miércoles, 25 de noviembre de 2015

Más allá de la muerte… la vida





I

Primero sintió un violento tirón en el estómago y luego un dolor ciego en la frente.

Intentó pisar el freno intuitivamente pero los reflejos son traidores cuando de responsabilidades serias se trata. El auto se estrelló ruidosamente contra el camión que había aparecido de la nada.

El vehículo rodó cuesta abajo al romper el cerco de seguridad que dividía la autopista del bosque. Contó más de quince vueltas y luego solo el silencio, la oscuridad y el terror.



II

Una corriente de aire helado lo hizo volver en sí.

Estaba tendido boca arriba en lo que parecía un bosque. Por temor a sentir una lesión, aun no se movía. Abrió los ojos y vio un hermoso cielo nocturno salpicado de estrellas fulgurantes. Debía de ser casi la medianoche.

¿Cuánto tiempo estuvo allí? Nunca lo supo. Se irguió poco a poco y miró a su alrededor, un inmenso bosque de bambúes lo rodeaba. Siguió buscando con la mirada, no quería rendirse, tendría que estar en algún lugar, y al final lo vio. A un lado, como un montículo de carbón en uso, su auto ardía producto del violento choque que acababa de sufrir.

- No debí tomar esas copas – murmuró frustrado – ahora tendré que dar explicaciones en casa y terminar de pagar un auto que ya no usaré…

Miró con tristeza aquello que pudo ser su última morada pero sabía que era tenía que dejarlo atrás. La prioridad ahora era salir de allí.

El frondoso bosque le causó extrañeza. Nunca había visto su localización en el GPS ni sabía qu había uno cerca de la ciudad donde vivía. Por otro lado, antes de que el auto se desbarranque después del choque, él pensó que caería por un despeñadero pero al parecer no fue así. La última pregunta era lo que más le aterraba. ¿Cómo sobrevivió y cómo llegó allí?

Miró hacia arriba, hacia los costados y luego hacia el auto calcinado. Ni despeñaderos, ni barandas, ni montañas. El bosque era demasiado tupido como para poder ver sus linderos. Lo único visible, aparte de los bambúes, era el pequeño claro donde se encontraba de pie: Un pedacito de cielo nocturno.

También miró al piso, no había huellas ni animales. El césped estaba intacto, como si fuese el primer ser humano en pisarlo.

- ¿Dónde estoy? – musitó.

Cuando miró hacia los costados, tomó consciencia de lo frondoso que era aquel lugar. Al no haber camino marcado, Ciro sabía que tendría que internarse, al azahar, por cualquiera de aquellos pasajes repletos de bambú y lianas. No tenía otra opción, sabía que su esposa e hijos estarían preocupados por él y que no tardarían en llamar a la policía.

Se internó en el bosque y una estrella fugaz visible desde el claro, se desplazó en esa misma dirección.



II

Qué incómodo era aquel camino. Tallos, madera y otros desperdicios naturales se encontraban regados en el sendero que Ciro abría. Sonrió, su hija cierta ocasión le reclamó algo similar.

- Papá, este lugar es horrible – sollozó la niña – hay insectos por todos lados y hace mucho frío.

- Milagros, este lugar es perfecto – dijo radiante Ciro – siente la frescura de la brisa, el aroma de las plantas y el susurro de los insectos ¿No te parece una orquesta? Los animales están en orquesta, mi amor. Nos cantan porque hemos llegado.

- Yo no lo veo así – dijo la niña con recelo – hay arañas que se suben por mis zapatos y llevo quitándome hormigas durante todo el camino. Quiero volver a casa.

Ciro, aun sonriente por el fastidio natural de una persona que recién entra en contacto con la naturaleza, miró en varias direcciones hasta que lo encontró.

- No todo en este lugar son aberraciones, querida – dijo tomando a la niña por la cintura y cargándola para que pueda visualizar lo que él había visto primero – Mira eso, Milagros. ¿No te parece hermoso?

- Papá, yo solo veo un pequeño paquete blanco – dijo la niña haciendo ademanes para poder bajar.

- Espera unos minutos – dijo Ciro.

Ambos miraron el capullo por algunos minutos. Cuando parecía que era inevitable que aquella oruga decidiría prolongar su sueño un tiempo más, el capullo comenzó a moverse.

- ¡Papá, Papá! ¡Bájame de aquí! Es horrible – grito desesperadamente la niña pero Ciro no la soltó.

Se comenzó a rajar poco a poco hasta que al final el proceso terminó. Un nuevo insecto había salido de ella. Milagros puso un rostro asqueado pero su expresión cambio radicalmente cuando el insecto desplegó las alas. Dos hermosos tapices con estampados de ensueño se extendieron por los lados de la mariposa dejando entrever su verdadera naturaleza.

- Es… hermosa… - susurró la niña.

- La oruga, cuando tiene un tiempo cumplido, se encierra a sí mismo para poder alcanzar su fase de evolución final. Ese proceso se llama metamorfosis – explico Ciro mientras volvía a poner a Milagros en el suelo.

- Entonces durante todo ese tiempo la oruga ¿muere? – preguntó extrañada mientras veía a la mariposa comenzar a batir sus alas.

- Uhmmmm… podría decirse que sí – dijo dubitativamente Ciro – pero básicamente comienza un proceso, un viaje, en el camino a su nueva forma.

- ¿Cómo una reencarnación? – dijo Milagros viendo a la mariposa alejarse.

- Sí, querida. Como una reencarnación – musitó.

Ambos vieron a la mariposa alejarse.



III

Habían pasado algunas horas desde que dejó el auto en llamas. No precisaba cuantas pero las sentía en el cansancio.

El recuerdo de su hija le parecía tan lejano ahora, no sabía cuándo saldría de aquel bosque. Tampoco había oído pasar autos o aviones cerca, algo bien extraño teniendo en cuenta que el tuvo el accidente en una carretera que es muy concurrida.

Tampoco podía ver el cielo. El tamaño de los árboles y lo frondoso de sus hojas habían creado un techo natural que le impedía ver el cielo para calcular la hora. Simplemente estaba perdido.

Sintió un poco de cansancio y se sentó encima de una peña. Se sentía frustrado. Intento recordar algunos detalles de su accidente pero sintió algo extraño: Los había olvidado. Quizás por el estrés o la preocupación por salir de allí. Siguió barriendo con su mirada el suelo hasta que percibió algo brillante: Un charco.

El brillo que despedía se debía a que reflejaba un pedacito de cielo: Estrellas.

- Aún está oscuro – musitó preocupadamente.

Una pequeña porción de agua en aquel extraño bosque, rompía la monotonía. Especialmente aquel puñado de puntitos luminosos que se veían tan pequeños e insignificantes desde allí pero sabía que, desde otra perspectiva, algunos de esos puntos eran más grandes que la Tierra. Los recuerdos afloraron.

- ¡Ciro, deja de hacer eso! – carcajeó una joven muchacha mientras tomaba sus manos que acababan de enceguecerla – ya sabes que siempre adivinaré que serás tú.

Rendido ante la evidencia, Ciro se lanzó a la silla de playa de su costado mientras el ocaso escarlata bañaba de luz la escena. Los recién casados se miraron y carcajearon juntos.

- Sorprenderte debería ser mi deporte personal ¿No crees? – dijo Ciro presionando la nariz de Circe, su esposa, cariñosamente.

Circe lo abrazó y estuvo colgado de su cuello un rato mientras miraban el mar ondular suavemente resaltando la emotividad de la escena.

- Pues deberías inventar nuevas formas de hacerlo, señor sorpresa – dijo ella sirviéndole un vaso de zumo de naranja – es nuestra primera noche de luna de miel y usted ni se ha tomado la molestia para inventar nuevas maneras – dijo indignándose falsamente.

Ciro carcajeó y se bebió de un sorbo el zumo mirando el cielo que poco a poco cedía su lugar a las estrellas. Se perdió un momento en ellas hasta que escuchó el preocupante tono de voz de su reciente esposa.

- Ciro ¿Qué es eso? – dijo señalando preocupadamente el mar.

Ciro bajó la mirada rápidamente pero sintió que estaba mirando lo mismo. Por la orilla, donde rompían las olas, un manto de luces se extendía por toda la playa. Luces pequeñas que destellaban al movimiento de la marea y daban a pensar que el cielo había caído y estaba flotando en el mar. Era un espectáculo hermoso, pero como todo lo inexplicable, también era perturbador. Luego lo recordó.

- No temas, Circe, no hacen daño – dijo sonriente Ciro al poder dar con una explicación a lo que sucedía – es plancton bioluminiscente.

Aun por el rostro de Circe, dividido entre el susto y la admiración, Ciro notaba que no había logrado mayor efecto.

- Algunas especies de plancton pueden producir energía propia y liberarlo en situaciones que ellos consideren necesarias. Nosotros llegamos en un momento especial. Hermosa coincidencia – dijo radiante Ciro mientras la abrazaba para que el miedo se rompa y solo quede la admiración.

- Pero llevamos frente a la playa todo el día, Ciro. ¿Cómo es que nunca los vimos? – dijo Circe quien poco a poco se iba dejando deslumbrar por sus colores.

Ciro hizo algo de memoria, le parecía haber leído algo por el estilo en algún lado.

- Leí en una revista que, algunas especies de plancton se conservan en estado criogénico para no morir de hambre a la hora de migrar. En ese estado de “media vida”, el plancton llega a zonas donde la subsistencia es mejor y se “revive” a sí mismo para volver a su rutina.

- ¿Esas cosas estuvieron muertas? – preguntó boquiabierta Circe.

- No exactamente, pero algo así – dijo sonriente Ciro al ver que su esposa ya había perdido el miedo.

- Que interesante es el mundo animal – dijo Circe incorporándose en su lugar para ir hacia la playa. Ciro la siguió.

De pie ante el manto de estrellas, ambos se abrazaron y observaron aquel pedacito de universo abierto.

- Entonces ya sé qué hare cuando mueras – dijo juguetonamente Circe sonriendo ante su idea.

- ¿Qué? – preguntó desconcertado Ciro.

- Te meteré al refrigerador por meses con la esperanza que revivas. ¡Y hasta puede que produzcas luz! – gritó Circe radiante.

Ambos carcajearon y disfrutaron del espectáculo estelar.



IV

Habían pasado días o quizás meses. No había manera de saberlo.

Hecho un manojo de harapos y rasguños, Ciro sintió su cuerpo mucho más pesado y cansado que lo que había sentido en toda su vida. Estaba perdiendo las esperanzas de encontrar una salida a aquel infierno verde. La simetría de aquel lugar (le parecía que aquel bosque era eterno e igual) lo desesperaba y su ida se había convertido en una eterna huida. Ya no recordaba por qué había ido a parar a aquel lugar. Lo único que sabía era que quería salir de allí.

¿Por qué huía? Ni él mismo sabía. Solo quería ver algo diferente. Tenía recuerdos vagos de su vida antes de la entrada a aquel lugar. Quizás una familia o quizás no. Lo que ahora primaba era conservar la vida para reordenar sus ideas. Tocó su rostro, un par de húmedos surcos partían desde sus ojos. Había estado llorando.

- Ciro, vamos. Ya no hay nada que hacer – dijo Fresia jalando al niño de su mascota que agonizaba.

Ciro abrazaba con fuerza a su perro. El animal temblaba y botaba espuma por el hocico cada cierta cantidad de segundos. No lo soltaría, estaba seguro que el perro aun podía curarse del envenenamiento.

- No se puede morir, mamá – sollozó Ciro – “Oso” no tuvo la culpa de nada ¡alguien lo envenenó! Tiene que haber una cura.

Fresia intentó separarlo del perro pero sintió que era inútil.

- Hijo – dijo en un tono de resignación – “Oso” está sufriendo demasiado ¿No te das cuenta? ¿Quiere ponerse de pié? Pero lo quiere hacer porque no desea que lo veas morir, él quiere partir a su viaje solo, manteniendo el recuerdo de sí mismo en todos nosotros como el perro que siempre nos seguía a todos lados, molestaba a las gallinas y se lanzaba al río para traernos guijarros. Él quiere que mantengamos esos recuerdos, no su agonía.

Ciro se secó las lágrimas y sintió la verdad de sus palabras. “Oso” merecía un final digno y él no se lo impediría. Se levantó y besó la frente temblorosa del perro quien le dirigió una mirada de desesperación en medio de las convulsiones. Ciro se puso a un lado y el can, como adivinando lo que sucedía, se puso de pie rápidamente y huyó en dirección a la montaña. No miró hacia atrás en ningún momento. Fresia llevó a su hijo a dormir y no se separó de él hasta que estuviese profundamente dormido, sin pesadillas, sin espasmos.

No recordaba cuantas horas durmió en el cuarto de su madre pero cuando abrió los ojos ya era nuevamente de día. Se puso de pié mientras se restregaba los ojos y se calzó las pantuflas. Era temprano aun, pero escucho la voz de su madre y su abuela. Lo llamaban para el desayuno. Abrió la puerta de la recámara y entró al pasillo que daba a la cocina.

- ¿Tuviste una buena noche? – dijo Fresia mientras ponía queso en algunos panes.

- Creo que sí – dijo Ciro aun aturdido por el despertar – no tuve ningún sueño, pensé que tendría pesadillas.

La puerta de la cocina se abrió y entró Juana, su abuela. La sonrisa de complicidad que cruzó con Fresia era indisimulable.

- Tienes un invitado, Ciro – dijo Juana con una sonrisa de alegría infinita.

Primero asomó el hocico y luego el cuerpo entero, como preparándose para reencontrarse con su camarada de travesuras. El perro no se contuvo más y saltó en dirección a Ciro, tan fuerte como un Pino. Los panes salieron disparados en todas las direcciones pero a nadie le importó.

- ¡Oso! Pero ¿Cómo es posible? – gritó el niño boquiabierto – Ayer estabas al borde de la muerte ¿Qué sucedió?

Juana y Fresia cruzaron miradas nuevamente y Juana habló.

- Algunos animales poseen remedios naturales, saben cómo sortear la muerte de maneras que aun nosotros no conocemos – dijo ella recogiendo la panera que había caído al suelo – siente su pelo ¿Húmedo, no? Es probable que haya pasado toda la noche en el río bebiendo agua y desintoxicando su cuerpo. Ellos saben lo que hacen. Si tú no lo hubieses dejado ir, él habría muerto allí mismo ayer.

El niño se quedó boquiabierto mientras el perro aprovechaba el tumulto para comer uno de los panes con queso.

- Entonces has resucitado, Oso – dijo Ciro mientras acariciaba su brillante pelaje – eres un perro inmortal.

El resto de la mañana transcurrió con normalidad. Todo como antes.



V

Prácticamente ya no caminaba. Gateaba.

El sendero que había estado abriendo instintivamente había derivado en una especie de túnel angosto hecho de ramas cada vez más cortas. El resultado era un camino que solo podía cruzarse agachando el cuerpo o de rodillas.

El tiempo ya no le importaba. Ya hasta había olvidado su nombre, su situación y a donde iba. Solo seguía el sendero.

¿Quiénes lo esperaban? Ya no lo recordaba. Hace mucho que había renunciado a su situación pero ¿Cuál era su situación antes? Tampoco lo recordaba.

Gateaba de día y de noche, todo era muy fatigoso. Había momentos en que la memoria se le nublaba, cada vez los recuerdos eran menores. Al cabo de un tiempo, algunos “recuerdos” básicos, amenazaban con evaporarse.

No recordaba cómo ponerse de pié, por ejemplo. Dudaba si aún recordaba saber usar sus brazos para acciones simples, ahora solo se había convertido en una extensión más de sus piernas para poder desplazarse.

Miró hacia adelante; la negrura absoluta de un sendero que parecía no acabarse jamás. Tembló un poco y descansó. Ya no le interesaba llegar a donde quiera que fuese que tendría que llegar antes. Solo quería terminar aquel sendero y ver qué había al otro lado.

Tras tomar algunas bocanadas de aire, volvió a gatear.



VI

¿Qué era eso? ¿Qué es eso?

Se asustó mucho cuando lo vio. A lo lejos, muy lejos, el ser encontró un punto blanco.

Pequeñísimo, casi indistinguible de aquel pasaje de ramas, hojas y tierra, había un diminuto punto blanco que señalaba algo evidente: El fin del sendero.

Para ese momento, el camino se había vuelto algo menos que una guarida de conejo. De un diámetro lo suficiente mente ancho como para que el ser no pueda ni gatear, si no arrastrarse como un gusano. El ser vio el punto de luz al fondo de aquel interminable túnel de hojas y comenzó a arrastrarse violentamente.

Pese a su urgencia, sabía que no podía ir demasiado rápido. Su memoria era tan frágil que por momentos olvidaba como respirar o parpadear, necesitaba controlarlo todo a fin de que todo esto cobrara sentido. El final del sendero.

Se arrastró por días, por meses, incluso quizás, por años. Cada milímetro recorrido se reflejaba en una milésima de tamaño que adquiría el punto luminoso. La obsesión por saber qué era eso lo corroía y ya no dormía durante la fatiga a fin de ahorrar tiempo y seguir gateando hasta que finalmente lo logró.

Su rostro estaba a un palmo de distancia de aquel punto luminoso. Tocó los bordes de aquel diminuto destello de luz: ya no había camino más allá, había llegado al fin del sendero.

Encasillado dentro de la zona más obtusa de aquel extraño túnel, intentó forzar la vista para descubrir que había en ese punto de luz ¿Habría sido esa la razón de tan extraño viaje?

Siguió observándolo hasta que llegó a la conclusión que no podía ver nada más allá que la potente luz blanca que lo rodeaba. Frustrado, el ser comenzó a llorar.

Lloraba no sólo por lo precaria de su situación, sino porque sentía que todo había sido en vano. ¿Qué haría ahora? Olvidaba todo, ya no sabía ni qué era realmente ni a donde se dirigía, sólo quería alguna respuesta a su situación, alguna explicación que diese sentido a todo. Quizás la muerte habría sido la salida pero en medio de sus lamentos logró oír algo que venía del punto de luz… eran ¿voces?



Epílogo



- Doctor, diez minutos para la dilatación. El tiempo comienza desde ahora.

El grupo de médicos que estaban en la sala de operaciones comenzó a mirar las máquinas y a hacer anotaciones en algunos papeles.

- No hay riesgo, parece que será un parto natural – dijo el médico observando a la mujer tendida en la cama gritando por los dolores de parto.

- Comprendido – dijo la enfermera.

El médico miró al rostro de la mujer y dijo enérgicamente.

- Señora, necesitamos que haga toda la fuerza posible para expulsar al bebé, no debería tomar más de quince minutos.

La mujer asintió y comenzó el proceso. Cada intento era un nuevo grito de dolor y los médicos se alistaban para recibir al recién nacido. Solo había que darle unos minutos más.

De repente, la sala de partos lanzó un ligero “Oh”. De entre las piernas de aquella adolorida mujer, un pequeño niño salía a ver la luz del mundo por primera vez. Los ojos semiabiertos del infante llamaron la atención del médico. Se había quedado embelesado con la luz del reflector.

- Solo un poco más, señora, ya está aquí – la animó la enfermera.

Finalmente el niño salió y le envolvió en sábanas. El médico vio su rostro y se dio cuenta que le llamaba la atención la luz del reflector. Hizo un ademán pidiendo que se bajara la intensidad. Con una luz más opaca, el niño miró a todos en la sala de partos sin tener la menor idea de lo que sucedía allí.

Al cabo de unos minutos, lloró.


martes, 25 de agosto de 2015

El Arquitecto



I

Y el cielo se abrió de repente.

Los rayos de luz caían como rocíos matutinos sobre los millares de escombros que yacían en aquel amplio llano. Con elegantes pausas, miles de objetos se volvían a hacer visibles gracias a aquella prodigiosa luz que anunciaba lo inevitable: La creación.

Templos en escombros, calles inundadas, cohetes oxidados, estatuas de arena, animales disecados, laberintos derruidos, toda una enorme variedad de objetos eran testimonios rígidos que daban evidencia de que allí, en aquel extraño lugar, existió vida en algún momento o, en su defecto, hubo el intento de que así fuese.

Pero toda aquella destrucción estaba a punto de quedarse atrás. La apertura de los cielos era señal inequívoca de que la vida iba a comenzar nuevamente y eso solo significaba una cosa: El Arquitecto iba a despertar, otra vez, de su largo sueño.

Abrió los ojos al sentir el brillo de aquel nuevo cielo quemarle los parpados, y así se quedó. Hora tras hora, el Arquitecto miraba en el cielo gris las nubes arremolinadas formando figuras imposibles de significados fantásticos, sabía que pronto tendría que aparecer aquello que le daba sentido a todos sus amaneceres.

De pronto, mientras el brillo del cielo terminaba de iluminar aquel fantástico espectáculo de ruinas y estatuas, cayó del cielo una hoja de papel. De un brinco, el Arquitecto se puso de pie y fue a toda prisa hacia el lugar donde había caído la hoja. Al llegar al lugar, observó el papel y leyó su contenido, tal como lo suponía, se trataba de otro trabajo.

Entusiasmado ante la perspectiva de estar nuevamente en acción, el Arquitecto echó una mirada al territorio donde había encontrado el papel, era amplio, lo suficiente como para comenzar una nueva aventura. Se puso manos a la obra.



II

Primero limpió el lugar, calculó los espacios, planificó los tiempos y luego formó las figuras.

Construyó las casas de madera y las decoró con colores opacos. Insertó, una a una, las hojas en los árboles y los pétalos en las flores. Se tomó el trabajo de fabricar los prados a partir de cabellos suyos pintados de verde y se puso encima del campanario de la iglesia para soplar enérgicamente y así crear las corrientes de aire.

Con las hojas meciéndose placenteramente en sus lugares, el Arquitecto sacó algunas nubes que le habían quedado de una creación anterior, las abrazó y las comprimió en su pecho. Poco a poco aquellos copos de algodón adquirieron un color perlado para pasar luego a un gris oscuro. Cuando la camisa del Arquitecto empezó a humedecerse, sabía que era momento de soltarlas.

Comenzó con un par de débiles truenos y, finalmente, las gotas cayeron de aquella miniatura de tormenta encima de recipientes para almacenar el líquido. El creador esperó algunos minutos hasta que estos se llenaran, mientras tanto, trazo mentalmente una trayectoria: Necesitaba un río.

Deformó el terreno a las afueras de su pueblo recién creado y consiguió crear un cauce respetable. No necesitaba crear el río completo, solo el necesario que se utilizaría para dar la apariencia al pueblo de estar completo.

Tras observar que los recipientes ya estaban lo suficientemente llenos, el Arquitecto vació el contenido en el cauce del río y este fluyó con energía añadiéndole un complemento que, hasta aquel momento había pasado inadvertido en la creación: El sonido.

Sabía que un elemento importante en todas sus creaciones era el sonido. Darle un ambiente real a lo que hacía era un deber si deseaba conseguir un efecto realista y creíble.

Consiguió unos frascos y salió del pueblo rumbo a la montaña más cercana. Tras llegar a la cima, observó la amplitud de aquel misterioso mundo. Bajo él yacían innumerables pueblos, ciudades, bosques, planetas, mares, etc. Todo era creación suya, algunas aun en buen estado y en otras ya se veían las huellas del tiempo.

Fijó su vista en un bosque y se dirigió allí. Caminó entre los árboles tratando de recordar detalles sobre aquella anterior creación, intentando forzar a su memoria a ubicar el lugar donde él había “puesto” los sonidos. Cuando ya estuvo a punto de darse por vencido y resignarse a tener que volver a fabricar nuevos entornos sonoros, lo ubicó. En uno de los árboles más altos yacía una pequeña casa de madera suspendida entre las ramas. El Arquitecto trepo hasta allí con los frascos y abrió la puerta.

Un olor rancio más una nube de polvo fueron sus recepcionistas. El Arquitecto buscó entre los escombros, las estanterías donde yacía su almacén de sonidos. Tras ubicarlos, extrajo las diminutas botellas de cristal que estaban en las repisas de aquella casa de árbol y leyó las etiquetas:

- Ruiseñores, zumbidos de avispa, balidos de oveja, pasto al viento…

Necesitaba un poco de todo para darle vida a aquel insonoro pueblo. Luego de transferir un poco a sus pomos, el Arquitecto salió de la casa de árbol y luego del bosque. Antes de llegar a aquel lugar donde los árboles acababan y comenzaba nuevamente aquel mundo tan extraño, divisó un niño tirado boca abajo en el suelo. El Arquitecto lo observó en silencio intentando recordar. Tras hacer un breve esfuerzo lo consiguió. Se agachó con cuidado a fin de conservar los frascos y murmuró en el oído de la joven víctima.

- No sabes cuánto lo siento pero así fueron las órdenes – lamentó sinceramente el Arquitecto.

El niño levantó el rostro y le guiñó amigablemente el ojo derecho para pasar nuevamente a la posición en la que fue encontrado. El Arquitecto esbozó una sonrisa y quiso quedarse a conversar pero sabía que el tiempo apremiaba. Pronto llegaría la siguiente hoja del cielo con nuevas órdenes.



III

Sentado encima de una peña, comiendo una manzana que recientemente había brotado de uno de los árboles del pueblo, el Arquitecto divisó la siguiente hoja de papel cayendo del cielo. Se incorporó y fue a su encuentro.

- Personas – murmuró preocupadamente el creador.

En todos sus actos creativos siempre estaba presente el reto de crear a las personas. Era un trabajo tedioso pero sabía que era una parte indispensable de su labor.

Pero no siempre el Arquitecto las creaba, en algunos casos (como en este) solo los “reciclaba”.

- Necesito a un niño – se dijo a sí mismo al tiempo que daba otra mordida a su manzana y se rascaba la cabeza - ¿Dónde conseguiré a uno?

La respuesta le llegó de manera casi súbita. Miró hacia el cielo y encontró algunos “planetas” suspendidos en el mismo (creados anteriormente por alguna orden del pasado). Ubicó en su memoria el origen de cada uno y recordó un número especial.

- ¡Está en el B-612! – gritó violentamente asustando a una indignada ardilla que tentaba el acercamiento a los restos de su manzana.

El Arquitecto llegó hasta el diminuto B-612 y aguzó la vista a fin de encontrar lo que necesitaba. No le tomo mucho tiempo.

Inmóvil y con la mirada serena perdida en el horizonte yacía un niño rubio ataviado de ropas elegantes, como un pequeño príncipe. El creador sopló en su rostro y el movimiento fluyó en todo su cuerpo.

- ¡Hola, tanto tiempo sin verte! – le dijo el niño al ver al Arquitecto parado frente a él tomándole las medidas del cuerpo.

- Definitivamente no nos vemos hace un buen tiempo – dijo alegremente el creador mientras sacaba un lápiz y marcaba algunas partes de su ropa - ¿Sabes? Te necesito nuevamente.

- ¿Han llegado nuevas órdenes? – preguntó interesado el niño rubio.

- Sí, y felizmente las instrucciones para el personaje principal coinciden contigo – dijo el Arquitecto al tiempo que anotaba todo en su libreta.

- ¡Oh! – suspiró el niño – Bien, puedo ayudarte pero necesito que alguien se haga cargo de mi flor y de mi mascota.

El Arquitecto sonrió.

La creación del personaje principal no fue tan difícil como lo esperaban. El creador maquilló el delicado cutis del niño con las huellas que dejaría el tiempo en un joven que vivía en un pueblo tostado por el sol y curtido por la naturaleza. Le puso algunas pecas, desordenó su cabello y careó algunos de sus dientes.

- No necesitarás esto por ahora – dijo el Arquitecto señalando su elegante traje de príncipe – Mientras estemos aquí debes de usar esto.

Sacó unos sucios pantalones con tirantes y una camisa a cuadros.

- Están muy sucios. ¿Así lo indica el personaje? – preguntó preocupado el niño rubio mirando su nueva indumentaria.

- Ya sabes cómo son las órdenes – dijo el Arquitecto guiñándole un ojo.

El niño se vistió sin protestar.





III

Acurrucados por precaución y miedo en la parte trasera de una lápida, ambos niños escucharon trémulas voces de adultos a unos metros de ellos. Uno de los muchachos dijo atemorizadamente:

- ¡Son los diablos, es nuestro fin! ¿Sabes rezar?... Pero no ¡Son humanos! – dijo el muchacho a su amigo rubio.

Las voces de tres personas resonaban en medio de la noche. La sombras de las tumbas con el canto de las lechuzas hacían de la escena un momento de temor absoluto. Hablaban de profanar una tumba, de quitarle las riquezas a un difunto cuya tumba yacía allí misma y, finalmente, un ajuste de cuentas.

- Galeno, ya está cumplida la condenada tarea – dijo uno de los hombres quien estaba ebrio – Así que ya vaya aproximando otros cinco dólares o esto se termina aquí.

El médico se negó rotundamente a continuar pagando la miserable labor aduciendo que ya les había adelantado anteriormente el dinero acordado. El otro hombre también protesto y se armó una pelea al costado del muerto. Los niños observaron horrorizados aquel espectáculo que amenazaba con añadir un difunto más al cementerio.

- Pero yo exijo más – dijo uno de ellos – tienes que pagarme todas las humillaciones y el desprecio con el que tu padre me trató y me hizo encarcelar.

El médico intento defenderse pero el otro hombre fue más rápido. El borracho lo sujetó de los brazos pero el médico logró asestarle un golpe con una de las tablas de la tumba recientemente profanada. El otro hombre, que había acusado de humillación al padre del galeno, sacó su navaja y la hundió en el estómago.

- ¡Alto! – gritó el Arquitecto que había estado observando minuciosamente la escena.

De pronto todos salieron de sus lugares, los niños, los asesinos, el “muerto” y el resto de personas que presenciaban la escena a la espera de su turno en los próximos minutos.

- ¿Ahora qué pasó? – suspiró cansadamente el hombre de la navaja.

- ¡EN EL PECHO! No en el estómago, Joe – dijo airadamente el Arquitecto blandiendo la hoja que había llegado recientemente desde el firmamento.

- ¿Pero no es casi lo mismo? – dijo el médico recientemente “asesinado” – Total, la idea es que se note la muerte.

- Órdenes son órdenes, Galeno – dijo aparentando seriedad el Arquitecto – vuelvan a sus puestos, se reinicia la escena.

- Ya nos duelen las rodillas de estar atrás de la lápida hace horas – protestaron los niños.

- Es necesario – dijo el Arquitecto – pero ya vendrán papeles más divertidos.

- Y yo ni me quejo de que mi único protagonismo sea estar pálido en un ataúd – dijo el “muerto” despreocupadamente mientras se acomodaba nuevamente en su caja.

Todos estallaron en carcajadas al oír al “muerto” y volvieron a sus puestos a la espera de nuevas indicaciones por parte del Arquitecto.

Y así pasaron meses. Hojas caían del cielo, indicaciones nuevas. El creador intentaba cumplir las órdenes lo más exactamente posible. A veces se podía y a veces no pero al cabo de tantas creaciones anteriores, el Arquitecto se dio cuenta de que allí radicaba su originalidad.



Epílogo

Sonó la campana del recreo y este coincidió con el fin de la última página del libro.

Sam, quién hace unos meses había comenzado una nueva lectura, se recostó en su carpeta terminando de imaginar la estupenda aventura que acababa de leer. Sintió el fluir de sus ideas mientras sus compañeros se acomodaban en sus lugares. Qué mundos tan fantásticos, que historias tan atrapantes, que desenlaces tan inesperados. No cabía duda de que “Las Aventuras de Tom Sawyer” era una obra maestra de Mark Twain y haber acabado toda su historia era digno de mantenerse en la memoria.

La puerta del salón se cerró y el profesor entró poniéndole fin al ruido del aula. Sam abrió la mochila e introdujo su ejemplar de “Las Aventuras de Tom Sawyer”, al hacerlo se encontró con otro viejo amigo que había leído antes: “El Principito”.

- Ya se me hacía conocido ese "Tom" – musitó Sam con una ligera sonrisa cerrando la mochila.

Lejos, muy lejos de allí, a una distancia incalculablemente lejana, en otra dimensión, en otro universo donde las posibilidades son tantas como la rigurosidad de los números lo permita, un pequeño pueblo a orillas del Mississipi volvía a la inmovilidad total. El cielo volvió a cerrarse con majestuosidad mientras que el Arquitecto se recostaba en el prado de su última creación, a la espera de que nuevas páginas sigan cayendo del cielo y le den actividad nuevamente algún día. Por alguna extraña razón, sabía que sería muy pronto.


Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

Gracias a mis amigos lectores por pasear por este, su espacio, y leer algunas de mis creaciones. No se olviden de pasar por mi fanpage de Facebook:https://www.facebook.com/elespejodemariantonieta?fref=ts

martes, 28 de julio de 2015

9999: El año en que cambiamos el mundo



I

- ¿Quién se tomó la última soda? – protestó la voz de Jacob blandiendo de modo indignado una lata vacía mientras miraba a la cámara.

- Je, je, ya se dio cuenta – dijo el teniente Carr observando la diminuta pantalla situada en medio de los controles del panel de comando.

La nave dio un ligero retumbe haciendo que algunas cosas salgan de sus lugares, entre ellas, la soda de la lata.

- Demonios, tendré que buscar algunas servilletas – dijo el coronel Bloch.

Bloch se levantó de la silla del piloto y fue rumbo a las cajas con la etiqueta “Utensilios”. Al cabo de unos minutos llegó con un manojo de servilletas. Mientras iba limpiando el líquido esparcido por el acero, reparó (una vez más) en la pantalla que indicaba “tiempo de vuelo”. Habían pasado más de cincuenta años. 

Carr, quien vio a Bloch detenerse en su labor de limpieza del panel, tomó su hombro con suavidad.

- No tiene caso, coronel. Dejemos que el tiempo corra – dijo del modo más natural posible- sabíamos que había un enorme riesgo en esto.

La mano del coronel tembló un poco al escuchar esas palabras que ya eran casi un mantra para él. Sabía que no había elección, sabía el enorme riesgo que conllevaría ello pero también sabían que, allí afuera, se abren portales infinitos donde las reglas del azahar resultaban inútiles ya que tendrían que estar sometidos a una nueva lógica: la armonía del universo.

- Descuide, teniente Carr. Lo sé perfectamente – dijo el coronel Bloch mientras lanzaba el trozo de servilleta inútil al basurero – ¿Desea una partida de ajedrez?

La puerta de los pilotos se abrió de improviso. Un furioso teniente Jacob se acercó a zancadas hacia los dos astronautas moviendo amenazadoramente un recipiente para bebidas.

- Muy gracioso, señores, muy gracioso – dijo ofuscadamente.







II

Un gran imperio de silicio se extendía por toda la nave. Millones y millones de impulsos eléctricos viajaban a velocidades incalculables por segundo, dándole vida a un objeto que, a pesar de su gran tiempo en funcionamiento, nunca había conocido el “error” desde su fabricación. 

Sabía perfectamente su horario y sus funciones. Desde las 8 hasta las 9 de la mañana, su misión era preparar los alimentos a consumir por su tripulación a fin de mantenerles el equilibrio nutricional requerido para misiones largas. De 11 a 3 de la tarde, el monstruo de silicio tenía que controlar el proceso fotosintético de las plantas en su invernadero para garantizar la formación de oxígeno. De 4 a 7, su principal objetivo era mantener a la tripulación dentro de sus límites de cordura sugiriéndoles algunos pasatiempos, libros o películas a fin de que puedan relajar su mente de la abrumadora idea de estar en la soledad más absoluta. De 7 a 11, la misión de la nave era hacer un escaneo masivo de sus distintas actividades con el objetivo de encontrar posibles fallas y evitar accidentes a futuro ya que, al no contar con un asistente técnico permanente, la máquina traía consigo un gigantesco manual digital sobre cómo debía ser reparada y mantenida dependiendo de las circunstancias. Sin embargo, la labor más importante de la nave demoraba 9 horas.

Las nueve horas restantes de funcionamiento eran el motivo por el cual tres hombres habían dejado todo millones de kilómetros atrás. A partir de la medianoche horaria, un diminuto dispositivo situado en la parte delantera de la nave emergía hacia el exterior para cumplir su misión. Sacudida por algunos trozos de meteoritos e irradiada por la radiación espacial, su misión de existencia trascendía el superar estos banales obstáculos. 

Desde el corazón de la nave, surgía un pulso de radio gigantesco, más grande que cualquiera emitido por máquina alguna fabricada por los seres humanos hasta antes de la creación del “Telémaco”. El pulso viajaba por gruesos cables de oro a fin de encontrarse con el diminuto dispositivo a la espera de su llegada. Una vez situado dentro del dispositivo, este lo impulsaba hacia el espacio exterior donde se desplazaba en forma de ondas a la espera de rebotar ante algún cuerpo significativamente grande.

Habían pasado décadas y décadas de viaje. Pese a que los seres humanos habían logrado superar la velocidad de la luz, un axioma que se mantuvo vigente muchos años hasta su refutación validada por la Comunidad Científica, el proyecto “Telémaco” había resultado demasiado ambicioso para su corta edad en la era espacial.

Un viaje de la Tierra a Marte, antes algo difícilmente imaginado por el hombre ante la gran distancia de tiempo, duraba tres horas. Se podía llegar a Plutón en cuestión de algunos días y, los viajes turísticos a otros lugares de la Vía Láctea, podían durar solo algunas semanas. La industria del turismo espacial se había ampliado gigantescamente durante los último dos milenios, algo que resultaría digno de la ciencia ficción más febril. 

Pero no todo era paz y felicidad dentro de la era espacial. Junto con los viajes espaciales turísticos también sobrevino la era de la colonización. Si bien nunca se encontró vida en otros lugares, los terrenos de los demás planetas eran zonas codiciadas debido a los minerales que producían, Se suscitaron guerras fuera de la tierra, casi siempre con consecuencias nefastas. El uso del armamento nuclear en el espacio era casi obligatorio en medio de los conflictos y esto era algo que alarmaba mucho a la gente de tierra firme pues el hombre había sacado de sus límites físicos a la maldad.

Producto de este “desborde” de la maldad, algunas organizaciones gubernamentales decidieron elaborar algunos planes, secretos a la opinión pública y la prensa, para poder encontrar algunas soluciones. La madre de todos estos planes fue el mítico “Proyecto HAL”, un proyecto elaborado milenios atrás a fin de encontrar un “refugio final”; lamentablemente nunca se supo del desarrollo del proyecto pues se perdió el contacto con el APAEC hace mucho tiempo. Desde el Proyecto HAL, los siguientes proyectos tuvieron como objetivo la búsqueda de lugares habitables para el ser humano con vistas a un futuro distópico en la tierra. Lamentablemente esto nunca había dado más frutos que el fracaso y el derroche de millones en presupuesto… hasta ahora.

El impulso eléctrico se alojó una fracción de segundo en la antena del dispositivo, como si supiese que su existencia cambiaría toda una vida (¿o dos?) e intentase disfrutar de ese momento glorioso antes de viajar. Tras ese mínimo tiempo de alojamiento salió al exterior y fue libre por treinta minutos. Al minuto sesenta hizo lo que nunca ninguna de sus hermanas había hecho antes: Retornar a la antena.

Una alarma sonó inundando de luz verde varios recintos dentro del Telémaco. El teniente Jacob fue el primero en abrir los ojos.

- No puede ser… – susurró incrédulo, aun recostado en su cama, mientras luces verdes bailaban sobre su cuerpo, muebles y paredes.







III

- ¡Diez minutos, Coronel, solo diez minutos! – gritó el teniente Carr mirando los cálculos reflejados en el monitor - Tenga listo el Champagne.

La alegría era más que evidente. Hacía tan solo un par de meses atrás que el dispositivo “Perseverance” había localizado lo impensable: Un planeta exactamente igual a la tierra.

Tenía la misma composición geológica, los mismos niveles d temperatura, la misma composición química, la misma atmósfera, la misma vegetación, los mismos animales y, probablemente, una población.

Algo que las ondas de radio nunca pudieron decir es qué tipo de población radicaba allí. Si tenemos en cuenta los distintos tipos de “habitantes” que tuvo la tierra, no solo tendríamos que mencionar a los seres humanos, sino también a dinosaurios, anfibios, peces y demás microorganismos pluri y unicelulares que tuvieron su tiempo de reinado. La situación de la población sería algo vital para su asentamiento en dicho lugar ya que esto permitiría enviar respuestas hacia la tierra una vez reparado los canales de comunicación informar sobre el triunfo del hombre en su búsqueda por un lugar mejor.

- Teniente Jacob, teniente Carr, acérquense por favor – dijo el coronel Bloch con un semblante serio mientras llenaba de Champagne las copas.

Ambos se acercaron y recibieron gustosamente las copas a la espera de las palabras del coronel de la nave.

- Hace cincuenta años partimos de nuestro hogar – dijo en tono serio el coronel Bloch mientras las sombras de la nave se iban reflejando en su rostro a medida que se acercaban al gigantesco planeta – dejamos atrás a nuestras familias, nuestros amigos y nuestros conocidos a fin de obsequiarles el regalo más preciado: Un futuro. No puedo ocultar mi emoción al saber que este viaje está a punto de llegar a su fin. Muchos dirán ¿Qué caso tiene viajar tanto tiempo por tus seres queridos si igualmente no los volverás a ver jamás? Quizás lo que estas personas olvidan es que todos estamos emparentados entre sí, todos somos una gran familia. Desde el descubrimiento de Lucy, los seres humanos sabemos que partimos de un tronco común, el problema estuvo en que nos negamos a nosotros mismos por milenios dando origen a guerras sin sentido y masacres innecesarias. Todos somos una gran familia, mis amigos, y este gran “rescate” va para ellos, para la gran raza humana que hoy clama por un futuro mejor pero la mezquindad y la ambición se ha encargado de negárselo. Hoy hacemos historia, mis queridos hermanos, el día de hoy juntaremos la vida de dos civilizaciones y forjaremos un futuro mejor.

Las champañas cruzaron las gargantas de los tres hombres y esto les infundió valor. Jacob, Carr y Bloch se fueron rumbo a la cámara de los pilotos para observar el aterrizaje.

La nave cruzó a una velocidad regular las pesadas capas atmosféricas. Sintieron la sacudida al penetrar en cada nivel como una frágil burbuja al encontrarse con el viento. El hielo cedió su lugar al fuego en el fuselaje de la nave para finamente quedar envuelto en una gigantesca esfera incandescente producto del repentino contacto contra la atmósfera principal. Los tres astronautas vieron como miles de relámpagos y truenos acompañaban su llegada, probablemente la penetración del cohete había generado algunos cambios en la atmósfera, esto estaba dentro de lo esperado, lo que nunca estuvo dentro de lo esperado fue lo que vieron por la gran ventana delantera al finalizar la turbulencia.





IV

- Llegó… no puede ser… todo este tiempo resultó ser cierto – murmuró un aterrado soldado al detener su tanque de guerra mientras subía por la escalinata para observar mejor el fenómeno atmosférico. Se sacó el casco,

Millones de aterrados rostros dirigieron su mirada al cielo de golpe. El impresionante juego de luces iba acompañado de una elegante escolta natural. Fuego, rayos y truenos anunciaban la llegada del “Altísimo”.

Nadie dudó, ni uno solo, de la autenticidad de aquel fenómeno. Estaba en innumerables escritos, se había hablado sobre él durante milenios, se celebraba su aparición y desaparición dentro de fechas especiales, se hacían profecías en base a su retorno. Todo encajaba.

Se decía que traería un mensaje de paz, que su llegada coincidiría con un momento en que la maldad había rozado sus límites y esto había pasado hace mucho. En las ciudades, millones de personas corrieron a las iglesias a intentar expiar desesperadamente sus más recónditos pecados. En las calles, otro gran tanto de personas salía a abrazarse entre ellos clamando por piedad y misericordia. Otro grupo cantaba alabanzas y gritaban al cielo sobre cómo se habían mantenido fieles a sus convicciones pese a las circunstancias.

Las guerras pararon, el movimiento en las ciudades se congeló y los principales medios de comunicación hacían una cobertura en vivo del “Día del Juicio”.

La nave detuvo su imponente vuelo al entrar en contacto con el suelo rocoso, exactamente igual al de su planeta de origen. Los tres hombres descendieron.

Al salir, no se retiraron el traje, aun no por precaución. Habían observado desde la pantalla al planeta destino, era exactamente igual a la tierra, el gran dilema fue que nunca esperaron encontrar una población exactamente igual a la suya.

Desde lo alto de la colina en donde reposaba el Telémaco, vieron grandes hoteles de nombres conocidos en su planeta natal, cadenas de comida rápida muy populares de la tierra, bebidas gaseosas, estaciones de gas, supermercados, centros comerciales, colegios, universidades, etc. Todos exactamente iguales a los de la Tierra. El coronel Bloch, aun incrédulo e impactado ante tan traumático encuentro, se dirigió al teniente Carr.

- Teniente ¿puede hacer un informe sobre la ruta seguida en estos años de trayectoria? – Balbuceó Bloch mientras intentaba asimilar todo.

Carr, quien aún no salía de su asombro, salió acompañado de Jacob para dirigirse a la computadora y comprobar la ruta seguida. Tras unos minutos de trabajo, la computadora arrojó el resultado.

- Coronel, fue una trayectoria completamente recta. Nunca tuvimos ningún desvío ni vuelta de campana como para que hayamos llegado a la misma tierra nuevamente – musitó Carr como si esto sirviese para convencerse a sí mismo de lo real de aquella situación – Los cálculos arrojan que estamos demasiado lejos de la Vía Láctea, si estuviésemos en la tierra captaríamos las ondas de radio.

Fue Jacob quien reaccionó primero ante las palabras de Carr. Sacudió su traje rápidamente mientras se palpaba el pecho buscando un artefacto. Cuando lo encontró, extendió su antena y sintonizó una frecuencia. Una conocida canción de “Queen” flotó en el aire.

- No puede ser… - dijo Bloch agarrándose el corazón mientras se apoyaba en la nave – debe de haber alguna explicación. ¿Qué hace sonando Bohemian Rhapsody a millones de años luz del planeta donde se creó?

- En realidad si hay una explicación, Coronel – dijo pensativamente Jacob – recuerde que existe una multitud de universos paralelos, algunos de ellos con mínimas diferencias entre uno y otro. Pues bien, al parecer llegamos a un universo paralelo a la tierra donde esa “mínima diferencia” puede ser una mariposa menos o una piedra demás, por el resto, todo es exactamente igual a nuestra tierra.

- Respaldo lo que dice el teniente Jacob, Coronel – dijo Carr mirando la gigantesca ciudad frente a él – Observe la arquitectura de esta ciudad, se puede extrapolar al mundo en general. La forma de sus edificios y la disposición de sus calles hace recordar mucho a las ciudades del SXX. Al parecer llegamos mucho antes que “nosotros” llegásemos.

El coronel pensó en esas palabras y sintió que poseían algún sentido. Si habían llegado a un planeta exactamente igual a la tierra, era muy probable que su historia sea similar a la existente que ya conocían. Vio las casas, las fábricas y los centros comerciales, no había ninguna diferencia. 

Tras intentar sopesar las múltiples posibilidades de lo que aquello podía significar para ellos, escucharon un sonido desde la parte de atrás del cohete. Los tres hombres giraron alarmados las cabezas para observar lo que generó aquel ruido.

Un océano de personas subía el monte donde habían ido a parar. Delante de la muchedumbre, un hombre anciano con una niña pequeña llegaba extendiéndoles una bandeja de plata. En ellas había tres cofres abiertos con objetos extrañamente familiares. Aún estaban a una distancia prudente de ellos.

- ¿Qué significa esto? – murmuró el coronel Bloch a sus compañeros – ¿van a apresarnos?

- Yo creo que algo mejor, coronel – dijo el teniente Jacob con una ligera sonrisa al observar atentamente los cofres– esta gente nunca ha visto antes un cohete…



V

Todo el mundo se detuvo y acapararon la atención mundial.

Era el hijo pródigo que había vuelto, la gran promesa cumplida desde tiempos legendarios, el clamor de un pueblo rendido ante la crueldad del hombre, era el momento del fin.

Habían sido venerados como dioses. Millones de hombres iban a diario a abarrotar la capital de la fe humana a fin de observar a aquellos tres seres celestiales quienes habían venido en son de paz a traer la justicia al mundo y llevarlos a aquello que durante tantos años había inspirado la imaginación de cientos de escritores, teólogos y filósofos: El cielo.

- ¿Cómo es allí arriba, mi señor? – preguntaba un hombre quien había viajado desde los confines del mundo solo para recibir una respuesta de cinco segundos.

Carr, quien se acomodaba el complejo atuendo hecho de las telas más finas que se podía encontrar en la tierra, respondió de manera rutinaria.

- Más parecido de lo que puedas pensar a tu realidad – dijo agotadamente - ¡Siguiente!

Jacob y Carr habían sido nombrados como “Arcángeles” y Bloch, al descubrir, la gente, que sus “arcángeles” lo llamaban “coronel” asumieron que era el Mesías y pasaron a llamarlo así. 

Todo esto había sido idea de Jacob. Desde que llegaron, sabían que habían llegado en un momento especial: El momento de la Gran Guerra. 

Si bien sabían que la Primera Guerra Mundial había marcado un hito en la historia terrestre, dado el alcance que tuvo, su llegada la interrumpió. Aún existía el imperio Austro-Húngaro, el Imperio Turco y la revolución Rusa era algo desconocido. Los acontecimientos habían sido sumamente traumáticos y millones de personas miraban día a día al cielo a la espera de alguna señal que marcara el fin de su sufrimiento. La señal fueron ellos.

Al inicio se vieron reacios a comunicarse con los habitantes de ese planeta y se metieron a la nave por algunas horas para planear lo que harían. Jacob fue quien dio la iniciativa.

- Podemos ser lo que ellos quieren que seamos – dijo apresuradamente.

- ¡Ni pensarlo! – dijo Bloch – imagínate la enorme decepción que traeremos cuando se enteren de la verdad. Nos matarían y desataríamos otra guerra peor

- Técnicamente el coronel tiene razón –dijo astutamente Carr mientras miraba por la luna a la gigantesca multitud que seguía esperándolos afuera- detuvimos el desarrollo de la Primera Guerra Mundial pero recordemos que las Revoluciones Industriales ya han pasado por aquí algunos años antes, solo será cuestión de tiempo para que comiencen a ingresar a la era espacial y descubran que, lo que nos trajo aquí, no fue ningún artefacto divino sino un triste y corriente cohete. Sin duda nos matarán y seremos la escoria en los libros de historia. 

Jacob seguía mirando a la gente por la ventana. Eran miles de miles y la muchedumbre se extendía por las montañas colindantes a la espera de su pronunciamiento.

- Tenemos que tomar un rol activo en esto, compañeros – insistió Jacob – Solo piénsenlo, evitaremos la Segunda Guerra Mundial, las bombas atómicas, el fascismo, las crisis económicas. Y sobre todo, detendremos la catástrofe que nos empujó a venir hasta aquí a encontrarnos un lugar tan extraño. Bloch ¿No quieres ver a tus hijos y tu esposa otra vez? Carr ¿No desearías pasar otra tarde con tu madre jugando monopolio o armando rompecabezas mientras la tarde cae y los arrulla a ambos los cantos de las cigarras? Este es el momento. La historia es muy similar a la de nuestro planeta, por no decir igual, tenemos los mismos componentes químicos y tenemos la máquina criogenizadora aquí. Si reposamos por algunas temporadas, podremos llegar hasta la era donde existen nuestros familiares y continuar nuestra vida con ellos. Saben que es perfectamente factible. Solo nos queda ser aquello que ellos esperan.

Las palabras de Jacob debieron tener algún efecto en los corazones del teniente Carr y el coronel Bloch. Ambos se levantaron y se dispusieron a arreglarse para salir a la multitud. Al cabo de unas horas, eran noticia mundial.

Ahora los meses habían pasado. Ataviados por millonarios trajes y resididos en una de las zonas más sagradas del planeta, en una mansión construida por la Sociedad de Naciones, los dos “arcángeles” y “El Mesías” eran visitados diariamente por cientos de personas quienes deseaban tener alguna palabra de consuelo o alguna promesa de un futuro mejor.

Siempre respondían que pronto el mal se acabaría, que el verdadero paraíso estaba en la tierra misma y que el secreto de la felicidad estaba en su propia armonía, pero la bondad y misericordia no durarían mucho. 

Rodeados de tantos lujos, pronto no solo sus cuerpos vistieron de oro sino también sus corazones. Cobraban millonarias entradas a la gente que quería acceder a una entrevista de más de cinco segundos y recibían generosas donaciones de parte de grupos caritativos a fin de ser “bendecidos” por ellos en persona.

Solicitaron una residencia más grande que la que ya tenían y exigieron un impuesto general a los millones de habitantes de aquel familiar planeta. Algunos estados comenzaron a dudar de su autenticidad y se proclamaron “ateos” ante cualquier tipo de religión. Los tres hombres dirigieron ferozmente su ira y ordenaron el aniquilamiento masivo de aquellos herejes que osaban interponerse entre su voluntad y el vil ateísmo. Al final, las guerras pasaron de ser políticas a santas. Y nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba. Solo ellos.



Epílogo

Jacob roncaba fuertemente cuando la repentina luz escarlata inundó su habitación.

Un repentino temblor hiso que se cayeran al suelo algunas botellas vacías de su mesa y otras llenas de los escaparates. La fina cama de caoba forrada en pieles de animales se mecía persistentemente ante el movimiento sísmico y el astronauta se puso de pie de inmediato.

De pie, intentó evitar que se cayesen más botellas de finos licores traídos como obsequios desde los lugares más remotos del mundo pero un breve despliegue de las cortinas de la ventana lo dejo boquiabierto. Lo que vio le causó enormes náuseas que terminaron en un violento vómito.

Desde la ventana de Jacob, ubicado en el último piso de su lujosa mansión, se veía el cielo.

Abierto de par en par, en un impresionante juego de luces, truenos, relámpagos y rayos, una figura acompañada de millones de seres se abrían paso por aquel turbulento cielo. A diferencia de ellos, este no traía ningún cohete y flotaba en el firmamento, con gran poder, mirando fijamente la ventana número cuarenta de la mansión donde se encontraban los tres astronautas. Jacob intentó no hacer contacto visual con el ser pero, por alguna extraña razón, sabía que sería inútil.




Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

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martes, 30 de junio de 2015

Los Hombres de Arena



Martin

- ¡Bomba! Al suelo – gritaron desde afuera una decena de voces horrorizadas.

El sonido infernal de la explosión retumbó por toda la base. Aun con los ojos enrojecidos por haber despertado tan bruscamente, pero conservando los reflejos felinos que adquirió durante su entrenamiento, el soldado Martin se puso de pie casi al instante en que oyó el grito.

Salió velozmente, empuñó el rifle y se dirigió al patio para evaluar los daños. Tres cuerpos rígidos en el piso señalaban el alto costo de un oficial de guardia que había sucumbido al sueño; aparte de ello, habían incendiado las reservas de alimentos, tres camionetas y un puesto de primeros auxilios.

En medio del olor a pólvora recién calcinada, las primeras órdenes del coronel fueron salir a buscar la renovación de las provisiones. Martin y sus compañeros se alistaron rápidamente dentro de la misión y salieron rumbo a la puerta del cuartel para dirigirse al siguiente fuerte en busca de ayuda.

- ¿Estamos listos? – preguntó Martin a Josué mientras observaba por el cañón del rifle a la busca de alguna obstrucción.

- Parece que no – dijo preocupadamente Josué mientras señalaba con una mueca a Harry quien sangraba tenuemente por la nariz apoyado en el muro- aparte que tengo una ligera molestia en las articulaciones de mi brazo. Quizás sea el frío.

- Descuiden, estoy bien – dijo jadeante Harry al tiempo que se presionaba el tabique – el aire helado de las mañanas hace que me sangre la nariz.

Martin se perdió por unos segundos mirando el charco de sangre mientras Josué se ajustaba el cinturón. Le pareció haber visto sangre en ese lugar antes.

- Señores – la repentina voz lo sacó de su ensimismamiento – soy el teniente Lex y estoy a cargo de ustedes en esta corta, pero vital misión. Debemos de trasladarnos cuatro kilómetros al sur en busca de recursos. El cuartel Ugarte se encuentra allí y nos proveerá del alimento destruido por el ataque sorpresa de hoy. Les pido valor y coraje porque el camino al cuartel estará vigilado por el enemigo. Cojan sus armas y vamos. Y que alguien ayude a ese chiquillo con su nariz.

Al mediodía, el teniente Lex, Josué, Martin y Harry estaban camino al cuartel Ugarte con la esperanza de no encontrar novedades en el camino.

Al cabo de tres horas de caminata habían llegado a un extenso arenal, el teniente Lex levantó la mano y luego señaló al suelo.

- Huellas – dijo en tono grave mientras se acomodaba las gafas para observar mejor la evidencia.

- Pero no hay ningún problema – dijo Martin – en este sendero transita mucha gente y es normal encontrarlas ¿no?

- No, Martin – dijo Josué acomodándose al costado del teniente Lex para observarlas mejor – esas huellas son de soldados, pero no cualquier soldado, son soldados de nuestro regimiento, me doy cuenta por la marca de las suelas.

En efecto, las huellas tenían el logo de su destacamento, el mismo que había sido bombardeado unas horas antes.

- Pero nadie salió de la base antes del bombardeo ¿o sí? – dijo sumamente intrigado Harry con las manos en la cintura mientras observaba las huellas.

- Quizás sean huellas de otros regimientos, en la escuela militar nos dijeron que hay algunas bases que poseen indumentaria idéntica por razones económicas – dijo Josué – lo curioso es que son solo cuatro pares de huellas. Quizás hayan sido sobrevivientes.

- ¡Aviones! – gritó Harry señalándolos con el dedo mientras el temor reinaba entre ellos.

Los aviones enemigos se lanzaron sobre ellos con una ráfaga de metralla infernal. Martin corrió a refugiarse a un roca mientras veía como el teniente Lex era abatido por una bala en el pecho. Cargó el rifle para disparar a algún avión, pero era inútil, eran demasiado veloces. El segundo avión lanzó una carga explosiva que sacudió el suelo haciendo que el polvo se levante formando una traicionera cortina color crema. En su escaza visión, Martin vio como Josué corría a refugiarse en otra roca sosteniéndose el codo. Estaba herido. Al mirarlo, Josué le hizo una seña a Martin para buscar a Harry, quien producto de la explosión, se había ido a dar de cara contra una piedra. La polvareda era cada vez más incesante y pronto perdió de vista a sus compañeros. Al cabo de unos segundos, él también perdió el conocimiento.



Josué

Se miraba atentamente al espejo mientras se iba rasurando. El filo de la navaja hacía un placentero contacto contra la dura barba, manteniéndola a raya en su ambicioso plan por poblar su rostro. Cuando quiso afeitarse el lado derecho del rostro, soltó repentinamente el objeto. Un punzante dolor lo cogió del codo y fue por hielo a la nevera. En ese trayecto lo sorprendió el aviso.

- ¡Bomba! Al suelo.

Una violenta explosión sacudió la base y las alarmas se prendieron. Terminó de afeitarse apresuradamente y salió al patio.

Seis de sus compañeros habían fallecido producto de la negligencia del guardia. Aun sin poder creer que, hace tan solo unas horas, él había jugado Damas con esos tres cadáveres, Josué observó el daño material. No era desastroso pero si les llevaría una semana reconstruirlo todo.

Mientras barría el patio con la mirada, el fuerte olor a pólvora lo hizo ir a buscar un paño de alcohol. Fue allí cuando cruzó miradas con Martin quien se notaba que había estado dormido hace tan solo unos minutos antes.

Al volver, vio que había sangre al pie de uno de los muros. Antes de meditar más en ello, vio a su compañero, Harry, tambaleándose levemente mientras se apoyaba en el muro y un delgado hilo escarlata se desprendía de una de sus fosas nasales.

- ¿Estamos listos? – dijo Martin mientras auscultaba su arma.

Josué recordó las órdenes del coronel acerca de aprovisionarse.

- Parece que no – dijo Josué mientras señalaba a Harry quien aún seguía apoyado en el muro - aparte que tengo una ligera molestia en las articulaciones de mi brazo. Quizás sea el frío

El teniente Lex se presentó y explico la importancia de la misión. Josué podía ver una ligera molestia en los gestos del teniente, como si alguna extraña dolencia le perturbara por dentro, pero su voluntad seguía siendo pétrea y decidida.

Al mediodía, El teniente y sus tres soldados fueron rumbo al cuartel Ugarte. El día parecía transcurrir sin novedades, el polvo y el calor eran sus únicos compañeros y lo único que deseaban era un retorno seguro con las provisiones necesarias para devolver todo a su rutina.

El teniente se detuvo de golpe y, por medio de un gesto, ordenó la detención de su camino.

- Huellas – dijo en tono grave mientras se acomodaba las gafas para observar mejor la evidencia.

Martin mencionó la simplicidad de aquel hecho aludiendo a que el sendero era muy usado por los lugareños, pero Josué percibió algo más.

Las huellas no pertenecían a cualquier persona, pertenecían a soldados de su propio destacamento, algo incongruente ya que tras el bombardeo matutino, nadie había salido de la base. Esto era muy fácil de comprobar por la marca que dejaban las huellas, todas tenían el escudo de su regimiento.

- Pero nadie salió de la base antes del bombardeo ¿o sí? – preguntó timoratamente Harry.

Josué explicó que algunos destacamentos usaban calzado similar por asuntos de economía y que era probable que los soldados de la base Ugarte sean quienes usaron las mismas botas. Había ocho pares de huellas.

- ¡Aviones! – gritó Harry mientras los señalaba con su tembloroso dedo.

La ráfaga de metralla sacudió aquel arenal como el polvo a una frazada recién golpeada. Las esquirlas volaban a furiosa velocidad producto de su brusca separación a causa del impacto de las balas. Una de las balas impactó contra el pecho del teniente Lex matándolo casi instantáneamente. El siguiente avión lanzó una bomba, empujando a los tres soldados contra sendos muros de piedra

Cuando estalló la siguiente bomba, esta hizo que una de las rocas estallase en pedazos. Un trozo del tamaño de una manzana salió disparado con fuerza golpeando el codo de Josué. El dolor era insoportable, sin duda había fracturado el hueso, pero el temor a la muerte era peor. Vio a Harry estrellado de cara contra otra gran roca e hizo señas a Martin para ir a rescatarlo. Cuando estaban a punto de ponerse de pie para ir a traerlo, la polvareda cegó todo a su paso y terminó por hacerles perder el conocimiento.



Harry

Harry miraba preocupadamente su almohada. Un pequeño charco rojo se iba secando ante sus ojos dejando tras si las huellas escarlatas de su presencia. No era la primera vez que le sangraba la nariz, ya hacía varios días que sentía lo mismo pero nunca recordaba por qué. Cuando fue por algo de papel higiénico para detener su inesperada hemorragia, la alarma sonó acompañada de un grito:

- ¡Bomba! Al suelo.

La explosión hizo que las cosas del baño salgan de su lugar y vayan a parar al suelo. Harry se refugió debajo del lavadero hasta que el polvo tras la explosión de la bomba se disipara. Cuando esto sucedió, salió a mirar por su ventana.

Nueve de sus compañeros habían fallecido y sus cuerpos estaban regados por el suelo. Aparte de ello, las reservas y algunos vehículos ardían en llamas producto del inesperado ataque. Harry salió de su camarote y se encaminó al patio. Escuchó algunas órdenes que se daban rápidamente a otros grupos pero cuando intentó ubicar a Martin, sintió que su cabeza le daba vueltas.

Confundido por el repentino mareo, Harry se apoyó en el muro y, casi instintivamente, miró al suelo. Un charco de sangre yacía allí, no supo la razón de su existencia pues los cuerpos estaban casi veinte metros más a la derecha pero el mareo le vino nuevamente y sintió que una vena de su nariz colapsaba. Se inclinó a los pies del muro y dejó que la sangre fluyese de su fosa nasal derecha.

Un delgado hilo rojo salía de su rostro e iba a parar al charco que encontró. Mientras su nariz terminaba de sangrar, vio a Martin y Josué conversar al mismo tiempo que se acomodaban el equipo de reconocimiento, por la manera en que lo miraban, sintió que debía de dar alguna explicación.

- Descuiden, estoy bien – dijo jadeante Harry al tiempo que se presionaba el tabique – el aire helado de las mañanas hace que me sangre la nariz.

Tras oír las indicaciones del teniente Lex, los cuatro soldados emprendieron el camino al cuartel Ugarte. El calor reflejado en las pálidas arenas de aquel desierto que los separaba hacía que su cabeza esté a punto de estallar. De cuando en cuando, Harry sentía que una tímida gota de sangre escapaba de su nariz para ir a refugiarse en su pecho, esto lo incomodaba puesto que no quería aparentar estar en apuros ante sus compañeros.

- Huellas – dijo el teniente mientras se acomodaba para observarlas bien

Tanto Martin como Josué dieron explicaciones para la presencia de aquellas huellas tan particulares en ese lugar. La razón de su singularidad estaba en que aquellas huellas pertenecían a su regimiento. Harry contó doce pares de huellas. Era mucha gente como para no haber sido vista vestida con los uniformes de su destacamento.

Cuando ya estaba a punto de sangrar nuevamente por la nariz, escucho un sonido aterradoramente familiar.

- ¡Aviones! – gritó Harry señalándolos al mismo tiempo que observaba el fuego de metralla esparcirse sobre ellos.

Una de las primeras balas alcanzó el pecho del teniente y este cayó como un muñeco de trapo al suelo. No supo más de él. Cuando Harry intentó tomar su fusil, el segundo avión lanzó sendas bombas sobre el terreno. El polvo se levantó como un vil espíritu de su sarcófago de arena. Vio los cuerpos de Martin y Josué estrellarse contra las rocas. Josué sangraba del brazo. Al intentar incorporarse, la siguiente bomba lo sorprendió elevándolo de su lugar y haciéndolo estrellarse en una maciza roca a diez metros de donde había estado. Escucho el crujido de su nariz al hacer contacto violento con la piedra y sintió un líquido caliente en el pecho. Mientras intentaba controlar su hemorragia, Martin y Josué hablaban de algo, nunca supo de qué porque el polvo se hacía cada vez más espeso, nublando todo, incluso, su mente.



Teniente Lex

- Nuevo récord – musitó el teniente al observar su reloj, había logrado hacer diez kilómetros en cuarenta minutos.

El camino se extendía ante él. Un inmenso camino empedrado en medio de aquel gran desierto olvidado. Los años de guerra lo habían hecho apreciar aquel inhóspito lugar y cumplía con sus labores de teniente impecablemente. Aun con el estrés de su trabajo, siempre encontraba un momento para dedicárselo a uno de sus pasatiempos favoritos: correr.

Cuando volvió a mirar el reloj, un zumbido familiar le hizo dar escalofríos. Dos aviones enemigos iban con dirección a la base militar.

Corrió a toda prisa rumbo a la base, pero los aviones ya se encontraban muy cerca; al llegar, desprendieron de sus compuertas cuatro bombas que hicieron un gran estruendo dentro del recinto.

Al llegar, el coronel vio con tristeza los cuerpos de doce soldados en el piso. Eran conocidos suyos.

Su radio crepitó:

- Teniente Lex, tenemos órdenes asignadas para usted – dijo la metálica voz.

Lex se dirigió a la sala de reuniones mientras veía de reojo a sus demás soldados. Martin se acababa de despertar, Josué tenía un brazo vendado y Harry se encontraba sangrando profusamente apoyado en el muro.

- Eso es mucha sangre – le dijo a Harry cuando pasó sin estar seguro si lo había escuchado.

En la sala de reuniones, el coronel le explicó la necesidad de buscar nuevas provisiones para reabastecer la base de alimentos. Lex aceptó gustosamente la misión pidiendo el servicio de los cuatro soldados que había visto en el camino.

En medio del humo y el olor a pólvora calcinada, Lex explicó la naturaleza de la misión y les urgió su presencia al mediodía. Llegada la hora, los cuatro partieron rumbo al cuartel Ugarte cruzando el inclemente desierto.

Cuando pasaron algunas horas, el teniente se dio cuenta de algo extraño: la tierra estaba movida. Aguzó bien la vista y divisó que aquellas irregularidades en la arena eran huellas, pero no cualquier tipo de huellas sino provenientes de las botas de su propio regimiento.

El desconcierto fue mutuo y todos comenzaron a enarbolar hipótesis sobre la procedencia de aquellas huellas. El teniente conto dieciséis pares de huellas.

¿Cómo llegaron allí si, luego del bombardeo, nadie salió de la base? La explicación de Josué sonaba convincente pero él sabía la verdad: Se copiaba todo, menos las botas. En las botas estaba el sello de distinción de cada regimiento. Solo había una explicación para ello: Otras personas de su regimiento, en lo que va del día, ya habían cruzado por allí.

Cuando intentó reflexionar más sobre las huellas, escucho el grito de Harry.

- ¡Aviones!

Los aviones se abalanzaron sobre ellos como monstruosos murciélagos. Ninguno perdió el tiempo. Primero comenzaron una rápida sucesión de tiros con la ametralladora. El teniente, quien ya iba a sacar el rifle, se vio alcanzado por tres balas que se alojaron en su pecho y cayó al suelo. Aun no estaba muerto pero el dolor en su pecho era casi inaguantable.

- Sálvense, sálvense – murmuró Lex , sintiendo su vida elevarse como el vapor.

Mientras la vida se le escapaba del cuerpo, vio como varias bombas eran liberadas por el segundo avión, lanzando los cuerpos de sus compañeros contra las rocas. Harry se encontraba agazapado contra un muro de piedra, Josué estaba visiblemente herido en uno de sus brazos, sin duda se lo amputarían y Martin estaba milagrosamente ileso refugiado atrás de un montículo de piedras. Cuando se intentó levantar, la vida termino por abandonarlo.

Curiosamente no sintió que se elevaba sino que… retrocedía.



Martin… por última vez…

Abrió los ojos casi de golpe, por fin lo recordaba.

- Bomba – murmuró mirando fijamente el techo a la espera de algo que ni él mismo acababa de comprender.

- ¡Bomba! Al suelo.

Sintió el olor a quemado y los gritos de desesperación que tan bien recordaba ahora. Contó en su cabeza y murmuró una cifra:

- Quince…

Empuñó su arma y salió corriendo rumbo al patio. Los cuerpos de quince personas yacían en el suelo, muertos por la negligencia de algún guardia que no vio a los aviones acercarse.

Casi por instinto, volteó a ver a Harry; sangraba profusamente en un charco de sangre exageradamente grande para su leve hemorragia. Se acercó casi a saltos a su compañero. Lo poseyó un descomunal escalofrío.

- ¡Harry, dime que tú botaste toda esta sangre! – casi suplicó Martin

- No, cuando vine esto ya estaba aquí – dijo Harry aun sosteniéndose la nariz

Martin entró en pánico. Vio a su amigo Josué, tenía el brazo vendado.

- Josué ¿desde cuándo ese brazo lo tienes en ese estado? – preguntó violentamente Martin

- No lo recuerdo – dijo Josué un tanto sorprendido por la agresividad de la pregunta – pero supongo que es algo relacionado al frío.

Martin volvió a mirar a su alrededor. Casi todo era similar a su sueño… la púnica diferencia es que todo se había duplicado.

El sangrado de Harry, las bombas, los muertos, el dolor en el brazo de Josué… eso significaba que también se habían duplicado…

- ¡Las huellas! – gritó Martin.

Corriendo como perseguido por el mismo demonio, Martin salió de la base rumbo a ese enorme desierto ¿será infinito? Pensó.

Cuando llegó a la distancia que recordaba en el sueño, lo vio:

Veinte pares de huellas en la arena.

Martin se tiró al suelo y lloro. Sabía que no vendría ningún enemigo, ellos se aparecerían allí tres horas después. Era algo mucho peor, estaba atrapado en el tiempo.

Lentamente se sacó una bota y selló la arena. Una réplica exacta de su huella se encontraba justo al costado. Ni un milímetro más grande, ni un milímetro más pequeño.



Epílogo

La eternidad había desfilado por aquel extraño lugar. El ambiente se había enrarecido y el orden de las cosas parecía tan alterado como las probabilidades lo permitiesen.

La permutación de las posiciones era infinita, como infinitos eran los objetos suspendidos en el aire, postrados en el suelo, regados en la arena y dispersos por el agua.

Había miles de bombas. Algunas saliendo de los aviones (que también eran miles e inmóviles) otras cayendo, otras reventando, otras culminando su explosión. La puesta una tras otra, con una distancia infinitesimal entre ellas, hacía parecer una especie de largos tubos negros que conectaban el cielo plagado de aviones inmóviles con el suelo regado en sangre, plomo y cuerpos por millares.

Las personas se encontraban finalmente inmóviles. La rapidez y frecuencia de sus movimientos habían logrado que pareciesen completamente estáticas, pero entre una y otra, había todo un universo desarrollándose, un universo de probabilidades variables y resultados inesperados. Pero había un último detalle: El desierto.



Tan revuelto como las tormentas del atlántico, la arena del desierto se encontraba completamente removida. ¿La razón? Millones de huellas tatuaban aquel camino por donde el tiempo gustaba pasear constantemente.


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martes, 26 de mayo de 2015

Un Hombre Pequeño



I

En una ciudad gris y minúscula, cierto día ocurrió un hecho digno de registrar para la posteridad como un hito que rompió la rutina en su aburrida población.

Cuando el señor “n” fue promovido en el trabajo, terminó por completar el cuadro de antipatía que ya presentaba.

- Es irritable, antipático, soberbio y medio idiota – comentó uno de sus compañeros de trabajo a este humilde servidor en la cafetería de su antiguo empleo.

- Te equivocas – dijo su amigo mientras sorbía su jugo por la pajilla- cuando fue promovido terminó siendo un idiota completo.

Y esa era la opinión que circulaba por la ciudad sobre el señor “n”, aunque él hubiese jurado y rejurado en numerosas ocasiones que era el siguiente Duce.

Al día mismo de enterarse de su ascenso, el señor “n” organizó un gran cóctel en su hogar para celebrar su buena nueva. Como en tiempos de cosecha todos terminan siendo granjeros, el señor “n” ganó un grueso de amigos casi por generación espontánea.

¡Pero si Aristóteles se hubiese vuelto loco! Salieron del área de logística, de control de calidad, del departamento de bienestar social, del sindicato, del departamento de limpieza… Hasta sus vecinos, para los cuales era un desconocido pero luego de ser ascendido fue un desconocido “ilustre”, se aparecieron en el cóctel. Incluso pudieron salir desde la carne pútrida o de la ropa vieja y rancia, qué se yo.

Como guiados por un libreto tácito (generalmente la hipocresía a la que le llamamos generosamente “cortesía”) uno a uno se acercaban con regalos y bebidas (que luego ellos mismos acabarían) para felicitar a este hombre pequeño.

Primero vinieron los abrazos, los “te lo merecías” y “me alegro mucho por ti”, luego, con el paso de las copas, llegaron los “ese es mi amigo del alma” y “siempre pensé que llegarías lejos”. Una vez que el licor había hecho su efecto (claro, para eso se llevan bebidas a las celebraciones ¿no?) llegaron los “no te olvides de mí, hermanito” “el apellido se respeta ¿sí o no mi amigaso? o “espero que te acuerdes de mí, campeón”. Entre sopapos y palmadas amistosas en el hombro, el señor “n” iba recibiendo sus halagos, reconocimientos y subliminales pedidos.

Cuando la fiesta acabó, el señor “n” se quedó solo en casa nuevamente, vio el reloj, eran casi las seis de la mañana por lo que la criada no tardaría en llegar para recoger todo aquel desorden. Confiando en que así sería, el señor “n” fue a dormir a su recámara aun sintiéndose elevarse por encima del resto de mortales. Oh hombre pequeño, hubiese sido mejor que no te tires tantas flores…



II

- Qué dolor de estómago de mierda – se quejó el señor “n” al incorporarse de su cama, como si alguien fuese a ir inmediatamente a auxiliarlo.

El hombre pequeño se puso de pié y caminó lentamente, como si tuviese un gran objeto en el estómago. Apoyándose en la pared, el señor “n” fue dirigiéndose al baño para observar su semblante, no podría tolerar que lo vean de mal talante en su trabajo al día siguiente, guardar las apariencias era vital ahora.

Ohhh hombre pequeño ¿Qué te pasó?

Primero sintió una repulsión enorme ¿Por qué a mí? Pensó desesperadamente. Miró a sus alrededores buscando testigos que hayan presenciado lo mismo que él, pero no había nada. Intentó presionarlo hacia sus interiores, pero esa “cosa” seguía resaltando notablemente, luego lo atribuyó a una picadura de insecto pero jamás había visto algo similar en otras víctimas de vampíricos dípteros.

Bajó corriendo las escaleras para llamar al médico, pero se detuvo en seco. El médico había estado ayer en su coctel ¿Era necesario que se entere de su “problema”? No, para nada. Era mejor que el médico siga pensando que el señor “n” era el hombre más importante de su localidad, cualquier desperfecto en él lo haría perder ese lugar.

Se tapó con la camisa aquel bulto de carne que le había crecido en el estómago y procedió a cumplir su rutina de aquel día. Escribió informes, elevó quejas sobre los empleados, ninguneó subalternos y, sobre todo, les dijo a todos que él ahora mandaba.

Los que el día anterior habían podido congraciarse con él en su cóctel aún se salvaban. Sabían que ese hombre pequeño tenía un ego demasiado grande para su cuerpo, pero que aun así el siempre encontraba espacio para almacenarlo… ¿o no?

III

- Si, parece que es una especie de hinchazón – dijo la empleada mientras observaba a través de sus gruesas gafas el estómago del hombre pequeño – Pero mírelo por el lado bueno, parece que tuviese la forma de una corona.

Terminado de observar la hinchazón, la empleada se fue apresuradamente a continuar sus labores murmurando algo así como “…perder el tiempo” mientras el señor “n” seguía mirando su pequeña “distinción”. Sí, efectivamente tiene la forma de una corona, pensó. ¿Y si esa fuese una señal de su nueva autoridad? (hombre pequeño ¿en qué momento comenzaste a perder la cordura?) Claro! Qué ciego había sido – pensó nuevamente.

De un brinco se irguió y recorrió su casa observando todo bajo una nueva luz. Definitivamente se había hecho justicia. ¿Ascenso? ¿Qué era un ascenso para un hombre tan talentoso como él? Los papeles, las felicitaciones, las medallas, el reconocimiento, etc no eran suficientes, las leyes humanas no podían ser el recipiente de su talento, eran completamente imperfectas y sumamente traicioneras, ¿pero la naturaleza? Era ello, la naturaleza se había confabulado a su favor para condecorar a uno de sus hijos predilectos. ¿Qué otra cosa podría ser aquello sino una medalla entregada por la misma madre naturaleza?

Volvió nuevamente al baño a observar su reflejo con la vigorosidad de un orate que recién descubre su delirio y, si bien la hinchazón tenía una forma extraña, el hombre pequeño le terminó de dar forma de corona.

Quizás te merecías una condecoración, hombre pequeño, todos en algún momento cometemos errores menos graves y nos deben premiar por ello pero ¿Llegar a imaginar que tu cuerpo te rendiría pleitesía? Lamentablemente la locura tiene imanes.

Pronto el rumor se esparció por toda la ciudad.

- El señor “n” está enfermo.

- El señor “n” tiene un estigma.

- El señor “n” es el elegido.

Las personas llegaban a la casa del hombre pequeño para consultarle dudas, preguntarle cosas a futuro e incluso, sanar algunas enfermedades.

La casa del hombre pequeño se convirtió en una suerte de santuario popular donde la gente iba en busca de lo desconocido para eliminar lo angustiante de vivir en la incertidumbre.

- Nos dejó sin trabajo el sujeto ese – nos dijo un exaltado párroco mientras contaba las últimas monedas de los diezmos que había recolectado aquel mes.

Y era cierto, pronto las iglesias, los consultorios e incluso las comisarías se habían visto reducidas a un solo lugar. La vieja criada del señor “n” también tuvo que amoldarse al cambio. Colgó los delantales para dar lugar a un pequeño canguro donde recaudaba el dinero en la puerta de las personas que se acercaban a consultar su suerte

- Son diez monedas – decía en tono cansado la criada al tiempo que soltaba un leve “incauto…” mientras la persona se alejaba mirando tímidamente la sala donde lo esperaba el hombre pequeño.

Era solo cuestión de tiempo para que la prensa llegue a aquel extraño lugar.

- Señor “n” ¿nos concedería una entrevista? – decía una reportera al tiempo que empujaba al camarógrafo de la competencia para asegurarse una respuesta.

- Señor “n”, somos de la revista Talentos y deseamos una nota con usted – jadeó otro pálido reportero, respirando con dificultad por la presión que se hacían unos con otros.

El hombre pequeño los observaba y respondía calmadamente a cada uno. Los flashes de las cámaras iluminaban cada rincón de su soberbio rostro al mismo tiempo que otro grupo más de curiosos seguían la acción desde la fila de espera hasta las ventanas.

- Pero claro que este es un don divino – respondió enérgicamente el hombre pequeño mientras daba un golpe a la mesa con su puño (doce cámaras siguieron el puño a la espera de una revelación divina) – nunca me he sentido más iluminado en toda mi vida (sonora carcajada… de todos, incluido el narrador)

Cada noche, el señor “n” regresaba a su habitación para contabilizar el dinero recaudado del día. Las cifras iban creciendo aritméticamente mientras su cordura se reducía en proporción geométrica (quizás si Malthus te hubiese conocido, hombre pequeño, hubiese sacado corolarios de sus leyes). ¿Cuánto más soportaría tu mente colgar de un hilo, hombre pequeño? ¿O sería tu cuerpo el primero que reaccione? Luego de guardar el dinero bajo el colchón (escondite que conocía la criada hace varios años) el hombre pequeño se observaba en el espejo para admirar su hinchazón. No disminuía, más bien daba la impresión de crecer cada vez más.

IV

Dicen que la locura es como la gravedad. Solo hace falta un empujoncito para que ambas hagan su trabajo.

Pronto la demanda de la “sabiduría” de aquel hombre pequeño trascendió el ámbito de lo privado a lo íntimo a las grandes inquietudes ciudadanas. Ya no iban solamente a su casa mujeres despechadas, hombres indecisos y demás temerosos del destino, ahora estaban políticos, dirigentes e intelectuales.

Las tertulias con el hombre pequeño se hacían intensas ¿Qué tenías qué decir ante ello, señor “n”? Nada obviamente, tu valor radicaba únicamente en tu presencia. No eras famoso porque acertabas, acertabas porque eras famoso.

Dabas un sí o un no y ello era suficiente para determinar el destino de una persona o, incluso, el de toda la ciudad. ¿Hasta dónde llegarías, hombre pequeño? Creo que hasta las últimas consecuencias.

- Se acercan las elecciones, señor “n” ¿quién cree usted que sería el mejor candidato a ser elegido? – preguntó un osado periodista que sorprendió al hombre pequeño tomando desayuno en un lujoso restaurante sumido en la clandestinidad.

El señor “n” miró a la cámara. El punto rojo que parpadeaba le indicaba que se encontraba en una transmisión en vivo. ¿Qué diría? Ah carambas, qué dilema. Sabes que cualquier cosa a decir se convertiría en opinión popular y muy probablemente dejarías fuera de juego a la democracia. Solo quedaba una salida, aunque quizás la hayas estado planeando hace mucho, total, el poder te embriagaba.

- Quien mejor que el hombre de la corona, mi estimado – contestó el señor “n” al reportero quien hacía señas violentas con la mano por debajo de la perspectiva de la cámara al camarógrafo comunicando un “graba todo o estarás despedido”

La noticia no tardó en recorrer la ciudad como un siniestro gas que embrutecía a la gente.

- ¡El señor “n” se candidateará como alcalde!

- ¡El señor “n” merece nuestros votos!

- ¡El señor “n” es la salida a nuestros problemas!

Las expectativas hicieron que el delirio del hombre pequeño aumente a niveles que su mente jamás pensaría. Ya no era un hombre ascendido en el trabajo ni un consultor de desgracias personales, ahora era una esperanza, el anhelo de una sociedad completa.

El señor “n” contó el dinero recaudado por cuatro años de sacarle ventaja a un bulto de carne con forma peculiar, era suficiente para llamar a una gran reunión donde asistiese toda la ciudad. Y así lo hizo.



V

De pie ante miles de personas, el hombre pequeño se dirigió ante su público y las decenas de cámaras que seguían sus movimientos y gesticulaciones casi matemáticamente.

Cada palabra que salía de su boca era seguida de innumerables vítores y hurras, sazonados por bombardas, bombos y cornetas. Cada diez minutos el hombre pequeño se detenía para recibir los halagos de la gente quienes habían estado desde muy temprano para verlo.

Hombres, niños, mujeres y ancianos, todos se ponían de puntillas para observar a la representación de su futuro salvador. ¿Elecciones? La mitad de la ciudad se encontraba allí, la otra mitad observaba lo que pasaba desde sus casas.

El hombre pequeño prometía y prometía con la facilidad de eructar o liberar flatulencias (al fin y al cabo ¿qué diferencia había?) Comenzó prometiendo cosas estándar como el aumento de salarios, reducción de la delincuencia y mayor limpieza ciudadana.

“… en mi gobierno no existirá la pobreza (silencio de dos segundos para oír los vítores), poseeremos la más alta tasa de riqueza que se ha visto en los alrededores y todo esto será en plazo cortísimo”

(la gente estalla en hurras mientras que al fondo se despliega una gran pancarta con la divisa “señor n contigo siempre”) el hombre pequeño siente un ligero hincón en su estómago, pero prosiguió.

“… no permitiremos que ni un solo ladrón pasee por nuestras calles. Mano dura para todo aquel que no respete la propiedad ajena, ese es mi compromiso con ustedes…”

(Suenan numerosos bombos y trompetas. El señor “n” observa la escena y sonríe satisfactoriamente. El hincón en el estómago se hace más pronunciado)

“… pero qué decir de cosas tan simples como esta. Delincuencia, pobreza corrupción y desempleo son cosas que un simple mortal podría solucionar. ¡Yo soy el hombre de la corona y puedo llevar esta ciudad a niveles que ningún ser humano jamás podrá!”

(Por un momento, el hombre pequeño sintió que había ido un poco lejos, pero ¿Qué más da? Aquellas personas lo veían como él quería ser visto, todo lo bueno sería considerado como acierto y todo lo malo como acierto en camino)

El hombre pequeño vio la euforia que reinaba en el lugar:

- ¡Él es el hombre de la corona!

- ¡Quién dudaría de él, siempre ha acertado en mis consultas!

- ¡No hace faltan elecciones, condecórenlo aquí mismo!

Ante tal regocijo, el señor “n” se quitó la camisa y la lanzó al público. Cual Sudario de Turín, este fue pieza de colección años más tarde. La gran hinchazón con forma de corona estaba exhibida a todos los espectadores. La muchedumbre se agolpaba entre sí para observar aquella manifestación divina. Lucía mucho más grande que lo habitual y despertaba aún más respeto. El hombre pequeño no pudo contener sus ansias de ser venerado. El poder y el orgullo habían terminado por demoler los límites, sus débiles límites, entre lo real y lo fantástico. Lo que comenzó siendo una presentación de propuestas candidateables pasó a ser una declaración de leyes casi divinas.

“… detendremos la muerte, multiplicaremos los alimentos, incrementaremos la inteligencia de nuestros niños, haremos que las cabras vuelen… todo esto y más podremos lograr porque yo soy el hombre de la corona!”

La hinchazón crecía y crecía sin parar. Los asistentes se encontraban en trance. El ruido de los bombos, tambores y trompetas terminaban de darle un sentido casi religioso a aquella escena.

“… oh sí, todo ello será posible conmigo como su representante, no tengan miedo puesto que yo todo lo puedo (la hinchazón crecía, incomodaba, pero realzaba su figura) seremos declarados como un ejemplo para el mundo, no dependeremos de nadie y todos nos admiraran”

El pequeño cuerpo del señor “n” se iba deformando a la vista de todos los asistentes quienes pensaban que ello era otra manifestación de su autoridad. La perorata continuaba.

“… ¿quién podrá contra el poder del elegido? Nadie. Seremos inmortales y ricos. Todo eso será en unos cuantos meses. ¿Pero que hablo? Todo esto será en días (el hombre pequeño comenzó a jadear. La hinchazón era casi tan grande como una sandía) Ahora ¿qué esperamos? ¿Qué lograremos haciendo elecciones? Vamos ahora mismo a sacar del poder al inepto que se encuentra ahora, porque ustedes son mi principal respaldo”

La hinchazón era demasiado grande. Poco a poco la gente iba saliendo del trance y miraban horrorizados el cuerpo del hombre pequeño, ahora convertido en una masa de carne parlante que profería promesas. El señor “n” seguía hablando, la audiencia que se encontraba cerca de él poco a poco iba retrocediendo temiendo lo peor, no importaba la gravedad de las promesas ni lo demagógica que fuesen, él simplemente hablaba porque sentía que lo podía todo. La hinchazón era ya prácticamente todo su cuerpo, la muchedumbre corría despavorida por todos lados en búsqueda de un lugar seguro donde razonar qué demonios estaba pasando, las promesas seguían y seguían, el hombre pequeño ya no podía hablar, su garganta se estaba tapando, solo gruñía y gemía tratando de pronunciar más palabras a la espera de los vítores de sus admiradores. Sus ojos se habían cerrado por completo ante la presión de su hinchazón y la boca era solo un minúsculo tajo diagonal.

Cuando soltó el micro, el hombre pequeño explotó.



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