martes, 25 de agosto de 2015

El Arquitecto



I

Y el cielo se abrió de repente.

Los rayos de luz caían como rocíos matutinos sobre los millares de escombros que yacían en aquel amplio llano. Con elegantes pausas, miles de objetos se volvían a hacer visibles gracias a aquella prodigiosa luz que anunciaba lo inevitable: La creación.

Templos en escombros, calles inundadas, cohetes oxidados, estatuas de arena, animales disecados, laberintos derruidos, toda una enorme variedad de objetos eran testimonios rígidos que daban evidencia de que allí, en aquel extraño lugar, existió vida en algún momento o, en su defecto, hubo el intento de que así fuese.

Pero toda aquella destrucción estaba a punto de quedarse atrás. La apertura de los cielos era señal inequívoca de que la vida iba a comenzar nuevamente y eso solo significaba una cosa: El Arquitecto iba a despertar, otra vez, de su largo sueño.

Abrió los ojos al sentir el brillo de aquel nuevo cielo quemarle los parpados, y así se quedó. Hora tras hora, el Arquitecto miraba en el cielo gris las nubes arremolinadas formando figuras imposibles de significados fantásticos, sabía que pronto tendría que aparecer aquello que le daba sentido a todos sus amaneceres.

De pronto, mientras el brillo del cielo terminaba de iluminar aquel fantástico espectáculo de ruinas y estatuas, cayó del cielo una hoja de papel. De un brinco, el Arquitecto se puso de pie y fue a toda prisa hacia el lugar donde había caído la hoja. Al llegar al lugar, observó el papel y leyó su contenido, tal como lo suponía, se trataba de otro trabajo.

Entusiasmado ante la perspectiva de estar nuevamente en acción, el Arquitecto echó una mirada al territorio donde había encontrado el papel, era amplio, lo suficiente como para comenzar una nueva aventura. Se puso manos a la obra.



II

Primero limpió el lugar, calculó los espacios, planificó los tiempos y luego formó las figuras.

Construyó las casas de madera y las decoró con colores opacos. Insertó, una a una, las hojas en los árboles y los pétalos en las flores. Se tomó el trabajo de fabricar los prados a partir de cabellos suyos pintados de verde y se puso encima del campanario de la iglesia para soplar enérgicamente y así crear las corrientes de aire.

Con las hojas meciéndose placenteramente en sus lugares, el Arquitecto sacó algunas nubes que le habían quedado de una creación anterior, las abrazó y las comprimió en su pecho. Poco a poco aquellos copos de algodón adquirieron un color perlado para pasar luego a un gris oscuro. Cuando la camisa del Arquitecto empezó a humedecerse, sabía que era momento de soltarlas.

Comenzó con un par de débiles truenos y, finalmente, las gotas cayeron de aquella miniatura de tormenta encima de recipientes para almacenar el líquido. El creador esperó algunos minutos hasta que estos se llenaran, mientras tanto, trazo mentalmente una trayectoria: Necesitaba un río.

Deformó el terreno a las afueras de su pueblo recién creado y consiguió crear un cauce respetable. No necesitaba crear el río completo, solo el necesario que se utilizaría para dar la apariencia al pueblo de estar completo.

Tras observar que los recipientes ya estaban lo suficientemente llenos, el Arquitecto vació el contenido en el cauce del río y este fluyó con energía añadiéndole un complemento que, hasta aquel momento había pasado inadvertido en la creación: El sonido.

Sabía que un elemento importante en todas sus creaciones era el sonido. Darle un ambiente real a lo que hacía era un deber si deseaba conseguir un efecto realista y creíble.

Consiguió unos frascos y salió del pueblo rumbo a la montaña más cercana. Tras llegar a la cima, observó la amplitud de aquel misterioso mundo. Bajo él yacían innumerables pueblos, ciudades, bosques, planetas, mares, etc. Todo era creación suya, algunas aun en buen estado y en otras ya se veían las huellas del tiempo.

Fijó su vista en un bosque y se dirigió allí. Caminó entre los árboles tratando de recordar detalles sobre aquella anterior creación, intentando forzar a su memoria a ubicar el lugar donde él había “puesto” los sonidos. Cuando ya estuvo a punto de darse por vencido y resignarse a tener que volver a fabricar nuevos entornos sonoros, lo ubicó. En uno de los árboles más altos yacía una pequeña casa de madera suspendida entre las ramas. El Arquitecto trepo hasta allí con los frascos y abrió la puerta.

Un olor rancio más una nube de polvo fueron sus recepcionistas. El Arquitecto buscó entre los escombros, las estanterías donde yacía su almacén de sonidos. Tras ubicarlos, extrajo las diminutas botellas de cristal que estaban en las repisas de aquella casa de árbol y leyó las etiquetas:

- Ruiseñores, zumbidos de avispa, balidos de oveja, pasto al viento…

Necesitaba un poco de todo para darle vida a aquel insonoro pueblo. Luego de transferir un poco a sus pomos, el Arquitecto salió de la casa de árbol y luego del bosque. Antes de llegar a aquel lugar donde los árboles acababan y comenzaba nuevamente aquel mundo tan extraño, divisó un niño tirado boca abajo en el suelo. El Arquitecto lo observó en silencio intentando recordar. Tras hacer un breve esfuerzo lo consiguió. Se agachó con cuidado a fin de conservar los frascos y murmuró en el oído de la joven víctima.

- No sabes cuánto lo siento pero así fueron las órdenes – lamentó sinceramente el Arquitecto.

El niño levantó el rostro y le guiñó amigablemente el ojo derecho para pasar nuevamente a la posición en la que fue encontrado. El Arquitecto esbozó una sonrisa y quiso quedarse a conversar pero sabía que el tiempo apremiaba. Pronto llegaría la siguiente hoja del cielo con nuevas órdenes.



III

Sentado encima de una peña, comiendo una manzana que recientemente había brotado de uno de los árboles del pueblo, el Arquitecto divisó la siguiente hoja de papel cayendo del cielo. Se incorporó y fue a su encuentro.

- Personas – murmuró preocupadamente el creador.

En todos sus actos creativos siempre estaba presente el reto de crear a las personas. Era un trabajo tedioso pero sabía que era una parte indispensable de su labor.

Pero no siempre el Arquitecto las creaba, en algunos casos (como en este) solo los “reciclaba”.

- Necesito a un niño – se dijo a sí mismo al tiempo que daba otra mordida a su manzana y se rascaba la cabeza - ¿Dónde conseguiré a uno?

La respuesta le llegó de manera casi súbita. Miró hacia el cielo y encontró algunos “planetas” suspendidos en el mismo (creados anteriormente por alguna orden del pasado). Ubicó en su memoria el origen de cada uno y recordó un número especial.

- ¡Está en el B-612! – gritó violentamente asustando a una indignada ardilla que tentaba el acercamiento a los restos de su manzana.

El Arquitecto llegó hasta el diminuto B-612 y aguzó la vista a fin de encontrar lo que necesitaba. No le tomo mucho tiempo.

Inmóvil y con la mirada serena perdida en el horizonte yacía un niño rubio ataviado de ropas elegantes, como un pequeño príncipe. El creador sopló en su rostro y el movimiento fluyó en todo su cuerpo.

- ¡Hola, tanto tiempo sin verte! – le dijo el niño al ver al Arquitecto parado frente a él tomándole las medidas del cuerpo.

- Definitivamente no nos vemos hace un buen tiempo – dijo alegremente el creador mientras sacaba un lápiz y marcaba algunas partes de su ropa - ¿Sabes? Te necesito nuevamente.

- ¿Han llegado nuevas órdenes? – preguntó interesado el niño rubio.

- Sí, y felizmente las instrucciones para el personaje principal coinciden contigo – dijo el Arquitecto al tiempo que anotaba todo en su libreta.

- ¡Oh! – suspiró el niño – Bien, puedo ayudarte pero necesito que alguien se haga cargo de mi flor y de mi mascota.

El Arquitecto sonrió.

La creación del personaje principal no fue tan difícil como lo esperaban. El creador maquilló el delicado cutis del niño con las huellas que dejaría el tiempo en un joven que vivía en un pueblo tostado por el sol y curtido por la naturaleza. Le puso algunas pecas, desordenó su cabello y careó algunos de sus dientes.

- No necesitarás esto por ahora – dijo el Arquitecto señalando su elegante traje de príncipe – Mientras estemos aquí debes de usar esto.

Sacó unos sucios pantalones con tirantes y una camisa a cuadros.

- Están muy sucios. ¿Así lo indica el personaje? – preguntó preocupado el niño rubio mirando su nueva indumentaria.

- Ya sabes cómo son las órdenes – dijo el Arquitecto guiñándole un ojo.

El niño se vistió sin protestar.





III

Acurrucados por precaución y miedo en la parte trasera de una lápida, ambos niños escucharon trémulas voces de adultos a unos metros de ellos. Uno de los muchachos dijo atemorizadamente:

- ¡Son los diablos, es nuestro fin! ¿Sabes rezar?... Pero no ¡Son humanos! – dijo el muchacho a su amigo rubio.

Las voces de tres personas resonaban en medio de la noche. La sombras de las tumbas con el canto de las lechuzas hacían de la escena un momento de temor absoluto. Hablaban de profanar una tumba, de quitarle las riquezas a un difunto cuya tumba yacía allí misma y, finalmente, un ajuste de cuentas.

- Galeno, ya está cumplida la condenada tarea – dijo uno de los hombres quien estaba ebrio – Así que ya vaya aproximando otros cinco dólares o esto se termina aquí.

El médico se negó rotundamente a continuar pagando la miserable labor aduciendo que ya les había adelantado anteriormente el dinero acordado. El otro hombre también protesto y se armó una pelea al costado del muerto. Los niños observaron horrorizados aquel espectáculo que amenazaba con añadir un difunto más al cementerio.

- Pero yo exijo más – dijo uno de ellos – tienes que pagarme todas las humillaciones y el desprecio con el que tu padre me trató y me hizo encarcelar.

El médico intento defenderse pero el otro hombre fue más rápido. El borracho lo sujetó de los brazos pero el médico logró asestarle un golpe con una de las tablas de la tumba recientemente profanada. El otro hombre, que había acusado de humillación al padre del galeno, sacó su navaja y la hundió en el estómago.

- ¡Alto! – gritó el Arquitecto que había estado observando minuciosamente la escena.

De pronto todos salieron de sus lugares, los niños, los asesinos, el “muerto” y el resto de personas que presenciaban la escena a la espera de su turno en los próximos minutos.

- ¿Ahora qué pasó? – suspiró cansadamente el hombre de la navaja.

- ¡EN EL PECHO! No en el estómago, Joe – dijo airadamente el Arquitecto blandiendo la hoja que había llegado recientemente desde el firmamento.

- ¿Pero no es casi lo mismo? – dijo el médico recientemente “asesinado” – Total, la idea es que se note la muerte.

- Órdenes son órdenes, Galeno – dijo aparentando seriedad el Arquitecto – vuelvan a sus puestos, se reinicia la escena.

- Ya nos duelen las rodillas de estar atrás de la lápida hace horas – protestaron los niños.

- Es necesario – dijo el Arquitecto – pero ya vendrán papeles más divertidos.

- Y yo ni me quejo de que mi único protagonismo sea estar pálido en un ataúd – dijo el “muerto” despreocupadamente mientras se acomodaba nuevamente en su caja.

Todos estallaron en carcajadas al oír al “muerto” y volvieron a sus puestos a la espera de nuevas indicaciones por parte del Arquitecto.

Y así pasaron meses. Hojas caían del cielo, indicaciones nuevas. El creador intentaba cumplir las órdenes lo más exactamente posible. A veces se podía y a veces no pero al cabo de tantas creaciones anteriores, el Arquitecto se dio cuenta de que allí radicaba su originalidad.



Epílogo

Sonó la campana del recreo y este coincidió con el fin de la última página del libro.

Sam, quién hace unos meses había comenzado una nueva lectura, se recostó en su carpeta terminando de imaginar la estupenda aventura que acababa de leer. Sintió el fluir de sus ideas mientras sus compañeros se acomodaban en sus lugares. Qué mundos tan fantásticos, que historias tan atrapantes, que desenlaces tan inesperados. No cabía duda de que “Las Aventuras de Tom Sawyer” era una obra maestra de Mark Twain y haber acabado toda su historia era digno de mantenerse en la memoria.

La puerta del salón se cerró y el profesor entró poniéndole fin al ruido del aula. Sam abrió la mochila e introdujo su ejemplar de “Las Aventuras de Tom Sawyer”, al hacerlo se encontró con otro viejo amigo que había leído antes: “El Principito”.

- Ya se me hacía conocido ese "Tom" – musitó Sam con una ligera sonrisa cerrando la mochila.

Lejos, muy lejos de allí, a una distancia incalculablemente lejana, en otra dimensión, en otro universo donde las posibilidades son tantas como la rigurosidad de los números lo permita, un pequeño pueblo a orillas del Mississipi volvía a la inmovilidad total. El cielo volvió a cerrarse con majestuosidad mientras que el Arquitecto se recostaba en el prado de su última creación, a la espera de que nuevas páginas sigan cayendo del cielo y le den actividad nuevamente algún día. Por alguna extraña razón, sabía que sería muy pronto.


Un agradecimiento especial a mi ilustrador Danilo por el arte conceptual. He aquí su página oficial : https://www.facebook.com/Educacion80?fref=ts

Gracias a mis amigos lectores por pasear por este, su espacio, y leer algunas de mis creaciones. No se olviden de pasar por mi fanpage de Facebook:https://www.facebook.com/elespejodemariantonieta?fref=ts

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