miércoles, 26 de julio de 2017

Hasta luego, mamá



I

Sintió una vibración en el saco, era alguien llamando al móvil. Podía esperar. Sacar el móvil en el tren, apretujado entre decenas de desconocidos, no era buena idea.

Ocho horas de extenuante trabajo en la oficina hacían que el viaje en el tren, lejos de ser estresante, resulte un bálsamo. El olor de sudor y colonias mezclado con un sopor que antojaba modorra, era el compañero diario que guiaba a Marden, un oficinista cuarentón y rutinario, en el camino de su casa al trabajo y viceversa. 

- Ultima estación, Villa Victoria. Para un mejor viaje… – anunció robóticamente la voz del andén y las puertas se abrieron.

Una centena de personas, como un enjambre de abejas vestidas en sastre, salían de los vagones rumbo a las escaleras para poder acceder a las salidas de la estación. Marden avanzaba apresuradamente entre la multitud para poder sacar su auto del estacionamiento antes que otro lo lograse cuando se detuvo en seco a mitad de las escaleras: El móvil volvía a sonar insistentemente.

Resoplando como un búfalo iracundo, se puso a un lado de las escaleras para dejar pasar al resto de la multitud mientras buscaba apresuradamente su dispositivo de entre los tantos bolsillos que poseía su saco. Tras buscar infructuosamente en los dos más obvios, el móvil dejó de sonar y pudo localizarlo en el bolsillo del pantalón. Eran siete llamadas perdidas y un mensaje de texto.

- Siguiente tren a las 19:00 horas rumbo a la estación El Paraíso… – comenzó nuevamente la robótica voz anunciando la salida de otra unidad.

Las siete llamadas perdidas lo sacaron de cuadro, era algo increíble de creer: Era su hermano Sam. Antes de poder reparar en la impresión de saber que su hermano, alguien con quien se comunicaba a lo mucho dos veces por año, lo había llamado repetidamente, leyó el mensaje. 

Una sensación helada que partía desde el cóccix, recorría la espina dorsal y se anidaba en su nuca lo poseyó. Los barandales de los que se apoyaba, repentinamente se le antojaron demasiado débiles y sintió una devastadora sensación que lo dejo estático en su lugar, como si iniciase una caída libre al vacío. Las miles de voces en la estación desaparecieron, ahora solo estaba él y su comunicado de urgencia:

“Marden, mamá ha sufrido un accidente hace unas horas. La han llevado de emergencia al Hospital Regional y su pronóstico es reservado. Los médicos nos han pedido que vayamos a verla, en caso de que sea nuestra última oportunidad. Charlie y María ya están en camino”



II

- Su nombre por favor – dijo rutinariamente la recepcionista de Emergencias.

- Marden Molina Galio – respondió apresuradamente mientras mostraba su identificación.

- ¿Viene a ver a la señora Galio? – preguntó la recepcionista sin siquiera mirarlo.

- Es urgente – respondió

Ni bien se hubo abierto la puerta de ingreso para visitantes, Marden emprendió una desesperada maratón en busca del pabellón y habitación donde se recuperaba su madre. Tras buscar casi por diez minutos, encontró la puerta indicada y desde dentro oía las voces que le sonaban tan familiares y cotidianas hace muchos años. Marden abrió la puerta.

María, su hermana menor, lo vio y corrió hacia él para descargar un potente abrazo y ahogar un sollozo en su saco. Charlie, con quien no había tenido una conversación hacía casi cuatro años, se puso de pie para dirigirle un apretón de manos y una ligera palmada en el hombro que Marden interpretó como la incomodidad del momento. Sam permanecía allí, inmóvil mirando a su madre y solo hizo una seña con la mirada al nuevo visitante que acababa de llegar.

Mamá estaba irreconocible. Su rechoncho cuerpo que usualmente estaba enfundado en algún vestido de floreado violeta o lila, ahora vestía una parca bata celeste, cruzado por numerosos conductos transportadores de sueros o sustancias usadas para menguar el dolor físico por accidentes. El médico de turno se puso de pie para estrechar la mano de Marden. Luego habló. 

- Señor Molina, lo estábamos esperando – dijo el médico mientras dirigía una mirad rápida a la incompleta familia.

- Vine ni bien pude enterarme de lo sucedido – dijo rápidamente Marden mientras echaba un rápido vistazo a Sam. El seguía impasible al lado de la madre de los Molina.

El médico dio un suspiro y continuó.

- Su madre ha sufrido un severo accidente de tránsito cuando salía de la floristería hoy a las 17:00 y el resultado es más grave del que esperábamos – dijo dando un breve resoplido de incomodidad. María comenzó a llorar nuevamente. Charlie la abrazó – Múltiples fracturas, hemorragia interna, casi la mitad del cráneo tiene lesiones y – hizo una pausa incómoda – en caso que pueda vivir, dudo que vuelva a despertar.

La noticia cayó como otro granizo. El silencio volvió a reinar en la sala de emergencias, solo interrumpido por el intermitente sonido de la máquina para el pulso cardíaco. Sam se puso de pié.

- Doctor – comenzó Sam quien había abandonado el lugar cercano a la cama - ¿Mamá quedará en coma en caso sobreviva al accidente?

- Es lo más probable debido a las lesiones que sufrió en la columna vertebral, al principio pensamos que solo se le sería restada la habilidad para caminar pero ahora hemos visto que las lesiones son demasiado graves.

- ¿Pero no hay alguna manera de arreglar todo esto? – preguntó desesperadamente María quien ahora ya no lloraba pero comenzó a temblar.

- Señora, debe entender que las lesiones en el cráneo y la columna son… - comenzó el médico pero Marden lo interrumpió. 

- Doctor… - dijo pausadamente como intentando sopesar unas palabras anteriores – usted dijo hace unos segundos “en caso que pueda vivir”… ¿Eso significa…?

El médico volvió a exhalar, incómodo por la situación pero comprensivo por vocación. Sabía que el momento tenía que llegar de uno u otro modo.

- Señores, es probable que su madre no pase hoy de la medianoche – dijo con las palabras que leería un juez la sentencia.

María se recostó en el hombro de Charlie para sollozar silenciosamente, Charlie, con el rostro desencajado, tomó las manos de María para intentar consolarla. Sam se dio vuelta y se tapó el rostro como intentando asimilación. El médico habló primero.

- Los dejo con su madre, tengo que ir a atender otro caso. Si necesitan mi ayuda, el intercomunicador está en el pasillo – añadió el médico mientras iba rumbo a la puerta.

Antes de girar el pomo, el médico se dio vuelta para dirigirse a la desmembrada familia.

- Cuanto lo siento, realmente.


III

Marden presionó con fuerza el timón mientras el pié se hundía como en fango encima del acelerador. Algunos gritos e insultos se colaron por la ventana semiabierta del auto pero no le importó. Aún tenía frescos los recuerdos del hospital.

- ¡Es tu culpa, infeliz! – comenzó repentinamente Sam mientras apuntaba con un dedo pálido el rostro de Marden - ¡Si tú no le hubieses roto el corazón largándote de las reuniones familiares, hoy mamá estaría bien!

- ¡Charlie tranquilízate! – dijo María mientras cerraba la cortina que dividía la cama de mamá con el resto de la habitación - ¡Mamá está aquí y puede oírlos! 

- ¡Sam déjalo en paz! – gritó Charlie mientras se apresuraba a tomar a Sam del brazo – Todos tenemos algo de culpa aquí, mamá solo nos extrañaba.

- ¡Ella iba por un maldito ramo de flores para este infeliz! – volvió a atacar Sam - ¡Ella sabía que tenía problemas con la audición y no mide peligros en la calle y aun así decidió comprarle algo a este idiota porque sabe que nunca viene a las reuniones familiares!

- Sam – dijo nuevamente Charlie – ella nos iba a comprar flores y tarjetas para todos porque sabe que este año no hubiese podido haber reunión familiar ya que todos teníamos los horarios complicados.

- Yo no – comenzó Marden mientras miraba al suelo. Se sentía fatal – yo este año planeaba tomar vacaciones para vivir una semana en casa de mamá.

Sam, impotente para seguir gritando, se dio media vuelta y se dejó caer pesadamente en el sofá de la habitación, María se secaba las lágrimas y sacaba el celular para intentar comunicarse con otros familiares. Charlie se le acercó.

- Disculpa este momento, Marden – comenzó sinceramente su hermano mayor – Sabes cuan apegado a mamá era Sam y esto le ha chocado muy duro pero…

Con un gesto de fastidio, pero sobre todo, impotencia, Marden se giró para salir de la habitación.

- ¿A dónde vas? – comenzó María quien se despegó un momento del teléfono para ver a su hermano intentando irse – La tía Raquel y el tío Edmundo ya están en camino. Mamá querrá ver a toda su familia cuando despierte…

Indignado, molesto, hastiado y desesperado, Marden se dio vuelta para gritarle una verdad a voces a su hermana.

- ¡María, entiende que mamá ya no despertará! – dijo con toda la fuerza que le permitieron en ese momento sus pulmones. Nadie dijo nada.

Salió dando un portazo, y corrió por el pasillo 32 del Hospital Regional rumbo a la salida. Iría a la estación de tren nuevamente para sacar su auto del garaje y se iría a toda velocidad a casa para dormir, así las malas noticias quizá lo sorprendan en la noche. Su celular volvió a sonar, era Sam. Lo apagó y lo lanzó a un tacho. Cuando estaba a medio pasillo, giró para ver la puerta de la habitación donde estaba mamá. Se veía tan lejana…



IV

Siguió manejando por la Panamericana Sur rumbo a la Avenida Grau para poder llegar a casa. Dio un nuevo sorbo de la botella de ron que llevaba en la guantera del auto, ya sentía los efectos del mareo pero siguió manejando. 

- Calle Begonias a tres cuadras, Calle Alfaro a dos cuadras y Cruce Immanol a tres cuadras – anunció el GPS del auto. Repentinamente, Marden recobró la sobriedad. 

La Calle Begonias se encontraba muy cerca y era la entrada para poder llegar a casa de mamá. Pese a que entre su casa y la casa de Marden había una distancia de menos de cuatro kilómetros, las visitas de Marden a su madre eran muy raras.

Marden no tenía esposa ni hijos, su vida entera la había dedicado al trabajo por lo que la vida en familia le era muy complicada (y he allí la furia fundamentada de Sam), sea cual fuere el caso, nada justificaba las continuas ausencias de Marden en casa de su madre. Volvió a sentir mareos. Quería descansar… pero odiaría ir a su casa. Buscó su llavero y se dio cuenta que aún tenía la llave que abría la cerradura de la puerta principal de la casa de su madre. No lo pensó dos veces. Tomó la Calle Begonias. 

Al llegar, abrió la puerta del garaje y estacionó como pudo el auto. Dentro, desde la muerte de papá hacía varios años, ya no se guardaban autos, en su lugar había toda clase de herramientas de jardinería. Marden las puso a los costados y acomodó el coche. Salió de la cochera y fue camino a la puerta principal, giró la llave y abrió puerta.

Una oleada repentina de aromas y recuerdos lo envolvieron, era el olor a hogar. Una mezcla de tartas, aromatizantes frutales y el desinfectante perfumado que usaba mamá desde su más remota niñez, componían una amalgama armónica de olores y sensaciones que lo transportaba hacia su juventud. 

Marden observó como nunca antes los numerosos cuadros y adornos que decoraban la casa. Era tan suyo, era tan mamá. 

Agotado por el mar de emociones y por la sensación de pérdida que aún lo embargaba, Marden dejó el saco en el colgador de la sala mientras se iba a su antigua recamara en el segundo piso.

Los nombres de “María”, “Sam”, “Charlie” y “Marden” seguían allí en las puertas a lo largo del corredor, marcando territorios de la niñez y adolescencia. Tomó el picaporte de su habitación y lo giró. 

Como si el tiempo se hubiese detenido, la habitación de Marden seguía exactamente igual a cuando la dejo hacía tantos años. Los pósters con las bandas de rock, las figuras de acción coleccionables y el viejo computador seguían ahí, tal como si hubiese dejado esa habitación ayer. Sobrecogido por los recuerdos y con una melancolía que resultaba tan pesada como el plomo, Marden dejó escapar algunas lágrimas de frustración ¿Por qué jamás había ido a visitar a su madre? Ahora no sabía que responder pero ya era demasiado tarde. 

Impotente nuevamente, Marden se recostó en su polvorienta cama mientras veía por la ventana como un grupo de gorriones habían hecho un nido en el árbol que tantas escapadas le permitió hace décadas. Con el arrullar de los pajarillos quienes veían con extrañeza a tan extraño invitado, Marden cayó en un sueño pesado donde solo se sentía caer, caer y caer.



V

Algo sonó en el primer piso.

Marden abrió los ojos casi de golpe ante el anuncio de ruido en el primer piso. La noche ya había caído y las penumbras, apenas enfrentadas por el alumbrado público, alumbraban la recámara de un joven Marden que ahora alojaba a su versión más madura. 

- Ladrones – susurró para sí mismo.

Sigilosamente se puso de pie y se dirigió a la puerta de la recámara. Antes de girar el picaporte, buscó con la mirada por la habitación con la intención de encontrar algo con que noquear a los bandidos.

- Esto ayudará – dijo nuevamente para sí mismo tomando un pesado bate de baseball.

Se arremangó la camisa manga larga y se ajustó los lentes para abrir silentemente la puerta. Con la sutileza de un felino, Marden avanzó por el pasillo a duras penas ya que la iluminación era casi nula. Al situarse en la entrada hacia la escalera, aguzó el oído.

Se escuchaban ruidos, pero no eran voces. Era como si estuviesen buscando algo allí abajo, como si algo fuese de urgencia. Marden frunció el entrecejo con furia: No bastaba con saber del accidente de su madre, ahora los ladrones también aprovecharían la soledad de la casa para poder saquearla. 

Por un momento Marden pensó en llamar a la policía pero recordó que su celular en estos momentos debería estar en algún tacho de basura del andén. También recordó el revolver que traía siempre en la guantera del auto pero ir por el en ese momento lo obligaría a abrir la puerta principal y luego la cochera, algo que por supuesto no era nada silencioso. 

Empuñando aún más fuerte el bate, Marden bajó las escaleras lentamente. Cada pisada lo acercaba más a la fuente del ruido. Cuando ya estuvo en el primer escalón, buscó con la mirada en la oscuridad alguna pista de donde podrían estar los ladrones. No fue muy difícil, habían prendido la luz de… ¿La cocina?

- Están… ¿cocinando? – dijo Marden confusamente mientras el inconfundible olor a huevos fritos llenaba la casa. 

Todo era demasiado raro, demasiado extraño. ¿Qué clase de maleantes entran a una casa a hacerse unos huevos fritos?

Aun empuñando el bate dirigió la mirada a la puerta principal y a las ventanas. No se habían abierto y no había señales de haber sido violentadas ni nada. ¿Cómo entraron?

Antes de que su cerebro pueda asimilar lo extraño de la situación, una familiar voz habló desde la cocina. Una voz que no oía hacía más de un año y que lo sobresaltó casi hasta la locura. 

- Marden, querido ¿Eres tú? ¿Deseas tus huevos con pimienta o sólo con sal, corazón?

VI

- ¿!Mamá¡? – dijo espantado Marden quien ahora se encontraba en la entrada de la cocina sosteniendo el bate en posición agresiva - ¿Qué haces aquí?

Irene volteó a mirarlo sin soltar la sartén. Era algo imposible.

- Marden, muchacho malcriado ¿Qué haces con ese bate en la mano? Vas a lastimar a alguien mi vida. Bájalo que la cena ya está casi lista – dijo mamá mientras sacaba unos platos de la repisa y los llenaba de arroz y ensalada.

Marden, confundido y pensando que estaba presumiblemente muy ebrio, dejó a un lado el bate. Miró a su madre de pies a cabeza como intentando asimilar lo imposible.

Mamá estaba intacta, ni una herida, ni un moretón, ni siquiera estaba despeinada. Lucía su clásico vestido de flores violetas mientras portaba el delantal navideño que él y sus hermanos hacían muchos años le había regalado. Pero eso era imposible, Marden la había visto hacía menos de una hora en el hospital y el mejor de sus pronósticos era la parálisis completa del cuerpo, pero ahora ella estaba ahí. Radiante y sonriente en la cocina preparando la cena como en los años más maravillosos de su vida. Ni siquiera tenía el semblante de haber pasado por un hospital, y menos aún por la sección de emergencias.

- ¡Mamá! Por un demonio ¡Te vi en el hospital! ¿Qué te ha pasado? – dijo Marden extremadamente confundido mientras volvía a buscar su celular para luego recordar que ya no lo tenía. Quería llamar a sus hermanos para preguntarles si mamá aún seguía allí.

Mamá parecía no haber escuchado. Tarareando una alegre canción, puso las servilletas en la mesa y colocó el plato humeante en ella mientras iba a poner agua en la hervidora eléctrica. Al parecer ignoró todo lo que le dijo Marden. 

- Muchachito, la comida se enfría ¿No creo que haya cocinado para que se eche a perder, no? – dijo ignorando lo extraño de la situación. Marden, aun confundido, se sentó.

- Mamá, yo te acabo de ver en… - comenzó nuevamente Marden mientras tomaba un tenedor pero su madre volvió a detenerlo.

- Cariño come rápido por favor, hay mucho trabajo por hacer y necesito manos que me ayuden. La casa está desordenada y podríamos tener visitas en cualquier momento – dijo apresuradamente mientras lavaba los platos que quedaban en el fregadero.

Marden terminó la cena en medio de un mar de preguntas pero mamá solo tarareaba y canturreaba alegremente mientras iba al patio trasero por dos escobas y un recogedor. 

- Cariño ¿Podrías ayudarme a limpiar la sala? – dijo sonriéndole cariñosamente. Como siempre solía hacerlo.

- Está bien – contestó confuso.

Mamá prendió las luces de la casa mientras iba quitándole el polvo a todo. Marden barría torpemente el suelo aun sin entender absolutamente nada. 

- Cariño ¡Así no se barre! – dijo entre risas su madre mientras observaba el pobre trabajo de su hijo – ¿Ves cómo las motas de polvo solo se van a los costados?

- Si lo veo, mamá – dijo.

- Entonces hazlo bien. Toma un recogedor, mejor – dijo extendiéndole el objeto – la casa tiene que estar limpia. ¿Qué dirán las visitas sino?

Marden ahogó una breve risa. Esa frase era típica de mamá: Preocuparse siempre por las visitas. 

Tras una media hora de trabajo, Marden decidió que probablemente lo mejor sería no preguntar. Solo quería vivir el momento. A lo mejor era un sueño o una alucinación, lo que sea. Mamá estaba de nuevo allí y no quería volver a perderla. 

- Mamá ¿Dónde dejo la basura? – preguntó mientras alzaba una bolsa negra y su madre giraba con un plumero terminando de desempolvar un sillón. 

- Déjala afuera en el patio, en un momento iremos a cortar el césped.

Marden se sentía muy agotado por el impacto emocional de lo ocurrido en la tarde pero no pudo dejar de sentir una leve incomodidad sazonada con la nostalgia que terminó en una sonrisa de congoja: Desde niño, cortar el césped siempre había sido su labor menos agradable en el hogar.



VII

Cortaron el césped, regaron las plantas, pusieron la basura en los tachos y enceraron el piso. 

Marden había decidido no cuestionarse nada de lo que sucedía en aquel momento.

Ella era mamá, ella era la mujer que lo había criado toda su vida. ¿Y si realmente estaba allí con ella en ese momento? Lo pensó por unos segundos: Podía tener lógica. A final de cuentas la experiencia traumática que vivió en el hospital pudo haber sido un sueño y él pudo haber pasado realmente ese día en casa de su madre. La voz de Irene lo sacó de sus pensamientos.

- Querido ¡Mira cómo ensucia el perro del vecino! – dijo entre asombro e indignación mientras veía los excrementos del perro regados en la acera - ¿Recuerdas que el tío Edmundo tenía un perro similar?

Marden carcajeó, el perro del tío Edmundo era una de las anécdotas favoritas de mamá. Irene se secó el sudor de la frente y se sentó en el césped del patio mientras miraba el oxidado columpio que hacía muchos años papá ordenó poner ahí.

- Marden ¿Aun cabes ahí? – preguntó burlonamente mamá mientras le señalaba el columpio.

- Ya no madre, tengo cuarenta años ¿Recuerdas? – le dijo también sentado en el césped.

- ¿Y eso qué? – dijo mamá – ven chico, vamos a darnos un relajo antes de continuar con las labores.

- Mamá, son las once de la noche y tengo aun la ropa del trabajo, por favor – dijo Marden intentando sonar despectivo pero su madre lo conocía.

Se puso de pie apresuradamente y fue hacia su hijo para jalarlo del brazo y ayudarlo a incorporarse. Marden se puso de pie y entre risas si madre lo empujó hasta columpio. Marden se sentó y miró tiernamente a su madre.

- Mamá ¿Por qué? – comenzó nuevamente pero su madre le puso un dedo en el labio callándolo.

- ¿Ves esa estrella rosada brillante allí? – dijo mamá ignorando la pregunta anterior.

- Claro mamá, es Venus – dijo Marden mirándola fijamente.

- ¿Te parece si te ayudo a alcanzarla? – preguntó mamá mientras se ponía atrás de él en el columpio y estiraba sus brazos para empujarlo.

- Mamá ¡Por favor! – comenzó nuevamente a indignarse Marden pero mamá ya había comenzado a balancearlo. Primero suavemente y luego con fuerza.

Al inicio le pareció ridículo verse a sí mismo, con cuarenta años, en un columpio que había albergado un trasero mucho más menudo hacía decenas de años pero luego comenzó a sonreír. Mamá desde atrás lo animaba y a los pocos minutos comenzó a estirar su brazo derecho, como queriendo tocar el planeta Venus. 


VIII

Durante otra media hora habían terminado de desempolvar todos los adornos y los cuadros de la sala y dejaron la casa hecha un anís. Marden se sentía agotado y ya se había acostumbrado aquellas horas a no preguntar lo extraño de la situación. Se sentó nuevamente en una de las sillas del comedor mientras mamá, infatigable, iba a poner más agua en la hervidora para preparar dos tazas de leche. Luego de unos minutos, ambos tomaban leche caliente sentados en la mesa circular para cinco personas. Mamá lucía normal, como si aquel fuese un día cualquiera… pero no por mucho tiempo.

- Cariño – comenzó mamá mientras veía atentamente cómo su hijo, sucio y empapado por la garúa nocturna tomaba leche como si tuviese diez años. La luz de la luna caía por su rechoncho rostro haciéndola ver tiernamente – me moriré en una hora. 

Marden no hizo gesto alguno, siguió tomando la leche que había calentado su madre, como tantas veces lo había hecho antes, pero nuevamente un pesar enorme lo volvió a invadir y su garganta se bloqueó por un infranqueable nudo.

- Lo sé, mamá – dijo Marden quien no separaba su taza de la boca pese a haber terminado su contenido.

Mamá bajó la cabeza. Estaba serena y el miedo no asomaba en su rostro.

- ¿Recuerdas como papá puso la alacena? – dijo mirando atentamente la repisa, ignorando la revelación anterior.

Marden sonrió muy ligeramente y afinó sus recuerdos.

- Recuerdo que Sam le sostenía la escalera a papá y al final, por un mal movimiento, la escalera se movió y papá cayó encima de Sam – dijo sonriendo recordando la anécdota. Mamá también sonreía – ambos terminaron en el hospital.

Mamá comenzó a reir. 

- Papá terminó con el hueso del brazo fracturado y Sam tenía un moretón tan grande como un mango en la cara – dijo mamá alegremente. Ambos rieron.

- Extrañaré todo esto, mamá- dijo Marden mirándola directamente. Era la primera vez que vio un asomo de tristeza esa noche en el rostro de mamá.

- Yo también hijo – dijo Irene mientras rápidamente desviaba la mirada - ¿voy por más leche?

- No mamá, estoy muy cansado y tengo mucho sueño – dijo Marden.

Mamá no era real. Sea quien fuere la persona que estaba esa noche con él allí mismo, esa no era mamá. Era alguien muy parecida a mamá. Se sintió tentado a darle las gracias y decirle “cierra la puerta al salir, por favor” porque ahora él solamente quería dormir y asimilar la dura verdad: Mamá no volvería jamás. 

Como leyendo sus pensamientos, Irene se puso de pie y tomó a su hijo por el brazo llevándolo hacia la sala para sentarse juntos en el sofá.

- Marden, soy yo – dijo mamá mirándolo directamente a los ojos – lo lamento mucho realmente.

- Mamá, me harás mucha falta – dijo Marden nuevamente. Era imposible falsificar ese modo de acariciar, esa manera de mirar y esa actitud para calmar las cosas. Mamá inexplicablemente yacía allí esa noche.

Mamá volvió a mirarlo con ternura y pena. El reloj de la sala anunciaba un cuarto de hora para la media noche.

- ¿Por qué nunca viniste, Marden? – preguntó con un nudo en la garganta, Irene – siempre te esperé con una tarta, esas de queso que tanto te gustan, o con un pastel o alguno de tus platos favoritos. Siempre la mesa estaba ausente, hijo. Te extrañé mucho.

Marden ahogó lágrimas, pero lloró hacia adentro. Sabía que Sam tenía razón y la forma de ignorar todo era completamente injustificada. Se movió en el sillón como intentando no ver a su madre, pese a que aquellos minutos serían los últimos en su vida que la podría ver. Nunca había ido y siempre encontraba excusas. Jamás se dignó a llamar, jamás se dignó a escribir ni a responder ningún mensaje. El trabajo lo había absorbido y sin pensar el precio que cobró fue muy alto. Marden comenzó a sollozar en silencio, algo que su madre siempre había detectado desde su remota niñez y esta no sería la excepción. Quedaban veinte minutos.

- ¡Perdóname mamá! – gritó Marden en un sonido ahogado entre la pena, la furia y la desesperación - ¡Perdóname por no haber ido a verte nunca!

Mamá jaló su torso hacia su regazo y allí Marden lloró a mares la futura ausencia de su madre. Mamá solo lo acariciaba y daba silenciosos “shu shu” tiernamente como intentando calmar a un infante.

- No llores, Marden – dijo serenamente mamá – Yo vine a verte hoy antes de partir.

- Me gustó mucho pasar tiempo contigo hoy, mamá – dijo entrecortadamente por el llanto – incluso disfruté cortar el césped.

Irene sonrió y continuó acariciando a su hijo mayor. 

- Espero verlo siempre limpio a partir de ahora esté donde vaya a estar, querido – dijo mamá mirando nuevamente el reloj. Quedaban quince minutos.

- ¡Lo estará siempre! – dijo Marden mirándola como nunca antes lo había hecho en su vida. Percibió hasta la última arruga y la más recóndita cana del desgastado rostro de su madre - ¡Lo juro!

- Eso espero, hijo – continuó mamá mientras ahora jugueteaba con el cabello de su hijo – No sé a donde vaya a ir en un momento, tampoco sé muy bien cómo llegué. No me hagas esas preguntas. Sólo sé que en unos minutos mi corazón dejará de latir y me habré ido para siempre. He decidido pasar mis últimos momentos en este mundo a tu lado porque siento que eres quien más lo necesita. No culpes a Sam de nada, por favor, Sam fue quien más se preocupó por verme bien, el solo está iracundo. Te perdonará. Charlie asimiló mi accidente mejor que cualquiera, desde chico fue el niño maduro del grupo. En una semana su vida habrá tomado rumbo y rutina de nuevo. María… ay María, siempre tan emotiva y sensible. Acompaña mucho a mi hija en estos meses, Marden. Ella aún está esperanzada en que despertaré. 

Marden volvió a soltar un sollozo de frustración y su madre volvió a arrullarlo. Cinco minutos.

- La muerte solo es una etapa más de todo esto, querido – dijo mamá – en unos minutos habré partido pero sé que esto no acabará aquí. Quizá te vea desde otro lugar o quizá simplemente desaparezca. No lo sé. Pero quiero que donde estés siempre tengas presente que nuestro tiempo es valioso y quienes nos necesitan dependen mucho de ello. Nunca los abandones Marden, es lo único que deseo que entiendas de la visita de hoy. No pidas lógica a lo que acaba de pasar, ni yo misma lo sé, solo sé que estoy en una camilla de hospital porque mi tiempo en este mundo ya acabó. Ahora les toca a ustedes.

- Mamá… - volvió a decir Marden pero su madre lo interrumpió.

- Siento los minutos transcurrir desde mis venas y el tiempo se escapa por los poros. Mi vida se evapora, amor. ¿Quién iba a pensarlo? Jamás pensé que moriría de esta manera y menos aún pasar por esta situación tan extraña, pero no pido lógica, solo pido amor mi querido hijo. Y amor es lo que he enseñado a mis hijos durante la mitad de mi vida, hoy los dejo y parto para encontrarme con otros que ya acabaron su misión.

- Mamá, no podré seguir sin ti… - dijo nuevamente Marden pero al instante su madre lo silenció.

- Hijo, has seguido sin mi todos estos años, hoy solo es el momento de hacer esto eterno. No te reprocho nada, mi amor, solo te pido que aprendas a valorar el tiempo de los que amas así como lo hiciste en el pasado. No fue tiempo perdido lo de hoy, querido. ¡Hicimos muchas cosas juntos¡ Cenamos, limpiamos la casa, cortamos el césped, nos columpiamos un rato como cuando eras un niño y terminamos la jornada con un caliente vaso de leche. 

Cuando enumeró todo, Marden volvió a llorar. El tiempo se acortaba.

- Querido, no llores por los muertos, llora por los que aún están en vida. Ve a ver a tus hermanos, conoce a tus sobrinos, salgan juntos un fin de semana. Sé que no dejé una última voluntad escrita pero te la diré a ti: Solo quiero que permanezcan unidos, nada más me interesa. María no lo sabe, pero está embarazada, ve a verla en estos meses, significará mucho. Sam y Charlie salen juntos a pescar cada fin de mes, sería bueno que también vayas con ellos. Y si está dentro de mis facultades – comenzó a decir con un tono de complicidad infantil – iré a visitarlos por medio del mar, el viento o las flores. Sabes que amo las flores.

El reloj de la sala retumbó. Ya era la media noche pero mamá no soltó a su hijo. Siguió acariciándolo y arrullándolo hasta que este quedó dormido. Serena y plácidamente sobre aquel vestido de flores que tan bien conocía al sentir la textura con sus mejillas desde los diez años, cuando iba corriendo a contarle un problema a mamá y esta lo consolaba.



Epílogo

Eran las seis de la mañana.

Marden había despertado en el sofá de la sala y sentía que la cabeza le iba a explotar. Miró a sus alrededores.

Mamá ya no estaba.

Rastreó el suelo y las paredes. No había huellas ni marcas de que mamá haya estado en la casa la noche anterior. Vio por la ventana, el jardín estaba impecable. Miró hacia la cochera y notó que el carro estaba exactamente en la misma posición en la que lo dejó la noche anterior.

- No fue un sueño – se dijo a sí mismo. 

Aun un poco mareado por la confusión, fue a tientas a la cocina y notó algo raro. Un olor exquisito recorría el comedor. 

Marden buscó con la vista y encontró el punto que emanaba el aroma. Un plato lleno de guiso de alverjas se encontraba servido en la mesa con un tenedor y un cuchillo impecablemente puestos sobre una servilleta. Se sintió aturdido pero se sentó a pensar en lo de anoche. Cuando se disponía a hacer memoria, vio una tarjeta que sobresalía debajo del plato. Alguien lo había puesto. La extrajo y leyó.

- “Come y no preguntes. Se va a enfriar” – leyó en voz alta y sonrió.

Mientras comía en silencio, Marden sacó un calendario de bolsillo que había en la repisa de al frente y miró las fechas en que caían los fines de mes. 



Saliendo de allí tendría que buscar un lugar donde vendiesen cañas de pescar y ropa para bebés. Claro, todo eso después de lavar el plato y ponerlo en su lugar.


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