sábado, 23 de julio de 2016

T&E Soluciones Empresariales



I

David Logan miró el juego de luces que hacía el tablero del ascensor que lo llevaba hacia el piso que había solicitado. En el logo se podía leer “T&E Soluciones Empresariales”. Se acomodó la corbata, se aliso el cabello con la mano y sostuvo firmemente el portafolio cuyo logo hacía referencia a la importante firma para la cual trabajaba.

Las luces del tablero se prendían y apagaban. Piso cuatro: Área de Marketing, Piso cinco: Sección de Bolsa, Piso seis: Finanzas, Piso siete: Logística y finalmente estaba el piso ocho. El mítico piso ocho del cual le habían hablado hacía tan solo unas horas todo un staff de gerentes de su firma y había guardado, bajo un fuerte y letal juramento, no revelar su identidad nunca más.

El piso ocho rezaba: Piso Ocho: Soluciones Empresariales.

El ascensor se detuvo con un sonido ligero y abrió sus puertas. Afuera, en una penumbra que no esperaba de tan elegante edificio, se encontraba la zona más exclusiva y selecta para el mundo empresarial, algo que solo unos pocos conocían y que le llamaban en código “La solución final”, quizás un nombre de mal gusto.

Le habían informado, ilustrado y advertido sobre el lugar al que estaba a punto de acceder, pero ni siquiera su traje valorizado en miles de dólares o su reloj de oro cuya marca también era de costo exclusivo para adinerados gerentes, le hacía sentir el valor que usualmente sentía al tratar con otras firmas. No, esto era algo completamente distinto.

Caminó por el corredor y los faroles se prendieron lentamente iluminando el solitario pasadizo. Una de las bocinas ubicadas a los costados del pasillo emitió un discurso.

- Estimado cliente, se encuentra en la sección Ocho de T&E, por favor, le pedimos que deje sus objetos electrónicos en el aparador que verá a su derecha. Asimismo, el no cumplir esta regla, viola los derechos establecidos entre esta firma comercial y su corporación trayendo graves consecuencias legales para usted, su empresa, entre otros inconvenientes. Muchas gracias y disfrute de su exclusiva estancia en el nivel ocho. 

Logan, luego de dejar su celular y el rastreador satelital, fue en dirección recta hacia el final del pasadizo donde pudo ver una puerta. Al llegar, vio el rótulo dorado que estaba elegantemente incrustado en la puerta: “Soluciones Empresariales”

Llamó a la puerta dos veces y una voz masculina contestó desde el interior ocasionándole un ligero sobresalto al gerente.

- Adelante, señor Logan – dijo en un elegante tono – lo he estado esperando.



II

- Dobla por la Calle Magnolia como quien se va al encuentro con el Hotel Bloom – dijo Tanner señalándole la tarjeta al chofer.

El chofer hizo una seña de afirmación y giró el volante tras ver el rótulo de la Calle Magnolia. El multimillonario que se sentaba atrás de él resopló.

- Si demoro más de media hora, Rafael – comenzó nuevamente Tanner – entra al restaurante y sácame de allí con cualquier excusa. Solo estoy yendo a esta reunión por recomendación insistente de un amigo y deseo marcharme lo más pronto posible,

- ¿No cree que le será provechoso escuchar sus ofertas, señor? – dijo el chofer sin apartar la mirada de la pista.

- ¿Provechoso? – resopló burlonamente el millonario secándose el sudor de la frente con un pañuelo – Esos tipos solo desean su comisión, técnicamente son un pozo de cocodrilos y yo soy el jabalí.

- Acertada analogía, señor – asintió el chofer ocultando una sonrisa.

El elegante Chrysler 300C dobló una vez más por un exclusivo condominio y se detuvo frente a un laureado restaurante de calidad voceada. Rafael se bajó apresuradamente de la limusina y abrió la puerta a Tanner. El magnate bajó del auto observando la imponente entrada de mármol italiano labrado con temáticas grecorromanas y al pie del vestíbulo, un elegante mozo lo esperaba para dirigirlo a la mesa que había reservado hacía unas semanas para la fecha. Despidiéndose del chofer, el millonario se internó en aquel lugar, buscando con la mirada al sujeto con el que contactó por teléfono en algún momento de la mañana.



III

La puerta se abrió y el ambiente cambió completamente.

Toda aquella oficina (o al menos Logan intuyó que lo era) se encontraba casi vacía. Las paredes, el suelo, incluso, el techo, era de color gris pálido, como cemento en su estado puro. La oficina era muy amplia, como si se tratase de un mini estacionamiento y era de techo elevado creando una sensación de profundidad penumbrosa en el ambiente. La iluminación provenía de la única puerta, aparte de la que acababa de ingresar, ubicada, al costado del amplio escritorio gris, donde se podía un iluminado pasillo donde, de cuando en cuando, alguna persona pasaba cargando pilas de papeles o portafolios. Luego se fijó en el hombre tras el escritorio.

De un largo rostro, ojos azules de gran tamaño pero bordeados por unas leves ojeras, piel cetrina y corte militar, el dueño de dicha oficina, cuyo rótulo rezaba “Señor T”, lo miraba serenamente con las yemas de los dedos juntas encima de su frío escritorio. 

- Siéntese, señor Logan – dijo serenamente mientras cambiaba de postura en su silla ejecutiva sin dejar de mirarlo. Esa extraña sonrisa perturbaba al ejecutivo – siéntase cómodo. 

David, un tanto intimidado por la sobriedad de aquella oficina, jaló una silla para sentarse frente a frente con el señor T. Su interlocutor volvió a hablar. 

- He recibido una llamada de sus superiores esta mañana – dijo pausadamente mientras sorbía de la taza que había pasado inadvertida hasta ese momento en el escritorio – veo que requiere los servicios especiales de nuestra empresa. 

David asintió en silencio y abrió el portafolio sacando un legajo con un logotipo. Decía “Caso Rotenergy”. Lo puso en la mesa y el señor T lo tomó interesado. Tras dar una breve leída a los papeles, lo observó con una mirada inquisidora.

- Qué interesante, señor Logan. Veo que están apelando a la “Solución Final” – dijo mientras cerraba el folio y sacaba una pequeña libretilla negra.

- Supongo que mis superiores lo pusieron al tanto del caso previamente, Señor T – dijo el ejecutivo intentando dejar en claro que él no sabía qué exactamente iba a pasar – por lo que yo solo he venido a ofrecerle el caso y acordar el pago.

- No será barato – dijo distraídamente mientras volvía a leer partes aleatorias del legajo – nada barato.

- Pienso que la empresa a la que represento tiene muchas obligaciones – dijo Logan inclinándose hacia el escritorio – pero también tiene prioridades…

Ante aquella palabra, el señor T volvió a cerrar el legajo y miró los ojos del ejecutivo.

- Cuénteme más sobre “Horizont Energy”, señor Logan – dijo el señor T



IV

El mozo llegó trayendo la carta. 

- Tenemos una variedad de platos acorde a los gustos de nuestros más exigentes clientes. La recomendación de la casa es chuletas de ternera en salsa española acompañada de un vino dulce, cosecha del 48 – dijo el mozo mecánicamente mientras observaba al magnate Tanner. Aun no tenía señal alguna.

El multimillonario miró la carta desganadamente, nada le parecía adecuado. Miró al frente a su acompañante quien esbozaba una sonrisa plástica, fingida, muy conocida por él cuando trataba con diplomáticos y concesionarios.

- Quizás usted se anime a pedir algo, señor Prost – dijo el señor Tanner cediéndole la carta a su interlocutor – yo no tengo apetito, hace una semana inicié un tratamiento médico que me impide comer lo que figura en esta carta. Desgraciadamente.

Prost miró la carta pero sabía que era innecesario. Se la conocía de memoria. La había repasado toda la mañana. Dejó la carta en la mesa y dirigió su enorme sonrisa al mozo quien los miraba a ambos con un lápiz y un cuadernillo.

- Quiero una sopa a la minuta y un vaso con agua – dijo radiantemente Prost mirando al mozo y luego a Tanner – ya sabe, solo bebo agua. 

El mozo partió en dirección a la cocina llevando consigo el pedido. Al hacerlo, dejó lacónicamente la orden en la mesa y corrió con un puñado de servilletas al baño. Tras asegurarse que nadie más estaba allí, sacó una servilleta, un bolígrafo y escribió “Está en su saco”. Dobló la servilleta como si fuese a ponerla en la mesa y sopló. Las letras se desvanecieron.

Tanner, quien estaba visiblemente incómodo por tal pérdida de tiempo, resoplaba de cansancio en la mesa. Quería acabar con aquella reunión lo más rápido posible.

- Bien, mi secretaria ha pensado que sería una buena idea incorporar los servicios de su compañía – dijo el magnate mientras cruzaba los dedos y lo miraba fijamente - ¿qué beneficios podría ofrecernos T&E en materia de seguridad?

- Bien, señor Tanner – dijo decididamente Proust mientras observaba en dirección a la cocina– T&E brinda servicios de solución empresarial, no solo de seguridad. Podríamos proteger su identidad, encargarnos del marketing, informarlos del movimiento bursátil entre otros servicios que usted pudiese requerir de acuerdo a las circunstancias.

Tanner, como un lobo viejo en los negocios, sabía que ese “pudiese requerir de acuerdo a las circunstancias” no lidiaba necesariamente con situaciones legales. Aquello lo animó visiblemente.

- ¿Podría explicarme mejor lo último? – dijo Tanner ahogándose repentinamente en una ligera tos.

- Verá, es muy probable que un personaje como usted, el fundador de la trasnacional Rotenergy, una empresa líder en el mercado mundial de energía, no siempre se vea envuelto en situaciones estrictamente legales – dijo astutamente Proust sin borrar su estresante sonrisa – por lo que le podemos brind…

Prost se detuvo momentáneamente. Una de las servilletas en la mesa había temblado ligeramente, como si alguna corriente de aire la hubiese remecido. Pero no era nada relacionado con el aire, era la señal.

…brindar acceso a bancos donde su dinero esté a salvo de los periodistas, refugios seguros en caso de atentados, soluciones rápidas ante la presión de sus competidores y, ya sabe, lo usual.

Tanner volvió a toser, le parecía atractiva la propuesta del representante de T&E pero era lo mismo que ofrecían todas las empresas que brindaban “Soluciones Empresariales”. Intentó secarse el sudor que se acumulaba en su frente ya que el lugar estaba repleto y aquello lo acaloraba. Cuando se estiró para tomar una servilleta, Prost lo detuvo.

- Permítame el favor, señor Tanner – dijo ágilmente el joven mientras sacaba dos servilletas y le ofrecía una al millonario.

Mientras Tanner se secaba el sudor y miraba la hora, Prost se apresuró a abrir su servilleta y leer el mensaje.

- En el saco – murmuró mirando rápidamente el saco de Tanner. Tenía que llegar a él.

Y sabía cómo.



V

- Horizont Energy está al borde de la bancarrota – comenzó Logan con el tono que se usaría para leer una sentencia de muerte – Nuestra mala asesoría por parte de pseudoanalistas del mercado energético y sumado a una serie de pésimas casualidades, nos ha generado una crisis interna que no ha podido ser salvada si no que día a día se ha ido incrementando por la presión de nuestros accionistas. No contamos con el dinero para continuar la manutención de nuestras plantas energéticas y mucho menos para pensar en una expansión.

El señor T reflexionó en lo último. Cambió de postura en la silla mientras bebía de su taza. Atrás de él, en la puerta hacia el corredor luminoso, personas iban y venían a cada rato, como si apareciesen y desapareciesen.

- Y es allí donde su competencia, Rotenergy, ha sacado provecho de su crisis ¿Cierto? – señaló el Señor T mientras veía un titular de periódico recortado en el legajo que mostraba “El imperio de los Tanner”.

- Exactamente. Es por eso que, en una reunión de carácter confidencial, a puerta cerrada y en una zona exclusiva, la junta gerencial de “Horizont Energy” ha acordado en apostar como último caballo a su empresa cuyos servicios cuentan que son – Logan se detuvo un momento. Tras carraspear, continuó – poco ortodoxos.

El señor T siguió ojeando el legajo. Páginas y páginas ilustraban la evolución histórica de “Rotenergy” y como en su paso al monopolio energético mundial, había ido ensombreciendo a “Horizont Energy” casi hasta el punto de llevarlo a la quiebra financiera. 

- Quiero que sepa que, una vez que se realice la “Solución final” no habrá marcha atrás – dijo el señor T sacando un bolígrafo de su saco – por lo que deduzco que sus superiores leyeron cuidadosamente las cláusulas establecidas en el documento remitido esta mañana. Si es así, pasemos al monto.

Logan ya había sido advertido sobre aquella fase de la negociación. Sabía que T&E no cobraba barato ni tampoco a plazos. Sabía que no había lugar a devoluciones ni reembolsos. Sabía que una vez firmado el cheque, solo quedaría esperar a cómo aquella enigmática empresa solucionaría el problema financiero de su firma. Habría que verlo.

Tras unas breves reflexiones, Logan sacó la chequera, firmó un cheque en blanco y se lo acercó al Señor T.

- Puede usted poner la cifra que desee – dijo Logan solemnemente.

Logan se mantuvo sereno, aunque tembló un poco cuando vio al bolígrafo no detenerse ante la octava cifra. El lapicero solo continuó.



VI

Prost volvió a echar un vistazo a su alrededor y se fijó en la multitud. El Roma albergaba un público selecto de comensales entre los que se podía destacar empresarios, políticos, profesionales y miembros de la elite de aquel país. Volvió a barrer con la vista nuevamente el restaurante y un hombre de pobladas cejas y finos bigotes se le acercó.

- Monsieur – dijo el hombre en un marcado acento francés – ¿tendría usted una pluma que pueda prestarme? Olvidé la mía en el auto y es una urgencia.

- Creo que tenía una en el saco, déjeme revisar – dijo Prost mirando directamente a los ojos del francés, intentando comunicarle su reciente descubrimiento, mientras el otro le devolvía una sonrisa – Oh, es un hombre con suerte. Aquí tiene.

El francés hizo una reverencia y se alejó a su mesa a continuar hablando con su interlocutor. Tanner ya se impacientaba. Prost decidió reabrir la conversación. 

- Oh señor Tanner, veo que el clima de esta ciudad es sumamente caluroso – dio Prost aflojándose la corbata y mirando esperanzadoramente hacia la cocina – Bien, parece que nuestro pedido ya está llegando y podremos llegar un acuerdo con los estómagos llenos ¿no cree?

Tanner lanzó una breve risotada fingida sintiendo que quizás lo mejor sea ponerse de pie, pagar la cuenta y retirarse a su oficina pero justo en aquel momento el mozo llegó con el pedido.

- Disculpen por la demora, hubieron algunos problemas en la cocina pero… ¡Oh, lo siento mucho!

El mozo tastabilló unos segundos antes de precipitarse ante el millonario. La minuta voló en dirección al saco y todo el traje quedó húmedo y estropeado por la negligencia del mozo.

- ¡Es un idiota! – gritó Tanner mientras las demás mesas miraban hacia la suya. Reinó el silencio. El magnate se levantó de la silla vociferando – ¡Mire cómo ha dejado mi traje!

El mozo se deshacía en miles de disculpas y ofrecía traerle algo para secarse mientras que el magnate bramaba y maldecía pero Prost se puso rápidamente de pie para ayudarlo.

- Esto es una sinvergüencería – dijo Proust indignado al mozo quien ya no sabía cómo pedir disculpas – tenga aquí mis cosas y ayúdeme a quitarle el saco al señor Tanner. Pobre caballero, imagínese tener que lidiar con este desperfecto en verano ¡Dios mío! 

Tanner continuaba resoplando de ira mientras estiraba los brazos para que Proust y el mozo le ayuden a retirarse el saco y fue allí donde lo vio. Sobresaliendo del bolsillo de Prost, un elegante y pequeño teléfono móvil asomaba a la escena. Tanner se sobresaltó y el espanto dibujó su rostro.

Prost miró apresuradamente a la pared. Un calendario con motivos culinarios le informaba que estaba en 1969- Menudo detalle.

- ¿Cómo usted pudo tener eso? – Masculló incrédulo mirando en dirección al aparato futurista – ¿Es usted un espía? ¿Un mercenario? ¡He oído hablar de ustedes! ¡Han venido por mí! ¡Quién los contrató! ¡Respondan!

Tanner intentó zafarse de las manos del mozo para coger el revolver que traía en el cinturón pero ya era tarde.

- Idiota – susurró el mozo mirando en dirección a Prost pero manteniendo una desubicada calma en medio de tanto alboroto.

Inmediatamente, antes que Tanner logre alcanzar el revólver y termine por generar una tragedia en aquel elegante restaurante, el tipo de acento francés y su interlocutor, un sujeto de gafas oscuras y barba, saltaron en dirección a la peculiar escena. Primero, el sujeto presumiblemente francés levantó la mano y el aire se enrareció. Una repentina cortina de aire plateado los envolvió y el tiempo se detuvo. Mozos, cocineros, comensales y peatones, todos quedaron completamente inmóviles ante la manifestación de lo extraordinario salida de las manos de aquel elegante europeo.

- Eres un idiota – dijo el mozo que había causado el accidente a Prost – Te advertimos que quitases de ti cualquier evidencia que nos situase en otro tiempo.

El tipo barbudo, que todo el tiempo había estado hablando con el francés, intervino.

- Este tipo de errores nos ha costado misiones anteriores – dijo calmadamente mientras evaluaba el rostro desencajado e inmóvil de Tanner – pero creo que esta vez podría solucionarse.

- Tenemos solo cinco minutos, caballeros – dijo elegantemente el francés – luego de ello, el efecto del tiempo estacionario desaparecerá y tendrán que lidiar con un nuevo método para reanudar la misión.

Prost, que toda aquella reunión se la había pasado recolectando la mayor cantidad de información del señor Tanner, dijo.

- Lo tengo. Está medicado y al parecer consume una buena cantidad de pastillas – dijo Prost sacando un pequeño pomo del bolsillo del saco de Tanner – rechazó los alimentos dos veces antes y siempre que menciona las razones de su declinación, va acompañado de una excusa médica.

- Es Ácido Acórbico – dijo el mozo mirando detenidamente el pomo – lo que nos dijeron en “Horizont Energy” era cierto. Tiene problemas de esterilidad.

- Menudo trabajito que se tomó Logan para poner espías dentro del imperio de los Tanner – risoteó Banks, el interlocutor del francés maestro del tiempo – ¿Y ahora qué hacemos?

El mozo, que ahora rebuscaba en el maletín de Prost, tomó la palabra poniendo un frasco de píldoras blancas en la mesa.

- Supongo que estas píldoras en el envase del señor Tanner solucionarán el problema – dijo quitándole la tapa al pomo del magnate e intercambiando las pastillas – es alcanfor 4-metilbenciliden. Antes que llegue a la mitad del pomo, su cuerpo habrá anulado la posibilidad de generar descendencia.

- Y por ende – dijo el francés – nuestro trabajo habrá acabado. ¿Oui?

- Exactamente Míster Croissant – dijo Banks divertidamente – ahora cambiémosle de saco. ¿Mozo? ¿Me haría los honores?

El mozo asintió de modo servil en son de sorna y cogió una servilleta de la mesa más cercana donde una joven pareja estática estaba a punto de salir apresuradamente del local ante el brillo del revólver en la escena. Sacudió la servilleta al aire y, de la nada, un saco marrón de paño se materializó ante cuatro personas cuyo asombro ante lo fantástico era completamente nulo.

Prost le acomodó el saco y le puso el frasco de píldoras adulteradas en el mismo lugar que estaba anteriormente. Luego de ello, agitó los brazos y un diminuto resplandor dorado brilló en la cabeza de cada uno de los comensales, mozos y cocineros de aquel restaurante y, por último, en la del mismo señor Tanner.

- Bien, las memorias ya están modificadas a cinco minutos antes del accidente – dijo serenamente Prost – creo que ya puedes proceder, Remy.

Remy, el elegante francés, chasqueó los dedos y la cortina de aire plateado se deshizo, devolviéndole fluidez y vivacidad a la realidad. El ambiente estaba calmado y el señor Tanner aún tenía el rostro aburrido. El mozo llegó nuevamente. 

- Su pedido, caballeros – dijo educadamente el mozo mientras ponía los platos en la mesa y le hacía un guiño discreto a Prost. - ¡Buen provecho!

Tanner, resignado, ya había cogido los primeros cubiertos para iniciar el aburrido almuerzo con aquel estresante agente de ventas cuando Prost lo interrumpió.

- Señor – dijo gravemente Prost mirándolo a los ojos – no olvide sus pastillas antes del almuerzo. 

Tanner agradeció mecánicamente.



Epílogo

El señor T terminó de trazar la última cifra en el cheque y luego lo guardó en el archivador que tenía a un costado, junto con el legajo. A continuación, el señor T lo miró y le dijo:

- Trato hecho, señor Logan.

Lo que pasó luego fue inexplicable. Logan sintió que el aire se enrareció, las imágenes se distorsionaron brevemente y luego un frío repentino recorrió la habitación. Antes que pueda procesar cuál había sido el extraño origen de aquellas inusuales sensaciones, la puerta del corredor luminoso se abrió y cuatro sujetos ingresaron a la sala. Luego de hablar entre murmullos y breves asentimientos, el señor T se dirigió al ejecutivo que aguardaba una respuesta a tan inusual fenómeno.

- Señor Logan – comenzó serenamente el señor T – Corporaciones Rotenergy y asociados ha dejado de existir hace tan solo unos segundos, pero si desea una versión fiel a la verdad, ha desaparecido en 1989. “Horizont Energy” acaba de obtener el monopolio mundial energético.

Logan no comprendió ni una sola palabra de lo que acababa de decir su interlocutor. Sin salir aun del asombro, uno de los cuatro hombres que recién había ingresado a la oficina desde el pasillo iluminado, con un acento francés, se acercó a él para hacerle un inusual pedido.

- Monsieur Logan - comenzó mientras señalaba el bolsillo del ejecutivo – ¿Podría buscar en su navegador móvil “Rotenergy Corporation”?

Logan sacó a tientas su dispositivo móvil y puso en el buscador las palabras que le había sugerido el francés. Ahogó un grito.

- ¡Dios mío! – dijo en una exclamación ahogada el ejecutivo.

Allí, entre todas las opciones de búsqueda, señalaban un titular similar:

ROTENERGY ENTRA EN CRISIS. EL IMPERIO ENERGÉTICO TANNER SE DISUELVE AL NO HABER UNA CONTINUACIÓN DEL LEGADO FAMILIAR. LA COMPETENCIA YA RONDA AL ACECHO POR EL CONTROL DEL MERCADO ENERGÉTICO.



sábado, 16 de julio de 2016

La Cita (Primera Parte)



Dedicado al 7224 por brindarme los mejores

años de mi vida.




I



- Oh vamos, solo por una última vez – dijo Jordan mirándome aprehensivamente con una hoja de papel y un lápiz – te prometo que será solo la última.

Levanté la mirada y vi su rostro suplicante por un último favor, volteé y vi la ventana del aula. Aun había gente afuera y el ruido indicaba que el recreo daba para unos diez minutos más. Volví a concentrarme en mi dibujo.

- Esta vez no será gratis – dije indiferentemente haciendo trazos en mi boceto – te costará.

Jordan me miró sorprendido. Su rostro adolescente, erosionado por el acné, copete de pato en el cabello y dientes de roedor formaron un gesto que indicaba indignación y resignación. Cuando se es escolar, la situación financiera no es muy agradable que digamos, sin embargo, había excepciones.

- Soy tu amigo… - comenzó.

- Ahora eres mi cliente – le dije poniendo el lápiz en la carpeta y mirándolo al rostro.

Jordan, aun sorprendido, sacó sus escazas monedas del bolsillo y las puso en mi mesa.

- Es lo que tengo – dijo.

- Es suficiente – dije

La plata brillaba en la mesa, casi tanto como las esperanzas de Jordan. Tomé el dinero y comencé. Aún tenía cinco minutos… y era suficiente.



II

Oh, señores. Ser escolar no era fácil, y ser de una escuela nacional, mucho menos.

Yo había llegado de otra escuela a inicios del año por razones que no vienen al caso y en este nuevo lugar había conocido la mismísima casa de Mefistófeles. Aquí es, como muy sabiamente me advirtió “El Fijol”, el lugar “donde se hacen los hombres”. Peleas, rabietas, insultos, apuestas y, sobre todo, un festival de hormonas masculinas.

Se dice que al llegar a los quince, tu cuerpo sufre un severo desajuste, trasladando el cerebro de la cabeza a la cintura (toda una proeza de la anatomía) y en efecto así era. Chicos mirando chicas nuevas en los recreos, chicos intertanto torpemente, con la delicadeza de un Neanderthal, ligar con muchachas juguetonas y ambivalentes, chicos expertos en el arte del mataperrismo a niveles olímpicos que poseían la habilidad prodigiosa de incluir comentarios sexuales hasta en las conversaciones más apartadas del caso. Y luego estaba yo.

No era que fuese el gran “ganso” de la escuela ni el pendejo más laureado de la zona pero estaba en el rango de lo que mis compañeros consideraban “fastidiable”. Excesivo de carnes, temperamento apacible y polilla de libros, no encajaba en un mundo donde Darwin podría haber escrito sin problemas un segundo tomo de su obra.

¿Qué hacía yo? Bueno, solo sobrevivir. Al inicio me fue muy complicado. Yo no sabía que había normas tácitas en el aula como “jamás avisar sobre los deberes al maestro” o “dar la hora real para el recreo y salida”, sinceridad que llevé a cuestas y me acompañó a los baños donde me llovían lapos y mochilasos. Luego de adaptarme, tenía que defender ferozmente mi integridad física y mental. Al inicio solo me quitaban mis almuerzos y al final ya ni sabía lo que era probar bocado en el colegio. Pelear era inútil, aquellos gorilas eran doctos en las artes marciales callejeras de cono, pero pronto supe donde estaba su debilidad. Las mujeres.

Ante esto es mi deber aclarar que no poseo la belleza de un Adonis ni la gracia de un sofista (siempre tuve una timidez patológica) pero tenía algo mejor: Una buena pluma.

No seré el genial César Vallejo ni el imprescindible Neruda pero para un grupo de chicos de colegio cuyo mérito más grande era leer las onomatopeyas de las revistas pornográficas, yo era el bendito Sófocles. Todo comenzó una mañana.

- Oe – dijo Ricardo “La Tortuga” – ¿han visto a la nueva de la sección D? Está allí, ya va a entrar con el pelado Márquez.

Un conjunto de cabezas atraídas por la lujuria miraron en dirección a las escaleras. La muchacha en cuestión había llegado al colegio hacía unas dos semanas y había atraído tantas miradas que era un milagro que su blusa no esté agujereada.

- ¡Está muy buena! – dijo Raffa irguiéndose encima de todos como un mico en celo – un par de botellas en la tienda del Chicho a que la invito a salir.

Todos rieron estruendosamente. Al fondo se escuchó un silbato apurando a los demás a entrar a las aulas. Seguimos.

- ¡Qué vas a poder! – dijo Beto arrojándole una papa frita de su hamburguesa, tatuándola de mostaza y mayonesa en un extraño Ying Yang – ¿Ya te olvidaste como te dejó “La Carlita”?

Sonó un “Uhhh” en general. Yo reí y me llevé otro bocado de palomitas a la boca. Seguí mirando.

- Eso pasa porque eres un cavernícola, Raffita – dijo Alan señalándolo con un dedo manchado en Yogurt – “La Carlita” era una chica romántica y tú solo conocías la cabina de internet. Yo sí sé cómo tratar a una dama.

- ¿Qué es cavernícola? – preguntó alguien a modo de susurro.

- Qué se yo, pregúntenle al “Lentes” – dijo otro haciendo un gesto hacia mí.

- “La Carlita” es pasado, Betito, yo sé que ahora puedo ligarme a cualquiera y la nueva caerá – dijo triunfalmente Raffa devolviéndole la papa a Beto con una canasta directa a su bolsa de snacks – Apostamos ¿O temes?

Beto se puso de pié en el medio y un ambiente de tensión se generó en el grupo que siempre se reunía debajo del estrado de formación (lugar donde usualmente al último revisaban los auxiliares para comprobar si habían chicos ocultos para extender su recreo) y le extendió una mano desafiante a Raffa.

- Trato hecho Raffita – dijo serenamente Beto con las llamas del desafío ondeando en sus pardos ojos – ¿y qué te parece si le añadimos cien luquitas para aumentar la diversión?

Raffa tartamudeó pero se calló al instante. Cien soles era demasiado y el atrevimiento de Raffa le pasaría factura, sin embargo, en el 7224 retroceder a un desafío era algo penado por la ley popular con el exilio social.

- Dale – dijo sécamente Raffa estrechando su mano y calculando sus posibilidades que, obviamente, eran pocas.

Sonó un silbato y la puerta se abrió repentinamente.

- ¡Muchachos del demonio! ¡El recreo acabó hace diez minutos hoy se quedarán a barrer todo el segundo pabellón! – gruñó la instructora blandiendo una regla de madera como una porra y puso a prueba nuestras habilidades de evasión.

Mientras corríamos hacia el salón, le jalé la chompa a Raffa y me armé de valor para dirigirle la palabra a uno de los bravucones más problemáticos del salón.

- ¿Quieres ganar la apuesta?- dije e inmediatamente me arrepentí por mi atrevimiento, sin embargo continué – Yo puedo hacer que la chica nueva se enamore de ti.

Raffa se detuvo, me miró incrédulo como estando a punto de aceptar pero finalmente volvió a la cordura y carcajeó estruendosamente.

- Jajajajaja ¿En serio? ¿Un ganso como tú que no ha tenido novia me va a decir a mí cómo debo hacer mis cosas? – dijo entre carcajeos el bravucón pero no me inmuté - ¿Quieres que te haga comprar otro par de gafas cierto?

- Beto te ganará, tú no eres rival para él – dije intempestivamente y de nuevo me arrepentí por mi atrevimiento – pero yo te haré ganar a ti.

Ni sabía por qué lo hacía, solo pensé que sería bueno ayudar a Raffa a cambio de nada, pero Raffa no se lo tomó así. Me cogió de la chompa y me estampó en la pared.

- ¿Quieres que te mande a la enfermería, verdad? – dijo mostrándome su calloso puño a milímetros de mi chata nariz.

- Solo dale esto y ponle tu nombre… - gimoteé a causa de mi falta de oxígeno ya que Raffa me estaba asfixiando – cuando necesites otro búscame nuevamente.

Raffa cogió el papel que le extendí, me soltó y leyó entre líneas.

- ¿Qué es esta basura? – dijo arrugando la hoja.

- Es un poema, lo escribí yo y suelo hacerlo muy seguido – dije frotándome la garganta – estoy seguro que a ella le gustará porque es amante de Pizarnik, la vi leyéndolo en el recreo.

El gorila hizo caso omiso a la referencia gaucha de la poesía y volvió a abrir el papel como sintiendo que acababa de descubrir el fuego. Volvió a hablar.

- ¿Y por qué no la conquistas tú? – dijo mirándome con una sonrisa socarrona.

No respondí. Solo miré hacia abajo sintiéndome estúpido por lo que pasó y arrepintiéndome de todo. La razón era mi timidez y nada lo cambiaría. Sin pensarlo, vi nuevamente la mano de Raffa pero esta vez sacando un bolígrafo de mi mochila y añadiéndole su nombre.

- Más te vale que sepas lo que haces o perderé cien soles – dijo mientras terminaba de escribir – cien soles que, por supuesto, tú pagarás si no funciona tu estrategia.

Abrí la boca pero sabía que sería inútil. Raffa metió el papel en una enciclopedia para que se alise y subió escaleras arriba dejándome solo en el vestíbulo. Antes de perderse, volteó a verme.

- Gracias, enano – dijo.



III

Está demás decir que Raffa ganó la apuesta, está demás decir que nadie le creyó como lo hizo, está demás decir que no perdí cien soles y que, incluso, encontré 20 soles metidos en mi mochila al día siguiente de ganar la apuesta, está demás decir que Raffa estaba más presumido que Pavo Real en celo cogido de la mano de la chica nueva y, sobre todo, está demás decir que mi vida cambió drásticamente en el 7224.

Para empezar, ya no sufría el acoso de los bravucones porque Raffa me protegía. Algo con que no había contado era que a partir de aquel momento, mi fama se extendería por todos los polvorientos salones de aquel entrañable colegio.

“Es un poeta”

“Es un artista”

“Es un idiota”

Las opiniones variaban de acuerdo a quien se le preguntaba. Lo cierto era que a partir del incidente con Raffa, las propuestas de trabajo me llovían dejándome considerables sumas de dinero. Era el gurú del amor, curiosamente un gurú que no poseía mayor experiencia que hacer poemas a sueldo para musas de terceros.

- Dime qué hiciste – pregunté serenamente mientras abría mi cuadernito de compromisos.

- La cagué, hombre – dijo apesadumbradamente el “Muralla” de la sección “A” mientras sacaba su billetera – necesito recuperarla, “Gafitas”

- Son quince soles, “Muralla” – dije anotando su caso como “Reconquista del amor por traición de un idiota”

- ¡No es justo, gafitas, a mis amigos les cobras diez! – dijo exaltado el muralla.

- Lo tuyo es reconquistar por un error propio, no es conquistar, cuando conquistaste (que por cierto fue con mis cartas) te cobraba diez, la tarifa cambia – dije mirándolo por debajo de mis gafas y jugueteando con el lápiz en la mano.

El “murallas” sacó el dinero y lo puso en la mesa. Se fue y comencé mi labor.

En otros casos, el trabajo era más simple como dedicatorias por aniversario, pedir disculpas por asuntos de poca monta o, simplemente, mantener la relación. Y era allí donde tenía un mayor número de ganancias.

Al ser yo el principal proveedor emocional de la escuela, el 90% de mis clientes vivía una relación “irreal” ya que usaron una personalidad falsa, la de las cartas, para conquistar a mujeres sensibles lo que generaba que estas chicas se hayan enamorado de una ilusión, que no era otro que yo. Algo completamente insospechable.

Sin embargo, como todo gran Napoleón Bonaparte, yo también debería tener mi Waterloo, y mi Waterloo se llamó Kattia P. M. y cursó el quinto año de secundaria en el 2005, año de estos nostálgicos recuerdos.

De estatura tolerable, ojos negros, sonrisa labrada en ternura, huequillos en las mejillas que derretirían el acero y quebrarían el diamante, cabello pardo ondulante al viento de invierno y fulgurante a las caricias del sol de Noviembre, Kattia era, aquello definido por esta horda de salvajes, como “Una auténtica mujer”.

Nadie tenía el valor de hablarle puesto que su belleza intimidaba. No faltó quien recurrió a mí para aplicar la misma treta de siempre pero por alguna extraña razón sentía que no podía impresionarla, que era imposible. Me sentaba en los recreos a coger un lápiz y un papel para elaborarle cumplidos pero no salían, se quedaban en la punta del carboncillo y retornaban al borrador. No podía escribirle nada.

Pronto comenzaron a visitarme personas de otros salones rogando por mis servicios pero me negaba a todo. Sin inspiración no podía haber eficiencia.

A veces la observaba como un asesino debajo de las escaleras mientras veía su falda ondular por los pasillos mostrando dos tonificados muslos que guardaban en el medio la rosa de la pasión. Otras veces pedía permiso para ir al baño solo con la intención de pasar por su aula y ver por la ventana un pedacito de rostro que se veía tan ajeno a mí, tan extraño al sabor de la sensualidad cotidiana y de una belleza intimidante a la búsqueda de algo que me permitiese inmortalizarla en una hoja de cuaderno pero nada salía.

Me frustré y conocí una nueva humillación: la que me hacía a mí mismo mi ego de falso poeta. Por momentos me quedaba unos minutos afuera del aula antes de salir para aprovechar ese aroma dulzón a primavera que desprendía su cabello y destilarla en un papel por la tarde pero el momento aquel solo podía ser usado para el goce instantáneo, no para aplicación tercera.

Lo intenté en el salón, en la escalera, en los baños y en la cochera pero era imposible. Mis clientes presionaban.

- Ya perdiste tu toque, Gaffitas.

- Gaffitas ¿Qué pasó?

- Gaffitas, creo que ella no es humana.

Y era probable que sea eso, la bendita chica no era humana. Miraba al cielo imaginando como podría haber llegado la nave espacial de Kattia y la depositase en las graderías de la entrada de este manicomio. Es tan difícil pensar que alguien como ella podía ser real pero lo era.

Saltaba en los recreos, corría hacia los vestidores, parloteaba con sus amigas y, por supuesto, rechazaba pretendientes en cantidades industriales. ¿Y si alguna vez yo escribiese para mí? Tonterías pensé, alguien como ella solo querría un galán de telenovelas o un caballero inglés. Yo solo era un falso trovador.

Una tarde, como tantas otras, salí del colegio y en el camino a casa vi el clásico árbol de manzanas (sin manzanas) que yacía allí desde mis años más tempranos. Aun toda inspiración no asomaba y mucho menos pensaba en hacerlo. Me senté a los pies del árbol, saqué un cuaderno y decidí garabatear lo primero que se me venga a la mente, solo dejar fluir algo de prosa en medio de tanta frustración.

Eres mi cultura,


eres mi pensar,

eres la dulzura,

eres mi amar.

Eres una rosa,

eres una flor,

una mariposa,

eres el amor.

- No está mal – murmuré mientras el viento limpiaba el carboncillo restante en la hoja.

No terminé de leer bien aquel poema cuando una mano me tomó del hombro.

- ¡Gaffitas! ¡Aquí estabas! – era Jordan quien jadeaba por la maratón que había emprendido al verme. Se sentó a mi lado bajo el árbol – me contaron que ya no estás en “actividad”.

Estuve tentado a decirle que ya no tenía inspiración, que probablemente fue justamente el amor lo que me quitó las ganas de escribir sobre el mismo. Había pasado tantos meses escribiendo para el amor de terceros que cuando me tocó escribir para mí, me topé con el irremediable obstáculo de encontrarse a sí mismo como rival.

- Es cierto, Jordan, ya no lo hago – dije apurándome en estrujar el papel y meterlo al bolso, pero fue tarde.

Jordan hizo un rápido movimiento con el brazo y me quitó el papel de la mano. Cuando leyó el contenido, lo dobló y se lo metió al bolsillo.

- ¿No que no, Gaffitas? – dijo divertidamente el muchacho – dame un precio para esto. Si no fuese una conquista especial no te lo pediría.

Quizás tiene razón. Total ¿A quién le iba yo a dedicar eso? Tonterías. Me acomodé la casaca y la avaricia me poseyó nuevamente. Si de todos modos iba a tirar al tacho ese poema ¿Qué me evitaba de sacarle algunos soles de ganancia?

- Son cinco soles – dije mirando a lo lejos como grupos de chicas salían cacareando, empujándose y riendo. Quizás entre ellas estaba la incauta que sería estafado por el falso galán.

Jordan puso el dinero en mi mano y se alejó corriendo colina abajo. Antes que se pierda me invadió una tremenda curiosidad, sazonada con angustia de gritar una pregunta. Y así lo hice.

- ¡Eh Jordan! ¡Para quién es esa bazofia! – grité

Jordan se detuvo, volteó a verme sonriendo y luego continuó la carrera a todo trote.


Continuará...


viernes, 1 de julio de 2016

¿Qué día comenzó la guerra?



I

En el verano del 92, el teatro Séneca había cerrado sus puertas a la ciudad después de más de cincuenta años de actividad. Para Febrero del mismo año, yo había quedado sin empleo y con un pequeño niño a cargo sin futuro prometedor y con una actividad de muy poca demanda laboral.

Los primeros días todo me sabía amargo pero al final lo tomé con resignación. ¿Qué haría una joven escenógrafa de teatro en un mundo tan cuadriculado? Bueno, comenzaría por lo más lógico: Coger un periódico y buscar ofertas de trabajo.

Tomé una ducha, me recogí el cabello, salí por un periódico y me senté en el comedor armado de un lápiz y un té. Pedían contadores, ingenieros, administradores y abogados. En ningún lugar se manifestaban anuncios como “Busco escenógrafo profesional” o “Teatro de prestigio requiere de escenógrafos con experiencia”.

Desanimado por el periódico, decidí ir a repartir mis hojas de vida por cuanto teatro recordase en mi mente. Horas y horas de caminata repartiendo documentos que probablemente irían a parar como cebo de polilla o, paradójicamente, material de reciclaje para algún escenógrafo en actividad. Sí, yo también lo hice. 

Ya habían pasado un par de meses desde la última vez que había salido del teatro y mis ahorros estaban en su punto más crítico. La preocupación por el desempleo es enorme cuando se tiene un niño a cuestas y pensé que quizás ya era momento de migrar de actividad. Iba contra todos mis ideales pero no quedaba de otra, lamentablemente el arte suele ser muy cruel con sus más fieles seguidores. 

Desanimada comencé a rodear con un círculo ofertas laborales en el periódico donde se requiriesen nanas, costureras, empleadas o mozos. Iba a hacer la primera llamada cuando el timbre sonó, di un sobresalto y el gato corrió indignado de mi regazo hacia la cima del refrigerador. Fui hacia la puerta y me di cuenta que había sido el cartero. Un sobre blanco, con una postal de la ciudad estaba ahí, en el suelo, tendido como una paloma herida a la espera de algún alma noble que le permita vivir. Ansiosa abrí el sobre y suspiré. 

- Quizás el día no sea tan malo – susurré para mí misma mientras presionaba el sobre en mi pecho y daba una sonrisa al cielo.



II

Sentada en la parte de atrás de un destartalado taxi, con un chofer amante de ritmos tropicales, hacía memoria de lo que diría en la entrevista de trabajo. 

- Muy bien. Soy Clarisse Vidal, tengo veintisiete años y soy graduada del instituto de artes escénicas. Tengo casi diez años de experiencia en el arte de la escenografía y he participado en obras de importancia relevante como… ¡Tenga cuidado! – Grité de mala gana mientras el chofer ignoraba olímpicamente el cuarto semáforo y sus frenadas bruscas hacían entreverar mis papeles nuevamente. 

Tras bajar del taxi y acomodarme la blusa me encaminé hacia la dirección que indicaba la carta. Miré el rótulo del edificio gris que tenía delante de mí, rezaba “Teatro Arica”

- Teatro Arica – susurré intentando hacer memoria pero nada se me vino a la mente.

Los días previos a la carta, había recorrido por una buena cantidad de teatros a lo largo de toda la ciudad, aparte de ellos, envié por correo postal mis hojas de vida a otra “n” cantidad de teatros de los cuales recordaba haber visto, sin embargo no recordaba haber visitado el local que tenía al frente. 

- Pero Clarisse, no seas majadera – reí para mis interiores – quizás accedieron a tus datos por recomendación o por casualidades de la vida ¿Qué más da?

Toqué el timbre pero solo para darme cuenta que este no funcionaba. A los cinco minutos toqué la puerta. Una voz sonó del otro lado.

- ¿En qué puedo ayudarle?

Despejé mi voz con un leve tosido y me puse firme mirando al minúsculo orificio visor de la puerta.

- Soy Clarisse Vidal – dije firmemente – y vine por el puesto de escenógrafa que solicitan en este teatro. 

Sonaron unos murmullos al otro lado y finalmente, con un crujido espectral, la puerta se abrió.



III

Los primeros días de trabajo fueron, como en cualquier labor, de adaptación. Si bien es cierto que en mi vida jamás había oído de un “Teatro Arica”, me había dado cuenta que no era tan desconocido como creía. Por las tardes albergaba un público fiel que asistía a las funciones y por las mañana un equipo completo de actores que dramatizaban escenas conocidas de obras populares. Mi labor consistía en armar los escenarios, la vestimenta, la utilería y los accesorios necesarios para las obras. 

Algunas veces me pedían vestidos, en otras ocasiones requerían máscaras, en otros momentos necesitaban uniformes y así respectivamente. Eran las cosas estándar que pedían en cualquier teatro, sin embargo, un día ocurrió algo inusual. 

- ¡Clarisse! ¡Niña, por fin te encuentro! – dijo alegremente el director Parson, dueño del teatro. 

Todos los del equipo de limpieza, que habían extendido la hora del almuerzo un par de horas más, se pusieron de pié. Dejé el uniforme de general que estaba remendando y me paré para saludarlo.

- Director Parson, qué sorpresa – sonreí cordialmente mientras le extendía la mano – ¿Qué lo trae por los sótanos?

Luego de besar dramáticamente una mano que olía a naftalina y preservantes de polilla, Parson jaló una caja de madera que, hace unas horas, había sido un pequeño hongo de bosque y se sentó encima. Jaló otra para mí. 

- Clarisse, primor – dijo sonriendo soñadoramente mientras se frotaba las manos como mosca conspiradora – Me he dado cuenta que haces un excelente trabajo con la utilería ¿Sabes? La gente ayer salía del teatro murmurando “Viste aquél árbol, mamá ¿Cómo cortaron un árbol y lo trasladaron aquí adentro? “o sino “Como pueden hacer los efectos del viento y la lluvia tan reales aquí adentro ¡es un milagro! “ Transmites realismo, Clarisse, y eso es lo que estaba buscando hace mucho.

Sonreí para mis interiores sonrojada por el halago. Parson prosiguió. 

- Yo reconozco el talento cuando lo veo, Clarisse – dijo el director abriendo enormemente sus pardos ojos – y tú eres una chica con talento por lo que me gustaría que me hagas un favor muy personal. 

La sonrisa de Clarisse se esfumó casi de golpe. En el fondo, los de limpieza volvían perezosamente a sus labores. 

- ¿Qué clase de favor, director? – dije lo más cortésmente posible. 

Parson volvió a abrir los ojos enormemente, encantado por la anticipada confirmación. 

- ¿Sabes Clarisse? Yo amo el teatro desde muy niño – dijo soñadoramente el director – me ponía un sombrero hecho de periódico y una rama de abeto como espada y saltaba encima de una escoba imaginándome que era el glorioso Napoleón Bonaparte o el sublime Julio César a la conquista de las Galias. 

El director cerró trágicamente sus ojos, como reteniendo una falsa lágrima. Continuó.

- Nunca pude realmente tener una presencia activa como guionista o actor por lo que decidí fundar este pequeño proyecto con la ayuda de algunos amigos que permiten mantener esto de pie – al decir “mantener esto de pie” frotó los dedos índice y pulgar y miró inquisidoramente a su alrededor – así que, he pensado, que con un talento como el tuyo para recrear escenarios a partir de objetos completamente comunes, pienso que podrías hacer realidad mis sueños, Clarisse querida. 

- ¿A qué se refiere? – pregunté mirándolo directamente.

El director se puso de pie y, de un par de saltos, subió a una falsa montaña hecha de cartón y madera, presumiblemente era el monte Taigeto de Esparta. 

- ¡Una guerra, Clarisse! – dijo enérgicamente – Quiero que recrees una guerra. Pero no una recreación cualquiera, querida, quiero algo muy real, quiero sentir el furor de la batalla en mi corazón y sentirlo en el suspirar del público. Quiero una guerra con todos sus efectos visuales, sus emociones, sus anhelos y sus temores. Necesito una recreación de la guerra como solo tú podrías hacerlo, Clarisse. 

Pensé por algunos minutos. Hacer utilería para la guerra no era tan complicado, solo requería algo de paciencia y mucho material. 

- ¿Usted proveerá todo el material, cierto? – dije desconfiadamente.

- Hasta el último centavo, querida – dijo soñadoramente el director. 

- ¿Y desde cuando comenzaré a trabajar los proyectos para la guerra? – pregunté desconfiando aún más – tenemos muchas obras aun en la agenda por recrear por lo que pienso que se podría programar recién para fines de este año, o quizá en… 

- Las he cancelado todas, querida – dijo firmemente Parson – a partir de mañana inicias las labores de utilería para la guerra. 

Abrí los ojos enormemente ante lo que dijo. ¿Y todo el material que ya había preparado? Ya iba a abrir la boca para reclamarle aquel cambio brusco sin previo aviso cuando Parson madrugó mi reacción.

- Y todo esto, obviamente… - dijo sacando algo de su abrigo – con un pequeño presente de mis amigos financistas.

Un cheque, el más grande que había recibido en toda mi vida, estaba ahí, encima de un hongo de madera que, horas atrás había sido un tronco y días atrás había sido un enano y que, seguramente, en unas horas sería una bala de cañón. 



IV

Las primeras representaciones de las guerras habían salido magistralmente bien. Un Bucéfalo de madera hecho para un Alejandro Magno un tanto escuálido. Una brillante túnica morada para un Julio César que no paraba de vociferar sus líneas por todo el escenario, un espléndido sombrero para Napoleón que lamentaba sus errores en Leipzig, etc. 

Cada tarde miraba la obra que se tenía que representar para la siguiente semana y me di cuenta que ya había llegado la hora de graficar guerras contemporáneas. 

- ¿Es este un tanque de la batalla de Stalingrado, señorita Clarisse? – dijo un actor sorprendido al ver el fulgurante acorazado que había hecho a punta de papel reciclado y cartones de un ex establo para caballos de palo. 

- Hasta el último detalle – sonreí mirando su incredulidad. 

A veces los actores llegaban desde horas antes de la función a practicar con la utilería que tenía ya lista. En otras ocasiones se tomaban muy en serio su trabajo. Corrían de un lugar a otro como haciendo ejercicio o comentaban sus estrategias de guerra en voz baja. Yo solo clavaba, pegaba, doblaba y cocía.

Por las tardes, recios soldados salían al campo de batalla armados de ametralladoras de madera y tanques de cartón. La sangre, con un dulzón olor a salsa de tomate, se esparcía por el escenario y el público enloquecía ante las dramáticas explosiones que enviudaban a inexistentes mujeres esperando por sus amados en algún país lejano.

Por las noches un nuevo cheque con una jugosa cantidad de dinero aparecía en mi mesa con una nueva lista de requerimientos para la siguiente obra bélica. Ya me había familiarizado con el trabajo.

En algunas ocasiones, se podía ver al director Parson hablando con un grupo de soldados que, presumiblemente, más tarde saldrían a la palestra a representar la obra en proyecto, en otras, se le veía mirar embelesado el material que preparaba, algunas veces acompañado y otras en grupos de gente que jamás había visto. 

- Teniente Clarisse – dijo un grupo de jóvenes actores vestidos de militares mirándome clavar las últimas tablas para hacer un carro de guerra - ¿Qué podemos hacer ahora? 

“Teniente Clarisse” era un apodo que se me había puesto hace algunos meses atrás por dedicarme íntegramente a fabricar utilería de guerra. Yo lo tomaba al inicio como un exceso de confianza por los nuevos actores que iban llegando pero finalmente les terminé por seguir el juego. 

- Bien, soldados – dije sonriendo mientras me secaba el sudor con un pañuelo - ¿por qué no dan un par de vueltas por el estudio de grabación mientras termino sus rifles? 

Los soldados golpearon los tacos de sus botas con un firme movimiento y levantaron la mano a la altura de la sien. Comenzaron a correr. Los vi alejarse.

Para el año siguiente, las funciones sobre guerras a lo largo de la historia se habían convertido en un éxito. Cada día más público llegaba, llegando al extremo de llenar la sala una hora antes de la función. Lo realmente curioso era que me daba la impresión de que nunca eran las mismas personas.

Al cabo de unos meses, las cosas tomaron un giro extraño. La utilería que me mandaban a fabricar era excesivamente detallista y en enormes cantidades. Mis cheques se hacían más grandes pero sentía que no compensaba mi labor. El director Parson, que ahora vestía un uniforme de General, en un afán de evitar un malestar mío, contrató cinco aprendices de utilería más a quien yo iba entrenando en este arte y así, aligeraba mi trabajo.

Pronto dejaron de darme cartón y madera y pasaron a enviarme cargamentos de acero, hierro y pólvora. Abría la boca para protestar pero me decían lo mismo siempre:

- Las queremos más reales, Clarisse – decía Parson mientras se acomodaba las medallas de guerra en su solapa. Creo que enloqueció – mucho más reales, que no se pierdan sus efectos.

- ¿Entonces por qué mejor no las compramos? – dije sudando por trabajar horas extra para producir armas de metal – Nos saldría más barato que pagar ingenieros y tener hornos de fundición en los sótanos. 

El General Parson abrió los ojos, como lo hacía el antaño director Parson.

- Teniente, tiene usted razón – dijo gritando en voz estruendosa. 

Parson se puso de pie y buscó en los cajones de su escritorio. Había un boleto de avión. Me miró a los ojos y lo puso en la mesa. Era más dinero y un pasaje a Alemania. 



Epílogo

No entiendo en qué momento cambió todo esto. 

Había recorrido toda Europa asistiendo a simposios internacionales sobre fabricantes de armamento de guerra. Por las tardes, recibía una agenda cargada para reunirme con abastecedores de material bélico y negociaba millonarias cantidades a cargo del estado peruano para la compra de fragatas, tanques, rifles de asalto entre otros. Me había vuelto una experta en armamento sin querer.

Recibía medallas y condecoraciones en diferentes cuarteles por mi labor de gestión en compra de armas para la guerra. Estrechaba manos de gente que no conocía pero que recitaba elogios inexistentes sobre mí. Por las noches, innumerables revistas venían a cubrir sus notas informativas sobre “La Teniente Clarisse, miembro honorario del ejército nacional” por mis labores en la compra de armamento para abastecer al país en sus guerras contra algunos países vecinos. 

Cuando volvía al cuartel Arica, sí, el teatro cambió de nombre, filas de soldados corrían de arriba hacia abajo balanceando columnas de papeles o sacando lo que antaño fue el cartón y la madera que me servía para fabricar la realidad que ahora tocaba. 

Encima de todos ellos, el General Parson ahora vestía un uniforme de General, validado por las altas esferas del ejército, y daba órdenes a todo el mundo sobre cuanto armamento tenían que distribuir aquel mes y sobre la rigurosidad de esta industria.

Yo solo suspiraba y encontraba más cheques en mi oficina y más boletos de avión.



BattlegroundHunter.exe

I Tras una breve espera, la explosión se produjo. - ¿Cómo estamos de municiones, Chris? – preguntó Dante mientras acomodab...