sábado, 9 de diciembre de 2017

El día en que las sombras ya no volvieron



I

- Llegaron, corramos a las escaleras para ver lo que trajeron – me susurro Rachel al oído mientras sentía su tibio aliento a escasos centímetros de mi pabellón.

- ¿Y si nos ven? – pregunté mirando en dirección a las barandas de la escalera – No creo que les guste.

Rachel volteó he hizo un gesto de burla. Odiaba que le diesen la contraria.

- Si nos ven pues luego lo negamos todo – dijo con firmeza la niña – Te falta un poco más de aventuras en tu corta vida, Mateo.

Mateo volvió a mirar hacia las barandas y antes de que pudiese tomar una decisión que afectase su sorpresa en su futuro regalo de cumpleaños número siete, Rachel ya se había estado deslizando silenciosamente, como una extraña pitón con rulos pardos, escalones abajo. Con un poco de desgano, el chico lo siguió.

Cuando lograron posicionarse en su improvisada trinchera, vieron cómo papá y mamá cerraban la puerta y se acomodaban en los sillones.

- Menudo calor que hace – dijo papá mientras dejaba un paquete notablemente grande en la mesa. Mateó emitió un sonidito de asombro y Rachel le pinchó en las costillas mientras lo chitaba – ¿podrías sacar dos latas de refresco de la nevera?

Mamá se sacó los tacones mientras dejaba unas bolsas sobre la mesa y se encaminaba rumbo a la nevera. Tras unos breves segundos volvió con dos latas heladas de refresco.

- Deben de ser casi 35 grados – dijo mamá mientras daba un sorbo largo y tendido sentada en el sillón frente a papá – debimos consultar el clima antes de salir.

- Siento que las suelas se me derritieron – dijo casi en tono de seriedad – pero al menos ya compramos los regalos para sus cumpleaños.

- ¿Crees que están durmiendo? – preguntó mamá señalando hacia el segundo piso.

- ¿Con este calor? No lo creo – adivinó acertadamente papá.

Rachel se acomodó en su clandestino lugar y murmuró “lo saben”.

Repentinamente papá se puso de pié y en lugar de ir en dirección a las escaleras. Caminó rumbo a la nevera para sacar otro refresco.

- Rachel, Mateo, salgan de allí que hace más de quince minutos los hemos visto – dijo sorpresivamente papá.

Soltando una carcajada de sorpresa, los dos niños se abalanzaron sobre papá y mamá al tiempo que cada uno estaba ansioso de saber qué había en la caja.

- Aun no, niños – dijo cortantemente mamá – su cumpleaños aun es en una semana. Además intentaron engañarnos escondiéndose.

Ambos niños se miraron y soltaron una risa cómplice. Papá se acercó a ellos y los abrazó.

- Es que no son buenos escondiéndose – dijo cariñosamente.

- Como ninjas – dijo Rachel haciendo gestos de luchador.

- O fantasmas – dijo Mateo levantando las manos como un farol.

Todos rieron.



II

- ¿Y eso es? – pregunto Rachel mientras se soltaba el pantalón por el voluminoso vientre que se había hinchado producto de tanta torta.

- Parece una caja – dijo Mateo mientras quitaba el papel de regalo a su obsequio.

Era mediado de noviembre y ya habían conseguido sus regalos. A Rachel le había tocado una espléndida muñeca de porcelana (casi tan grande como ella), mientras que el regalo de Mateo aún quedaba en las sombras del misterio.

- Ehmm definitivamente es una caja – dijo ligeramente decepcionado el niño – bueno, al menos este año no son calcetines.

Rachel rió y se sentó en el piso junto a Mateo.

- ¿Para qué crees que sirva? – preguntó mirando interesadamente la pequeña caja de madera.

- No lo sé, a lo mejor es una alcancía – dijo Mateo intentando encontrarle el sentido.

- Pero no le veo el orificio – dijo Rachel restándole el poco sentido que había adquirido.

- Quizás habrá sido un error de la tienda – dijo el niño haciendo memoria – por que recuerdo un día a papá haciendo llamadas a ese mismo lugar por otro encargo y estaba furioso. Al parecer confunden continuamente los paquetes.

- Puede ser – dijo Rachel quien ahora se intentaba de sacar trozos de cereza de la muela de un modo muy desagradable.

- Qué asco, Rachel – dijo Mateo mirando a otro lado - ¿Tú crees que deba decirle?

- Creo que no – dijo firmemente la niña – porque si reclamas sobre ese regalo volverán a darnos lo de siempre. Calcetines, calcetines y más calcetines.

Paradójicamente, Rachel estaba sin calcetines sentada en el suelo.

- Bueno, tienes razón, algún uso podré darle luego – dijo mirando la pequeña caja de madera – le podría hacer un orificio y convertirlo en una alcancía.

- Pienso que sí – dijo distraídamente Rachel mientras oía como los vecinos habían salido a montar bicicleta al costado – bueno Mateo, me iré a pasear en bicicleta con los Rodríguez. ¿Vienes?

El niño observaba hipnotizado la pequeña caja de madera. Era completamente lisa y de un tono gris, como si fuese concreto, pero era tibio al tacto. Lo agitó y luego pegó el oído. Nada pasaba. Luego trató de meter las uñas por alguna abertura pero estas estaban tan pegadas que parecían imposibles de ser separadas. Finalmente se rindió y decidió dejarlo sobre su mesa de noche.

- Está bien, vamos – dijo finalmente Mateo – iré por la bicicleta a la cochera.

- Treinta centavos al primero que llega – gritó Rachel al tiempo que salía disparada de la habitación de su hermano. Mateo lo siguió.

Mientras los niños se alejaban, del interior de la caja se escuchó un débil sonido:

Tic.



Noche Uno

4:00 AM

Un ligero temblor sacudió los marcos de la ventana entreabierta de Mateo, como si un vehículo sumamente pesado acabase de pasar cerca pero con la diferencia que este no había pasado en ningún momento.

La ventana se cerró repentinamente. Mateo dormía. El ente se había encargado de cerrar adecuadamente la cortina a fin de que la luz del farol no le hiciese algún daño a su etéreo cuerpo. Se deslizó sigilosamente por toda la habitación, como admirándola y recordando algo que en algún momento las circunstancias le pudieron haber hecho olvidar. Reparó unos segundos en Mateo. No lo conocía. Aún no. Pero sabía que pronto lo haría.

Repentinamente el ente desapareció y las alarmas de la casa comenzaron a sonar.



III

- Vacío, vacío, vacío – repetía papá nerviosamente mientras revisaba las imágenes de las cámaras nocturnas en su ordenador – al parecer fue un error del sistema que detectó movimiento.

Mamá seguía observando las imágenes que había en la pantalla mientras daba una mordida al sándwich que había preparado. No había ninguna anomalía de movimiento registrada y, en más de cinco años, la alarma anti intrusos nunca había dado una falsa señal.

Un piso más arriba, Rachel hablaba con Mateo.

- Te juro que salí disparada de mi recámara cuando sentí las alarmas – dijo Rachel abriendo los ojos como platos – pensé que se había metido un ladrón a la casa.

- Bueno, quizás las alarmas fallaron esta vez, a lo mejor ya están desgastadas por todo el tiempo de trabajo que han tenido – dijo Mateo quien armaba una torre con unos bloques de plástico.

- ¿Tú no has visto nada fuera de lo normal? – preguntó Rachel queriendo saber más sobre lo ocurrido esa madrugada.

“Quizás sí” intentó responder Mateo pero sabía que no tenía importancia. El juraba haber dejado abierta la ventana de su habitación ya que las noches de verano en aquella ciudad eran insoportables, pero por alguna extraña razón, estas habían amanecido completamente cerradas, como si alguien las hubiese asegurado por dentro. Decidió no decir nada.

- No, todo en orden – respondió Mateo.

Rachel dejó de prestarle atención y comenzó a tararear una canción.





Noche dos

4:00 AM

Esta vez se incorporó del piso.

El ente camino en dirección a la puerta de la recámara de Mateo. La abrió y salió al pasillo. Se deslizo suavemente mientras tocaba la superficie lisa de la pared y observaba con sus enormes ojos esmeraldas las decoraciones del tapizado. Lo hipnotizaba y embelesaba.

El sensor de movimiento estaba alerta, pero no captó los movimientos del ente. Este fue avanzando lentamente por la cocina. Algunas sartenes y ollas vibraron ante su espectral presencia, motivados por alguna fuerza ajena a la comprensión racional. Cuando hubo alcanzado la puerta, fue en dirección a la cochera y encontró lo que había estado buscando.

Una reluciente bicicleta azul yacía a un costado de la cochera. El ente se acercó a ella y pasó sus desproporcionadas manos etéreas sobre ella. Cuando terminó de tocarla, se fijó en su cadena. Era brillosa y se veía muy firme pero como si de un trozo de galleta se tratase, el ente rompió las cadenas dejando así inutilizado todo el sistema de pedaleo.

Tras quedarse unos minutos más allí, el ente miró en dirección a la cámara que lo estaba grabando. No dijo nada, solo desapareció.

En el cuarto de Mateo, la caja de madera hizo un sonido:

Tac.



V

- Demonios ¿Quién hizo esto? – dijo en un tono de dolor Mateo mientras observaba la bicicleta en la cochera.

- Debió de haber estado oxidada – dijo Papá mientras observaba el desperfecto en la bicicleta – pero parece que no, se ve como si alguien lo hubiese cortado con algo

- La alarma no ha sonado en toda la noche, Raúl – dijo mamá desde la puerta – si alguien hubiese entrado los sensores lo habrían detectado.

Nuevamente la sospecha cayó sobre la criticada alarma. Sin embargo cuando se revisó los archivos del sistema de grabación, estos no arrojaron ninguna novedad. Al menos hasta que llegaron a la parte de la cochera.

- Mira, es como si la cadena se cayese sola – dijo Rachel mirando atentamente la grabación – parece que se rompiese con el aire.

- Eso es imposible – sentenció papá mirando la pantalla – es una cadena nueva, no tendría por qué haberse roto.

Mateo, quien aún tenía el casco y las rodilleras puestas para salir a dar una vuelta en bicicleta, no salía de su asombro y, a la vez, furia.

- Es injusto – sollozó Mateo mirando su bicicleta – yo quería salir a dar una vuelta hoy.

- No te preocupes, hijo. Podemos salir a repararla el fin de semana en cuanto pueda tener un día …

Repentinamente papá paró. Todos entendimos por qué. Desde el exterior de la casa, un descomunal sonido había llenado toda la habitación cerrada de la cochera. La familia entera salió a ver el origen del sonido. No tardaron en encontrarlo y se toparon con un espectáculo horroroso y trágico.

Un camión, de esos que transportan mercadería, había impactado contra un autobús en la intersección de la pista. Lenguas de fuego de casi tres metros se elevaban por el aire mientras una multitud de curiosos salían desde sus hogares para observar y grabar el incidente.

Rachel y Mateo siguieron asustados a sus padres mientras que estos conversaban con un oficial de policía acerca de lo que había sucedido. Papá ponía un rostro de preocupación mientras que mamá se había echado a llorar mientras se tapaba horrorizada la boca al enterarse de la noticia.

- Los Ramírez, sus hijos, murieron en el accidente – dijo Rachel a Mateo sombríamente mientras volvían a casa – no vieron venir el camión y se fueron de lleno contra él.



Noche tres

4:00 AM

El ente había vuelto a ponerse de pié. Sintió una brisa fresca entrando por la ventana de la cochera. Miró un rato hacia el exterior, le parecía tan peligroso y extenso. No salió. En su lugar comenzó a deslizarse por los pasillos rumbo a la cocina. Atravesó la puerta.

Un flamante piso de mayólicas rosas se extendía ante él mientras un sinfín de instrumentos de cocina estaban colgados de manera cuidadosa en las paredes. Se maravilló en sus reflejos hasta que se dio cuenta que el no proyectaba ninguno. No le importó.

Tentando con sus azabaches manos, encontró lo que buscaba. La nevera yacía allí, gris e imponente como siempre, marcando una temperatura baja para la conservación de los alimentos. Sabía que tenía pocos minutos.

De un tirón, el ente abrió la puerta de la refrigeradora y la luz lo cegó. Sintió su cuerpo arder como si le hubiesen presionado brasas contra el cuerpo pero intentó aguantar. La luz lo lastimaba.

Haciendo un esfuerzo gigantesco, el ente tiró al piso la mayor parte de los comestibles almacenados en la puerta. Un amasijo de verduras, leche, carnes, salsas y yogures estaba desperdigado por el suelo.

El ente miró los desperdicios en el suelo y luego escuchó el potente sonido de la alarma llenar toda la casa. Mirando fijamente hacia la cámara que lo grababa, el ente desapareció y el sistema de grabación se apago.

La caja emitió un “Tic”.



VI

- Esta noche haré vigilancia – dijo papá mirando furiosamente el desorden en el piso de la cocina.

Habían pasado un par de semanas desde el accidente de la calle de en frente y casi un mes desde que la alarma había dado un innecesario pitido. Ahora si había razones para creer que alguien había entrado a casa.

- Pero Raul ¿Entrar para llevarse comida de la refrigeradora? – preguntó mamá nerviosamente.

- No se trata de eso, María – dijo papá mientras observaba las ventanas para comprobar si habían pernos suelto. Todo estaba en orden – se trata de que alguien está burlando los sistemas de seguridad de la casa. Podrían estar tramando un gran asalto o incluso un secuestro. Tenemos que ir con cuidado.

- ¿Consultaste la grabación? – pregunto Rachel aprehensivamente – allí debe salir el responsable.

Mamá miró a papá preocupadamente pero papá respondió.

- Quien quiera que haya entrado a la casa, apagó el sistema de grabación y eliminó la cinta. No hay nada que pueda probarnos qué puso los pies en esta casa esta noche – dijo.

Mientras en la cocina todos discutían sobre el posible intruso de aquella noche, Mateo seguía a la fila de hormigas que se había dado la labor de trasladar los desperdicios hacia su hormiguero.

Solemnemente, como una caravana de fieles, las hormigas hacían un camino organizado cargando pequeños trozos de la comida que había en el piso de la cocina. Se dirigían al patio.

Mateo abrió la puerta y los siguió hasta allí. Un hormiguero se alzaba por encima de la tierra. El niño no pudo con su curiosidad y comenzó a quitarle la tierra cuidadosamente para observar a donde llevaban todo.

Como un montículo de hierro limado, cientos de puntos negros yacían inmóviles en el fondo sin dar signos de vida alguno. Impactado por el gran cementerio de hormigas, Mateo intentó buscar la razón de su fallecimiento y se percató que muchas hormigas que aún seguían yendo en fila, quedaban paralizadas a medio camino y se desplomaban allí mismo, con su cargamento a cuestas.

Parecía que algo las había intoxicado, algo que llevaban en su diminuto lomo, un cargamento salido de la cocina donde tres personas aún discutían por el posible intruso nocturno.



Noche cuatro

4:00 AM

El ente volvió a aparecer.

Como una sombra silenciosa de ojos resplandecientemente esmeralda, buscó con la mirada la salida de la habitación de Mateo. La abrió suavemente.

Esta vez buscó la entrada a la azotea. No demoro en localizarla. Al llegar allí admiró el balcón de madera que daba hacia la calle y que la hacía a la vez de terraza para las tardes en que la familia Linares decidía comer un postre con una vista exterior. Sin embargo había un problema.

A un lado del balcón, una de sus vigas de madera yacía carcomida interiormente por un grupo de silenciosas termitas. Supo que tenía que hacer… pero esta vez no estaba solo.

Repentinamente Raúl, el padre de la casa, empuñando una pistola y una linterna había seguido al ente en su silencioso camino rumbo a la azotea.

- Muéstrate – le grito apuntándolo con la pistola. El ente no se movió.

Indignado con la idea de que un ladrón yacía en su casa a esas horas, Raúl prendió la linterna para poder observar e identificar a su intruso. La linterna le dio directamente al cuerpo del ente.

Una sensación de ardor extremo se apoderó de su difuminado cuerpo. Estaba perdido. No iba a lograrlo.

El ente oscuro emprendió una veloz huida rumbo a las escaleras que daban hacia abajo, Raúl no dejó que se escape. Dio un par de tiros que alertó a todos los vecinos de la cuadra, encendió tres alarmas caseras y cinco alarmas de auto.

- No te escaparás, ladrón – rugió Raúl mirando cómo el ente se iba por el corredizo.

Atrapado por las paredes y sin otro lugar donde poder esconderse, el ente sabía que no podría continuar con la misión de aquella noche.

- Nos vemos – murmuró mirando directamente a la habitación de Mateo.

El ente desapareció y Raúl llegó pocos segundos después con la pistola en la mano. Ya para ese momento todos en la casa se habían despertado e iban rumbo a ver qué había motivado los disparos.

Mientras Raúl, María y sus dos hijos conversaban en la sala sobre la necesidad de poner un vigilante nocturno hasta que todo pase y los vecinos aporreando la puerta para confirmar si todo estaba bien en el hogar de los Linares, en el cuarto de Mateo la caja había emitido un sonido.

Esta vez el sonido era muy distinto. La caja se había abierto y adentro se podía ver una hoja de papel con un nombre.

Rachel.



Epílogo

- ¡Se nos va! Revisen los niveles de pulso cardíaco – ordenó el médico dentro de la ambulancia – no resistirá mucho, denle cargas eléctricas por si el nivel baja del promedio.

- Entendido – dijeron al unísono los enfermeros.

- ¿Causa de las lesiones? – preguntó uno de los enfermeros que tomaba el pulso de Mateo.

- Cayó de un cuarto piso – dijo apesadumbrado el doctor mientras verificaba el pulso del niño – el balcón de su casa se desprendió cuando fue por unos juguetes a la azotea. Tiene fracturas múltiples pero lo que preocupa es el traumatismo cerebral producto de un coágulo sanguíneo en el parietal.

A toda carrera los médicos lo llevaron a la sala de operaciones. Unos lívidos Raúl y María se intentaban acercar lo más que podían a la camilla antes de entrar al quirófano pero fueron impedidos por los enfermeros.

Tras ocho horas de cirugía, Mateo fue trasladado a una unidad de cuidados intensivos para la recuperación de su operación. Se esperaba una mejora para el día siguiente, la operación había acabado a las 3:00 AM… un sonido de campanas retumbó por los sombríos pasillos del hospital anunciando una nueva hora:

Las 4:00 AM… Mateo abrió los ojos de golpe.

Movido por una fuerza muy superior a su biología frágil, Mateo se puso de pié. No sintió haberse roto algún hueso, como lo habían anunciado los médicos ni tampoco el dolor punzante de la operación. Era como si nada hubiese pasado.

Corrió por los pasillos del hospital y salió por la puerta principal. Reconoció la calle, su casa quedaba unas dos cuadras más allá. Sus pies parecían no pisar el suelo pero no reparó en ello, simplemente quería ir a confirmar una terrible sospecha que le había surgido en aquel momento.

Miró a su alrededor mientras corría, podía ver cientos de miles de autos, objetos y personas moviéndose de un lugar a otro, saturando el espacio que había, como si pudiese ver lo que pasaba en todos los tiempos. En vez de marearlo, lo hizo sentir más lúcido. No reparó en cuan extraño era todo ello, solo sabía que tenía que llegar a casa.

Al llegar a la pared derecha de su hogar, vio arriba la ventana de su habitación. Saltó y sintió que el aire lo elevaba hasta el segundo piso. La luz del poste lo tocó en un brazo y sintió una terrible quemazón. Se puso a un lado y entró por la ventana entreabierta.

Allí estaba Mateo, de pie, sentado, echado, jugando, riendo, llorando en miles de maneras. Él reconocía a ese chico, en algún momento lo había visto. Intentó mirar su reflejo en la ventana pero no había absolutamente nada. Entonces giró a mirar la mesa de noche.

La caja de madera yacía abierta con un papel adentro. Leyó el nombre y supo lo que tenía que hacer.

Se deslizó suavemente por los bordes del pasadizo mientras buscaba algo entre las paredes y lo encontró.

El cable de la TV de la sala estaba allí, pelado en un costado dispuesto a matar a la siguiente persona que osara conectarla en la mañana. No podía permitirlo.

Haciendo un leve esfuerzo mental, como intentando acostumbrarse a esa nueva apariencia, el ente tiró el televisor al suelo, haciéndolo pedazos y disparando las alarmas de alerta por toda la casa.

Raúl y María corrieron a la sala para ver qué había sucedido y, en el cuarto de Mateo, el cofre se había cerrado.

Una vez más.


BattlegroundHunter.exe

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