miércoles, 21 de enero de 2015

Una vieja leyenda familiar durante la guerra con Chile

-       Ve al monte por leña antes que oscurezca– dijo mi madre hace quince años.

Así empezaba toda una aventura. Al inicio a regañadientes y luego con alegría por las innumerables cosas que me imaginaba en el camino, me iba al otro lado del río para recolectar ramas y trozos de corteza de los árboles con el objetivo de colaborar con el encendido del horno de barro de mis abuelos.
Hacer pan artesanalmente en la casa de mis abuelos tenía todo el encanto del mundo. En las primeras horas se hacía el “calentamiento”. En esta fase, mi abuelo y yo solíamos alimentar el fuego con las ramas que traía desde diversas zonas de su chacra y oíamos el crepitar del horno junto con el sonido de las cigarras saliendo de sus refugios con la llegada de la noche mientras, anhelantes, mirábamos hacia la cocina (ubicada unos metros más abajo ya que el horno estaba en una parte elevada) donde mi madre, mi abuela, mis tíos y mis primos colaboraban con amasar, repartir el queso, limpiar los moldes y darle forma al pan.
En la segunda fase, cada miembro de la familia iba subiendo los moldes de pan (comúnmente llamado “latas”) al horno a medida que iban estando listas. ¿Mi labor? Esperar a que todo acabe para oír lo que tenía que contar mi abuelo aquella noche, como tantas otras, mientras comía un delicioso pan caliente con algo de café.
Aquel era el momento cumbre de la noche. Luego de que el pan estuviese listo, eran almacenados en mantos o canastas y todos los miembros de la familia Gallegos nos sentábamos en torno al horno caliente para conversar y cenar; pero había algo mucho más especial aún. La hora de las leyendas.
Mi abuelo siempre negaba conocer leyendas de su pueblo, pero tantos años visitándolo y oyéndolo me habían vuelto lo suficientemente diestro como para saber que si yo quería oír una leyenda de su parte, jamás lo conseguiría preguntándole directamente, sino por medio de alguna incitación como “Recuerdas lo que me dijiste aquella vez…” o “Como fue aquello que me había dicho…” bastaba aquel catalizador verbal para que comience una nueva aventura.
El día de hoy les traigo una de sus tantas leyendas contadas al costado de un horno de barro, una de esas leyendas que saben a pan recién horneado y a infusión de manzanilla caliente en un valle con olor a misterio.
Cuentan que, a fines del SXIX, la guerra contra Chile había llegado al pueblo de Chulibaya, ubicado al oeste de Tacna. Las hostiles tropas sureñas avanzaban destruyendo, saqueando y quemando todo a su paso. No perdonaron vidas ni nosotros se las perdonamos a ellos.
En el camino, las tropas peruanas entregaron todo en sus verdes valles, logrando retrasar el avance de los soldados chilenos, pero la retención no duró por mucho tiempo. La llegada de refuerzos chilenos provocó que las tropas peruanas queden reducidas y orilladas a la retirada para poder salvar sus vidas. Uno de aquellos soldados era Juan Gallegos.
Nacido en Tacna a mediados del SXIX, Juan Gallegos se había enrolado en las  filas peruanas para combatir en la guerra como tantos otros compatriotas fieles a su tierra, pero la voluntad no fue suficiente para él ya que la estrategia y el equipamiento enemigo resultaba superior al suyo.
Cuando sucedió la toma de los valles de la altura tacneña, Juan y un grupo de compañeros de guerra, huyeron al ser vistos por un escuadrón enemigo. En su huía, cuentan, los que conocen esta leyenda, que una espesa niebla (muy común por las madrugadas de aquel valle) redujo drásticamente el campo de visión de Juan y sus compañeros ocasionando que pronto cada uno comience a tomar una ruta distinta de escape sin saber si seguían una misma dirección.
Juan escuchó algunos disparos a la lejanía y luego un quejido de dolor. Habían atrapado a uno de los suyos. El lamento no estaba en sus planes aquel momento ya que si se detenía a buscar la fuente del sonido sería el siguiente en emitir una queja de dolor. A tientas, Juan corrió sin detenerse en línea recta ya que la niebla no le permitía tomar decisiones con respecto a su dirección.
Cuando Juan creyó haber avanzado algunos kilómetros, aguzó el oído en busca de sonidos. El cantar de algunos pájaros y el constante fluir de un río le indicaron que estaba próximo a las montañas y que quizás sería una buena idea quedarse allí por algunos días hasta que las tropas enemigas decidan retirarse.
Cogiendo un palo y usándolo como bastón para ciegos, Juan comenzó a tantear el piso por delante de él para asegurarse de no tropezar con algún desnivel o caer en algún barranco. Para su mala suerte sucedieron ambas cosas.
Juan cayó por un pendiente de pronunciación mediana, envuelto en un torbellino de polvo, ramas y piedras. Al estrellarse contra el suelo, levantó la cabeza e intentó buscar su rifle en el piso pero no lo encontró. Maldiciendo a medio mundo, Juan miró hacia arriba y vio que su caída había tenido aproximadamente treinta metros, pero el haber rodado entre ramas y arena le habían salvado de algún hueso roto, pero aquello era la menor de sus preocupaciones. Sin su rifle, él era tan vulnerable como los conejos que había pensado cazar por esas zonas y poder sobrevivir escondido en alguna cueva por algunos días.
La espesa niebla había desaparecido y ahora le cedía su paso al sol. Un calor sofocante lo acompañó durante todo el día y Juan ya estaba sintiendo los malestares de un cuerpo malnutrido y casi al borde de la deshidratación. Al caer la noche, Juan observó que muchos conejos salían de sus guaridas en busca de brotes de alfalfa o de algún distraído campesino que habría olvidado cerrar el corral de ovejas, y así, dejar expuesto su alimento.
Intentó cazar conejos con la ayuda de rocas, pero no había tenido éxito. Luego intentó tenderles trampas caseras, pero el resultado fue el mismo. Resignado, Juan supo que quizás hubiese sido mejor entregarse al enemigo para tener una muerte más rápida y sin sufrimientos, a perecer en aquel solitario lugar de hambre y sed siendo alimento de aves carroñeras o zorros.
Por ese terco instinto de preservación que tiene el ser humano, aun cuando este resulta peor que morir inmediatamente, Juan buscó algún lugar que lo proteja del frío ya que en los valles de Tacna, durante la noche el frío resulta casi imposible de soportar. Caminando por un par de horas, las esperanzas de Juan se iban cerrando ante él una tras una al descubrir que aquella zona carecía de matorrales grandes o cañaverales copiosos que lo ocultasen de la visión de algún grupo enemigo hasta que pudo observar, en una montaña cercana, una cueva.
A rastras, Juan llegó hasta la entrada de la cueva y vio que era perfecta para poder pasar la noche. Sus dimensiones y la ubicación, dándole la espalda al valle, era ideal para no ser observado por alguien a lo lejos. Hasta podía animarse a hacer algo de fuego.
Haría fuego mañana, hoy estaba muy cansado. Avanzó lo suficiente dentro de la cueva como para darse cuenta que esta aún continuaba hacia adentro, perdiéndose en la oscuridad. Al cabo de algunos minutos, Juan se recostó en el piso y cerró los ojos para poder dormir.

-       - Oiga usted ¿viene de parte de la cuadrilla?- preguntó una inquietante voz aguda.

Juan se incorporó de golpe. Su entrenamiento militar le había servido para obtener reflejos rápidos a la hora de una emergencia. Cogió una piedra a tientas y la levantó en alto mirando al pequeño hombre delante de él.

-       - Baje eso o se va a lastimar – dijo el hombrecillo – venga, ayúdeme con esto.
Juan, aún sin bajar la piedra, vio que el hombrecillo traía arrastrando por las orejas a cuatro robustos conejos. El estómago rugió suplicando un poco de ellos y el hombrecillo lo miró extrañado.

-      - Es raro que la cuadrilla lo haya mandado tan tarde, lo estuvimos esperando desde hacía horas – dijo el hombrecillo – pase, le invitaré algo para que cene.

Aquel hombrecillo no medía más de metro y medio, era ancho de hombros y tenía un poncho pardo con pantalones de lona sostenidos por una soga alrededor. Sus gruesos dedos sostenían los conejos muertos, pero los soltó para prender una rama de hojas secas a modo de antorcha.
Juan, aun profundamente impresionado de ver a alguien que actuase tan naturalmente en aquella zona abandonada, siguió manteniéndose vigilante, pero sabía que cedería ante la oferta de comida del hombrecillo. Al fin y al cabo, si hubiese querido matarlo ya lo hubiese hecho mientras dormía, lo mejor sería investigar sobre él con el estómago lleno.

-     -  Tenga esto – dijo malhumorado el hombrecillo – lleve los conejos, yo iré adelante con la antorcha. No se separe de mí porque no pienso ir a buscarlo. ¿Me oyó?

-   -  Lo oí bien, amigo. – dijo lo más naturalmente posible Juan mientras iba detrás del hombrecillo internándose en la cueva.

El hombrecillo lo llevó a lo más profundo de la caverna. Estuvo tentado más de una vez a preguntarle si había visto tropas chilenas cerca, pero la actitud tan despreocupada del hombrecillo lo hizo sospechar que era probable que ni siquiera esté enterado que había una guerra. El solo quería sus conejos y saber si él era de “la cuadrilla”. Aún faltaba saber qué era ello.

-       - Llegamos al fin – dijo el hombrecillo mientras prendía otras antorchas – deje los conejos en la mesa.

Juan obedeció y repentinamente las luces de las demás antorchas iluminaron de golpe la cueva. Lo que debería ser una galería más de aquella cueva, el hombrecillo lo había convertido en una gran habitación, probablemente con ayuda de más personas usando picos y palas. El interior se encontraba amoblado, por lo que parecía ser, armarios, mesas y sillas que la gente de otros pueblos desechaban en la basura. Sin duda, el hábil hombrecillo las había restaurado y dado un uso para poder cubrir sus necesidades. Dejó los conejos en una mesa destartalada y se acomodó en una silla a la espera de respuestas. El hombrecillo sacó un cuchillo y comenzó a despellejar los conejos.

-       - Bien, supongo que la cuadrilla te ha enviado – dijo el hombrecillo mientras le sacaba la piel a un conejo como quien se saca un chaleco - ¿Qué tan bien tocas el charango?

Aquella pregunta lo sacó de contexto casi de golpe. Juan, antes de enrolarse en el ejército, frecuentaba mucho las fiestas locales de su comunidad. Las luces, la comida y la bebida le llamaron mucho la atención desde chico pero particularmente le llamaba la atención de las cuadrillas de música. Con el paso del tiempo, se volvió un autodidacta de la guitarra y tocó un par de veces en algunas festividades, pero todo se acabó cuando llegó la guerra.

-     -   No toco charango, señor. Pero puedo tocar una guitarra muy bien –dijo Juan esperando que esto fuese suficiente para recibir algo de comida.

-       - Guitarra – murmuró pensativo el hombrecillo mientras le quitaba el “chaleco” a otro conejo – sonaría muy bien para hoy. Tengo una guitarra por aquí. Será mejor que te prepares para la noche porque tocarás por horas con mis hermanos.

El hombrecillo le explicó al fin que estaba pasando. En unas horas, aquella gran habitación sería una especie de “sala de recepciones”. Una pareja se iba a casar y vendrían muchos invitados a festejar en aquel lugar, es por ello los conejos y otros alimentos que estaban puestos en la mesa. El hombrecillo, quien reveló llamarse Nanak, le dijo que sus hermanos se dedicaban a la música y que vivían en otras cuevas cerca de allí. Uno de ellos, el menor, tocaba el charango con una habilidad de maestro y por esas casualidades del destino, esta noche había sufrido un accidente dejándolo indispuesto para tocar. Debido a ello, Nanak contactó con una cuadrilla vecina para que les preste a un charanguista por algunas horas que iba a durar el evento; luego de ello, Nanak había salido todo el día en busca de conejos para la cena y al llegar a su cueva, había descubierto a Juan durmiendo en la entrada. El resto es historia conocida.
Luego de haber comido algo de asado de conejo y haber tomado algunos vasos de chicha, Juan estaba listo para tocar. Nanak le alcanzó una vieja guitarra (probablemente proveniente de algún basural pero, ahora, decentemente restaurado) y le pidió que vaya a una habitación que se encontraba algunos metros más allá de la cueva para que pueda ir practicando. Juan aceptó y, con la guitarra en una mano y una antorcha en la otra, se internó más adentro de la caverna encontrando la habitación mencionada. Cerró la puerta de madera y vio que allí había una cama de paja, una silla y pieles de cordero que alfombraban el suelo.
Tocó por algunas horas hasta que el cansancio se fue apoderando de él. No conocía al resto de la cuadrilla que lo acompañaría con otros instrumentos, pero podría seguir el ritmo sin ningún problema. Al cabo de unos minutos se durmió en la cama de paja.

-       - Qué haces, la fiesta ya comenzó! – grito el hombrecillo sorprendido de ver a Juan dormido en su cama – los novios ya llegaron y necesitamos la música ahora mismo.

Despertado repentinamente por segunda vez aquella noche. Juan esta vez no cogió una piedra, sino la guitarra y se echó a correr por la galería que lo conduciría hasta la primera habitación donde estuvo.
Había cambiado radicalmente. Donde antes estaba el rústico fogón y las ollas de barros rajadas, ahora había una tarima de madera con cuatro hombrecillos similares a Nanak tocando tambores, un arpa, zampoña y quena. Juan miró alrededor y vio que había al menos cien invitados, entre hombres y mujeres, por toda la habitación. Algunos de ellos conversaban de pie en grupos de dos o tres, otros mucho menos sobrios, estaban en grupos de diez o quince tomando chicha mientras reían escandalosamente. Las mujeres, de rasgos muy similares al de los hombres solo que con el cabello largo y espeso, iban y venían con bandejas de comida y bebida, atendiendo a, quienes Juan supuso, eran los novios. Los novios estaban al otro extremo de la habitación en una tarima lo suficientemente ancha como para albergar a dos personas. De cuando en cuando se acercaban algunos hombrecillos o mujerercillas a saludarlos y alcanzarles una copa.
Ensimismado en tan irreal visión, Juan escuchó que la cuadrilla ya se había ubicado en la tarima. Apresurado se puso al costado del arpista (que no pasaba de su ombligo) y comenzó la música.
Es aquí, amigo lector, donde las cosas se vuelven más complicadas para mí. Al haber escuchado al menos tres versiones distintas sobre el final de esta leyenda, me ciño a la versión contada por mi abuelo para evitar choques conflictivos con otras narraciones debido a la trama que he decidido adoptar. Muerdo otro pedazo de pan caliente, doy un sorbo a mi manzanilla y continúo.
Primero tocaron un huayno instrumental muy alegre. Su función de guitarrista fue de seguir el ritmo y observó cómo la gente, alegremente, dejó los vasos en el suelo y comenzó a bailar. Luego tocaron un Yaraví, en una tonalidad un tanto más dramática, motivando a que muchos cojan nuevamente sus vasos y los llenen de chicha ansiosos de conversar con sus amigos cercanos. Al Yaraví le siguió una zamacueca que incitó nuevamente al público una alegría jovial, luego algo similar a un vals y finalmente el Dunko.

-       - Te sabes las tonalidades del Dunko ¿cierto? – le dijo el hombrecillo mirándolo a los ojos – no queremos que nada salga mal. Estos clientes son muy importantes.

-      -  Claro, claro. No habrá ningún problema –le dijo Juan sospechando que el Dunko era algún ritmo local con una métrica similar, fácil para seguir con una guitarra.

El maestro de ceremonias, Nanak, se aclaró la garganta pidiendo el silencio en la cueva. Cuando el último hombrecillo se calló, Nanak habló en voz clara y fuerte.

-      - Ha sido una noche estupenda, amigos. Hemos bebido, bailado, llorado y reído las últimas dos horas sin parar. Y todo al mismo tiempo! – algunas risas en el público se dejaron oír mientras un hombrecillo borracho, al fondo, se caía dormido de su silla -  Damos las gracias por su asistencia a nombre mío y de mi familia. Esto no hubiese sido posible sin ellos. Por otro lado, quiero felicitar a los novios por su unión y que esta dure por muchos años más. Hasta que la muerte o la chicha los separe – nuevamente risas en el público y otro hombrecillo borracho más se caía hipando de su silla. Nanak prosiguió – Pero como lo bueno debe de acabar, es mi deber anunciarles que esta reunión ha llegado a su fin – quejas en el público e hipidos de ebriedad – pero no sin antes recurrir a nuestras más antiguas costumbres como lo es la música. Démosle un agradecimiento enorme a nuestra cuadrilla musical quienes nos han deleitado con algunas alegres melodías esta noche. Sería un crimen si nos despidiésemos así por así, es por ello que, antes de retirarnos, tocaran el Dunko. Gracias a todos por sus asistencia.

Juan no entendió por qué se despidió antes de que tocasen el Dunko, pero supuso que sería porque, luego de la melodía, todos estarían tan ebrios que sería inútil despedirse en ese estado. Ojalá y hubiese sido así para nuestro valiente amigo.
El Dunko comenzó. Los sonidos iban fluyendo lentamente de los instrumentos, como preparándose para un repentino cambio de ritmo. Juan los seguía con la guitarra lentamente deseando que ello acabe rápido para poder dormir e irse de allí y pensar donde exactamente había estado esa noche. Pero el Dunko no cambió de ritmo. La melodía lenta fluía y los pequeños hombres del recinto bebían y conversaban despreocupadamente.
Había pasado treinta minutos y el Dunko era tan monótono como el tic-tac de un reloj. Cansado, Juan pensó que si le daba unos acordes más rápidos, la melodía aumentaría su fluidez. Lo intentó pero nada pasó, la cuadrilla seguía tocando monótonamente los sonidos.
Al cabo de una hora, el sonido ya era insoportable. Juan solo se había ceñido a hacer los tres sonidos que requería la cuadrilla. Dio un bostezo y miró al público con ojos somnolientos. La sorpresa le quitó casi todo el sueño.
Muchos hombrecillos habían dejado de tomar o bailar, solo se encontraban parados en sus propios lugares con la mirada perdida, envueltos en una especie de trance hipnótico que solo podría ser roto con el frenar de los sonidos. Pasaron los minutos y solo quedaban poquísimas personas tomando o comiendo algo, la mayoría yacía en su propio lugar sometido al trance. Juan quiso bajarse de la tarima para preguntarle a Nanak que estaba pasando pero Nanak, como adivinando sus pensamientos, volteó a ver a Juan y, por medio de gestos, le dijo que no deje de tocar.
Lo raro del panorama lo perturbaba. Ahora no se escuchaba ningún ruido más que el de los instrumentos. Los demás músicos de la cuadrilla estaban totalmente indiferentes ante aquel acontecimiento y tocaban sin parar. Juan volteó a ver a Nanak y vio que este también había entrado en trance. Absorto en el miedo, Juan sintió un leve cambio en la melodía. Los tambores habían acelerado la secuencia.
La melodía seguía siendo la misma solo que ahora iba más aprisa, y cada vez se volvía más rápida. Juan, un tanto perturbado por el miedo que le daba aquel panorama, apresuró los rasgados de su guitarra rezando con todas sus fuerzas para que ello terminase de una vez.
De pronto, en medio del sonido constante, repetitivo y presuroso, unas inmensas sombras se apoderaron de las paredes de la cueva como quien enciende una fogata y el humo negro forma columnas en el aire. Las sombras estaban presentes en toda la habitación y yacían inmóviles, como contemplando a los hombrecillos en trance. Juan había dejado de tocar paralizado por el miedo y se aferraba a su guitarra como un escudo. Las sombras comenzaron a titilar en la cueva y poco a poco comenzaron a girar en torno a las paredes como un monstruoso carrousel.
De pronto, uno de los hombrecillos gritó y una gran punta salió de su cabeza, pero sin perforar la piel, al mismo tiempo que la parte de adelante también se comenzaba a alargar formando un monstruoso pico. Por si eso fuera poco, todos comenzaron a repetir el mismo proceso mientras soltaban horrorosos gritos que retumbaban en las galerías. Desde los novios hasta Nanak, todos iban formando parte de una metamorfosis colectiva convirtiéndose en unas aves enanas, con facciones humanas, y horrorosas que no dejaban de graznar.
Juan fue bajando lentamente de la tarima mientras los demás músicos seguían tocando el Dunko sin sorprenderse por lo que ocurría. Hasta aquel momento el espectáculo solo era horroroso, pero al cabo de unos segundos, el horro le cedió paso al pánico.
Casi de golpe, aquellas monstruosas criaturas del diablo comenzaron a aumentar de tamaño. Primero llegaron al tamaño de Juan, luego pasaron los dos metros. Finalmente algunos, los más altos, llegaron hasta los cinco metros.
Aterrado por tales gigantes monstruosos, Juan emprendió una alocada carrera por la galería intentando adivinar por donde lo había guiado Nanak al inicio. Sentía los pasos de aquellas monstruosas cosas corriendo por diversas galerías de la cueva, sin saber a dónde irían ni cuál era su propósito. A Juan solo le importaba salir con vida.
Al cabo de una hora, Juan pudo ver la luz en una de aquellas galerías. Era la luz del alba. Atraído por los destellos del sol, Juan logró salir de la cueva y corrió con rumbo desconocido sujetando fuertemente la guitarra de Nanak.
Cuentan los pobladores que, luego de la guerra, un anciano de nombre Juan solía recorrer las carreteras de Ilabaya. Durante las noches de luna nueva, era común verlo caminando siguiendo el sendero del viento acompañado de una vieja guitarra. Nunca supieron de donde vino ni tampoco supieron donde vivía. Solo atinaron a llamarlo: Juan Sin Miedo.

Mi abuelo acabó la historia. Sin darme cuenta, no solo yo había estado atento al relato, también lo estaba mi abuela, mi madre, mis tíos y mis primos. Todos con las bocas llenas de pan, sosteniendo tazas de infusión de manzanilla, ahora heladas por la noche, pensando en el desenlace. Con algo de miedo, observo hacia la carretera. Aquella noche no había luna y creí oír el rasgar de unas cuerdas de guitarra.







Agradecimientos especiales a Danilo Ismael por la ilustración. Si gustan ver más acerca del arte de Danilo, visítenlo en Facebook: https://www.facebook.com/THEtobby?ref=ts&fref=ts


SOUNDTRACK:

jueves, 15 de enero de 2015

El Hombre que nombra




Una leve corriente de aire lo despertó de su profundo sueño.


Tendido en el suelo, por la voluntad de alguna caprichosa divinidad, se encontraba él, sin noción alguna de su propia existencia, presente como un conjunto de órganos en funcionamiento ocupando un espacio en ese lugar.


Luego de abrir los ojos, reflexionó mirando lo infinito que se expandía en el cielo. Le tomó mucho tiempo comenzar a comprender su propio ser. Casi al llegar el final del día, había logrado mover algunos dedos de la mano y reaccionar levemente ante los cambios de temperatura.


Sintió el hambre y la sed, razones que lo obligaron a acelerar su comprensión de sí mismo. Dentro de algunas horas podía mover un brazo, el cuello, hacer algunas muecas y finalmente mover las piernas.


Como una grotesca marioneta, comenzó a mover algunas extremidades al mismo tiempo aleatoriamente como una danza extraña al ras del suelo. Al cabo de algunos minutos logró un avance importante: Sintió que se había desplazado.


Absorto en sus pensamientos, aún sin comprender en su totalidad el origen del desplazamiento, volvió a agitarse en el suelo más frenéticamente descubriendo que el principal motor de ellos era el movimiento de sus extremidades inferiores.


Al tercer día pudo erguirse en dos piernas.


Parado en el centro de una gigantesca estancia, yacía el hombre en medio de un laberinto gigantesco. A falta de enormes muros con intersecciones infinitas, había gigantescas montañas de objetos, tantos como los números podían tolerar. Hora tras hora el hombre recorría los pasillos observando los objetos en silencio sin reconocer ninguno, tan solo podía mirarlos.


El hambre y la sed se hacían insoportables. Pasado el quinto día, el hombre había recorrido cientos de pasillos, algunas veces había llegado a ver una nueva pila de objetos, y en otra, los mismos montones que había observado anteriormente. De manera instintiva comenzó a coger algunos de esos objetos y llevárselos a la boca. Probó muchos por varias horas. Algunos eran de textura suave, otros rugosos. Algunos poseían algún tipo de sabor y otros eran imposibles de romper. Al llegar la tarde, su necesidad de alimento y bebida lo tenían al borde de la locura. Miró hacia otros lados buscando algún objeto que no había probado hasta aquel momento y vio una pequeña esfera roja en el borde de una de aquellas montañas de cosas.


Trepó hasta la parte más alta y la cogió. Con un sentimiento similar a lo que nosotros comprendemos por esperanza, el hombre se llevó el objeto a la boca y lo masticó. La suavidad de su contenido y el abundante líquido en su interior provocaron en el Hombre una sensación que, hasta aquel momento, había sido desconocida: La alegría. Con la esfera roja en la mano, sentado en una de aquellas “montañas”, sintió un repentino remezón desde sus interiores. Algo mágico e invisible empezó a manifestarse dentro de él y, casi sin darse cuenta, unos extraños sonidos comenzaron a salir de su boca, ruidos repetitivos, exhalantes y de sensación agradable. La risa lo tomó por sorpresa.


Asustado, emprendió un rápido descenso llegando hasta el suelo, el cual consideraba seguro e intentó producir sonidos. Ese fue el inicio de todo.


El hombre sabía que pronto sentiría hambre nuevamente, también sabía que necesitaría más objetos como el que cogió para poder satisfacerse, el problema era que, para llegar a ello nuevamente, tendría que volver a probar muchas de las cosas que había cogido con anterioridad. Miró a su alrededor y vio uno de aquellos objetos duros que intentó morder, necesitaba identificarlo, necesitaba darle algún distintivo. Entonces el Hombre inventó el nombre.


Se paró en su propio lugar, temerariamente se acercó al objeto y lo señaló, como una especie de ritual para dar una orden muy importante, con su dedo índice muy cerca del objeto, el Hombre emitió un sonido. Desde aquel momento, ese objeto tuvo un nombre.


Maravillado por su descubrimiento, el hombre echó a correr por los pasillos buscando objetos que podría reconocer con la mirada. Cuando encontraba alguno, se detenía y le daba un nombre. Miles de objetos comenzaron a ser clasificados por el Hombre y poder ser usados en funciones distintas.


Cada objeto que era nombrado le producía una sensación de salvaje placer. Al darle un nombre a todo, poseía el control de lo que veía. En unas cuantas semanas, una gran parte del laberinto había sido clasificado


Ahora no se sentía ni débil ni indefenso. Podía reconocer todo lo que veía, había memorizado todos los nombres. Todo era suyo, nada se escapaba de su control. Pero así como el hombre había conocido el placer, pronto se encontraría con una nueva sensación: la codicia.


Pasaron los años y el hombre ya había ordenado aún más su sistema de nombramiento. Ya no se trataban de gruñidos y gemidos, ahora estos eran estructurados y ordenados. Algunos objetos eran clasificados de manera independiente y otros por parecidos a otros objetos siempre manteniendo la raíz del nombre inicial para que no se escape de su control. Durante ese tiempo, el Hombre había llegado a la conclusión que aquel laberinto era infinito. Esta idea, lejos de preocuparlo, hizo que su ambición aumentase aún más. Si el laberinto era infinito, las montañas de cosas en él también lo eran, y si él podía nombrar cada cosa que viese, lo infinito sería de su propiedad.


En base a aquel silogismo, el Hombre recorrió miles de pasillos más, siempre nombrando y nombrando más cosas. En cada nombramiento estaba el placer de obtener algo nuevo. Se sintió el dueño absoluto de todo, todo en aquel laberinto era nombrable, por lo tanto, todo era de él. O al menos eso creyó.


Una mañana, como tantas otras, el Hombre se levantó del suelo luego de despertar. Erguido bípedamente, comenzó a hacer un inventario rápido de todo lo que estaba en su rango visual. Nada nuevo, todo ello ya era conocido. Satisfecho, echó a andar nuevamente en busca de nuevos pasillos con objetos los cuales iría nombrando a medida que los veía como ya era su costumbre. Por seguridad, dio otro barrido rápido con la mirada en su entorno para confirmar que todo estaba en su lugar, cuando entonces lo vio.


La extrañeza y el desconcierto eran sensaciones que el Hombre había dejado de experimentar hace mucho, pero estas se apoderaron de sí nuevamente. Se acercó a lo que había visto, y con asombro vio que era algo nuevo. La novedad lo atraía, esa era la principal razón de su codicia y obsesión al nombrar un objeto y sentirlo como suyo, pero esto era diferente.


Sintiéndose en un inicio desconcertado por la repentina aparición de aquel nuevo objeto, el hombre se acercó a él con aire triunfal, estaba a punto de ser dueño de una nueva pertenencia. Levantó el dedo e intentó darle un nombre. Pero el nombre nunca existió.


Angustiado ante su falta de ideas, buscó y buscó en su cerebro algún nombre nuevo, pero no existía. Intentó la segunda fórmula que tantos resultados le había dado: asociarlo. Pero tampoco hubo resultado. El objeto era sencillamente innombrable.


Avergonzado, herido en su orgullo y profundamente preocupado, el hombre cogió otros objetos y lo ocultó debajo. Se dio media vuelta y buscó un nuevo pasillo qué recorrer.


Para su gran sorpresa, si pudo nombrar los demás objetos nuevos que había ido viendo durante aquel día. Para la llegada de la tarde, otro tanto de nuevas cosas habían pasado a su disposición. Satisfecho nuevamente por su ejercicio de poder, el hombre volteó hacia atrás y vio que, a lo lejos, estaba el pasillo que lo conectaba con aquel objeto innombrable. Por más que intentó, en ese segundo intento tampoco pudo darle un nombre. Doblemente humillado, cubrió nuevamente el objeto de su vista.


No pudo dormir bien. Durante la noche, los sobresaltos eran continuos y por su cabeza no dejaba de pasar la figura de aquel objeto innombrable. Se obsesionó y angustió a la vez. Ya no era el dueño de todo, había algo que escapaba de su capacidad para nombrar. Pensando en ello, de pronto sintió el pánico ¿y si no era el único objeto?


Trepó por una de las pilas de objetos más grandes que estaba cerca hasta su cúspide y vio que el laberinto se perdía en el horizonte con infinitas montañas de objetos. ¿Y si mientras iba explorando más allá se encontraba con pasillos llenos de objetos que no podía nombrar? El miedo llenó su mente. Desesperado, comenzó a bajar de aquel gigantesco montículo cuando de repente, una pisada mal hecha hizo que se precipitara al suelo en medio de una lluvia de cosas.


Se levantó frotándose las partes adoloridas y miró al suelo sin saber que hallaría la solución a su problema. En el piso, miles de fragmentos yacían desperdigados. Fragmentos que venían de objetos que antes habían estado íntegros, pero que por culpa de la caída del Hombre, estos se habían quebrado.


El hombre jamás había visto un objeto roto, por lo tanto le dio un nombre rápidamente. Como no pudo reconocer todos los pedazos de los diferentes objetos, le dio un nombre general a todas las piezas quebradas, pasando a ser un nuevo grupo en su clasificación. Al pensar en ello, levantó la cabeza rápidamente y miró en dirección al objeto innombrable. La solución era muy simple: Tenía que romperlo.


Sabía que, al romper el objeto innombrable, el nombre que le daría a sus despojos sería el mismo que recibiría los despojos de cualquier otro objeto, por lo tanto, este pasaría a ser suyo. Y esa también sería la solución a problemas similares en el futuro.


Visiblemente alegre, el Hombre cogió el objeto innombrable y lo estrelló en el suelo. Cientos de pequeños pedazos se regaron por el suelo y su sonido retumbó por toda la habitación. Extasiado, el hombre lo señaló y lo nombro. Ahora sí estaba satisfecho.


Sin embargo el sueño tampoco fue plácido. Tenía pesadillas con aquel objeto que fracasó al nombrar en la primera vez, sabía que había cometido trampa al sentirse impotente por no poder encontrar un nombre. La duda lo corroyó todos los días siguientes. Había dejado de recorrer pasillos nuevos, solo se concentró en aquel objeto falsamente nombrado por su transformación. Finalmente se rindió.


Angustiado, dejó de comer y beber. Solo se recostó en el suelo pensando en cómo había fracasado su lenguaje. No había sido posible nombrar todo y ello había desafiado toda comprensión suya posible. Necesitaba reinventarlo todo, reconocerlo todo, empezar todo nuevamente para evitar fallos como ese.


Tendido en el piso, el hombre se durmió por un gran tiempo. Suficiente como para olvidarse de todo lo aprendido y algún día volver a despertar para reinventarlo.




SOUNDTRACK

miércoles, 14 de enero de 2015

Eva


I
El mundo se conmovió ante la noticia emitida por El Concejo Mundial. Desde los países más lejanos, hasta las superpotencias tuvieron como tema de discusión tan polémica decisión. Las plazas, las tabernas, los restaurantes, los colegios, las universidades, los clubes y todo lugar que representara un espacio de sociabilidad emitían juicios con respecto a dicho fallo. Las protestas no se hicieron esperar y pronto se vieron numerosas manifestaciones a lo largo y ancho del globo haciendo un llamado a la conciencia humana. Otras personas ligadas a la Ciencia, mucho menos entusiastas con los dilemas morales, recibieron con regocijo la noticia y numerosos corchos de champanes saltaron hacia el cielo aquella noche mientras cientos de miles de egos crecían en sus propios lugares.
Nunca se supo a ciencia cierta qué ocasionó que la decisión tomada por el Concejo Mundial sea resuelta de manera tan rápida. Quizás se debió al asesinato de Phill Muller, ex secretario del Consejo Mundial y ferviente partidario del proyecto, a manos de un grupo radical sudamericano o al ataque informático que recibió la página web oficial del proyecto HAL (Humanity At Learning) por parte de hackers provenientes de un conocido portal web extrayendo numerosos documentos revelando los planes de la organización, la verdad es que los hechos transcurrieron demasiado rápido.
Una de aquellas tantas noches que precedían a los turbulentos días rodeados de quejas desde diversas partes del mundo en contra del Concejo Mundial, se dictó la orden por teléfono. En menos de tres horas, una base militar, cuya existencia se mantuvo entre el mito y la realidad por muchos años, hizo que las alarmas retumben por todas las paredes del complejo, despertando a todo un equipo de científicos y militares. A nadie le cabía duda sobre lo que tenían que hacer y solo a unos pocos les tomó por sorpresa el sonido de las sirenas.
Ahora se encontraba ante la sala de control. Él sabía que toda la trayectoria de su carrera estaba ante él, y en cuestión de segundos llegaría al pináculo de sus objetivos trazados tantos años atrás. No había nadie dentro, las luces parpadeantes al interior reflejaban tonalidades naranjas y amarillas lo cual demostraba los miles y miles de exabytes trabajando en los discos duros, solo al fondo se podía percibir un matiz distinto a todo el resto de la sala: un minúsculo punto rojo. El ejecutor se acercó al punto rojo, lo presionó y en instantes una nueva estrella se hacía un espacio en el firmamento.

II
El tiempo apremiaba, pero aun así Eva lo vio.
No pudo contener la curiosidad y el asombro, sabía que luego pagaría ese momento de curiosidad muy caro pero la rareza de la situación apaliaba cualquier pensamiento sobre futuras situaciones incómodas. Con sumo cuidado, Eva extendió las manos e intento tirar del tallo, la frágil planta ofreció resistencia. Recordó haber visto en la televisión, hace mucho, un programa de jardinería (ahora le parecía tan real) y fue corriendo a casa para buscar una espátula, un cincel y un recipiente. En cuestión de minutos, Eva había logrado remover el concreto que rodeaba aquella diminuta fisura y extrajo la diminuta planta que consistía en un débil tallo y un par de hojas, sacó un poco más de arena, la echó en el recipiente y, con cuidado, puso la planta dentro. Con gran entusiasmo echó a correr a su casa sin intenciones de ser vista y, mucho menos, auscultada.
Eva cursaba el decimocuarto año de preparación elemental, era una chica menuda de unos catorce años, cabello ondeado y negro como la noche que le caía por los hombros como una cascada sobre las rocas, usaba unos anteojos de montura gruesa ya que tenía algunos problemas de visión pero actualmente solo los usaba por costumbre. Eva sentía una gran curiosidad por las cosas pero ello no se reflejaba estrictamente en su trayectoria como estudiante. Al ser una chica que amaba la observación y la contemplación de manifestaciones artísticas y naturales, no encajaba con los cánones educativos de su época que se ceñían a un feroz aprendizaje de las matemáticas, la física y la química con aplicaciones inmediatas a la realidad. Con mucho esfuerzo, Eva se hizo con algunos ejemplares literarios de alguna época pasada que no precisaba bien las materias educativas en rigor. Había paseado por los fantásticos laberintos de Borges, por el atrevimiento de Nabokov, las utopías de Clarke, el suspenso de Poe, las maravillas de Bradbury, etc.  y supo que había un universo aún más complejo y, a su vez, hermoso que las ciencias exactas. En la escuela, los cursos de letras fueron apilados en un solo bloque denominado “Cultura General” el cual era mínimo y se dictaba como complemento de las ramas mayores antes mencionadas. Obviamente, la naturaleza distinta de Eva le había dado problemas en más de una ocasión. Sus notas no eran las de un alumno sobresaliente y ello apesadumbraba a su familia, si bien su gusto por los estudios no exactos era visto con tolerancia en una edad menor que la actual, al acercarse a sus 15 primeros años de vida, Eva debía de escoger un rumbo profesional que le garantizara un futuro plácido y despreocupado. Si de algo estaba segura Eva era de que no sería buena siguiendo una ruta tradicional, quizás no tenía alternativa o quizás, si lo intentara, terminaría encontrándole el gusto a las ciencias exactas, quizás…
Ya eran más de las 8 y Eva había regresado a casa con un inquilino sumamente exótico: una planta. Si bien Eva ya estaba en problemas por haber faltado a la escuela (otro día más), el hecho de haber traído algo, que había sido declarado extinto hace mucho, le traería problemas aún mayores.
Mientras limpiaba las hojas con un poco de algodón y agua, Eva no pudo evitar sentirse tan “verde” y frágil como su compañera. En su época, las plantas fueron declarados “Seres de existencia secundaria” debido a que su función como emisor de oxígeno había sido superada ampliamente por turbinas gigantescas posicionadas en zonas estratégicas de la ciudad. Por otro lado, la reducción del CO2 también había sido superado sin ayuda de las plantas al instalarse purificadores en muchos lugares donde había gran concentración de personas, reciclando este gas por oxígeno consumible. En resumen, las plantas ya no eran útiles en esta época. Hasta su función ornamental había sido sustituida. La ingeniería había logrado fabricar plantas ornamentales sintéticas que no requerían cuidados especiales ni atraerían bichos molestosos (especies declaradas como de existencia secundaria al igual que las plantas), su función era adornar y perfumar el ambiente.
Eva miró por la ventana de su habitación, ubicado en el decimotercer piso del edificio Kapa y observó una gigantesca ciudad industrializada hasta en el más mínimo detalle. El paisaje gris, producto del metal y el concreto, se perdía en el horizonte donde estaba flanqueado por una gran muralla que rodeaba el país, dicha muralla tenía una estricta prohibición de cruce, solo el personal calificado podía ubicarse en aquellas zonas. Incluso las viviendas que estaban más cerca de la muralla se encontraban a casi un kilómetro de ella y cualquier acercamiento era reprimido, primero con una advertencia y luego con un tiro a muerte.
Las innumerables fábricas, escuelas y universidades ubicadas en la ciudad, mostraban un incesante tráfico donde la vida transcurría sin mayores novedades. La gente iba muy apresurada por las calles, saludándose de manera rápida y entablaban conversaciones veloces y puntuales. No existía la espontaneidad en ese lugar.
Eva colocó la planta en la ventana, pero al instante supo que sería inútil. Había leído que estos especímenes recibían los nutrientes necesarios a través de la luz solar y era justamente el sol aquello que estaba ausente en ese firmamento artificial. El cielo (o lo que podríamos llamar cielo) era una gigantesca cúpula cuyas vigas en forma de arcos la sostenían muy por encima de los edificios. En la parte superior se podía apreciar una emulación del sol pues se trataba de un foco incandescente que proporcionaba luz a todo el territorio, de la calefacción ya se encargaban otros equipos.
Día a día Eva regresaba de la escuela, atiborrada como siempre de cálculos y fórmulas, enfrentada a los designios de su familia y a las presiones de su sociedad solo que ahora tenía un compañero que la observaba desde la ventana que agitaba alegremente sus hojas al ver la llegada de su amiga luego de cerrar la puerta. El secreto sobre su existencia afianzó un lazo duradero por mucho tiempo, pronto, aquella pequeña criatura verde, había pasado a ser casi como Kitty para Anna Frank. Eva le contaba sus vivencias y “Kitty” le respondía.

III
Dave no resultó ser un mal amigo después de todo. Aunque habían estudiado en la misma escuela del distrito por varios años, su presencia había sido completamente imperceptible pero Eva estaba segura de que alguien la espiaba mientras iba a la biblioteca o desaparecía en sus horas libre dentro de la escuela. Dedujo que dicho “espía” era Dave pero él nunca confirmó esas sospechas.
Pasaban mucho tiempo juntos pese a tener naturalezas muy distintas. A la pasividad y contemplación de Eva se oponía la decisión y razonamiento de Dave. Eva sabía que Dave no tenía sus mismos gustos en cuanto al conocimiento pero esto resultaba una ventaja a la hora de complementar deberes.
Al cabo de unos meses, su nuevo amigo era parte indispensable de su vida. Salían juntos a caminar por las calles de la gris ciudad, compraban en los centros comerciales, paseaban en bicicleta y salían juntos de la escuela. Las malas lenguas miraban aquella amistad con ojos sensacionalistas, pero tanto Eva como Dave estaban muy al tanto de su situación.
Las peleas no eran ajenas a ellos. Comúnmente era por sus visiones radicalmente distintas de lo que era su educación. Mientras Dave se proyectaba para ser un ingeniero mecánico, Eva quería ser escritora.

-      -  ¿Escritora? Pero eso ya no existe, Eva – dijo con asombro Dave atragantándose con la bolsa de papas fritas que tenía en la mano.
-        -   Claro que no – dijo sonrosada Eva, un tanto avergonzada por su propia osadía – pero me parece un modo de vida interesante y feliz.
-       -  Lo poco que se de los escritores es que tuvieron una vida llena de problemas. ¿Acaso no recuerdas la vida de ese tal… Poe? – dijo Dave mientras intentaba buscar en su memoria otros nombres.
-       -   Pero no se puede escribir sin una dosis de sufrimiento, Dave. Al ser una labor que necesita de la inspiración, esta solo se puede llegar a través de las emociones – dijo Eva.
-      -  Bueno, yo me quedo con la ingeniería – dijo Dave recostándose sobre la pared y mirando el inmenso paisaje que estaba ante ellos – piénsalo Eva, todas estas maravillas que nos rodean son producto de nuestros esfuerzos. Tenemos plantas de energía, comunicación veloz, un ecosistema artificial infinito, etc. Nada de esto hubiese sido posible si el hombre no hubiese confiado su futuro a algo exacto. Me parece que tu elección es buena como un pasatiempo, pero yo te vería mucho mejor como comunicadora.

El comunicador era uno de los pocos oficios que existían en ese lugar que no estaba ligado al cien por ciento con las ciencias exactas si no que requería algo de cultura general. Eva lo consideró en cierto momento pero luego declinó al enterarse que los comunicadores eran considerados “trabajadores secundarios” en dicha sociedad ya que su labor se ceñía a la publicación del único periódico en circulación y, una que otra vez, emisiones de comunicados.

-      -  La comunicación está esclavizada al resto de oficios, Dave. No me sentiría muy cómoda ejerciéndolo pero creo que al final no habrá otra elección.
-   -    Me siento muy bien por ti, Eva – dijo sinceramente Dave - ¡Hasta podríamos ser compañeros de trabajo¡ Sería genial verte luego de la escuela, total ya no falta mucho para acabar. Los años se irán volando.

Eva sintió un desasosiego muy fuerte al oír esas palabras. Se incorporó en su sitio mientras Dave aún estaba recostado. Dave la miró mientras Eva levantaba los brazos desperezándose el cuerpo. El cielo cambio de color, la gigantesca esfera de luz que emulaba al sol se apagó cediendo el paso al gigantesco tapete de estrellas que comúnmente adornaba el cielo a esas horas.

-     -  Creo que no será tan malo ser comunicadora, Dave – dijo Eva mientras el cielo cambio de color – al menos me acercará más a lo que deseo.

Dave se incorporó de un salto. A pesar de la poca luz (estas recién se iban prendiendo producto del repentino paso del “día” a la “noche”) pudo ver una ligera sonrisa en el rostro de Eva

-       -    Me parece estupendo, Eva. Podremos seguir viéndonos luego de la escuela.
-   -    Tonto  ¿acaso crees que te iría a abandonar luego? – dijo Eva mientras admiraba las estrellas en el cielo cruzado por las vigas – A propósito de abandono ¿Sabes por qué todas las noches hay estrellas diferentes?
-     -  Ni idea – contestó Dave al tiempo que cogía su mochila y la de Eva – vayámonos, ya es tarde.

IV
Eva había cumplido los 16 años. El tiempo de escuela estaba llegando a su fin. Antes de ello, habían sido dos años llenos de sorpresas. Dave había alcanzado altas calificaciones dentro de su área, los numerosos diplomas que colgaban en su sala demostraban un futuro brillante y Eva se alegraba por ello. Por otro lado, Eva había logrado hacerse con un pequeño oficio dentro de la escuela como bibliotecaria, excusa que le permitía desaparecerse algunas horas de clase para leer algo.
Quien definitivamente la había pasado mejor, era Kitty. Había desarrollado mucho en su maceta y pronto Eva tuvo que fabricar otra. Pese a la gran amistad que la unía con Dave, Kitty seguía siendo un secreto para él. Por alguna extraña razón, Eva sentía nadie más debía de saber sobre su planta.
En más de una ocasión, Kitty estuvo a punto de ser descubierta. Una vez, su madre había ido a limpiar su habitación. Eva, al estar en la escuela, había olvidado poner a Kitty detrás de la cortina de la ventana para que su madre no la vea y fue por uno de esos caprichos del destino que el “sol” aquel día tuvo problemas energéticos debido a la falla en una de las centrales y estuvieron en la oscuridad por 3 horas. Suficientes para que Eva llegue y esconda a Kitty. En otra ocasión, vio que las hojas de su querida planta estaban cubiertas de un polvo blanco. Tras buscar innumerables libros en su trabajo, pudo ver que se trataba de una especie de “alergia” que afectaba a especies botánicas “inferiores” a las actuales (está de más decir que las “plantas” mejoradas que se habían creado eran inmunes a las enfermedades) y su cura estaba en la solución de algunas sustancias que solo habían en los laboratorios.
No le hizo ninguna gracia pedirle ayuda a Dave sin explicarle lo sucedido. Tras insistir mucho en que Eva le diga cuál era el motivo, Dave aceptó a regañadientes. Ambos fueron al laboratorio de la escuela y prepararon la solución en dosis cuidadosamente selectas. Eva fue corriendo a casa para aplicarle la cura a Kitty y al cabo de unos días su planta recobró la apariencia original.
Para el cumpleaños de Dave, Eva lo llevó a una de las zonas más alejadas de la ciudad, muy cerca a los muros. Cuando vio que Dave estaba pálido por tan atrevida cercanía. Eva lo miró y le dijo:

-      -  Cálmate Dave, no intentaremos ninguna locura – dijo Eva sonriendo ante los pensamientos que debió de tener su amigo en aquel momento.
-     -  Entiendo pero estar tan cerca de los muros me preocupa, dicen que al otro lado hay países muy hostiles contra el nuestro – dijo él.
-    -   Solo te traje aquí para que veas esto –le dijo Eva mientras metía una mano en su bolsillo – tómalo.

Dave extendió su mano y recibió el pequeño paquete cuidadosamente envuelto de Eva. La reacción fue instantánea.

-       - Eva ¿De dónde lo sacaste? – preguntó Dave mirando atentamente el pequeño paquete sin dar crédito a lo que veía.
-    -   Deseo que esto sea el sello de lo que nos une. No interesa de donde lo conseguí, pude hacerme con una y ahora te la regalo a ti. Siempre quise tener una planta y alguien en quien confiar y ahora los tengo a los dos.

Dave miró atentamente la pequeña esfera de cristal que tenía entre sus manos Suspendido en el medio se hallaba una hoja de un verde tan impactante que hacía un notorio contraste con lo gris de la ciudad. Luego sonrió.

-    -   Es una de las cosas más hermosas que he podido recibir de alguien, Eva, y al venir de parte tuya la emoción se multiplica – dijo Dave con notable emoción.

Al cabo de un tiempo, la pequeña esfera con la hoja suspendida en el medio fue infaltable en el bolso de Dave, y Eva se daba cuenta de ello, satisfecha de haberle dado algo que representaba tanta valía para ambos.

V
El día llegó.
Formados en largas filas, la última promoción de la escuela zonal se encontraba esperando su destino en el gran patio. En los flancos, numerosas autoridades, entre científicos, ingenieros y políticos, observaban los avances obtenidos por esta nueva generación que pasarían a ser los nuevos brazos laborales para el mundo.
Cada alumno, en su propio lugar, portaba una carpeta azul donde se encontraban los avances académicos de todos sus años y las autoridades irían verificando, alumno por alumno, a qué rama profesional deberían dedicarse de allí en adelante para luego ser trasladados a los grandes centros de enseñanza superior.
Miles de inspectores pasaban por las filas, algunos haciendo muecas de asombro y satisfacción, otros solo suspirando y mencionando “pudimos esperar algo más ¿no crees?”. Cuando los inspectores llegaron al lugar de Dave, estos comenzaron a hojear la documentación. Eva no se sorprendió al oír los “Genial” “Es una joven promesa” o los “nunca vi algo igual” con voces joviales y satisfechas. Debido a la distancia que se encontraba Dave, no supo qué exactamente le decían los inspectores respecto a su destino, pero hubo algo que la inquietó: su mirada.
Mientras que un inspector hablaba alegremente con Dave al tiempo que palmeaba su espalda en señal de felicitaciones, Dave solo sonreía nerviosamente y respondía con monosílabos. Lo último que supo de Dave fue que, antes de salir de aquella fila escoltado por tres inspectores, el volteó a mirarla. Quiso retroceder hacia ella pero uno de los inspectores lo cogió del brazo diciéndole algo similar a “Ya llegará el momento, hijo”, luego desaparecieron por la entrada secundaria al tiempo que llegaba un auto y entraron todos dentro de él.
Eva no le tomó mucha importancia a aquel incidente en ese momento, Dave no era el único, muchos estudiantes notablemente resaltantes habían repetido dicho proceso. Además, el internamiento sería aun en tres meses, suficiente tiempo para hablar con Dave por la tarde de aquel día y luego intercambiar correspondencia en el internado.
Cuando los inspectores llegaron al lugar de Eva, ella simplemente esperó el veredicto. Los dos inspectores que hojearon su récord académico no estuvieron tan complacidos con sus habilidades. Eva oyó entre sus murmullos palabras como “rebeldía”, “análisis superfluo”, “podría superarse”, “no está perdida”. Luego de sellar su bloque de hojas, ella confirmó su sospecha: Había sido elegida para ser una comunicadora. Al fin y al cabo, Eva no se sorprendió, por ahora solo quería ver a Dave y felicitarlo por haber sido pre seleccionado.
Pero eso jamás pasó. La tarde de aquel día, Eva fue a la casa del edificio residencial donde vivía Dave pero no se encontraba. Habló con su madre pero ella simplemente le respondió que su traslado había sido inmediato y Dave solo volvió para recoger sus pertenencias mientras prometió escribir la próxima semana y que en la puerta se encontraba un auto negro con inspectores esperando su retorno rápido al vehículo.
Pasaron los años y Eva envió miles de mensajes al número que había logrado encontrar en la guía de mensajería de la ciudad con el nombre de Dave, pero jamás le respondieron. Tampoco le dieron respuesta a las postales de navidad ni a los regalos de cumpleaños. Simplemente Dave se olvidó de la existencia de Eva. Todo había vuelto al inicio: Eva, Kitty y la soledad.

VI
Eva limpiaba las hojas, de ahora una muy frondosa, Kitty. Habían pasado 5 años desde la misteriosa desaparición de Dave y ella simplemente se resignó a pensar que había salido de viaje para nunca más volver. La familia de Dave había desaparecido también, mucho se especulaba sobre su desaparición.
Con mucho esfuerzo, Eva se había logrado hacer con un pequeño departamento en la torre sur de la ciudad, en el último piso para que así puedan llegarle los rayos “solares” más frescos a Kitty. Al sonido del Jazz y con los rayos de luz iluminando la ventana, Eva iba quitando la suciedad de las hojas. Kitty había crecido demasiado en aquellos años y cada vez necesitaba recipientes más grandes. Quizás con el tiempo necesitaría hacer un jardín en el techo de su departamento, idea que obviamente la aterrorizaba por si alguien la veía e iba corriendo con el chisme a alguna autoridad. Ya encontraría la manera.
Mientras iba sacándole las últimas motas de polvo a Kitty con un algodón húmedo, sucedió el estruendo. Las paredes temblaron fuertemente, algunos cuadros y relojes se cayeron haciéndose pedazos en el suelo. El piso se remeció con furia, como si algo gigantesco hubiese estado removiendo el suelo. Eva logró ponerse debajo de la viga principal mientras que el tumulto continuaba. Era un terremoto.
Cuando acabó el movimiento, Eva salió a ver por la ventana qué había sucedido: Toda la gente se encontraba en la calle mirando hacia todos lados mientras otros iban corriendo, presumiblemente a su casa, a verificar el estado de sus seres queridos. Lo primero que hizo fue poner a salvo a Kitty bajo la cama, luego cogió su abrigo y bajó hasta el primer piso para ver qué había ocurrido. Mientras Eva estaba descendiendo por el ascensor la oscuridad total reinó en la ciudad.
A tientas, Eva fue hasta la entrada y cogió una linterna de la recepción. Toda la ciudad estaba en la más absoluta oscuridad, al parecer el terremoto había dañado el generador eléctrico del “sol” artificial. Mientras caminaba en busca de alguna autoridad para que le explique lo sucedido, la luz volvió, pero de una manera muy distinta.
El “cielo”, que era una gigantesca cúpula circular sostenida por grandes arcos de acero desde los límites de la ciudad, no proyectaba la clásica esfera de luz que era un émulo del sol, si no que habían aparecido cientos de parches luminosos cuadrados separados entre sí por unos cuantos metros como grandes nubes cuadradas de luz.
Mientras todos observaban hacia arriba tan extraña aparición, Eva intentó concentrar su mirada en uno de ellos que estaba cambiando lentamente de color. Poco a poco, el parche de luz al que Eva le había tomado especial interés se fue definiendo y vio proyectaba una… ¿oficina?
Poco a poco, los miles de parches de luz se iban definiendo de la misma manera, como miles de televisores pegados en la cúpula a la espera de lo que parecía una transmisión masiva. La gran pregunta era ¿Qué era tan importante para transmitir de esa manera? Cuando sucedía algún acontecimiento importante, este era proyectado por los televisores o emitidos por los periódicos, eso lo sabía muy bien Eva, era su trabajo.
Los miles de rostros mirando los parches de luz pronto resolvieron sus dudas. Un hombre, de unos 60 años entró en escena y se sentó en la silla de aquella oficina, mientras se sirvió un vaso con whisky, sacó unas hojas del escritorio y pidió que prendieran las luces de su recinto. Aquello hiso que su imagen sea totalmente nítida.
Eva lo observó por un rato. Aquel hombre era totalmente desconocido para ella. En su formación como comunicadora había visto numerosas figuras importantes del país pero ese hombre era absolutamente desconocido para todos. O al menos eso creía. Vestía un uniforme azul, tenía unos bigotes finos y los párpados caídos, numerosas arrugas y escaso cabello. Lo que decía en aquellas hojas era imposible de ver, lo único que pudo observar fue una pequeña bandera en su escritorio de color negro con una inscripción en el medio: Proyecto HAL. Eva meditó tanto tiempo en aquel nombre que no se dio cuenta que aquel hombre ya había empezado a hablar. Su voz ronca retumbó por todos los rincones del país.

“… miles de opiniones en contra del Proyecto HAL, pero podemos decir que salimos airosos. El reto fue cumplido y hoy escalamos un nuevo paso en nuestro camino a la inmortalidad…”

¿Proyecto HAL? Eva nunca lo había oído en toda su vida. La gente a su alrededor estaba tan intrigada como ella, pero se mantuvieron escuchando. A Eva le pareció extraño, y hasta cómico la mención de la inmortalidad.

“… por esas casualidades de la vida, un día como hoy hicimos que la estrella APAEC despegue de nuestras instalaciones rumbo a lo desconocido y es justamente en este día que ustedes, hermanos nuestros, que han cumplido la labor más encomiable por un hombre: investigar nuevas fronteras…”

Por un momento Eva pensó que aquel anciano se había vuelto loco y, por algún medio, debió de haber tomado el control de las estaciones de comunicación para expresar su delirio. No sabía a qué estrella se había referido ni el porqué de “ellos” habían investigado nuevas fronteras si era justamente aquello que más los caracterizaba: sus fronteras cerradas. El hombre prosiguió.

“… la construcción de APAEC demandó toda la ingeniería posible para la mente humana de su tiempo, pero el tiempo no es exactamente algo que a ustedes les perturbe como a nosotros, para ustedes la tecnología ha despegado a otro nivel y han sabido conducirla. Y ha llegado el día en que cobren su recompensa. Han pasado mil años desde la última vez que nos hemos visto como especie, APAEC, y me complace saber que su desarrollo ha sido gratificante…”

¿Por qué nos dice APAEC? ¿Por qué nos llama “especie”? Donde viven ellos ¿En la luna? O… ¿Dónde vivimos nosotros? Esta última pregunta hizo que una sensación helada le recorra por la espalda a Eva mientras que, luego de tanto tiempo, vuelva a ver su entorno como una completa extraña.

“… milagros como la clonación y el perfeccionamiento genético nos ha permitido crear, hace mil años, la primera generación de seres humanos genéticamente mejorados con mayor longevidad, mayor sentido de ciudadanía y, sobre todo, mejor prestación para el aprendizaje científico. Ustedes, hermanos nuestros, han tenido la titánica labor de ir más allá de las fronteras del sistema solar, haciendo perdurar a la especie humana por encima del tiempo. Era imposible para nosotros enviar un grupo de astronautas a investigar las fronteras de las estrellas puesto que el cuerpo es frágil y, aún con 150 años, el hombre no podría llegar muy lejos de lo que conoce, es por ello el sentido de su existencia, mis hermanos, ustedes existieron para llevar la voz del hombre a otro lugar seguro como alguna vez lo fue nuestro planeta tierra…”

Eva sintió profundas náuseas. Ya sea por la sorpresa o por el traumático mensaje, vomitó. Nadie se dio cuenta, todos seguían escuchando las palabras del anciano en profundo silencio.

“…APAEC, su planeta, es una gigantesca estrella artificial que construimos hace mucho tiempo. Debido a que dicha estrella tenía que movilizarse por el espacio cientos de años, nos enfrentamos al gran dilema de toda máquina: No existe máquina sin piloto. Los pilotos (al ser una máquina tan grande se necesitaban muchos) no podían venir de la tierra ya que sus vidas iban a ser cortas y el sentido del viaje iba a ser inútil. Es allí cuando recurrimos a la ingeniería genética. Por medio de técnicas especializadas, extrajimos de sus cerebros aquellos conocimientos generales que no iban a ser necesarios para su viaje, pero no por ello decidimos desaparecerlos, solo pensamos que su existencia debería ser secundaria y no principal, sin embargo algunos informes nos llegaron sobre personas que no estuvieron de acuerdo con ello. A buen momento, ese incidente no pasó a mayores. La elección de los pilotos y técnicos de la APAEC fue de manera generacional. La primera generación vino de la tierra misma y murió de longevidad en su estrella, sus nombres ilustres aún están presentes en los nombres de algunos edificios residenciales. Las siguientes generaciones vendrían de su propia especie, he allí la importancia de las escuelas y los inspectores encargados de la selección. Las personas que salieron elegidas como la nueva generación de pilotos y técnicos de la APAEC serían separados del resto de los habitantes de la estrella y vivirían, a partir de ese momento, aislados en los sótanos de la nave, con todas las comodidades aseguradas y un gran sueldo. Debido a la delicadeza de su misión, el contacto externo es intolerable ya que la noticia podría causar alteración, incluso pánico en la población al saber que se encontraban en un mundo flotante. Pero aquellos días de incertidumbre terminaron, el “terremoto” que acaban de sentir es la muestra de que el aterrizaje ya se produjo. Hace 10 horas, un grupo de pilotos de la zona sur de APAEC, localizó un planeta con atmósfera habitable llamado CHANDRA, totalmente apto para la vida en tranquilidad.
Confiamos que con su amplio conocimiento desarrollado a través de los siglos, puedan reconstruir la civilización humana en CHANDRA, ajena a los problemas de la tierra donde las guerras, el hambre y las enfermedades están consumiendo todo. Para cuando ustedes reciban este mensaje, ya habrán pasado varias horas desde su emisión en la tierra. Quizás en algunos cientos de años podamos superar la barrera de la velocidad de la luz  y nos reunamos con ustedes en CHANDRA. Sin más que decirles, le cedo el paso al teniente Stein, sub secretario del proyecto HAL, quienes les darán las indicaciones para poder habitar ordenadamente CHANDRA sin perder sus posesiones del APAEC…”


El continuo cambio de estrellas en el cielo,  la obsesión por las ciencias exactas, la desaparición de Dave, la anulación de la naturaleza, etc. Todo tenía sentido ahora. Eva era un mar de confusiones y sentimientos encontrados, sabía que su vida iba a cambiar para siempre.
Cientos de miles de personas celebraron la noticia, como si aquella revelación proviniera de alguna entidad divina localizada en alguna parte del universo. Asimismo, a cientos de años luz, otro grupo celebraba el triunfo de la misma manera como lo hicieron sus antepasados hace mil años: corchos de champanes disparados hacia el cielo.
La multitud del APAEC tuvo otro momento de asombro cuando, de diversas partes de la superficie de la estrella, emergieron desde escaleras subterráneas ocultas por la ciudad, miles de personas vestidas con overoles blancos donde solo se podía leer “Proyecto HAL”, eran aquellas generaciones que habían desaparecido para continuar tan grotesco proyecto. Todos ellos se aproximaban a personas que conocían mientras intercambiaban abrazos y llantos de alegría prometiéndose un mejor futuro.
Eva sintió enormes náuseas nuevamente, sabía cuál era su miedo. Se dio media vuelta y corrió rumbo al edificio donde estaba ubicado su departamento. La luz ya había vuelto. Mientras subía por el ascensor, vio que una de las fronteras de la ciudad ya había abierto sus puertas. Se podía observar una gran planicie de arena con un cielo verdeazulado y cientos de miles de personas apresurándose hacia allí, probablemente para fijar sus nuevas viviendas, peleando por los mejores lugares.
Al llegar a su departamento, Eva sintió mareo y vértigo nuevamente, pero esta vez las razones si las conocía. Abrió la puerta
Frente a ella, sentado en un sofá, se encontraba Dave pálido y serio mirándola, vestía el overol blanco, que ahora repugnaba Eva, con la inscripción “Proyecto HAL”.
Eva fue un torbellino de emociones pero pasó de frente, como si Dave no existiera. Al llegar al pasillo rumbo al dormitorio, Dave se paró y la sostuvo del brazo.

-      -  Eva, por favor, déjame explicarte… - suplicó Dave.
-     -  Eres un hijo de puta! Cómo pudiste! Cómo pudiste! – gritó desesperadamente Eva mientras lo señalaba– Tú eres tan cómplice como ellos y lo sabes!

Dave no tuvo ninguna expresión ante la reacción violenta de Eva, había sido entrenado para ello. Se metió la mano al bolsillo y sacó un objeto. Intentó dárselo a Eva.

-       - Siempre lo tuve – dijo Dave mientras extendió la pequeña esfera con la hoja verde que Eva, hace tantos años atrás, le regaló por un cumpleaños que ya no recordaba.

Eva miró la esfera, luego a Dave, estuvo a punto de lanzarse a llorar en su pecho pero lo contuvo. Cogió la esfera y la tiró al suelo. La hoja seguía siendo tan verde como aquel día.
Envuelta en un mar de desconcierto y aún en un estado de shock inmenso dadas las grandes cosas que había tenido que asimilar aquel día, Eva solo estaba segura de alguna cosa: Vaya donde vaya el ser humano solo llevaría la destrucción, y CHANDRA pagaría las consecuencias.
Bajó a prisa por el ascensor, Dave había preferido usar las escaleras, nunca más supo de él. Por la ventanilla observó que miles de personas empezaron a protagonizar un éxodo masivo desde APAEC hasta CHANDRA por la entrada principal. A Eva no le importó buscar un nuevo futuro en aquel planeta, ella solo quería desaparecer.
A Eva aun le costaba creer todo ello, prácticamente su vida entera había sido una gran obra de teatro que el día de hoy llegaría a su fin. Se resignó a creerlo y solo había una manera de saberlo.
Al llegar al primer piso desencadenó una de las tantas bicicletas que estaban a disposición de los ciudadanos en los parques y emprendió una carrera en dirección opuesta al resto de personas que se apresuraban hacia CHANDRA con los ojos llenos de codicia.
¿A dónde iría? ¿Qué ganaría con eso? No importaba, solo quería comprobarlo. Pedaleó por media hora hasta llegar a aquel lugar donde, años atrás, Dave y ella habían celebrado secretamente su cumpleaños. Pero el lugar no interesaba, interesaba lo que había más allá.
Las inmensas paredes de los límites de la ciudad, que tanto temor habían inspirado antes, ahora estaban sin guardias. Probablemente, al conocer la noticia, abandonaron sus puestos en busca de un nuevo espacio en CHANDRA ya que no se escuchó ningún aviso de advertencia por su cercanía.
Eva dejó tirada la bicicleta en el suelo y corrió hacia una de las puertas de acero que conectaba ese lado de la ciudad con lo desconocido. La puerta estaba sin seguro por lo que no fue difícil abrirla. Al ingresar, Eva recorrió un pasillo de algunos metros, muy angosto y húmedo, al otro lado había una puerta igualmente sin una cerradura.
Al abrirla Eva solo atinó a decir “Dios mío…”. Impresionada, desolada y confundida se sentó en el suelo a sollozar sin saber qué hacer ni a donde ir. Solo sabía que existía un ser vivo que aún dependía de ella en esa vida, y esa era Kitty. Tantas cosas las unían. Ambas despreciadas, ambas subestimadas, ambas frágiles, ambas silenciosas.

Luego de llorar, Eva siguió sentada al pie de la puerta que daba hacia las afueras de la ciudad por unos minutos más, observando lo que había al frente. Ante ella se podía ver el espacio inmenso, insondable y plagado de estrellas





SOUNDTRACK:

BattlegroundHunter.exe

I Tras una breve espera, la explosión se produjo. - ¿Cómo estamos de municiones, Chris? – preguntó Dante mientras acomodab...