieri? – dijo Bonifáz, un sujeto al que recordaba poco en el colegio.

- Mañana tengo que ir a comprar regalos para mi familia.

- ¿Recién en estas fechas? – dijo otra chica – Pensé que Sallieri aún conservaba esa responsabilidad que tenía en el colegio.

Todos rieron y las botellas volvieron a rotar. Sallieri le dirigió una sonrisa fingida y tomó su copa mientras cruzaba las piernas.

- Yo siempre creí que Sallieri era maricón – soltó repentinamente otro sujeto que recordó que se llamaba Ralph – lo recordaba con sus libros en una esquina y siempre acompañado de ¿Cómo se llamaba ese orejón?

- Ludwig, era Ludwig – dijo otra chica aportando al linchamiento de Sallieri.

- Ese mismo. Ludwig y Sallieri eran siempre los raros del salón. Pensé que se casarían – dijo firmemente el tipo.

Volvieron a reír y Sallieri sintió como su rostro se iba poniendo rojo. Ya sea por el alcohol o por la vergüenza, Sallieri sintió incomodidad.

- Sigo siendo responsable, que tú no hayas conocido eso no significa que me etiquetes a alguien igual a ti – añadió Sallieri mordazmente mientras volvía a beber de su copa.

La sala se quedó en silencio. Solo quedó la música pero se sentía hueca e incómoda. Ralph fue el primero en hablar.

- Disculpa Sallieri, yo no quise decirte eso… - dijo pero Sallieri lo interrumpió.

- Olvídalo solo no quiero tocar el tema – dijo tajantemente mientras buscaba más licor en la mesa.

La sala volvió a retomar la conversación pasado el impase y volvieron a conversar sobre sus vidas. A una chica se le ocurrió la “genial” idea de jugar a la Botella Borracha y fue allí cuando el round dos apareció.

Todos sentados en el suelo con su suerte dejada a un trozo de vidrio tubular, las confesiones iban y venían. Los besos, las caricias y las miradas cómplices se lanzaban como dardos por toda la habitación en una noche que prometía encerrar secretos tan oscuros que si saliesen al exterior destruirían decenas de familias.

Llegada la media noche, el alcohol había surtido el efecto necesario para hacer aflorar los sentimientos más recónditos sepultados por los años del colegio.

- ¡Sallieri! Le tocó el turno a Sallieri – dijo enfáticamente una de las chicas.

- A ver ¿Cuál fue tu amor más secreto en el colegio? – dijo Estefanía ocultando una sonrisa picarona mientras Sallieri pensaba su respuesta.

Sallieri pensó la respuesta. Lo curioso era que la persona estaba allí. Ya con la confianza que otorga el alcohol, Sallieri respondió.

- Confieso que era Camila, nunca tuve el valor de decírselo pero ya que estamos aquí, se lo digo de una vez – dijo coquetonamente Sallieri.

La sala dio un pequeño gritito de emoción y Camila, quien se encontraba a dos lugares más allá, sonrió tiernamente.

- Eres un tonto Sallieri ¡tú también me gustabas! – dijo y todos gritaron al unísono “Beso, beso”

Sallieri sonrió y se puso de pie para ir al costado de Camila. En medio de un mar de miradas, Sallieri la besó intensamente y todos aplaudieron alrededor.

- Espero no alterar a la señora de Sallieri – dijo Camila en medio del alboroto. Sallieri no respondió.

Contando los minutos, Sallieri sentía que la noche no era tan mala después de todo y que mañana, con el esfuerzo conjunto de unas pastillas más un buen desayuno, estaría listo para emprender las compras de navidad con su esposa.

Sin embargo, algo cambió repentinamente la noche. El timbre sonó.

- ¿Quién podrá ser? – dijo uno de los invitados.

Cecilia se puso de pie y salió a mirar por la ventana del tercer piso.

- ¡Es Ludwig! – gritó y todos miraron repentinamente a Sallieri.

La sangre se le subió a la cabeza ¿Ludwig había venido? ¿Sabría que él también estaba ahí? ¿Seguiría enojado aun después de tantos años?

Las preguntas no dejaban de brotar cuando la puerta del cuarto piso se abrió repentinamente y Ludwig hacía su repentina y tardía entrada a la reunión.

Alto, flaco, con una apariencia afilada y de unas características orejas sobresalientes, Ludwig hacía su entrada en el recinto y saludó afectuosamente a todos pero cuando llegó al lugar de Sallieri, solo le estrechó la mano secamente. Esta vez nadie dijo nada.

Ludwig se adaptó rápidamente al grupo y contó un resumen apresurado de su vida desde que dejó el colegio. Se había graduado en la Facultad de Ingeniería Química en una reconocida universidad y había contraído matrimonio casi pocos meses después de que había acabado sus estudios tras una larga relación de varios años con su actual esposa con quien, aparentemente, vivían una buena vida. Sallieri se hizo el distraído y evitó preguntar cualquier cosa pese a que se moría de ganas de hacerlo. Sin embargo, el favor vino por otro lado.

- ¿Te casaste con María? – dijo Ralph abriendo los ojos como platos – esa chica era un bombón en el colegio.

Todos rieron, era bien conocido que Ralph tenía la delicadeza de una lija para preguntar. Ludwig solo rio y dijo que no, que María y él habían terminado hace muchos años y que conoció a su actual esposa, Mónica, mientras estaban en la universidad.

- Lástima, se veían muy bien en el colegio – dijo otra compañera mientras preparaba una copa para pasársela a Ludwig.

- Yo recuerdo que en los recreos, María y Ludwig casi no paraban juntos pues el mayor tiempo posible lo pasabas con Sallieri – dijo Cecilia y la sala volvió a entrar en silencio.

Sallieri, encogido en un rincón, miró incómodamente a Cecilia y antes que comenzaran a hablar, Ludwig tomó la palabra.

- Sallieri y yo siempre hemos sido amigos y lo seguimos siendo. La historia de que él y yo nos habíamos peleado solo fue un mito para desprestigiar nuestro club de lectura. Al final Sallieri y yo hemos mantenido comunicación. Incluso yo me enteré de la reunión porque Sallieri me reenvió el correo y me hizo recordar que era hoy.

Todos soltaron un tenue “ah” que denotaba comprensión. Sallieri se quedó mudo a un costado. Era mentira, todo era mentira.

Por más de diez años, Sallieri había intentado comunicarse con Ludwig, ya sea por teléfono, correo u otros medios pero Ludwig siempre lo había evadido. Recordaba muy bien el día en que su amistad se quebró y de cómo había sufrido tanto el primer año sin la compañía de quien consideró algo más que un amigo por tantos años pero un error había hecho que se enfríe la amistad.

Fue una pregunta incómoda que le hizo salir de sus reflexiones.

- ¿Es eso cierto Sallieri? – dijo un compañero.

Sallieri se quedó mudo unos segundos mientras el resto quería escuchar una respuesta de su parte. Al final respondió.

- Cada palabra – dijo firmemente.

- ¡Ven, yo les dije que Sallieri y él eran maricones! – volvió a decir Ralph y la sala volvió a reír.

Esta vez Sallieri no hizo nada y solo rio mirando a Ludwig. Había algo sombrío en su mirada e incomprensible en su rostro. Quizá Ludwig solo quería evitar las preguntas incómodas o quizá solo no estaba aún preparado para hablar del tema. Sallieri le siguió la corriente toda la noche y la reunión transcurrió sin mayores aspavientos.



Epílogo

- Cuídate mucho y hasta pronto - se despidió la anfitriona del evento de esa noche.

Ya eran las cuatro de la mañana y en la pista no circulaba ni un alma. Sallieri decidió ir a pie hasta encontrar un taxi disponible.

Avanzó entre calles lóbregas y parques en decadencia. Una que otra casa emitía un ruido aislado por un televisor en actividad o una pareja entrenando las artes amatorias. Sallieri solo avanzó.

Cuando ya iba por los quince minutos de camino, sintió algo extraño. Alguien lo seguía.

Sallieri escrutó con la mirada el paisaje que tenía delante de él. Un desgastado parque con una fila de postes luminosos que formaban extrañas siluetas de los árboles que había allí. Sin embargo una silueta le llamó la atención. Era un hombre.

- Sallieri, hola – dijo Ludwig.

El corazón le dio un vuelco. Sallieri sintió nuevamente el calor subirse hasta el rubor de sus mejillas. No supo cómo reaccionar pero Ludwig dio el primer paso.

- ¿Podríamos hablar?

Sallieri, aun mudo por la sorpresa, asintió y Ludwig se sentó sobre una banca. Sallieri lo imitó.

- Han pasado tantos años – dijo Sallieri con la voz quebrada.

Ludwig no respondió. Solo miró hacia abajo y cerró fuertemente los ojos. La madrugada comenzaba a ponerse más húmedas y algunas gotas asomaron por entre las nubes.

Sallieri lo abrazó en señal de consuelo y Ludwig dejó escapar un par de lágrimas.

- Debí responderte, he sido un tonto – se lamentó duramente. El cielo crujió levemente.

- Han pasado años, Ludwig, las cosas ya pasaron y nuestras vidas están hechas – dijo mientras miraba su envejecido rostro atacado por los años.

- Llevo una vida de mierda, Sallieri- dijo amargamente.

- Lo sé – respondió Sallieri.

Sallieri no se había comido el cuento de la vida perfecta de Ludwig. Sabía que había tenido una exitosa vida profesional pero en lo marital, Ludwig no había sido muy diestro. Sobre todo teniendo en cuenta las cosas que sabía de él. Y sabía mucho, más que nadie.

- Me ha denunciado por abandono de hogar. Solo quería darle una vida digna a mi hija alejada de esa alcohólica. Su padre trabaja en el Poder Judicial y ha hecho lo imposible por quitarme el sueldo y la hija. No quiero mi dinero, quiero a mi pequeña, Sallieri. Jamás debí meterme con esa bruja.

Ludwig seguía llorando amargamente. Necesitaba un amigo, lo necesitó todos estos años. Sallieri solo acariciaba su cabeza cómodamente mientras Ludwig seguía botando algunas lágrimas más de amargura.

- Ahora tengo una orden de alejamiento. No puedo acercarme a ver a mi pequeña y tengo mi vida destrozada. No tengo nadie ni nada en qué creer, Sallieri, desearía que todo volviese hacia atrás.

Allí, acomodando el cabello de Ludwig, Sallieri recordó el inicio de la ruptura. Diez años atrás retornaron a su cerebro. Era el verano del 2006.

- Nos van a ver, estoy seguro que nos van a ver- dijo Sallieri mientras Ludwig cerraba la puerta del salón durante el recreo.

- Todos quieren ver el nuevo trompo de Ralph, tenemos el salón solo para nosotros – dijo Ludwig.

- Tenemos el aula solo para poder coordinar el club de lectura, Ludwig, este espacio no es seguro.

Ludwig sonrió. Tenía una vitalidad gigantesca y sus grandes ojos rebozaban juventud pero ese día no, ese día había pesar.

- Sallieri ya no estoy cómodo más tiempo con María. Siento que deberíamos acabar con esta farsa – dijo Ludwig con una gran carga de pena.

Sallieri reflexionó y quiso salir. Había evadido esa conversación durante el último año.

- Ludwig, sabes que no…

- Pero ¿Quién delimita la felicidad? ¿Lo hace el profesor, el auxiliar, el conserje, el director? La felicidad es circunstancial, Sallieri. Siento que debemos decirlo.

Sallieri no miró los ojos de Ludwig. Solo se concentró en el primer libro que tomó apresuradamente intentando desviar la conversación. Sin embargo Ludwig volvió a hablar.

- He terminado con María hace una semana, Sallieri, siento decírtelo ahora sin consultar – dijo secamente.

Sallieri sintió que el mundo se le desplomaba al oír eso.

- ¿Te das cuenta lo que acabas de hacer? ¿A las burlas a las que nos quieres exponer? Olvídalo, Ludwig, no pienso ser un apestado social.

- ¿Valgo menos que tu vergüenza, Sallieri?

Sallieri sintió un escozor en los ojos. Ludwig estaba al borde del llanto. Antes que su corazón pudiese reaccionar, el cerebro le ganó.

- Tengo una novia, Ludwig. He comenzado una relación con Gloria hace poco.

Ludwig reaccionó de inmediato. Se puso de pie y acabó con su intento de tomar la mano de Sallieri. Salió del aula y volvió tres horas después al salón. Vio las muñecas de su ex amigo al entrar y supo lo que había pasado en el baño. De ahí comenzó un silencio que duraría diez años. Hasta ahora.

Sallieri y Ludwig, sentados en la desvencijada banca del parque, ahora ya no los cubrían torres de libros, era la oscuridad de la madrugada quien les intentaba dar una nueva oportunidad.

Sallieri tomó la mano de Ludwig y este reacción lentamente. Su llanto había parado y ahora solo había espasmos.

- Lo siento – dijo suavemente Sallieri. Ludwig, aun sin mirarlo, asintió.

Empolvado por la vorágine de los años y desgastado por las normales vidas que habían intentado llevar, Sallieri supo que no había marcha atrás. Sabía que los centros comerciales aun abrirían en varias horas y de que su esposa en ese momento aún estaba durmiendo, esperando que él llegase para compensar su ausencia con un frenético movimiento que satisficiera sus apetitos matutinos. Ya ni siquiera sabía si realmente quería comprar los regalos de navidad.

Movido por un apetito que había guardado por diez años, Sallieri hizo lo que pudo haber cambiado la vida de su amigo.

- Acepto – le dijo tiernamente.

La cara de Ludwig se levantó y sus hinchados ojos ahora reflejaban algo similar al consuelo, Sallieri lo tomó de la barbilla acercándose a su entrecortada respiración y vio como los labios de su amigo se abrían de par en par, como un viejo conocido que había esperado por mucho tiempo a una visita. Las luces del parque comenzaron a apagarse.

A lo lejos, el primer taxi de la mañana comenzaba a hacer su ruta. Ludwig levantó la mano y Sallieri solo asintió. Tras conversar unos minutos con el taxista, ambos subieron al auto con un rumbo fijo: Recuperar el tiempo perdido.


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