domingo, 19 de junio de 2016

El Panóptico (Tributo a Edgar Allan Poe)



I

Sintió un ligero temblor en el suelo y el aparato comenzó a descender.

- Primera planta, segunda planta, tercera planta – murmuró mientras se acomodaba la corbata y alisaba el saco gracias al reflejo del metal.

En la sexta planta, el ascensor se detuvo con un quejido metálico, como si él también estuviese deseoso de retornar rápido a su punto de origen, quizás a él también le molestaba trabajar los domingos. Tras abrirse la puerta, un policía de turno lo esperó con porte firme y mirada rígida.

- Buenas noches – masculló desganado por la rutina – su identificación por favor.

El psiquiatra lo observó de pies a cabeza. Era de contextura gruesa aunque se le notaba un tanto obeso. Tenía una mirada pétrea, cejas pobladas, cabello ralo y dos terrones de oro en los dientes. Bajó la mirada y se detuvo en el rifle, la macana, un juego de balas y un electroshock.

- Que dulce recibimiento, oficial Rivas – le dijo divertidamente el visitante mientras le extendía una tarjeta – tenga aquí.

El policial cogió secamente la tarjeta y sacó una lista de visitantes. Anotó algo en la libretilla, soltó una blasfemia inaudible por el estruendoso ruido del ascensor subiendo y se la devolvió al visitante.

- Doctor… - dijo torpemente volviendo a mirar en la libretilla – Bill Harford ¿Cierto?

- Comúnmente, sí – dijo parpadeando el psiquiatra.

- Acompáñeme a la oficina primero – dijo el policía, ignorando la ironía, dándole la espalda y avanzando por el pasillo – necesito que llene algunos datos más.

Harford carraspeó un momento como queriendo dar a entender su inquietud y pesimismo por la burocracia pero el policía adivinó la situación. Probablemente todos intentaron lo mismo.

- Doctor Harford, créame, es necesario – dijo el oficial mirándolo fijamente. Volteó y retomó su caminata. Harford suspiró lacónicamente y lo siguió.

Veinte sucios metros seguían desde el ascensor hasta la oficina del oficial. Se notaba claramente que era la oficina de un guardia de turno ya que notaba un mayor desgaste en la banca para invitados que en la silla de la oficina. La actividad era casi nula. Paredes que se descascaraban por la humedad del sótano, un teléfono pasado en años de moda tecnológica, cuadros de graduación de promoción donde jóvenes oficiales sonreían como soñando con pertenecer a misiones peligrosas o labores de alto riesgo y, contrastando con el entusiasmo juvenil, estaba el escritorio del guardia nocturno.

Un florero marchito (¿quién en sano juicio piensa en poner flores naturales en un sótano?), un cuadro de su familia, un tajador de mesa, un cubo con lapiceros, una portátil y un televisor minúsculo que servía para el monitoreo. Cuando Harford terminó de observar todo ello, el oficial se sentó atrás del escritorio y encendió un cigarrillo.

- ¿Gusta? – masculló ofreciéndole la cajetilla al psiquiatra.

- Muchas gracias, pero no fumo – dijo rápidamente Harford ansioso por terminar la parte burocrática.

El oficial lo volvió a mirar y asintió, acto seguido se inclinó y busco algo en el archivador del costado. “Levi, Levi donde estás, Levi. ¡Ah, ya te encontré!” dijo el policía y puso un polvoriento legajo en el escritorio, apartando el polvo con la mano como si fuese un chamán ahuyentando malos espíritus.

- Supongo que ya le informaron del caso – dijo el policía abriendo el folio y sacando fotos de recortes de periódicos – aún no sabemos por qué lo hizo.

Harford había visto esas fotos cientos de veces y leído aquellos recortes otros cientos más. Había seguido el caso los últimos meses y aun el, ni su equipo, habían logrado encontrar el móvil del crimen. Las razones por las que aquel asesino haya hecho lo que hizo solo era una misión para la psiquiatría. No tenía problemas económicos, no tenía enemigos, no tenía familiares, era literalmente una hoja en blanco, sin tinta pero también sin mancha. Primero los detectives hicieron el seguimiento de su rutina pero no obtuvieron mayores frutos, luego le siguieron los médicos pero descartaron el consumo de drogas, a ellos le siguieron los piratas informáticos pero se llevaron un chasco mayor al corroborar que Levi era un hombre anacrónico ya que para él la tecnología era secundaria. Solo quedaba confiar en la psiquiatría y en lo que la entrevista de aquella noche le revelara.

- Si he leído sobre el caso, oficial Rivas – dijo suavemente Harford mientras sacaba un bolígrafo y una libretilla – y compartimos el mismo estupor sobre él. Ahora, si me permite, sería de gran ayuda que me facilite el acceso a su celda.

Rivas ignoró el último comentario de Harford y prendió el minúsculo televisor que tenía a su derecha. Cuando la imagen se definió, la giró para que la viese el psiquiatra.

- Véalo usted mismo – dijo Rivas impaciente.

Harford observó la imagen y le pareció una escena común de una película de detectives: Una mesa, el recluso con un traje de una pieza de color naranja y unas esposas que le impedían el libre manejo de las manos. Lo que le llamó la atención, y lo que supuso también había generado la impaciencia del policía, era una mancha parduzca que se movía ágilmente por la sala.

- ¿Qué es eso? – dijo Harford señalando la mancha en la pantalla mientras se ajustaba los anteojos y presionaba los labios.

- ¡Es un gato! – Rugió el oficial señalando la pantalla y esparciendo cenizas por la mesa - ¡Un bendito gato en la celda! Hemos pasado semanas intentando hacer que hable sobre sus crímenes pero se ha negado a cooperar por todos los medios si no accedíamos a sus requisitos.

- ¿Pidió un gato todo el tiempo? – preguntó interesadamente Harford al tiempo que observaba al felino subir al regazo de su ¿dueño?

- No al inicio – dijo tornando los ojos- al inicio nos pidió que le llevásemos su biblioteca. Algo que nos negamos rotundamente a hacer.

- ¿Por qué se lo negaron? – pregunto interesadamente el psiquiatra.

- Temimos que intentase enviar o recibir algún mensaje por medio de ello, por otro lado, no podíamos transportar semejante cantidad de papel a un cuarto tan pequeño. Es allí cuando decidió pedir que le traigan su gato.

Harford continuó mirando a Levi por la pantalla de vigilancia. Acariciaba la cabeza del gato mientras miraba directamente a la cámara.

- Sabe dónde está situada la cámara ¿Cierto?

- Lo intuyó, pero no creo que lo sepa realmente – dijo rápidamente el oficial.

El psiquiatra guardó la libretilla y el lapicero y exhaló.

- Bien oficial, creo que puedo hacerme cargo del asunto – dijo resueltamente Harford – deme el acceso a la celda.





II

El sótano de “El Panóptico” era conocido por albergar a reos de máxima peligrosidad bajo sólidas capas de concreto bajo tierra. Estaba vigilado de pies y cabeza por cámaras de video así como sensores de calor y movimiento para los que se intenten fugar por medios más ingeniosos. La salida era casi imposible. Harford caminó por los pasillos hasta el pabellón subterráneo cuyo rótulo rezaba “Homicidios”, una vez dentro, buscó la puerta 14. Observó la cerradura y le hizo una señal a la cámara para que pudiesen autenticar su presencia.

- Clave oral – dijo la metálica voz del dispositivo.

- Fidelio – susurró Harford.

- Doctor Bill Harford, Psiquiatra especialista en homicidios y patologías criminales. Acceso confirmado.

Las pesadas cerraduras se corrieron y la puerta se abrió de par en par dejando a la vista a su interlocutor.

- Buenas noches, Leví – musitó Harford mientras ingresaba a la celda y acostumbraban sus ojos a la fuerte iluminación que había dentro.

Levi no lo escuchó, o si lo hizo, no respondió. Tarareaba y canturreaba con los ojos cerrados mientras una sonrisa de gozo se le formaba en el rostro. Jugaba con los dedos como simulando un instrumento de percusión mientras meneaba ligeramente la cabeza ante el sonido de un inaudible compás. El gato solo maulló con la cola erizada mirando al psiquiatra.

- Señor Leví, buenas noches – dijo más firmemente Harford mientras se quitaba el saco de encima y lo colgaba en su silla.

- Oh, espere un momento que allí vienen los violines, doctor Harford – susurró Levi extasiado por sus pensamientos – dejemos que acabe el frenesí y habremos pasado por una experiencia del arte griego. Que sublime catarsis, doctor…

Levi se detuvo en seco y terminó de hacer un último sonido en la mesa con sus dedos. Volvió su rostro al frente y abrió los ojos. Una repentina ola de frío recorrió el cuerpo del psiquiatra y la cola del gato dejo de erizarse.

- ¿No sintió usted lo mismo, doctor? – preguntó Leví abriendo sus enormes ojos grises mientras se incorporaba suavemente en el asiento – ¿O es que la frialdad de esta caverna lo ha insensibilizado?

- Disculpe señor Leví, sigo sin entenderle – preguntó confundido Harford.

- Fidelio – dijo serenamente el asesino.

Las puertas volvieron a crujir, el mecanismo se reactivó y pesadas barras de acero comenzaron a movilizarse sobre ejes de titanio.

- Doctor Bill Harford, Psiquiatra especialista en homicidios y patologías criminales. Acceso confirmado – volvió a repetir la máquina dejando la entrada al pasillo tan libre como la certeza del doctor y del equipo de policías que, en alguna parte del edificio, estarían intentando hallar explicación lógica a lo que pasó.

- Pero… - dijo horrorizado el psiquiatra - ¿Cómo? ¿Desde cuándo?

- Oh, no se moleste en ponerse de pié, doctor – dijo Levi dando un chasquido con la lengua para que su gato salte a su regazo – pero si desea mi opinión, fueron muy negligentes.

- ¿Cómo lo supo? – pregunto Harford aun sin salir del asombro.

- Me sorprende que una persona de su profesión no tenga gustos exquisitos pero verá – dijo serenamente Levi – el oficial de turno de los domingos es una persona muy culta y exquisita, quizás sea por eso que le pedí a él que trasladaran algunos de mis libros favoritos aquí pero lamentablemente se negó, es por eso que solo tengo a Binotris ¿no preciosa?

Acarició nuevamente al gato mientras que Harford aún seguía sin comprender nada.

- Sigo sin entender nada – dijo el psiquiatra.

- Hace unas semanas cuando el vino a colocar el nuevo dispositivo de seguridad, me tuvieron unos minutos fuera de la celda acompañado de cinco gentiles policías. El objetivo era revisar mis cosas pero fue una mala idea colocar la clave de ingreso mientras tarareaba – sonrió.

- ¿Se refiere a Fidelio?- pregunto Harford intrigado - ¿Que tiene que ver ello con un tarareo?

Levi contrajo su rostro como si hubiese escuchado algún insulto personal. Finalmente dijo.

- Obra del gran Joseph Sonnleithner y musicalizado por Ludwig van Beethoven a fines del SXVIII, doctor – dijo imitando indignación con la voz – pero descuide, es obvio que ya han cambiado la clave a modo manual.

Acto seguido miró en dirección a la parte superior de la pared de enfrente y sonrió, por la perspectiva que se generaba, Harford dedujo que allí estaba la cámara. El gato comenzó a ronronear y se durmió a los pies del psiquiatra. Al parecer los rumores sobre Levi eran ciertos. Sacarle la información iba a ser un trabajo de hormiga.

- Bien señor Leví, es usted una persona muy observadora – dijo con una leve sonrisa el psiquiatra.

- Solo soy un hombre solitario que tiene más tiempo para deducir la mecánica del mundo, doctor – dijo Levi mirándolo con unos penetrantes ojos grises – Y créame. No es tan difícil.

Harford asintió mirándolo mientras Levi se volvía a recostar en su lugar. El psiquiatra sacó su folio y lo arrojó sobre la mesa. Leví miró de reojo.

- Por qué lo hizo – pregunto secamente Harford al tiempo que sacaba una grabadora de sonido.

- Fue idea de ella – señalo despreocupadamente Levi. Era el gato. Harford frunció el ceño.

- ¿Perdón?

- Fue idea de ella – repitió Levi seriamente – estábamos tan bien hasta que un día ella me sugirió que sería divertido.

- Señor Leví – resopló calmadamente Harford – intento ayudarlo para poder reducir su condena y llegar al fondo de estos casos. Hay muchas personas interesadas en saber sus motivos.

- Qué curioso, doctor – dijo divertidamente Levi – ¡desde que entré aquí todos quieren ayudarme sin embargo sigo en esta celda! Al parecer los únicos malvados de aquí son los que me trajeron a este lugar. Si tanto quiere ayudarme, podría traerme un Cervantes. No sabe cómo extraño El Quijote.

Harford volvió a examinar a Levi. Basándose en el principio de que estaba más loco que una cabra, llegar al fondo de ello sería como cavar un foso arrojando la tierra hacia arriba en línea recta.

- Confesar el móvil del daño sería una excelente carta para poder negociar una reducción de condena, Leví – dijo el psiquiatra observando el tiempo de grabación en el dispositivo – usted tuvo razones para ello.

- He matado personas, señor – rió Levi – no necesito ser un hombre de leyes para saber que ni Jesucristo me perdonaría. ¿Pero sabe? Les he brindado diversión por muchas semanas al departamento de detectives, deberían agradecerme por sacarlos de la rutina. Debería hacer esto más a menudo.

- Mire esta foto – dijo Harford señalando el folio – solo tenía quince años, era una estudiante ejemplar del colegio distrital y aspirante a una beca a Francia más adelante. Sin contar que es mitad francesa y su embajada está pidiendo a gritos la cabeza de su asesino. Y créame que su cabeza se vería muy bien encima del escritorio del embajador.

- Es usted un hombre muy ocupado ¿No es verdad? – dijo preocupadamente Levi.

Harford se volvió a perder unos segundos antes de reaccionar.

- ¿A qué se refiere?

Levi se incorporó en su lugar y presionó el botón de DETENER en la grabadora de voz. Harford se puso de pié.

- ¿Qué cree usted que hace? – dijo airadamente el psiquiatra.

- No lo está haciendo bien, doctor – dijo calmadamente el asesino – este dispositivo matará cualquier tentativa que usted pretenda aplicar en mí. Usted está condicionado, yo no.

Los ojos del asesino se abrieron suavemente y el gato cambio de posición. Harford no lo entendió bien.

- ¿Por qué desea que apague el dispositivo? – preguntó Harford.

- Porque deseo ayudarlo – dijo – Doctor, no esté al servicio del tiempo ¡Haga que el tiempo esté al servicio de usted! Esto no es una entrevista, esto es un simulacro de entrevista. Usted llevará esta cinta mañana al departamento de detectives donde una manga de pelmazos intentará diseccionar mi discurso en la búsqueda de una aguja en medio de un pajar de sonidos. ¿Y por qué lo harán? Porque es SU trabajo, lo más triste es que esa aguja sigue aquí, en mi garganta- carcajeó serenamente- Hoy usted no trabaja, es su día de descanso y desea volver rápidamente a casa para analizarlo mejor mañana en SU hora de trabajo ¿Por qué no se compromete realmente en este caso y apaga su grabadora y decide escucharme, observarme, olerme y tocarme? Aplique todos sus sentidos en mí, doctor. Aquel aparato solo es uno de cinco. No reniegue por estar en un horario fuera de su labor, alégrese porque hoy usted puede quebrar la dictadura de la urgencia.

Harford reflexionó en sus palabras, tenía razón. El psiquiatra detestaba ser siempre llamado a última hora ya que el departamento de psiquiatría era la última rueda del coche en la agencia. Había solicitado entusiastamente la entrevista por varios meses pero siempre le fue negada ya que otros departamentos estaban en constante comunicación con él. Hace unas semanas, finalmente, la agencia le confirmó la fecha de su entrevista. Un domingo. El entusiasmo se convirtió en modorra por lo que decidió crear una réplica digital de la misma. Levi continuó.

- Yo solo quiero que la gente salga de esta horrible cadena de responsabilidades y urgencias, el ser humano ha dejado de sorprenderse a sí mismo por querer sorprender a otros ¡Pero hasta en eso se ha equivocado! Todos fingen que esto camina bien cuando se han convertido en máquinas de Huxley, autómatas balbuceando ante cajas transmisoras o zombies reptando por los espacios públicos mirando cajitas de la vanidad. Yo le di de qué hablar a esta aburrida ciudad y le daré de hablar a usted.

- Eso sigue sin responder mi pregunta inicial, señor Levi – volvió a repetir el psiquiatra – ¿Por qué lo hizo?

- Ya le dije – repitió divertidamente el asesino – fue culpa de Binotris.

- Señor – volvió a señalar la fotografía – el cuerpo de la niña fue hallada en una chimenea y su madre fue encontrada degollada en la habitación. ¿Qué relación tiene ellas con usted? ¿Fue su antigua esposa o amante?

Levi carcajeó haciendo que el gato se ponga de pie mirándolo indignadamente. Cuando paró, volvió a sentarse y se limpió las lágrimas.

- Ustedes los detectives, siempre tan sofisticados – dijo serenamente Levi – pero inútilmente complejos ¿Quiere saber qué relación tiene conmigo? Ninguna, era la primera vez que nos vimos pero dios, que increíbles puestas en escena hicieron, hubiesen sido geniales actrices de teatro.

- ¿Entonces por qué las mató? – repitió ansiosamente el psiquiatra.

- Ya le dije – volvió a murmurar Levi más serenamente – fue idea de Binotris.

Harford desistió del caso del asesinato de la niña y su madre por lo que pasó a otro tópico.

- Amelia Levi, fue su esposa por varios años y nunca se le conoció una pelea o escándalo con ella – dijo señalando la siguiente foto mirándolo a los ojos como deseando encontrar algún índice conductual por la impresión - ¿Por qué lo hizo?

Levi miró fijamente la foto y luego aclaró la garganta.

- Siempre estuve en duda con hacer ello, querida – dijo Levi mirando al suelo. Harford advirtió luego que le hablaba al gato – pero pienso que al final no nos equivocamos. Verá doctor. Una mujer bella y sensible pero lamentablemente influenciable. La pobre mujer cedió ante la dictadura del tic-tac, dejó de reír y soñar porque pensó que Channel era mejor que Mozart, que un Gucci era mejor que un Bradbury. La pobre adquirió un cáncer generalizado de codicia y Binotris sugirió adornar su cabeza con un lindo sombrero filoso.

- ¿Se refiere al hacha que le hundió en el cráneo? – dijo indignadamente Harford volviendo a ver la foto del crimen.

- Era el que mejor le quedaba – dijo sonrientemente Levi.

- ¿Nunca sintió remordimiento por los muertos? – pregunto entrecerrando los ojos.

- Siento remordimientos por usted, doctor – dijo suavemente el asesino – merecía ser libre.

Harford sopesó las palabras de Levi. Quizás ya estuviese desarrollando alguna antipatía hacia él por lo que decidió no responder la amenaza. ¿O no era una amenaza?

- No me ha respondido por el caso de la niña y su madre ni por el de su esposa, señor Levi. Qué me puede contar sobre la señora Brand – dijo Harford extendiéndole la siguiente foto.

La foto evidenciaba un cuerpo intacto de heridas pero en un evidente estado de descomposición. La pobre anciana había muerto recluida en su propio sótano.

- Yo no la maté – dijo extrañado el asesino – ella se murió por no comer.

- Usted la encerró, Levi – dijo desafiante el psiquiatra - ¿Por qué lo hizo?

- Ya le dije.

- ¡Oh por Dios, deje al gato tranquilo! – grito Harford pero instantáneamente se avergonzó de su comportamiento, él no debía perder el control. Sabía lo que le esperaba.

Levi sonrió.

- Doctor Harford – dijo respetuosamente – es usted un idiota. Supongo que sabrá que jamás podrá volver a interrogarme después de esto. Eso significa que es su última oportunidad para poder sacarme algo de información. Quizás a partir de mañana me traerán otro psiquiatra pero no lo deseo. Usted es muy divertido.

El gato se volvió a retorcer en su regazo, Harford vio sus enormes garras rasguñar su pantalón. Unos surcos blancos aparecieron pero no lo inmutó. Harford prosiguió el interrogatorio pero Levi lo interrumpió.

- Parece que le agradas – miró al gato con inmensa ternura – ven pequeña, no molestes al gentil doctor Harford, está siendo muy amable con nosotros. Disculpe doctor, continuemos.

- María Bran fue encerrada en su propio sótano, testigos lo han visto saliendo de la casa los últimos días previos al descubrimiento del cadáver. ¿qué sucedió?

- Le repito doctor. Binotris pensó que sería una buena idea darle un reposo final a una mujer que ha vivido tan angustiada por la presión de un trabajo incesante. ¿Sabía que ella era operadora de teléfonos? Pobre de ella, todo el día oyendo quejas y rabietas. La pobre vivió estresada pero aun en la jubilación siempre ansiaba encontrar algo con que estar ocupada. Huía de sí misma, le daba miedo encontrarse con Maria Brand. Ahora tienen mucho tiempo para charlar.

- ¿No tenía ninguna relación con usted? – preguntó inquisidoramente Harford.

- La vimos unas dos veces con Binotris cuando íbamos a la cafetería – dijo mirando al techo como intentando atraer un viejo recuerdo – la pobre me contó su vida y me compadecí. Pero repito, yo no la maté, solo su puerta se trabó y no pudo salir del sótano.

Harford resopló, al parecer no progresaba.

- Bien señor Levi – dijo finalmente el psiquiatra- he intentado por todos los medios ayudarlo pero se niega adarme información nueva o creíble…

- ¿No le cree a Binotris? – preguntó preocupadamente Levi

- …creíble – continuó Harford mientras simulaba no haberlo oído – lo que significa que su destino es inevitable. Sin embargo, recientes estudios policiales señalaron que, cuando usted fue capturado, aún tenía en mente un asesinato más – Levi se movió ligeramente en su asiento - ¿Podría darme detalles sobre ese futuro homicidio?

Levi sonrió ligeramente, como si aquel fuese el momento que había estado esperando toda la noche. Se acomodó en la silla y tosió levemente para despejar su garganta.

- Il est clair que , si M. Dupin – dijo alegremente el asesino.

- No le entendí – dijo Harford lamentándose no haber tenido la grabadora prendida. Mañana pediría la grabación del video completo de la celda a la comandancia.

- Descuide, es francés – dijo Levi mirándolo más insistentemente – Señor, es usted un investigador, esa pregunta no debe ser respondida por el asesino… si no por su evidencia.

Harford pensó en lo que dijo pero no le encontró sentido.

- ¿Qué evidencia puede haber en algo que no ha sucedido? – preguntó el psiquiatra.

Levi se ofendió, tiró de las cadenas que lo ataban a la mesa y esta se movió unos centímetros.

- ¡Es que es usted un tonto! – dijo Levi elevando su tono de voz - ¡Toda esta absurda entrevista es una gran evidencia! Sigue usted atado una máquina, doctor Harford, ¿piensa que esa estúpida camarita de allí arriba grabo todo? Pues se equivoca, confíe en sus sentidos y puede que no sea demasiado tarde, doctor.

- ¿Aun piensa ejecutarlo? – preguntó horrorizado Harford pero al ver la densidad de las paredes y el grosor de la puerta de metal, sin contar que estaban en un sótano muy profundo, se tranquilizó - ¿Cuenta con aliados? ¿Están en libertad?

Levi, quien seguía airado, se volvió a sentar.

- No doctor Harford, no está en libertad – dijo suavemente.

Harford insistió.

- ¿Quién más iba a ser Levi? – casi suplicó – Necesito saberlo para encontrarle la lógica a sus crímenes. Yo puedo ayudarlo a reducir su condena.

Leví se volvió a incorporar hasta donde las esposas atadas a la mesa le permitían.

- Una hora, Doctor Harford – dijo temblando de rabia – Una hora intentando que usted entienda todo pero se ha vuelto una máquina de la metodología científica. ¿Es esto lo que le enseñaron en la academia policial? ¡Le han extirpado la imaginación, doctor y es la imaginación su principal aliado ahora pero se niega a usarla! ¡BASTA YA DE FINGIR! ¡CONFIESO QUE LOS MATÉ! Y PRONTO DEJARÁ DE LATIR EL ÚLTIMO CORAZÓN ¿Es eso lo que necesita, Harford? Use su soñador interior, ese que no fue asesinado por la rutina.

- Levi, cálmese – intentó tranquilizarlo.

- Levante esos tablones y encontrará a mi delator – susurró nerviosamente el recluso.

Harford no entendió las últimas palabras que le dijo pero supuso que era ya los inicios de sus cuadros de esquizofrenia por lo que decidió ponerse de pié y coger su abrigo para retornar a casa. Mientras que hacia una seña a la cámara para que le abran la puerta, Leví lo interrumpió.

- Doctor, lo sé todo. Mañana me ejecutarán por no cooperar con las investigaciones y porque los familiares de las víctimas lo demandan – dijo calmadamente – ¿le puedo pedir un último favor?

Harford lo sabía desde el inicio pero no sabía que sería tan pronto. Accedió.

- Dígame, Leví.

- ¿Podría dejar en libertad a Binotris? – dijo Levi suplicantemente mirándolo con sus grises faroles – No tengo a nadie quien lo cuide y yo mañana habré muerto. Solo le pido que lo suelte en la calle. Es lo único que le pido.

Harford lo pensó unos minutos y al final asintió.

- Ven conmigo Binotris – le dijo Harford extendiéndole los brazos pero el gato no subió.

- Discúlpela, No se subirá a sus brazos, Doctor. No se acostumbra con extraños – dijo preocupadamente Levi – pero igual lo seguirá.

Harford se puso el saco y abrió la puerta. Dio una última mirada a Levi quien yacía sentado en su lugar mirando entrañablemente a su gato y se despidió con una seña.

Ya afuera, psiquiatra y gato se dirigieron rumbo al elevador.



Epílogo

Harford había llegado a su casa a las cuatro de la mañana.

Agotado por el extenuante entrevisto y fatigado por el camino de retorno, el psiquiatra se dispuso a dejar sus cosas en su escritorio antes de tomar un café e irse a la cama para aprovechar las pocas horas previas a su turno de trabajo.

Dejó el maletín en el suelo y puso su café encima del escritorio de madera. Se dispuso a ordenar sus papeles y los metió todos debajo de su escritorio, en la caja de tablones. Entonces lo vio.

- Oh aquí estabas – dijo afablemente Harford observando su descubrimiento: Un ejemplar de Narraciones Extraordinarias de Edgar Allan Poe – pensé que te había perdido.

Abrió flojamente el libro y chequeó el índice.

- Los Crímenes de la calle Morgue – susurró y recordó el argumento – Dos víctimas, una mujer y una niña asesinadas por un simio. Una degollada y la otra encasillada en una chimenea…

Harford miró de golpe hacia el frente, como sorprendido por una repentina revelación “No puede ser…” musitó. Siguió leyendo.

- La Caída de la casa Usher – murmuró rápidamente – Una mujer enterrada viva en el sótano de su hogar, una lúgubre mansión.

Harford respiraba apresuradamente mientras leía. Dio otro sorbo al café y la garganta le comenzó a picar. Lo último le zumbó los oídos.

- El Gato Negro – murmuró y un trueno retumbó en el exterior. Comenzó a llover.

“Fue idea del gato”

- No…- murmuró mientras el escozor en la garganta se hacía más intensa – La siguiente víctima era…

“Il est clair que , si M. Dupin” “Mi cómplice no está en libertad, Doctor”

Ahora si lo estaba, él lo había sacado.

Bill Harford rodó por el suelo y observó el café. Tenía un extraño polvo blanco flotando encima. Un polvo del mismo color que los arañones que, desde horas antes, había en sus pantalones.

- Polvo de Ricina – dijo con voz raposa – gato de mierda, lo traías en las garras.

“No subirá a sus brazos, doctor. No se acostumbra con extraños pero igual lo seguirá”

Harford, en sus últimos intentos por aferrarse a la vida, buscó desesperadamente con la mirada la presencia de algo extraño. Un relámpago lo iluminó.

Unas pisadas húmedas en café lo dirigieron al alfeizar de la ventana. En contraste con la iluminación nocturna, un gato reposaba mirando macabramente a su víctima. Un gato que en la presencia de los reflectores de la celda era pardo pero que ahora se veía muy oscuro por la contraluz. Era un gato negro.



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