sábado, 26 de enero de 2019

Supersoldado



Dedicado a un gran fan de Queen que me

acompañó durante mi infancia y que le hubiese

gustado ver la película conmigo.

I

-       Diez segundos para la explosión – dijo el primer encapuchado que miraba desde el techo a su compañero y le daba la indicación por la radio.

El segundo encapuchado asintió con el pulgar y se posicionó cerca a las ventanas panorámicas del Banco Peruano.

Una ensordecedora explosión sacudió el edificio haciendo que las sirenas emitieran sonidos agudos y el ambiente se tornara de un rojo parpadeante en señal de emergencia.

- ¡Salgan del auto ya! - Gritó el encapuchado de la ventana y una veintena de hombres cubiertos con pasamontañas ingresaron al local de manera violenta.

- ¡Las manos a la cabeza y al suelo! – gritó uno de ellos.

Dos guardias de seguridad, que se habían ocultado tras una columna en el momento de la irrupción, sacaron sus pistolas e intentaron apuntar a la cabeza del delincuente que había tomado el mando al ingresar pero sus compañeros fueron más rápidos. Cuatro tiros certeros habían cegado la vida de los guardias.

- Bien, ustedes no quieren problemas y nosotros tampoco. Mi compañero pasará con una bolsa recogiendo los celulares y billeteras que estén guardando por ahí… o de lo contrario…

El que aparentemente era el líder del grupo miró a uno de los cajeros que se encontraba en el piso y le apuntó con la pistola. El rostro sudoroso del cajero imploró piedad pero no había piedad en el corazón de Alfa. Sonó un disparo y el hombre cerró los ojos.

- Ok, comienza – le dijo Alfa al delincuente que sacaba una bolsa de tela de uno de los numerosos bolsillos de su chaleco.

Uno a uno, hombres mujeres de todas las edades eran saqueados mientras que los delincuentes se posicionaban en las salidas del edificio para evitar un rescate.

- Aquí Alfa, necesito saber si el Grupo Dos ya está listo para iniciar el saqueo de la bóveda.

El radio del encapuchado que estaba en el techo crepitó. Supo que era una llamada del líder.

- Aquí Halcón, el Grupo Dos ya está rompiendo la entrada a la bóveda, el problema es que nos demoraremos quince minutos en quebrar todas las medidas de seguridad.

Alfa miró preocupado su radio y luego volteó a ver a sus compañeros quienes terminaban de registrar a los últimos clientes del banco.

- Apúrense con eso y apoyen al Grupo Dos – dijo Alfa mientras hacía un tiro al aire para llamar la atención – Halcón me ha dicho que demorarán quince minutos y necesitan apoyo para que eso se reduzca a la mitad.

- Señor… no tenemos quince minutos – dijo uno de sus compañeros visiblemente preocupado – la policía llegará en cualquier momento.

Alfa dio un resoplido algo fastidiado y cerró los ojos mientras daba media vuelta y avanzaba rumbo a la bóveda.

- No es la policía lo que me preocupa.


II

- ¿Con tres de azúcar, Miguel? – preguntó Doña Martha, la dependiente de la cafetería.

- Sí y por favor tráigame una empanada de pollo – dijo Miguel mientras se acomodaba en el asiento.

- Cómo usted diga, Sargento – dijo graciosamente y se metió a la cocina.

El Sargento Miguel ojeaba el periódico mientras esperaba su taza de café.

- Tres robos durante la noche anterior, un secuestro y dos intentos de saqueo en el Mall del Sur – leyó mientras hacía una mueca de gravedad – No puedo estar en todos lados a la vez.

- Es por eso que debiste buscar un ayudante, siempre te lo dije – dijo Martha quién estaba de regreso con la empanada y el café.

- Sabes que soy un hombre solitario y siempre planeé así todo – dijo mientras sorbía el café. Eran las nueve de la mañana.

Martha se sentó en el sofá del negocio. No había clientes esa mañana. Prendió la televisión.

- … entre otras noticias, nos reportan sobre un robo en el Banco Peruano. El saldo son más de ocho personas muertas y los delincuentes han tomado por rehenes a más de noventa. La policía intenta ingresar al recinto pero este se encuentra fuertemente vigilado. Ampliaremos en breve.

Martha volteó a mirar a Miguel pero ya sabía lo que vería. Nada. La puerta de salida aún se encontraba en movimiento. Martha sacó la cabeza por la ventana y gritó.

- ¡Aún me debes un café y una empanada! – dijo casi entre risas y se metió a lavar los servicios.

Cinco minutos más tarde escuchó un cristal romperse. Martha salió a mirar y vio una daga clavada firmemente en el aparador de madera. Entre la daga y el aparador había un sobre con un billete y una nota.

“Para el café, la empanada y el vidrio roto. Vuelvo después del trabajo”



III

Vestirse no le tomó mucho tiempo, la velocidad y la agilidad eran sus principales atributos.

- Chaleco, botas, artilugios, casco y… - dijo Miguel mientras se ponía todo en un tiempo increíble – mis hermosuras.

Un juego de relucientes dagas brillaba en la caja de madera que yacía al costado de la sala. Allí, en un pequeño departamento alquilado de vista desaliñada y poco acogedora, vivía el hombre que le había entregado los últimos años de su vida a la justicia. Era supersoldado.

Se acomodó decenas de dagas en diversos bolsillos de todo el cuerpo y corrió por la calle a una velocidad lograda tras años y años de entrenamiento.

- ¡Es él!

- ¡Ha vuelto!

- ¡Debe estar rumbo al banco!

Las miradas y la atención colectiva eran atraídas por este misterioso personaje que, pese a su gran popularidad, había sabido mantener su anonimato durante muchos años.

Supersoldado sentía cómo el aire fluía por sus extremidades y lo convertía en una especie de saeta humana. Saltaba, trepaba, esquivaba y avanzaba sin control rumbo al Banco Peruano.

Mientras su veloz carrera continuaba, el sonido de las sirenas lo interrumpió. Era la policía.

- Diablos – dijo – harán esto más difícil. Si la policía intenta entrar los ladrones tomarán rehenes mortales.

Sin dudarlo dos veces, dio un breve giro y se escondió en una calle a la espera de que pasen los carros de policía.

- Esto bastará para frenarlos un momento – se dijo para sí mismo.

Sacó del bolsillo una pequeña bola de goma con un interruptor. Lo presionó y lo lanzó a la pista.

La bola de goma rodó hasta la pista y repentinamente exhibió unos filosos clavos convirtiéndolo en una especie de erizo artificial. El policía que iba manejando adelante lo vio tardíamente e intentó frenar en seco. Las llantas se incrustaron con los clavos y el auto quedó inutilizado. Atrás de ellos, la caravana de vehículos policiales se detuvo en seco y bajaron ofuscados buscando al autor de tal problema.

- En serio, a veces no lo entiendo – dijo el oficial Gómez – uno solo quiere ayudarlo.

- Ya lo conoce oficial, no nos tiene mucho cariño que digamos – dijo su compañero mientras miraba escrutadoramente la calle.

- Trabajar solo no es lo ideal, eso lo sabemos desde la escuela – dijo el oficial.

- Quizá sea por eso que él salió de la escuela.

Al fondo, un sonriente Supersoldado continuaba su maratón rumbo al banco. Sabía que se había ganado otro problema, de los tantos que ya tenía con la policía, pero también había ganado algo de tiempo.



IV

El radio del encapuchado en el techo crepitó. Puso su arma en el suelo y respondió la llamada.

- Aquí Alfa desde la bóveda, ya estamos guardando el dinero, asegúrate de que llegue el helicóptero a tiempo para irnos de aquí.

- ¿El equipo que tiene a los rehenes? – preguntó Halcón mientras miraba hacia todos lados con sus binoculares a la espera de la policía.

- Ellos se irán en el auto blindado – dijo Alfa – Supersoldado no debe tardar en llegar.

Halcón sonrió, sacó la pistola de su estuche y la martilló.

- Aquí lo espero, Alfa, yo no le tengo miedo – dijo temerariamente buscando alguna anomalía en la azotea con la vista.

Se hizo un silencio incómodo, luego Alfa respondió.

- Es probable que él te espere a ti primero. Cambio y fuera.

El radio terminó de crepitar y acto seguido Halcón sacó el móvil para enviar el mensaje al helicóptero. Cuando terminó de digitar el mensaje buscó la tecla SEND, sin embargo algo repentino ocurrió.

Un rayo plateado cruzó su vista y le quitó el celular antes de que pueda reaccionar. Halcón miro hacia el costado y vio como el móvil yacía estampado en la pared con una daga clavada en el medio. Distinguió una S grabada en el mango.

- Bastardo – susurró Halcón mientras tomaba la pistola para darse la vuelta y disparar.

Se dio una vuelta rápida y disparó, sin embargo no había nada.

- Muéstrate, cobarde – gritó Halcón mientras buscaba rabiosamente al Supersoldado con la vista – muéstrate y terminemos con esto.

Se escucharon unos pasos rápidos que cruzaban la cornisa del techo. Halcón disparó repetidamente pero no logró impactarle a nada. Entonces una voz desde algún lugar imperceptible sonó.

- Agradece que no suelo matar a los que atrapo – dijo la voz.

Un rayo plateado cruzó el techo e impactó en la pistola que sostenía firmemente Halcón. El arma cayó partido en dos al suelo siendo completamente inservible.

- Maldito ¿Acaso crees que podrás con treinta personas en este edificio? – dijo Halcón mientras buscaba a tientas la radio para llamar a sus compañeros.

- Corrección amigo – dijo divertidamente supersoldado – son veintinueve.

Tres dagas viajaron rápidamente por el aire e impactaron en el cuerpo de Halcón. Una en la pierna, otro en el brazo y otro en el hombro.

- Descuida, no son heridas mortales – dijo Supersoldado mientras se arrodillaba ante Halcón que yacía en el piso retorciéndose de dolor – y yo me quedo con esto.

Supersoldado tomó la radio y buscó la frecuencia policial. Tras unos breves segundos sonó la voz del oficial Gómez.

- Policía de Lima, estamos atendiendo una emerge… - comenzó a decir pero se detuvo en seco al comprobar el emisor.

- Soy Supersoldado, envíen una ambulancia aquí al banco, tendrán como mínimo unos treinta heridos para atender.

- ¡Tú! – comenzó el oficial sintiendo una ligera furia por dentro – Tú frustraste nuestra…

- Yo los acabo de ayudar, solo envíen la ambulancia, yo me encargo del resto. Cambio y fuera.

El héroe cruzó por las alcantarillas y se dispuso a entrar por el acceso a los baños del banco. A lo lejos, sintió un sonido familiar. Eran sirenas. Aguzó más el oído. No eran ambulancias, eran patrulleros.

- Estas personas nunca aprenderán – dijo mientras continuó el camino.

V

- Alfa ¿Oíste eso? – dijo uno de los maleantes quien metía fajos de billetes en las bolsas.

- Sí, es la policía – dijo el otro que custodiaba la entrada.

Alfa salió de la bóveda y miró los pasadizos.

- ¿Cuántos hombres están en la entrada vigilando a los rehenes? – dijo mientras consultaba su reloj.

- Son unos diez – dijo otro que cargaba una ametralladora – suficientes para…

El hombre de la ametralladora cayó al suelo y se desmayó. Alfa volteó apresuradamente y tomó su arma y la descargó en una rápida ráfaga hacia el pasadizo.

- Maldición, es él... – dijo Alfa.

El resto del equipo salió a ver lo que pasaba y se sorprendieron al ver el cuerpo de su compañero desmayado en el suelo. En la nuca, tenía pegada una pastilla que se le había prendido a la piel. Tenía un símbolo de Alto Voltaje y una gran “S” en la parte delantera. Alfa fue el primero en hablar.

- Tomen las bolsas y vayamos a la salida, en la oscuridad no podremos atraparlo, necesitamos ir al hall – dijo firmemente mientras señalaba hacia el pasadizo.

El grupo entero salió corriendo por el pasadizo rumbo a la entrada, sin embargo, uno a uno iban cayendo en el camino.

- ¡Alfa, tenemos que salir de aquí! – dijo uno de los delincuentes pero Alfa se detuvo.

Alfa miró a los tres acompañantes que le quedaban y miró el largo pasadizo oscuro. Exhaló profundamente como si le costara tomar una decisión difícil.

- ¿Ustedes tres tienen las mochilas con el dinero? – preguntó mientras buscaba con la mirada a Supersoldado que debía estar agazapado entre las tuberías del techo.

- Sí, Alfa. Logramos mantener las mochilas en el camino hasta aquí.

-      Perfecto – dijo Alfa. Sonrió.

Haciendo un rápido movimiento, Alfa sacó su arma y les disparó con alta precisión a sus compañeros. En menos de tres segundos, Alfa se encontraba de pie, solo en el pasadizo y recogiendo las mochilas.

- Eso fue muy desleal – dijo una voz desde las tuberías.

Alfa miró rápidamente hacia el techo y disparó varias veces haciendo que los tubos emitan potentes gases hacia el exterior.

- No soy el único desleal aquí, Supersoldado – dijo Alfa – me contaron que pudiste ser un policía correcto y mírate, ahora eres un forajido.

- Hago las cosas a mi manera, como tú… y como esos pobres hombres que mataste – dijo Supersoldado quien ahora bajaba silenciosamente por la pared, fuera del rango visual de Alfa.

Alfa calló y siguió avanzando. Cuando llegó a la puerta que conectaba con la entrada principal, Alfa la abrió de un portazo y sacó la pistola por delante. Sin embargo la visión era casi nula.

Envuelto en una espesa nube de humo, Alfa solo pudo ver a los rehenes que estaban en el piso con las manos a la cabeza. Avanzó entre la humareda y gritó.

- ¿Beta? ¿Lirio? ¿Gamma? – preguntó en voz alta mientras avanzaba a tientas tratando de ver a través del humo.

Uno a uno, como si fuera por turnos, voces quejumbrosas se iban desplomando hacia el piso. Fueron diez sonidos. Alfa llegó hasta el cuerpo de uno de ellos. Tenía dos dagas clavadas en los muslos.

- Jaque mate – susurró una voz a espaldas de Alfa.

Antes que pudiera darse vuelta, Alfa sintió tres potentes dolores en el hombro, el muslo y la pantorrilla. Miró sus heridas y distinguió tres dagas iguales.

La puerta del hall del banco se abrió de par en par y un contingente de policías ingresó con mascarillas al lugar sacando a los rehenes. El oficial Gómez pidió que se abran las ventanas y el humo fue desapareciendo. Supersoldado fue el primero en hablar.

- Hay tres muertos, asesinados por el líder, y veintisiete heridos. Uno se encuentra en la azotea y dieciséis en el pasadizo que conecta con la bóveda. El resto está en el hall. El dinero se encuentra en las mochilas – dijo Supersoldado quien ahora se iba rumbo a la entrada para poder irse.

- A la siguiente podríamos trabajar en equipo – le dijo el oficial pero supersoldado solo sonrió.

Cuando estaba por salir, repentinamente Alfa abrió los ojos y cogió su pistola. Supersoldado reaccionó tarde. Nunca le había pasado eso.

La bala impactó en el estómago del héroe y Supersoldado cayó pesadamente al piso. El policía que vigilaba a Alfa sacó su arma y le dio un disparo al hombro haciendo que este se desmaye.

- Una ambulancia ¡Rápido! – gritó Gómez dando la orden de que Supersoldado sea sacado del lugar inmediatamente.

Cuando la ambulancia llegó, Supersoldado se había desmayado.




VI

El Sargento Miguel yacía sentado en la silla mecedora que tenía en el balcón de su desordenado apartamento. Miraba el atardecer.

Atrás de él, un montículo de ropa sucia y desorden se agrupaba. Martha a veces iba a limpiar pero ya no era muy frecuente. En la cocina, una cantidad de servicios sucios emitían un olor fétido que era aprovechado por ratones u otras alimañas que se colaban entre las tuberías.

Pero ya nada de esto le importaba.

Sonó el teléfono. Miguel decidió ignorarlo pero el sonido era insistente. Fastidiado, tomó su bastón y se incorporó con dificultad para ir a contestar.

- ¿Diga? – dijo de manera calmada pero no hubo sonido del otro lado.

Tras unos segundos de espera, una voz mecánica le respondió “Aproveche nuestras ofertas en el gran centro comercial y busque lo ideal para usted este vera…”

Supersoldado cortó. No le interesaba ya nada de eso.

A la mañana siguiente se levantó y encontró un mensaje debajo de la puerta. Martha se iba de viaje y volvería en un mes.

Aquejado por el dolor de columna con el que tuvo que lidiar hace más de dos años, Miguel se puso de pie con el apoyo de su bastón y se dirigió al hospital para el chequeo mensual que estaba obligado a ir desde el día del accidente en el banco.

Se duchó y se vistió con algo de dificultad. Sintió nostalgia al mirar el chaleco de múltiples bolsillos que yacía polvorientamente al fondo del armario. La humedad tocó sus ojos y cerró de golpe la puerta. Se miró al espejo, dos nuevas heridas le habían aparecido en la mejilla. Las ignoro y salió de su apartamento.

El aire helado de la mañana lo golpeó y avanzó lentamente hasta la estación del tren. Miró a los lados buscando distraerse antes de entrar en la dolorosa terapia a la que tenía que estar sometido continuamente.

Vio una pareja de jóvenes correr al costado de la ciclovía, portando botellas de agua y sudando copiosamente. Miguel sonrió y fijó su mirada en ellos hasta que desaparecieron en la esquina. Fijó su mirada en la esquina pero realmente no veía nada, la nostalgia lo abrumó.

- ¡Oiga! ¡Tenga cuidado, anciano! – dijo un molesto hombre de saco que había chocado con él mientras miraba a la pareja de atletas.

Miguel pensó: “¿Anciano?”. Miró su reflejo en una vitrina y le devolvió la mirada un hombre de edad mediana pero que no lo aparentaba. Un rostro demacrado y pálido ahora delineaba su rostro enfermizo al mismo tiempo que la falta de cabello contribuía más a la idea de reafirmar su falsa vejez.

Al tomar el bus, tomó un asiento y dejó el bastón a un costado. Cerró los ojos y comenzó a recordar el inicio de su muerte en vida.



VII

- Ha perdido mucha sangre – dijo el médico que observaba el cuerpo del héroe de Lima.

- La bala está alojada en la base de la columna. Se rumorea que el tirador fue un ex miembro del ejercito especializado en armas de largo alcance – dijo el asistente que leía la ficha médica y el parte policial.

La operación duró ocho horas y finalmente la bala fue extraída. Mientras era devuelto a la habitación donde comenzaría su recuperación, Supersoldado se despertó y se dio cuenta del tremendo detalle. Su identidad ya no era secreta, era el fin de todo.

Tras unas horas más de sueño, el Supersoldado se despertó. Vió su equipo de peleas puesto en una silla y observó su máscara puesta en el suelo. El Supersoldado había dejado de existir.

Una enfermera ingresó a la habitación repentinamente. Miguel volteó a verla y se quitó la máscara de oxígeno nerviosamente para cubrir su rostro.

- Tranquilo señor Cordales, su identidad ha tenido que ser revelada para averiguar su grupo sanguíneo y así poder salvarle la vida.

Miguel sacó las manos de su cara y observó a la enfermera. Tenía razón, de no ser por los datos de su ficha técnica de salud, no hubieran podido salvarle la vida.

- ¿Qué sucedió? – preguntó débilmente mientras se intentaba de incorporar en la cama pero un agudo dolor le atravesó la espalda.

La enfermera corrió a ayudarlo y mantenerlo en la posición inicial.

- Señor, no haga movimientos bruscos – dijo preocupada como si no pudiese decirle lo que venía – la bala que le dispararon se alojó en la columna, no sabemos si podrá volver a caminar nuevamente pero estamos seguros que al inicio tendrá que guardar mucho reposo.

Miguel miró nerviosamente su equipo de Supersoldado puesto en la silla del frente. La enfermera se dio cuenta y continuó hablando.

- En cuanto a eso, entendemos que usted tiene una labor qué cumplir y ha sido nuestro guardián por más de diez años pero entienda que ahora debe salvar una vida, quizá la más importante de todas, la suya.

Supersoldado intentó mover las piernas. Estas le respondieron débilmente.

- Enfermera ¿En cuánto tiempo podré volver a mover con normalidad? – dijo Miguel mientras miraba sus pies pálidos y llenos de callos.

La enfermera miró nuevamente su parte médico y continuó con rostro afligido.

- Señor, usted tiene una biología increíble. La formación de una red de tejidos musculares especialmente duros en sus piernas y columna y su correcta armonía con su sistema cardiovascular y respiratorio, hacían que pueda alcanzar velocidades increíbles y un nivel de agotamiento casi nulo a la hora de moverse, pero la bala que se le disparó ha ido a una parte crítica de su cuerpo: la columna. Creemos que con una correcta terapia de rehabilitación, usted podrá moverse regularmente en menos de un año.

Un año. Era demasiado. La ansiedad comenzó a apoderarse de Miguel quien no creía que desprenderse de su gran movilidad por un año sea una alternativa para él. ¿Qué había pasado? En tantos años de trabajo jamás habían logrado herirlo salvo algunos moretones o cortes superficiales. Nunca nada tan grave como esto. Sin embargo, su poco cuidado en la última misión le estaba saliendo demasiado caro. Pero lo peor aún no era eso.

- Señor, he de ser más franca aún – dijo la enfermera quien visiblemente había estado pensando en la mejor forma de decirle lo peor de todo.

Miguel Cordales quito su mirada de su equipamiento y se fijó en la enfermera. Estaba muy incómoda.

- En el transcurso de los preparativos para su operación, tuvimos que realizar algunos exámenes de sangre para poder comprobar así su aptitud – dijo ella sosteniendo firmemente su cuadernillo – lo que encontramos no fue algo alentador.

Miguel cerró los ojos. Tenía miedo de lo que podía venir.

- Detectamos que padece de cáncer – dijo finalmente la enfermera.

No abrió los ojos. Los mantuvo así y sintió deseos de dormir pero las lágrimas ya habían comenzado a brotar. La enfermera se deshacía en explicaciones de que es tratable y de que con el tiempo y un buen régimen de vida podría sobrellevarlo pero no logró escuchar completamente lo que decía.

Finalmente el cáncer iba a ser su último villano.



VIII

Había logrado hacer unas misiones cortas. Se agitaba muy rápido y continuamente cometía errores que casi terminaron en tragedias.

Ya no era el superhéroe que había sido hacía un año. Sus capacidades físicas se habían reducido mucho. Había logrado detener algunos asaltos, atracos al paso y carteristas pero su velocidad ya había bajado mucho.

En cuanto a su precisión, ya no había mucho más por hacer, el cáncer estaba dañando seriamente sus terminaciones nerviosas. Cada vez era más difícil apuntar al blanco y temía que en cualquier momento alguna de sus dagas impacte en zonas mortales.

La policía continuamente le enviaba mensajes.

“Ya no lo intentes”

“Cuida tu salud”

“Déjanos el resto a nosotros”

Pero él sabía que no quería retirarse. Recordó cuando había tomado la decisión de retirarse de la escuela de policías para hacer las cosas a su modo. Le decían “Sargento” pero no había logrado rango militar ni policial alguno en su vida. Solo creía en la justicia, algo que le había decepcionado al ver la inmensa corrupción de su institución en el país.

Su identidad secreta había ayudado mucho. Miguel no poseía familiares conocidos. Algunos decían que había venido de la sierra y se había formado como policía pero sus habilidades en velocidad y manejo de armas lo habían hecho destacar rápidamente entre los demás. Otros decían que sus padres habían sido asesinados durante la época del terrorismo y él había decidido unirse a las filas de la policía para hacerles frente pero la realidad corrupta de la institución había hecho que tome las cosas por sus propias manos. Sea cual fuere el motivo, Miguel nunca afirmó y negó nada. Vivía solitariamente en su departamento alquilado producto de las donaciones que le hacían personas agradecidas por su labor. Sin embargo ya no era así.

Tras medio año retirado de su actividad como Supersoldado, Miguel recibía cada vez menos donaciones y el dinero comenzaba a escasearle. A veces salía a vender algunos dulces que la buena Martha le dejaba para que comiese pero generalmente la ganancia era mínima. En otras ocasiones salía con su bastón a solicitar algún trabajo de medio tiempo pero su falta de movilidad, agravada por la lesión y la quimioterapia, hacían que dure muy poco en estos.

En unos meses la ciudad de Lima había olvidado quien había sido Supersoldado y el Supersoldado se estaba olvidando de la ciudad.



IX

- Eso señor Cordales, arroje firmemente en el balde.

Miguel vomitada compulsivamente en la cubeta de plástico que le habían alcanzado en el hospital. Su sesión de quimioterapia del día había finalizado.

La enfermera le pasó una bata celeste mientras Miguel tomaba el bastón para incorporarse. Se dirigió al baño para poderse lavar la cara. Se enjuagó el rostro y luego se secó con la toalla. Al pasar su mano por la cabeza notó que esta estaba completamente lisa. Había perdido todo el cabello.

Levantó la mirada de la toalla y la fijó en el espejo que tenía delante de él. Un rostro absolutamente demacrado le devolvió la mirada. Sus ojos eran dos pequeños agujeros donde a las justas se podía ver algún chispazo de vitalidad. La piel se le había arrugado prematuramente y notaba que se le veían los huesos del pecho.

Se abrió la bata y contempló su esquelético cuerpo. Miró cada cicatriz que había en él. Cientos de historias diferentes eran contadas desde allí, y cientos de experiencias eran puestas en luz. Miguel sonrió y expulsó una lágrima. Su cuerpo era un templo a la justicia y había derrotado a cientos de villanos sin saber que el definitivo había estado viviendo dentro de él todos estos años.

La enfermera lo acompaño hasta la puerta del hospital, Miguel agradeció y prometió estar ahí el mes que viene para su siguiente tratamiento.

Tomó el autobús y se encaminó a su apartamento, a lo lejos se oía una sirena de policía que iban a toda velocidad rumbo a la aventura. Miguel quiso ponerse de pie, los reflejos aún lo motivaban, pero solo logró tambalearse. El joven que yacía parado a su lado lo tomó del hombro para asegurarse que no caiga del asiento.

- Gracias, joven – dijo Miguel tomando su bastón nuevamente.

- Descuida… ¿Creo que me parece conocido? – dijo el joven al mirar el rostro del sujeto que acababa de ayudar.

Miguel no respondió. Solo miró la indicación de los paraderos y se dio cuenta que ya estaba cerca a bajar. Tomó su bastón y bajó lentamente mientras se notaba el fastidio de los pasajeros que querían llegar rápido a sus destinos. Ni bien puso los pies en el suelo, el bus salió a toda velocidad envolviéndolo en una nube de humo.

Cuando abrió la puerta de su apartamento, encontró dos sobres en el suelo. Uno de ellos era una advertencia de que ya tenía tres meses de deuda con el dueño de la casa y la segunda era un sobre con el nombre del oficial Gómez. Era una carta.

“Miguel, te dejamos el último donativo a nombre de la institución por tus servicios a la nación, esperamos que esto sea suficiente para poder pagar la renta del apartamento y cubrir los gastos básicos de tu día a día hasta que te recuperes y puedas hacerlo por cuenta propia. Los últimos recortes de presupuesto nos han puesto en una situación incómoda por lo que se nos hace muy difícil continuar enviando los donativos como lo hemos ido haciendo hasta la fecha. Espero puedas entenderlo y lograr una pronta recuperación para poder sostenerte. Saludos y buenos deseos”

Adentro había un sobre con dinero que no cubría ni siquiera un mes de renta.



Epílogo

Hoy sería el día.

Abrió los ojos y miró la almohada. Un charco de sangre mayor al de otros días se había formado mientras dormía.

Miguel se trató de incorporar pero ya las piernas eran casi inútiles. Valiéndose de su bastón, ahora también inútil, jalo la silla de ruedas para poder sentarse y moverse por el departamento.

Jalando la silla de ruedas logró ir hasta el teléfono. No había ningún mensaje. Ya estaba acostumbrado. Tosió nuevamente y se cubrió la boca con la manga. Puntos de sangre mancharon la percudida tela. Sabía que había llegado a un callejón sin salida.

Esa tarde, Supersoldado limpió la cocina a profundidad. Sus piernas aun podían moverse un poco si le daba esfuerzo. Lavó los servicios, limpió la estufa, desempolvó las ventanas y puso todo en su lugar.

Luego siguió con su habitación y la sala que compartían el mismo espacio. Tendió la cama, desempolvó los muebles, lustro los adornos de la pared y dobló toda su ropa para meterla a un cajón.

Daban las cinco de la tarde y Miguel había logrado la limpieza total del apartamento, sabía que el trabajo del día estaba casi concluido. Faltaba un último detalle.

Fue al armario y vio su antiguo chaleco con bolsillos, pantalón camuflado cinturón y pasamontañas con una gran S puesta en la frente. Se los puso por última vez.

Supersoldado, ahora en una silla de ruedas, se acercó al cofre donde guardaba sus dagas y las extrajo cuidadosamente y las puso en los bolsillos ordenadamente como antaño. Suspiró e intentó arrojarlas pero las fuerzas en sus brazos eran casi nulas y solo logró hacerse algunas heridas. Desistió y las guardó en el bolsillo del chaleco.

Ya eran las seis. Cada vez más comenzaba a sentir sueño.

Supersoldado movió la silla de ruedas hasta el balcón y lo abrió. Una ráfaga de aire fresco ingresó iluminando de una luz roja todo el apartamento. El atardecer ya se manifestaba. Supersoldado volvió a toser. Los puntos de sangre eran ya más grandes.

Se puso al borde del barandal y miró la calle en toda su magnitud. Cientos de personas se movían por aquí y por allá llevando paquetes, hablando por celular, comprando, conversando, riendo. Todos completamente indiferentes al sujeto que los miraba desde el décimo piso de un viejo edificio.

Supersoldado miró al frente y vio la cafetería de Martha. Ella había salido esa tarde y no volvería hasta en un par de horas. No lo pensó dos veces.

Miguel se sacó el pasamontañas que lo había protegido en tantas aventuras, lo llenó con el poco dinero que aún le quedaba y lo incrustó en una de las dagas. Su cuerpo estaba muy débil pero aun así decidió levantar el brazo y haciendo su último esfuerzo, lanzó la daga con todas sus fuerzas. Calculó todo, la velocidad de la gente pasando por la calle, la cantidad de personas, la linealidad del recorrido y finalmente la daga rompió la ventana del costado de la cafetería y se estampó contra el aparador.

- ¡Te di! – gritó alegremente Miguel mientras volvía a toser. Ya no se molestó en ver la cantidad de sangre.

Miguel cerró los ojos suavemente con una sonrisa en su rostro y al poco rato cayó dormido.

Tuvieron que pasar dos días para que la policía se entere sobre su muerte.


2 comentarios:

  1. es como si lo escribieras desde afuera sin querer relacionarte con tu personaje. ¿porque todos tiene que acabar en desgracia????? para ser un superheroe no nos enseña a superar las cosas que suceden en la vida de una persona.

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  2. Qué tal, Asbran. Tuve un amigo que fue un gran fan de Queen y los superhéroes, es por ello que decidí escribir este cuento. Entiendo que el cáncer es una enfermedad terrible y que nadie está completamente libre de ella pero pensé en hacer esto como un pequeño homenaje a él.

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