sábado, 17 de agosto de 2019

BattlegroundHunter.exe



I

Tras una breve espera, la explosión se produjo.

- ¿Cómo estamos de municiones, Chris? – preguntó Dante mientras acomodaba su rifle a la altura del mentón. 

Chris, conocedor de la rutina, abrió el bolso de recursos que cargaba. Había siete nuevas cajas reposando allí.

- Está todo completo, lo que me preocupa es si podremos lograrlo por completo esta vez – dijo Chris mirando desconfiadamente el pasillo oscuro que se abría delante de ellos. La puerta aun humeaba.

- ¡Eso será pan comido! – dijo Roger sonriente mientras les cubría la espalda – en esta ocasión ya no se olvidaron los botiquines.

Ambos voltearon a ver y vieron a Roger sacudiendo enfáticamente un par de paquetes blancos con una cruz roja en el medio. Suspiraron aliviados.

- Entonces quizá hoy sea el día – dijo alentadoramente Dante – Alfa ¿Cómo vamos de tiempo?

Una voz robotizada, cuyo lugar de origen se desconocía, retumbó en aquel pequeño búnker en el cual habían estado encerrados hace tan solo unos minutos.

- TIEMPO CONSUMIDO DE LA MISIÓN: 4 MINUTOS. TIEMPO RESTANTE DE LA MISIÓN: 11 MINUTOS. DIVIERT…

- Ok, ok, ya sabemos el resto – dijo fastidiado Dante mientras presionaba un botón de su reloj.

- Bien, tenemos 11 minutos – dijo Chris mientras prendía el puntero láser de su futurístico rifle - ¡ANDANDO!

Los tres soldados emprendieron una carrera frenética por el recientemente creado pasillo. En el aire, la misma voz metálica anunciaba: TIEMPO CONSUMIBLE: 11 MINUTOS. Dante volvió a presionar el botón de su reloj y la voz se apagó.

- Disculpen, simplemente me estresa oírlo otra vez – dijo a modo de disculpa mientras iba a toda carrera.

Tras una breve maratón por el pasillo oscuro, encontraron otra puerta. Roger se acercó a ponerle cargas de dinamita. Los otros dos se alejaron prudentemente. Unos segundos y la carga explosiva hizo efecto, la puerta salió expulsada hacia delante de un golpe violento. Los tres soldados vislumbraron el exterior y, por más extraño que se viese, ya era algo habitual.

Un cielo matizado por el azul, rosado, turquesa y violeta iluminaba la escena. Suspendido en ella, cientos de extraños planetas giraban a su alrededor mientras que luces que rebotaban unas con otras daban a entender que había una batalla intergaláctica por encima de sus cabezas.

Abajo, una espesa selva los rodeaba. Árboles gigantes, setas descomunales, animales extraños y… enemigos.

- ¡DANTE AGÁCHATE! – gritó repentinamente Chris al notar un movimiento sospechoso en los helechos gigantes.

Un velociraptor verde con un francotirador por jinete saltó inesperadamente. Apuntó de manera casi automática a la cabeza de Dante pero este, al conocer casi de memoria la situación, se tiró al piso y sacó rápidamente las dagas y lanzó dos con una precisión de atleta: Una a la cabeza del bicho y la otra al jinete. Ambos cayeron y a los pocos segundos desaparecieron misteriosamente del piso, como absorbidos.

- Eres un tarado, es la quinta vez que casi te matan – dijo Roger mientras le daba la mano para poder incorporarse.

- ¿Vieron esas dagas? – preguntó emocionado Dante mientras estas volvían a aparecer en su cinturón – Aprendí a usarlas leyendo el cómic de “Supersoldado”.

- Tarado, a la siguiente dejaré que te maten, nos has robado un par de preciosos minutos – dijo Chris enfadado – andando, nos queda poco trayecto.

En los próximos cinco minutos corrieron a toda prisa en medio de aquella espesa jungla. Encima de ellos, pesadas naves espaciales de combate caían rendidas a causa de impacto de proyectiles y otras explotaban iluminando constantemente el cielo. 

Mataron más velociraptores, tiranosaurios, mercenarios, asesinos al paso y a otros soldados como ellos. Conocían de memoria todo el trayecto, el problema era el tiempo. Tras varios minutos de intensos intercambios de balas, cuchillos y granadas, el grupo había llegado a donde se habían propuesto hace semanas: La puerta que daba hacia los Laboratorios Lambda. 

- No puedo creerlo ¡Llegamos vivos! – gritó Dante mientras quitaba la maleza de la puerta para apreciar el título de la placa en aquella puerta “Laboratorios Lambda”.

Chris miraba el radar que tenía en la mano. Comenzó a sonar pero no le hizo caso, la otra señal era la que le preocupaba.

- Chicos, tenemos solo tres minutos, hay que apurarnos – dijo presuroso Chris mientras buscaba desesperadamente alguna cerradura o manija para tirar de la puerta.

- Demonios ¿Esta cosa no tiene cómo abrirse? – preguntó preocupadamente Dante mientras también palpaba aquella enigmática puerta.

- ¿No es obvio? Tenemos que dinamitarla – dijo Roger mientras miraba los bordes de la puerta. Ya habían intentado dinamitarla hoy otro grupo pero, por la evidencia, no lo habían logrado.

- Bien – dijo Dante al tiempo que sacaba de su mochila un paquete de explosivos de alta categoría – He empleado mis diez últimos dólares en comprar este explosivo “Premium” así que solo tenemos una oportunidad. Roger quita el resto de maleza rápido, prepara el pegamento en los bordes, fija el temporizador y Chris ¿PUEDES APAGAR ESA MALDITA COSA?

Mientras veían qué hacer con la puerta, el radar comenzó a sonar cada vez más enérgicamente. Chris estaba confundido.

- No lo entiendo – dijo Chris mientras presionaba botones del radar al azahar – ya encontramos la puerta de Lambda y matamos a todos los enemigos del camino ¿Por qué el radar indica que aún quedan tres?

Dante, absorto en la programación de la bomba escuchó como entre sueños la pregunta de Chris. Reaccionó rápidamente. Escondió la bomba y gritó.

- ¡TODOS AL PISO, ES UNA EMBOSCADA! – vociferó Dante a todo pulmón.

Las balas cruzaron la jungla rápidamente. Dante y Chris se ocultaron detrás de un árbol pero Roger no tuvo la misma suerte. Tres balas le impactaron en el cuerpo. Dos en la pierna y una en la cintura. 

- ¿Quién lo hizo? – preguntó Chris mientras apuntaba con el arma hacia los costados de Roger. Aún estaba vivo.

- ¿Quién más? Gente como nosotros. No somos los únicos – dijo Dante al tiempo que cerraba la mochila con su preciada bomba.

De entre los árboles aparecieron tres personas. Tres soldados muy parecidos a ellos que se acercaban al cuerpo de Roger. Lo revisaban frenéticamente mientras otro consultaba su reloj.

- Demonios, no trae la bomba – dijo el Rojo – ya se nos acaba el tiempo.

Azul, que miraba la puerta del Laboratorio Lambda, dijo.

- Iban a dinamitarla con los explosivos Premium… así que esa era la clave – dijo Azul mientras revisaba los adhesivos colocados hace unos minutos en la puerta.

- ¿Qué hacemos con él? – dijo Verde mientras apuntaba a Roger en el suelo – No trae la bomba pero debe saber quién sí.

Rojo sacó un cuchillo y se lo acercó al rostro. Roger no dijo nada, solo se limitó a mirarlo.

- ¡Salgan de donde se encuentran y podremos entrar los seis al laboratorio! – dijo Rojo mientras tenía a Roger sujetado del cabello - ¡Necesitarán nuestra ayuda!

Dante y Chris sabía que no tenían otra opción, necesitaban a Roger para cumplir la misión. Él llevaba los medicamentos. Salieron lentamente de su escondite levantando las manos.

- Bien, bien – dijo Rojo mientras sus dos compañeros les apuntaban directamente al pecho – ahora entréganos esa bomba. El laboratorio colapsará en unos días, será casi imposible llegar hasta él en otro momento. Danos la bomba y entraremos los seis. 

Dante y Chris se miraron. Sabían que no tenían mucho tiempo, necesitaban a Roger vivo para terminar la misión. Los tres decían que podían hacerlo en equipo pero Dante había leído la descripción completa de la misión: El asalto al laboratorio Lambda solo tenía espacio para tres personas así que lo más probable era que los mataran en cuanto diesen la bomba. 

- Correcto, lo haré – dijo Dante. Roger levantó la cabeza para mirarlo y Chris se encogió de hombros – pero sólo con una condición.

- ¿Y esa es? – preguntó malhumorado Verde mientras lo apuntaba con el rifle.

Dante miro a los tres enemigos. Suspiró y sacó la bomba de la mochila.

- La bomba “Premium” tiene un código de activación que sólo se le da al comprador para usarla. Es decir, sólo yo puedo plantar la bomba. En cuanto la bomba rompa la puerta, entraremos todos pero no maten a Roger, lo necesitamos. 

Rojo, Verde y Azul se miraron, cuchichearon algo secretamente y finalmente asintieron. Dante se acercó a la puerta y puso la bomba en los adhesivos. Programó la bomba en tres segundos y retrocedió rápidamente. Los otros hicieron lo mismo.

Entonces explotó.

Trozos de metal al rojo vivo salieron disparados en todas las direcciones. Rojo, Verde y Azul se cubrieron. Eso era lo que esperaba Dante.

- ¡Ahora dispárales! – gritó Dante mientras sacaba su rifle rápidamente aprovechando aquellos segundos de caos.

Las balas impactaron directamente en la cabeza de los tres intrusos y estos desaparecieron en el suelo. Habían logrado deshacerse de ellos pero a un alto costo. Quedaban dos minutos y tenían a Roger herido.

- ¡CORRE SE NOS ACABA EL TIEMPO! – dijo Dante mientras que, ayudado por Chris, arrastraban pesadamente a Roger.

- Demonios, siempre tenemos que cargar con este inútil – dijo Chris mientras corrían por el pasillo a toda velocidad.

- ¿Podrían curarme no? – dijo Roger mientras sentía su pierna inmovilizada – Saben que la misión no permite que se cure uno mismo.

- Ni preguntarlo – dijo secamente Dante – Necesitaremos esos medicamentos cuando lleguemos a la cúpula final. No sabemos qué nos espera allí.

- ¿Me dejaran morir ahí? – preguntó indignadamente Roger.

- Sí, pero la recompensa te llegará de todas formas así que despreocúpate – dijo Chris mientras sacaba su linterna. Había una luz al fondo. Era una puerta.

- ¿Otra vez? – preguntó frustradamente Dante - ¡Demonios solo compré una maldita bomba!

- No, no, tiene una cerradura. Osea puede abrirse con una llave – dijo mirando inquisidoramente la puerta Chris

- Chicos… - dijo suavemente Roger.

- ¡Pero no sabemos cómo! ¡Solo tenemos unos segundos! – gritó enfurecido Dante.

- Chicos… - volvió a repetir Roger.

- ¡A mí qué me dices! ¡El que lee las indicaciones eres tú! – le respondió Chris a Dante.

- Chicos… - repitió Roger con una voz temblorosa.

- ¿Puedes callarte, Roger? Intentamos pensar – dijo Dante.

- ¡LA LLAVE ESTÁ ALLÁ! – gritó Roger mientras señalaba aterrorizado hacia adelante.

Ambos giraron sus cabezas y vieron lo inexplicable. Un esqueleto gigantesco que ardía en llamas carmesíes se acercaba hacia ellos. Era gigantesco y estaba provisto de una gran espada de fuego. Sin embargo traía algo incrustado en su pecho: Una diminuta llave.

- ¿Esto es en serio…? – dijo Dante a sabiendas de lo que ocurriría.

- ¡Les dije que me curaran! – gritó Roger.

- ¡Y cómo vamos a derrotar a esa bestia en menos de un minuto! – gritó frustradamente Chris.

- Te odio Battle Hunter, nos guardaste esto para el final – murmuró Dante por último.

El esqueleto se abalanzó sobre ellos y de un manotazo mató a Roger. Dante intentó esconderse pero el esqueleto había lanzado un chorro de lava ardiente por su boca. Dante murió en el acto. Chris quiso arrebatarle la llave mientras el esqueleto estaba ocupado derritiendo a su compañero pero la bestia movió ágilmente su espada y lo partió en dos. Con la mitad que aún podía ver vio cómo se iluminaba la habitación mientras el esqueleto regresaba al fondo. Del techo de aquel enigmático laboratorio descendía un gigantesco cartel con un mensaje que habían visto los últimos dos meses

GAME OVER.



II

- ¿Un esqueleto ardiente que bota lava? – gritó indignadamente Dante - ¿Es esto en serio?

- Carajo, hemos trabajado en esto semanas, no nos pueden hacer esto – respondió frustrado Chris mientras se sacaba el casco de realidad virtual y lo lanzaba a la cama.

- Yo les dije que me curaran – dijo Roger mientras ponía su casco de realidad virtual en el escritorio al costado de la computadora y abría las cortinas.

Los rayos naranjas del sol en ocaso inundaron la habitación. En ella, tres adolescentes se lamentaban el hecho de no haber roto el récord mundial de su videojuego favorito: Battleground Hunter.

- Pagué mi última propina en comprar esa maldita bomba – dijo Dante mientras se acomodaba en el piso y sacaba su celular – Carajo, si lo hubiese sabido mejor invitaba a salir a Clara.

- No te aceptará – dijeron ambos al unísono. Dante les arrojó las almohadas. 

Acomodaron los cascos de realidad virtual en el escritorio y bajaron al primer piso para tomar sus bicicletas y dar unas vueltas al parque.

- ¿Por qué nos emboscaron? – preguntó Roger.

- ¿No es obvio? No somos los únicos que estamos cerca de romper el récord mundial de Battleground Hunter. Esos tres nos han estado espiando por días y sabían que llevaríamos una bomba comprada en efectivo. ¿Qué chico de nuestra edad puede ir por ahí comprando bombas a diez dólares? Nos quisieron robar.

- Y también deberías aprender a ver el radar – dijo Chris mientras se tiraba en el pasto para ver el cielo oscurecer – Verde cuando el enemigo es del sistema y rojo cuando es otro jugador.

- ¿La calavera? – dijo contrariado Roger – el radar no sonó cuando la calavera apareció.

- Es obvio que el sistema no quiere que ganemos. Tú sabes el por qué – dijo Dante al tiempo que se acomodaba unos pasos más allá para sacar una galleta del bolsillo.

- DragonLiquid 3000 Pro – susurró Roger. Los tres suspiraron y se estiraron en el pasto relajando el cuerpo tras horas de juego.

DragonLiquid 3000 Pro era el arma más rara y cotizada de Battleground Hunter. Había aparecido en eventos anteriores pero era casi imposible sacarla. Se sabía que en la temporada pasada, solo un equipo de tres coreanos lo lograron obtenerla tras superar el increíble reto de 16 minutos. El arma en cuestión estaba valorizada en 20 mil dólares y sólo existían seis en el mundo. Pero hoy pudieron existir nueve. 

Meses de entrenamiento, mejora en sus habilidades, compra de ítems exclusivos y prácticas que, en muchas circunstancias, ocupaban otros tiempos considerablemente más productivos, era el resultado de la hazaña que casi se concreta hoy: Quince minutos en lograr la misión del Laboratorio Lambda donde se encontraban esos tres DragonLiquid 3000 Pro.

- ¿Y si intentamos mañana? – dijo Roger mirando el cielo que comenzaba a llenarse de estrellas.

- Olvídalo, tenemos clases – dijo Chris arrojando una piedra a una rata que acababa de cruzar apresuradamente el parque – además, ese grupo que nos siguió estuvo muy cerca. Probablemente hoy se amanecerán intentándolo hasta lograrlo porque ya saben cuál es el truco: Comprar la bomba “Premium”.

- Y tampoco tengo dinero, se me acabaron mis ahorros – dijo Dante amargamente.

Roger se quedó mirándolos. Sentía una tremenda frustración por dentro, el récord y sus recompensas estaban demasiado cerca. 

- Pero, pero… - dijo casi tartamudeando – ¿oyeron lo que dijeron los otros tres? El evento se cierra en unos días…

- Dos días – dijo Chris mientras miraba en su celular la página de Battleground Hunter – si en dos días el récord de 16 minutos no se rompe, el próximo año podremos intentarlo. Podremos entrenar, coordinar mejor los tiempos y finalmente mejorar el tiempo.

- Se romperá – sentenció Dante – esos tres han entrenado tanto como nosotros para lograr el tiempo perfecto que supere a los coreanos. Si no es en estos días, no será nunca.

- Dante tiene razón – dijo Chris mientras sacaba otra galleta y se la ofrecía a Roger – Nos esperaron en el árbol probablemente tres minutos, eso significa que han hecho un mejor tiempo que los coreanos. Si ellos tuviesen la bomba “Premium” entrarían mucho más rápido y se llevarán el récord y los premios.

Los tres se despidieron luego de conversar unos minutos más. Tomaron sus bicicletas y pedalearon a toda velocidad hacia sus casas. Era un domingo por la noche y esas tareas no se harían solas. 





III

- MUCHACHO ¿VAS A SUBIR O NO? – gritó airadamente el chofer del bus.

Roger salió de su ensimismamiento. El bus escolar yacía delante de él. Subió los escalones y se sentó al fondo. Sus amigos llegarían tarde probablemente.

Mientras el bus avanzaba, Roger pegó su cara contra el cristal mirando el pasar de la gente y las vitrinas de los centros comerciales. Cientos de personas rumbo al tren, otros cientos rumbo al metro y otro centenar a pie mirando celulares, jalando niños y conversando entre ellos. Todos ajenos a la mayor desgracia de la historia de la humanidad: El evento de Laboratorio Lambda se cerraría en menos de dos días y ayer estuvo a punto de ser conquistado por tres adolescentes anónimos. 

Suspiró y abrió su lonchera. Un sándwich de queso con un yogurt yacía allí. Aprovechó para comerlos, era probable que en el recreo solo se dedique a hablar con sus amigos de la proeza inconclusa de ayer. Comer quedaba en un segundo plano y no era prioridad. 

Mientras mordía el sándwich, el bus pasó por un gran centro comercial. Allí estaba uno de los paneles publicitarios que más le gustaban.

ENFRÉNTATE A DINOSAURIOS, GUERREROS, NAVES ESPACIALES Y DRAGONES. TODO DISPONIBLE EN EL MÁGICO MUNDO DE “BATTLEGROUND HUNTER” 

Pero lo más interesante era lo que aparecía luego de que aquel aviso le diese su lugar al siguiente.

BATTLEGROUND HUNTER TEMPORADA 2039. ¿CREES PODER CONSEGUIR LA GLORIA? ÚNETE A TUS AMIGOS PARA CONSEGUIR SUPERAR EL RETO “LAMBDA” Y CONSIGAN LA TAN CODICIADA “DRAGONLIQUID 3000 PRO”. Y TÚ ¿CREES PODER HACERLO?

Debajo de ello figuraba un pedestal con tres caras asiáticas: JooPro, Kim2k y MasterEvil300. Las tres leyendas de la temporada pasada.

Roger dio otro suspiro y guardó la comida. El hambre se le había pasado y ahora solo quedaba la preocupación. ¿Cómo había llegado a ese punto de estrés?

- Papá, lo logré, saqué la máxima nota. ¡Me lo prometiste! – gritó Roger frustrado a su padre que ahora se negaba a reconocer el trato que habían hecho

- Hijo, la casa tiene deudas y no estamos pasando por un buen momento – dijo calmadamente su padre mientras se aflojaba la corbata y dejaba el maletín en la mesa - ¿Te parece si pasamos con tu madre el fin de semana en el zoológico?

- Yo no quiero el zoológico, quiero mi “Battleground Hunter” que me prometiste a inicio del año. Yo conseguí la mejor calificación, no es justo que tú no cumplas.

Tras una insistencia que duró una semana y una cuestionable huelga de hambre, Roger logró lo anhelado. Ese fin de semana su papá lo llevó al centro comercial para comprar el videojuego. Antes de lo esperado, ya estaban frente al sonriente vendedor de la tienda de videojuegos que yacía abarrotado de muchachos mirando “gameplays” del tan aclamado juego y se intercambiaban códigos de usuario para retarse en línea más tarde.

- Y esto… ¿Es seguro? – preguntó el padre de Roger sosteniendo el casco de realidad virtual que venía con el videojuego.

- Por supuesto – dijo sonrientemente el vendedor mientras se ponía el casco en su propia cabeza y conectaba un puerto nano USB a la ranura implantada detrás de su oreja – Battleground Hunter funciona con realidad virtual de novena generación, es decir, el servidor de juego se conecta con el implante nano USB que llevamos todos detrás de la oreja. El mismo que usa el estado para poder monitorear nuestra salud, situación económica, posición y datos biológicos. Lo único que hace el casco es estimular el sistema nervioso para generar la emoción producto de los disparos y la experiencia en tres dimensiones, es decir, el casco se conecta directamente con la red neuronal para darle a nuestro usuario la experiencia más real en el mercado. Por eso este juego ha sido uno de los más vendidos en la historia.

- ¿Y la red neuronal no puede ser afectado por el casco? ¿O ser utilizado como una droga para que los jóvenes sientan solo el placer de la adrenalina muy aparte de la experiencia de juego? – preguntó el padre nuevamente preocupado.

- Eso es lo mejor, caballero – respondió el vendedor mientras iniciaba el sistema de juego en su casco – Battleground Hunter utiliza el software de protección “Draco Shield” que impide que el usuario desarrolle niveles intolerables de adrenalina o dolor por lo que si se produce una sobre estimulación de las neuronas, el juego se cancela y no puede ser usado en 24 horas y genera un reporte inmediato a la policía y la ambulancia para proceder a una revisión integral del usuario. Todo eso está monitoreado por nuestros ingenieros que desarrollaron el software de protección. En los cinco años que llevamos en el mercado, no ha habido ni un solo incidente relacionado al juego. 

Tras otro intercambio aburrido de preguntas, el padre de Roger sacó la tarjeta y pagó el precio del videojuego. En unos minutos, Roger yacía en el asiento trasero del auto de su padre abrazando una llamativa caja con el logotipo del juego y una llamativa imagen de tres soldados disparándole a un dragón.

En menos de un mes, sus dos mejores amigos compraron los suyos y en tres años habían tocado casi la cima.

- MUCHACHO ¿VAS A BAJAR O NO? – volvió a gritarle el chofer. Habían llegado al colegio y sólo él quedaba en el bus. 



IV

- Tienen media hora – dijo el maestro mientras les repartía hojas.

Roger miró su examen. Nada de lo que estaba ahí recordaba. Miró de reojo a sus amigos. Chris estaba a su izquierda y Dante a su derecha, ambos con la misma cara de resignación.

Tras veinte minutos de intentar resolver ejercicios que no recordaba haberlos visto nunca en su vida, recibió una sorpresa. Un papelito había llegado a su carpeta. Levantó la vista. Era de Chris.

“No lo lograron”

Roger lo leyó y suspiró aliviado. Sabía que Chris y Dante habían estado revisando sus celulares toda la noche a la espera del mensaje que haría la página del juego si alguien rompía el record de los coreanos pero no había aparecido nada. Eso significaba una cosa: El otro grupo tampoco lo había conseguido. Con un mejor semblante, le dio la vuelta al examen y ahora pensaría en su siguiente preocupación: ¿De dónde sacarían diez dólares?

Sonó el timbre y todos salieron como estampida al recreo. Roger, Chris y Dante se ubicaron bajo el árbol de siempre mientras sacaban sus celulares discretamente para revisar la página del juego, aún no había noticias.

- No lo entiendo ¿Por qué no lo lograron? – dijo Roger mirando su celular mientras actualizaba la página cada dos minutos.

- El esqueleto, fue el esqueleto – dijo Chris aprovechando para meterse un chicle a la boca – el otro equipo no sabía del esqueleto, o sea, supo lo de la bomba gracias a nosotros, es probable que esa noche empeñaran sus calzones para conseguir el dinero pero al entrar al laboratorio el esqueleto debió fulminarlos a todos por lo que tampoco han resuelto el misterio de cómo derrotarlo.

Dante yacía a un costado, absorto en sus propios pensamientos mientras que, con la mirada perdida, sostenía su teléfono. 

- Pero el tiempo se acaba, mañana a las 10 de la mañana se acaba el evento de “Laboratorio Lambda” y el próximo año variarán los enemigos, incluyendo los enemigos finales. Tenemos que hacerlo esta noche sí o sí – dijo Roger preocupado mirando a un grupo de chicas que cuchicheaban con un grupo de chicos atléticos.

- Y por más que lo intentemos esta noche ¿Cómo demonios se supone que derrotemos a ese esqueleto en menos de un minuto? Debe tener un rango de vida que pasa el millón, ni disparándole todos al mismo tiempo por cinco minutos podremos acabar con él – dijo Chris mientras abría la aplicación de la calculadora en su celular. Las cifras no cuadraban – Pero si el reto existe es porque se puede cumplir ¿Qué opinas tú Dante? Esta noche es nuestra última oportunidad. Mañana estaremos en clase.

Dante, que había estado callado mirando su celular, repentinamente volteó con los ojos abiertos como platos. El timbre del recreo sonó. Dante cogió bruscamente el bolsillo de Roger y le dijo.

- ¡Dame tu cepillo! ¡Rápido! – dijo Dante mientras buscaba frenéticamente en los bolsillos de su amigo.

Roger le dio el cepillo a Dante y este se lo introdujo en la boca. En unos segundos, un espeso vómito salía repugnantemente de él y dos auxiliares corrían para ayudarlo. En menos de cinco minutos Dante yacía en la enfermería y en quince el auxiliar retiraba su mochila del aula. Dante se había ido a su casa producto del vómito. El reporte médico decía “Insolación”. 


V

Saludaron a los padres de Dante y corrieron al tercer piso para ver a su amigo. Tras abrir la puerta casi de golpe, Chris se acercó con el puño en alto listo para golpearlo.

- Traidor, has venido a hacer el reto sólo porque has encontrado la manera de hacerlo. Quieres las tres recompensas sólo para ti – dijo enfurecido Chris mientras Roger intentaba sujetarlo.

Dante cayó al suelo. Se encontraba perfectamente bien y tenía la computadora prendida. Roger fue el primero en hablar.

- Dante, dime que no lo has hecho tú solo… - dijo casi suplicante Roger.

Dante se puso de pie y acomodó su silla. Sorprendentemente no estaba enojado ni asustado. Sonreía.

- Idiotas ¡Encontré la manera de hacer el reto en quince minutos! – dijo radiante mientras señalaba con el dedo a la pantalla de su computadora. 

- A nosotros no nos engañas, tarado – dijo Chris mientras aún quería sujetar a Dante del cuello pero Roger lo retenía – tú has regresado a casa antes que nosotros para pasarte el reto solo.

Dante solo sonrió y le dio su contundente respuesta.

- Revisa tu celular y verifica si en el ranking figuro como “Campeón de la Temporada” – sentenció Dante al tiempo que Chris buscaba en su celular la página. Efectivamente el reto aún no estaba hecho – y aparte ¿no recuerdas que ayer dejamos los cascos en la casa de Roger?

Tenía razón. Los cascos estaban en la casa de Roger y era el único del que disponía Dante. Aparte, la página corroboraba el hecho de que hasta ese momento nadie había logrado hacer el evento.

- Entonces ¿Por qué te retiraste de esa manera? – preguntó Chris confundido y sentándose en la alfombra.

- Porque he descubierto cómo pasar el reto mientras ustedes lloriqueaban en el recreo, hay una manera pero no será fácil… ni gratis… - dijo Dante con un semblante menos alegre.

- Ilústranos, Einstein – dijo Roger.

Dante se sentó en la mesa y comenzó a explicar.

- Tenemos un tiempo casi perfecto pero nuestro problema es el esqueleto ardiente del final. Bien, la solución es simple. Tenemos que usar la “Bomba EMP” – dijo Dante como quien sugiere ir a comprar un refresco a la tienda.

Chris y Roger se miraron perplejos y luego comenzaron a reír.

- O sea ¿te has tomado cinco horas libres hoy para pensar en usar una bomba que cuesta casi 300 dólares? – dijo finalmente Chris – Dante, no podemos ni pagar la bomba de 10 dólares ¿Qué te hace pensar que podemos comprar la EMP de 300 dólares? ¡Es imposible!

- Sí, aparte que por más que ahora decidiéramos vender algún objeto nuestro, el evento se cierra mañana a las 10 de la mañana. No lograremos tener el dinero a tiempo.

Dante se recostó en la pared mientras jugaba con un lapicero de su mesa. Sorprendentemente seguía sonriendo.

- Bien ¿Tus padres ya te han dado el dinero para el pago mensual al colegio cierto Roger? – dijo mirándolo con las cejas levantadas.

- Estás loco – dijo Roger retrocediendo.

- Eres un demente – dijo Chris abriendo las cortinas.

- ¡Piénsenlo! – gritó Dante mirándolos – esa arma vale 20 mil dólares y cada vez que se pone a la venta no dura más de cinco minutos en el mercado. Si compramos la EMP con el dinero de tu mensualidad para el colegio lograremos conseguir tres y podremos vender una de ellas para recuperar la inversión. El otro año, cuando se abra el siguiente evento, podremos superar nuestro propio récord porque el tiempo actual lo impondremos nosotros.

Chris y Roger se miraron preocupados. Tenía sentido pero igual los preocupaba.

- ¿Y cuál arma venderemos? – preguntó asustado Roger pero muy tentado por la idea.

- La mía – dijo Dante – para ser justos, prefiero el honor de aparecer en el ranking, sé que luego podré romper el récord el otro año y recuperarla. Solo los necesito a ustedes para pasar el reto “Lambda”.

Cuando Chris y Roger comenzaron a sentirse un poco más aliviados por la idea de ganar y recuperar lo invertido, Dante lanzó la segunda bomba de la noche.

- Hay otra cosa que deben saber… - dijo Dante preocupado. Sus dos amigos lo miraron – esos tres sujetos de ayer… estaban transmitiendo el juego en vivo y tenían cerca de medio millón de visitas. 

- Imposible – dijo Chris.

- No… - dijo Roger entendiendo la gravedad del problema.

- Sé que esta noche habrán miles de personas haciendo el reto, el problema es que si lo hacemos esta noche la red se sobresaturará y terminará desconectándonos a todos a la mitad por lo que…

- ¡La compra de la EMP será inútil! – dijo aterrorizado Roger.

- Así es – dijo Dante – por lo que tenemos que aprovechar el momento en que el servidor esté menos congestionado para que no nos expulse luego de haber ingresado.

- ¿Y eso es? – preguntó Chris asustado pero temiendo la respuesta.

- Mañana pocos minutos antes de la actualización del juego que retirará el reto Lambda hasta el otro año – dijo Dante.

Chris y Roger volvieron a mirarse. Sabía que si había un momento en el que iban a ser expulsados el juego de manera segura era justamente minutos antes de la actualización para la cancelación del evento. Algo se estaban perdiendo pero Dante no tardó en sacar el lado más oculto de su plan.

- Verán, hoy estuve muy atento a la página PortalD, ya saben, el foro donde discuten temas de videojuegos y… hay una publicación que me llamó mucho la atención. Dicen que los coreanos que hicieron el reto el año pasado, lo hicieron pocos minutos antes de acabar el evento, es decir, la misma estrategia que usaremos nosotros pero aquí viene lo riesgoso – Dante miró a sus dos amigos quienes lo escuchaban como si estuviesen ante el más grande sabio revelando los secretos del universo – tendremos que usar un programa que retrase la actualización para que no nos expulse mientras hacemos el reto.

- Ni pensarlo – dijo Roger cerrándose a cualquier alternativa.

- Dante ¿Estás loco? – dijo Chris mirando a los ojos de su amigo – Battleground Hunter tiene un sistema de software muy potente que evita justamente cualquier posibilidad de usar programas externos al juego, “Draco Shield” o algo así se llama creo. Si el software supervisor de seguridad nos atrapa será el fin, adiós dinero, adiós reto y adiós vida. Los padres de Roger nos matarán.

Dante miraba a sus dos amigos. Sabía que se opondrían pero él tenía justamente la última carta bajo la manga para convencerlos.

- Se trata justamente de eso, amigos – dijo Dante con un extraño brillo optimista en los ojos – el programa desactiva completamente “Draco Shield”. 



VI

Ejecutaron el plan con una precisión casi militar. 

A las 8 de la mañana los padres de Roger se fueron a trabajar. Dejaron el preciado dinero para pagar la mensualidad del colegio Y Roger lo tomó. Cuando llegó el bus escolar, Roger simplemente no salió. El bus esperó cinco minutos y finalmente se fue.

Roger salió corriendo de casa rumbo al supermercado. Se dirigió hacia una señora anciana y le pidió un favor.

- Señora ¿Podría depositar este dinero en el banco? Tengo que pagar la mensualidad de mi colegio y aun soy menor de edad para que me reciban.

La mujer se acercó a la ventanilla y depositó el dinero al número indicado por Roger. Se despidieron no sin antes decirle.

- ¿Y qué tal es ese colegio llamado Battleground Hunter? – preguntó la anciana.

- El mejor del mundo – dijo sonriendo.

- Se lo recomendaré a mi nieta. Nos vemos – dijo la abuela mientras paraba un taxi y se iba.

Roger corrió de regreso a casa y se sentó en la vereda a esperar a sus amigos. Chris y Dante llegaron a toda velocidad en sus bicicletas. Ya era las nueve y media de la mañana. Subieron a toda carrera a la habitación de Roger y se repartieron los cascos.

- ¿Tienes el programa? – preguntó ansioso Roger a Dante mientras se fijaba el cable detrás de la oreja.

- Sí, está en la bandeja de mensajes de mi usuario ¿Pagaste la recarga de 310 dólares? – preguntó Dante ansiosamente.

- Ya tengo la bomba “Premium” para la puerta y la EMP para el esqueleto – dijo radiante Roger mientras conectaba su cable al dispositivo de la oreja.

- ¡Rumbo a la gloria! – dijo Chris mientras presionaba el botón de encendido. Los otros dos hicieron lo mismo.

Eran las nueve y cuarenta y cinco de la mañana. En quince minutos se cerraba el evento “Laboratorio Lambda”.

Primero se oscureció todo y luego apareció el menú de opciones. Pulsaron “Start” apresuradamente y luego pulsaron en “Conquista el Laboratorio Lambda”. En unos segundos yacían bajando de una nave espacial, armados de sus rifles, medicinas, la “Premium” y la costosísima EMP.

Dispararon a diestra y siniestra. Hirieron dragones, dinosaurios, tanques, naves espaciales. Todo a una velocidad y destreza olímpica. Avanzaron hasta el búnker de la última vez. Se distribuyeron el medicamento apresuradamente. Todos tenían menos del 30% de vida: Todo un récord mundial para haber llegado hasta allí en tan poco tiempo. 

- Aún nos quedan ocho minutos – dijo Dante mientras corrían por la jungla luego de reventar la puerta del búnker – de frente a la puerta del laboratorio.

Disparando a más dragones, dinosaurios y mercenarios. Llegaron finalmente a la tan soñada puerta de los laboratorios Lambda. Una vez allí, mientras Dante fijaba las cargas explosivas de la bomba, Roger reaccionó más rápido.

- Un momento… - dijo Roger. Sacó una granada del bolsillo y lo lanzó directamente hacia el árbol de hace un par de días.

Tres jugadores caían calcinados hacia el pasto virtual y se retorcían en dolor mientras desaparecían lentamente producto de haber perdido el reto. Roger se acercó a ellos y les dijo.

- Hola Youtube, saluden al nuevo campeón – dijo hacia el casco de uno de ellos sabiendo que estaban volviendo a transmitir en vivo su proeza intentando repetir la emboscada de la última vez.

- ¡Apúrate! – dijo Chris quien ya había logrado volar la puerta de Lambda junto a Dante.

Cuando ya estaban a punto de ingresar, oyeron el mensaje que estaban esperando desde el inicio.

SE COMUNICA A TODOS LOS USUARIOS QUE HABRA UNA ACTUALIZACIÓN DE MANTENIMIENTO. SE LES PIDE GUARDAR SUS DATOS DEL JUEGO YA QUE EN UNOS SEGUNDOS SERÁN DESCONECTADOS PARA LIBERAR LOS SERVIDORES

- Es ahora o nunca – dijo Chris mirando a Dante ansiosamente.

Dante asintió, sabía que si la jugada salía mal lo habrían perdido todo pero el riesgo valía la pena. Abrió su receptor virtual de mensajes y descargó un diminuto archivo que podría cambiar sus vidas. Dante cerró los ojos y dijo:

- Actívate ahora, archivo “BattlegroundHunter.exe”.



Epílogo

DRACO SHIELD HA DETECTADO UNA AMENAZA

DRACO SHIELD INICIA EL PROCESO DE DEPURACIÓN

Los tres se miraron aterrados pero el tercer aviso los sorprendió aún más.

DRACO SHIELD HA DEJADO DE FUNCIONAR

Dante, Chris y Roger chocaron las manos. El archivo funcionaba perfectamente y podrían hacer el reto sin ningún problema. La actualización no los expulsaría, estaban dentro del tiempo y podrían reclamar los premios.

Se internaron a toda velocidad por el pasillo oscuro del laboratorio hasta que llegaron a la puerta que los separaba de su preciado trofeo.

- Mira, aún tenemos nuestros puntos verdes – dijo Chris esperanzadoramente mirando el estado de cada uno: Un punto verde seguido de la palabra CONECTADO dejaba en claro que seguían dentro del juego.

Un rugido infernal los sacó de su asombro. Era el esqueleto.

- Roger, ya sabes qué hacer – dijo Dante mientras tomaba su arma.

Roger sostuvo la preciada EMP en su mano pero repentinamente sintió algo. ¿Estaba temblando? 

La fiera comenzó a correr a toda velocidad por el pasillo armado de su espada y con la llave en el pecho. Roger retrocedió unos pasos. Sentía miedo.

- ¡Carajo! ¡Lánzale esa maldita bomba! – gritó Dante mientras le disparaba al esqueleto pero Roger se había quedado paralizado. Nunca antes había sucedido eso.

Dante se abalanzó sobre Roger y le quitó la bomba. Chris distrajo al esqueleto disparándole y Dante se la lanzó directamente a la cabeza. La bomba retumbó pero… el esqueleto seguía vivo…

- Hijo de puta, no me digas que se necesitaban dos bombas… - dijo Dante aterrado al ver que el esqueleto solo había perdido la mitad de vida.

Pero ya era tarde. El esqueleto en un furioso movimiento hirió a Roger rompiéndole las piernas quien gritó desgarradoramente.

- No es necesario tanto dramatismo – dijo Chris mientras disparaba al esqueleto ya sin saber qué hacer – te lo pagaremos en estos días.

Pero Roger no gritaba por eso. Era el dolor intenso producto de haber perdido ambas piernas. El dolor era real. 

Dante intentó lanzarle más proyectiles al esqueleto pero era inútil, finalmente de otro movimiento la espada del monstruo se hundió en el pecho de Roger y este soltó un último grito. Luego de eso el punto verde sobre su cabeza pasó a plomo. Decía DESCONECTADO. 

- ¿Por qué Roger se quitó el casco? – dijo Chris mientras disparaba junto a Dante.

Lejos, muy lejos de allí, en el mundo real. Tres adolescentes yacían tirados en el suelo. Cuando la policía ingresó a la casa los encontró aun con los cascos puestos. La ambulancia llegó poco después y retiraron los cuerpos en medio de una aglomeración de personas que aún no entendían por qué habían fallecido tres jóvenes dentro de esa casa. El parte médico solo decía “Muerte por infarto”.



sábado, 26 de enero de 2019

Supersoldado



Dedicado a un gran fan de Queen que me

acompañó durante mi infancia y que le hubiese

gustado ver la película conmigo.

I

-       Diez segundos para la explosión – dijo el primer encapuchado que miraba desde el techo a su compañero y le daba la indicación por la radio.

El segundo encapuchado asintió con el pulgar y se posicionó cerca a las ventanas panorámicas del Banco Peruano.

Una ensordecedora explosión sacudió el edificio haciendo que las sirenas emitieran sonidos agudos y el ambiente se tornara de un rojo parpadeante en señal de emergencia.

- ¡Salgan del auto ya! - Gritó el encapuchado de la ventana y una veintena de hombres cubiertos con pasamontañas ingresaron al local de manera violenta.

- ¡Las manos a la cabeza y al suelo! – gritó uno de ellos.

Dos guardias de seguridad, que se habían ocultado tras una columna en el momento de la irrupción, sacaron sus pistolas e intentaron apuntar a la cabeza del delincuente que había tomado el mando al ingresar pero sus compañeros fueron más rápidos. Cuatro tiros certeros habían cegado la vida de los guardias.

- Bien, ustedes no quieren problemas y nosotros tampoco. Mi compañero pasará con una bolsa recogiendo los celulares y billeteras que estén guardando por ahí… o de lo contrario…

El que aparentemente era el líder del grupo miró a uno de los cajeros que se encontraba en el piso y le apuntó con la pistola. El rostro sudoroso del cajero imploró piedad pero no había piedad en el corazón de Alfa. Sonó un disparo y el hombre cerró los ojos.

- Ok, comienza – le dijo Alfa al delincuente que sacaba una bolsa de tela de uno de los numerosos bolsillos de su chaleco.

Uno a uno, hombres mujeres de todas las edades eran saqueados mientras que los delincuentes se posicionaban en las salidas del edificio para evitar un rescate.

- Aquí Alfa, necesito saber si el Grupo Dos ya está listo para iniciar el saqueo de la bóveda.

El radio del encapuchado que estaba en el techo crepitó. Supo que era una llamada del líder.

- Aquí Halcón, el Grupo Dos ya está rompiendo la entrada a la bóveda, el problema es que nos demoraremos quince minutos en quebrar todas las medidas de seguridad.

Alfa miró preocupado su radio y luego volteó a ver a sus compañeros quienes terminaban de registrar a los últimos clientes del banco.

- Apúrense con eso y apoyen al Grupo Dos – dijo Alfa mientras hacía un tiro al aire para llamar la atención – Halcón me ha dicho que demorarán quince minutos y necesitan apoyo para que eso se reduzca a la mitad.

- Señor… no tenemos quince minutos – dijo uno de sus compañeros visiblemente preocupado – la policía llegará en cualquier momento.

Alfa dio un resoplido algo fastidiado y cerró los ojos mientras daba media vuelta y avanzaba rumbo a la bóveda.

- No es la policía lo que me preocupa.


II

- ¿Con tres de azúcar, Miguel? – preguntó Doña Martha, la dependiente de la cafetería.

- Sí y por favor tráigame una empanada de pollo – dijo Miguel mientras se acomodaba en el asiento.

- Cómo usted diga, Sargento – dijo graciosamente y se metió a la cocina.

El Sargento Miguel ojeaba el periódico mientras esperaba su taza de café.

- Tres robos durante la noche anterior, un secuestro y dos intentos de saqueo en el Mall del Sur – leyó mientras hacía una mueca de gravedad – No puedo estar en todos lados a la vez.

- Es por eso que debiste buscar un ayudante, siempre te lo dije – dijo Martha quién estaba de regreso con la empanada y el café.

- Sabes que soy un hombre solitario y siempre planeé así todo – dijo mientras sorbía el café. Eran las nueve de la mañana.

Martha se sentó en el sofá del negocio. No había clientes esa mañana. Prendió la televisión.

- … entre otras noticias, nos reportan sobre un robo en el Banco Peruano. El saldo son más de ocho personas muertas y los delincuentes han tomado por rehenes a más de noventa. La policía intenta ingresar al recinto pero este se encuentra fuertemente vigilado. Ampliaremos en breve.

Martha volteó a mirar a Miguel pero ya sabía lo que vería. Nada. La puerta de salida aún se encontraba en movimiento. Martha sacó la cabeza por la ventana y gritó.

- ¡Aún me debes un café y una empanada! – dijo casi entre risas y se metió a lavar los servicios.

Cinco minutos más tarde escuchó un cristal romperse. Martha salió a mirar y vio una daga clavada firmemente en el aparador de madera. Entre la daga y el aparador había un sobre con un billete y una nota.

“Para el café, la empanada y el vidrio roto. Vuelvo después del trabajo”



III

Vestirse no le tomó mucho tiempo, la velocidad y la agilidad eran sus principales atributos.

- Chaleco, botas, artilugios, casco y… - dijo Miguel mientras se ponía todo en un tiempo increíble – mis hermosuras.

Un juego de relucientes dagas brillaba en la caja de madera que yacía al costado de la sala. Allí, en un pequeño departamento alquilado de vista desaliñada y poco acogedora, vivía el hombre que le había entregado los últimos años de su vida a la justicia. Era supersoldado.

Se acomodó decenas de dagas en diversos bolsillos de todo el cuerpo y corrió por la calle a una velocidad lograda tras años y años de entrenamiento.

- ¡Es él!

- ¡Ha vuelto!

- ¡Debe estar rumbo al banco!

Las miradas y la atención colectiva eran atraídas por este misterioso personaje que, pese a su gran popularidad, había sabido mantener su anonimato durante muchos años.

Supersoldado sentía cómo el aire fluía por sus extremidades y lo convertía en una especie de saeta humana. Saltaba, trepaba, esquivaba y avanzaba sin control rumbo al Banco Peruano.

Mientras su veloz carrera continuaba, el sonido de las sirenas lo interrumpió. Era la policía.

- Diablos – dijo – harán esto más difícil. Si la policía intenta entrar los ladrones tomarán rehenes mortales.

Sin dudarlo dos veces, dio un breve giro y se escondió en una calle a la espera de que pasen los carros de policía.

- Esto bastará para frenarlos un momento – se dijo para sí mismo.

Sacó del bolsillo una pequeña bola de goma con un interruptor. Lo presionó y lo lanzó a la pista.

La bola de goma rodó hasta la pista y repentinamente exhibió unos filosos clavos convirtiéndolo en una especie de erizo artificial. El policía que iba manejando adelante lo vio tardíamente e intentó frenar en seco. Las llantas se incrustaron con los clavos y el auto quedó inutilizado. Atrás de ellos, la caravana de vehículos policiales se detuvo en seco y bajaron ofuscados buscando al autor de tal problema.

- En serio, a veces no lo entiendo – dijo el oficial Gómez – uno solo quiere ayudarlo.

- Ya lo conoce oficial, no nos tiene mucho cariño que digamos – dijo su compañero mientras miraba escrutadoramente la calle.

- Trabajar solo no es lo ideal, eso lo sabemos desde la escuela – dijo el oficial.

- Quizá sea por eso que él salió de la escuela.

Al fondo, un sonriente Supersoldado continuaba su maratón rumbo al banco. Sabía que se había ganado otro problema, de los tantos que ya tenía con la policía, pero también había ganado algo de tiempo.



IV

El radio del encapuchado en el techo crepitó. Puso su arma en el suelo y respondió la llamada.

- Aquí Alfa desde la bóveda, ya estamos guardando el dinero, asegúrate de que llegue el helicóptero a tiempo para irnos de aquí.

- ¿El equipo que tiene a los rehenes? – preguntó Halcón mientras miraba hacia todos lados con sus binoculares a la espera de la policía.

- Ellos se irán en el auto blindado – dijo Alfa – Supersoldado no debe tardar en llegar.

Halcón sonrió, sacó la pistola de su estuche y la martilló.

- Aquí lo espero, Alfa, yo no le tengo miedo – dijo temerariamente buscando alguna anomalía en la azotea con la vista.

Se hizo un silencio incómodo, luego Alfa respondió.

- Es probable que él te espere a ti primero. Cambio y fuera.

El radio terminó de crepitar y acto seguido Halcón sacó el móvil para enviar el mensaje al helicóptero. Cuando terminó de digitar el mensaje buscó la tecla SEND, sin embargo algo repentino ocurrió.

Un rayo plateado cruzó su vista y le quitó el celular antes de que pueda reaccionar. Halcón miro hacia el costado y vio como el móvil yacía estampado en la pared con una daga clavada en el medio. Distinguió una S grabada en el mango.

- Bastardo – susurró Halcón mientras tomaba la pistola para darse la vuelta y disparar.

Se dio una vuelta rápida y disparó, sin embargo no había nada.

- Muéstrate, cobarde – gritó Halcón mientras buscaba rabiosamente al Supersoldado con la vista – muéstrate y terminemos con esto.

Se escucharon unos pasos rápidos que cruzaban la cornisa del techo. Halcón disparó repetidamente pero no logró impactarle a nada. Entonces una voz desde algún lugar imperceptible sonó.

- Agradece que no suelo matar a los que atrapo – dijo la voz.

Un rayo plateado cruzó el techo e impactó en la pistola que sostenía firmemente Halcón. El arma cayó partido en dos al suelo siendo completamente inservible.

- Maldito ¿Acaso crees que podrás con treinta personas en este edificio? – dijo Halcón mientras buscaba a tientas la radio para llamar a sus compañeros.

- Corrección amigo – dijo divertidamente supersoldado – son veintinueve.

Tres dagas viajaron rápidamente por el aire e impactaron en el cuerpo de Halcón. Una en la pierna, otro en el brazo y otro en el hombro.

- Descuida, no son heridas mortales – dijo Supersoldado mientras se arrodillaba ante Halcón que yacía en el piso retorciéndose de dolor – y yo me quedo con esto.

Supersoldado tomó la radio y buscó la frecuencia policial. Tras unos breves segundos sonó la voz del oficial Gómez.

- Policía de Lima, estamos atendiendo una emerge… - comenzó a decir pero se detuvo en seco al comprobar el emisor.

- Soy Supersoldado, envíen una ambulancia aquí al banco, tendrán como mínimo unos treinta heridos para atender.

- ¡Tú! – comenzó el oficial sintiendo una ligera furia por dentro – Tú frustraste nuestra…

- Yo los acabo de ayudar, solo envíen la ambulancia, yo me encargo del resto. Cambio y fuera.

El héroe cruzó por las alcantarillas y se dispuso a entrar por el acceso a los baños del banco. A lo lejos, sintió un sonido familiar. Eran sirenas. Aguzó más el oído. No eran ambulancias, eran patrulleros.

- Estas personas nunca aprenderán – dijo mientras continuó el camino.

V

- Alfa ¿Oíste eso? – dijo uno de los maleantes quien metía fajos de billetes en las bolsas.

- Sí, es la policía – dijo el otro que custodiaba la entrada.

Alfa salió de la bóveda y miró los pasadizos.

- ¿Cuántos hombres están en la entrada vigilando a los rehenes? – dijo mientras consultaba su reloj.

- Son unos diez – dijo otro que cargaba una ametralladora – suficientes para…

El hombre de la ametralladora cayó al suelo y se desmayó. Alfa volteó apresuradamente y tomó su arma y la descargó en una rápida ráfaga hacia el pasadizo.

- Maldición, es él... – dijo Alfa.

El resto del equipo salió a ver lo que pasaba y se sorprendieron al ver el cuerpo de su compañero desmayado en el suelo. En la nuca, tenía pegada una pastilla que se le había prendido a la piel. Tenía un símbolo de Alto Voltaje y una gran “S” en la parte delantera. Alfa fue el primero en hablar.

- Tomen las bolsas y vayamos a la salida, en la oscuridad no podremos atraparlo, necesitamos ir al hall – dijo firmemente mientras señalaba hacia el pasadizo.

El grupo entero salió corriendo por el pasadizo rumbo a la entrada, sin embargo, uno a uno iban cayendo en el camino.

- ¡Alfa, tenemos que salir de aquí! – dijo uno de los delincuentes pero Alfa se detuvo.

Alfa miró a los tres acompañantes que le quedaban y miró el largo pasadizo oscuro. Exhaló profundamente como si le costara tomar una decisión difícil.

- ¿Ustedes tres tienen las mochilas con el dinero? – preguntó mientras buscaba con la mirada a Supersoldado que debía estar agazapado entre las tuberías del techo.

- Sí, Alfa. Logramos mantener las mochilas en el camino hasta aquí.

-      Perfecto – dijo Alfa. Sonrió.

Haciendo un rápido movimiento, Alfa sacó su arma y les disparó con alta precisión a sus compañeros. En menos de tres segundos, Alfa se encontraba de pie, solo en el pasadizo y recogiendo las mochilas.

- Eso fue muy desleal – dijo una voz desde las tuberías.

Alfa miró rápidamente hacia el techo y disparó varias veces haciendo que los tubos emitan potentes gases hacia el exterior.

- No soy el único desleal aquí, Supersoldado – dijo Alfa – me contaron que pudiste ser un policía correcto y mírate, ahora eres un forajido.

- Hago las cosas a mi manera, como tú… y como esos pobres hombres que mataste – dijo Supersoldado quien ahora bajaba silenciosamente por la pared, fuera del rango visual de Alfa.

Alfa calló y siguió avanzando. Cuando llegó a la puerta que conectaba con la entrada principal, Alfa la abrió de un portazo y sacó la pistola por delante. Sin embargo la visión era casi nula.

Envuelto en una espesa nube de humo, Alfa solo pudo ver a los rehenes que estaban en el piso con las manos a la cabeza. Avanzó entre la humareda y gritó.

- ¿Beta? ¿Lirio? ¿Gamma? – preguntó en voz alta mientras avanzaba a tientas tratando de ver a través del humo.

Uno a uno, como si fuera por turnos, voces quejumbrosas se iban desplomando hacia el piso. Fueron diez sonidos. Alfa llegó hasta el cuerpo de uno de ellos. Tenía dos dagas clavadas en los muslos.

- Jaque mate – susurró una voz a espaldas de Alfa.

Antes que pudiera darse vuelta, Alfa sintió tres potentes dolores en el hombro, el muslo y la pantorrilla. Miró sus heridas y distinguió tres dagas iguales.

La puerta del hall del banco se abrió de par en par y un contingente de policías ingresó con mascarillas al lugar sacando a los rehenes. El oficial Gómez pidió que se abran las ventanas y el humo fue desapareciendo. Supersoldado fue el primero en hablar.

- Hay tres muertos, asesinados por el líder, y veintisiete heridos. Uno se encuentra en la azotea y dieciséis en el pasadizo que conecta con la bóveda. El resto está en el hall. El dinero se encuentra en las mochilas – dijo Supersoldado quien ahora se iba rumbo a la entrada para poder irse.

- A la siguiente podríamos trabajar en equipo – le dijo el oficial pero supersoldado solo sonrió.

Cuando estaba por salir, repentinamente Alfa abrió los ojos y cogió su pistola. Supersoldado reaccionó tarde. Nunca le había pasado eso.

La bala impactó en el estómago del héroe y Supersoldado cayó pesadamente al piso. El policía que vigilaba a Alfa sacó su arma y le dio un disparo al hombro haciendo que este se desmaye.

- Una ambulancia ¡Rápido! – gritó Gómez dando la orden de que Supersoldado sea sacado del lugar inmediatamente.

Cuando la ambulancia llegó, Supersoldado se había desmayado.




VI

El Sargento Miguel yacía sentado en la silla mecedora que tenía en el balcón de su desordenado apartamento. Miraba el atardecer.

Atrás de él, un montículo de ropa sucia y desorden se agrupaba. Martha a veces iba a limpiar pero ya no era muy frecuente. En la cocina, una cantidad de servicios sucios emitían un olor fétido que era aprovechado por ratones u otras alimañas que se colaban entre las tuberías.

Pero ya nada de esto le importaba.

Sonó el teléfono. Miguel decidió ignorarlo pero el sonido era insistente. Fastidiado, tomó su bastón y se incorporó con dificultad para ir a contestar.

- ¿Diga? – dijo de manera calmada pero no hubo sonido del otro lado.

Tras unos segundos de espera, una voz mecánica le respondió “Aproveche nuestras ofertas en el gran centro comercial y busque lo ideal para usted este vera…”

Supersoldado cortó. No le interesaba ya nada de eso.

A la mañana siguiente se levantó y encontró un mensaje debajo de la puerta. Martha se iba de viaje y volvería en un mes.

Aquejado por el dolor de columna con el que tuvo que lidiar hace más de dos años, Miguel se puso de pie con el apoyo de su bastón y se dirigió al hospital para el chequeo mensual que estaba obligado a ir desde el día del accidente en el banco.

Se duchó y se vistió con algo de dificultad. Sintió nostalgia al mirar el chaleco de múltiples bolsillos que yacía polvorientamente al fondo del armario. La humedad tocó sus ojos y cerró de golpe la puerta. Se miró al espejo, dos nuevas heridas le habían aparecido en la mejilla. Las ignoro y salió de su apartamento.

El aire helado de la mañana lo golpeó y avanzó lentamente hasta la estación del tren. Miró a los lados buscando distraerse antes de entrar en la dolorosa terapia a la que tenía que estar sometido continuamente.

Vio una pareja de jóvenes correr al costado de la ciclovía, portando botellas de agua y sudando copiosamente. Miguel sonrió y fijó su mirada en ellos hasta que desaparecieron en la esquina. Fijó su mirada en la esquina pero realmente no veía nada, la nostalgia lo abrumó.

- ¡Oiga! ¡Tenga cuidado, anciano! – dijo un molesto hombre de saco que había chocado con él mientras miraba a la pareja de atletas.

Miguel pensó: “¿Anciano?”. Miró su reflejo en una vitrina y le devolvió la mirada un hombre de edad mediana pero que no lo aparentaba. Un rostro demacrado y pálido ahora delineaba su rostro enfermizo al mismo tiempo que la falta de cabello contribuía más a la idea de reafirmar su falsa vejez.

Al tomar el bus, tomó un asiento y dejó el bastón a un costado. Cerró los ojos y comenzó a recordar el inicio de su muerte en vida.



VII

- Ha perdido mucha sangre – dijo el médico que observaba el cuerpo del héroe de Lima.

- La bala está alojada en la base de la columna. Se rumorea que el tirador fue un ex miembro del ejercito especializado en armas de largo alcance – dijo el asistente que leía la ficha médica y el parte policial.

La operación duró ocho horas y finalmente la bala fue extraída. Mientras era devuelto a la habitación donde comenzaría su recuperación, Supersoldado se despertó y se dio cuenta del tremendo detalle. Su identidad ya no era secreta, era el fin de todo.

Tras unas horas más de sueño, el Supersoldado se despertó. Vió su equipo de peleas puesto en una silla y observó su máscara puesta en el suelo. El Supersoldado había dejado de existir.

Una enfermera ingresó a la habitación repentinamente. Miguel volteó a verla y se quitó la máscara de oxígeno nerviosamente para cubrir su rostro.

- Tranquilo señor Cordales, su identidad ha tenido que ser revelada para averiguar su grupo sanguíneo y así poder salvarle la vida.

Miguel sacó las manos de su cara y observó a la enfermera. Tenía razón, de no ser por los datos de su ficha técnica de salud, no hubieran podido salvarle la vida.

- ¿Qué sucedió? – preguntó débilmente mientras se intentaba de incorporar en la cama pero un agudo dolor le atravesó la espalda.

La enfermera corrió a ayudarlo y mantenerlo en la posición inicial.

- Señor, no haga movimientos bruscos – dijo preocupada como si no pudiese decirle lo que venía – la bala que le dispararon se alojó en la columna, no sabemos si podrá volver a caminar nuevamente pero estamos seguros que al inicio tendrá que guardar mucho reposo.

Miguel miró nerviosamente su equipo de Supersoldado puesto en la silla del frente. La enfermera se dio cuenta y continuó hablando.

- En cuanto a eso, entendemos que usted tiene una labor qué cumplir y ha sido nuestro guardián por más de diez años pero entienda que ahora debe salvar una vida, quizá la más importante de todas, la suya.

Supersoldado intentó mover las piernas. Estas le respondieron débilmente.

- Enfermera ¿En cuánto tiempo podré volver a mover con normalidad? – dijo Miguel mientras miraba sus pies pálidos y llenos de callos.

La enfermera miró nuevamente su parte médico y continuó con rostro afligido.

- Señor, usted tiene una biología increíble. La formación de una red de tejidos musculares especialmente duros en sus piernas y columna y su correcta armonía con su sistema cardiovascular y respiratorio, hacían que pueda alcanzar velocidades increíbles y un nivel de agotamiento casi nulo a la hora de moverse, pero la bala que se le disparó ha ido a una parte crítica de su cuerpo: la columna. Creemos que con una correcta terapia de rehabilitación, usted podrá moverse regularmente en menos de un año.

Un año. Era demasiado. La ansiedad comenzó a apoderarse de Miguel quien no creía que desprenderse de su gran movilidad por un año sea una alternativa para él. ¿Qué había pasado? En tantos años de trabajo jamás habían logrado herirlo salvo algunos moretones o cortes superficiales. Nunca nada tan grave como esto. Sin embargo, su poco cuidado en la última misión le estaba saliendo demasiado caro. Pero lo peor aún no era eso.

- Señor, he de ser más franca aún – dijo la enfermera quien visiblemente había estado pensando en la mejor forma de decirle lo peor de todo.

Miguel Cordales quito su mirada de su equipamiento y se fijó en la enfermera. Estaba muy incómoda.

- En el transcurso de los preparativos para su operación, tuvimos que realizar algunos exámenes de sangre para poder comprobar así su aptitud – dijo ella sosteniendo firmemente su cuadernillo – lo que encontramos no fue algo alentador.

Miguel cerró los ojos. Tenía miedo de lo que podía venir.

- Detectamos que padece de cáncer – dijo finalmente la enfermera.

No abrió los ojos. Los mantuvo así y sintió deseos de dormir pero las lágrimas ya habían comenzado a brotar. La enfermera se deshacía en explicaciones de que es tratable y de que con el tiempo y un buen régimen de vida podría sobrellevarlo pero no logró escuchar completamente lo que decía.

Finalmente el cáncer iba a ser su último villano.



VIII

Había logrado hacer unas misiones cortas. Se agitaba muy rápido y continuamente cometía errores que casi terminaron en tragedias.

Ya no era el superhéroe que había sido hacía un año. Sus capacidades físicas se habían reducido mucho. Había logrado detener algunos asaltos, atracos al paso y carteristas pero su velocidad ya había bajado mucho.

En cuanto a su precisión, ya no había mucho más por hacer, el cáncer estaba dañando seriamente sus terminaciones nerviosas. Cada vez era más difícil apuntar al blanco y temía que en cualquier momento alguna de sus dagas impacte en zonas mortales.

La policía continuamente le enviaba mensajes.

“Ya no lo intentes”

“Cuida tu salud”

“Déjanos el resto a nosotros”

Pero él sabía que no quería retirarse. Recordó cuando había tomado la decisión de retirarse de la escuela de policías para hacer las cosas a su modo. Le decían “Sargento” pero no había logrado rango militar ni policial alguno en su vida. Solo creía en la justicia, algo que le había decepcionado al ver la inmensa corrupción de su institución en el país.

Su identidad secreta había ayudado mucho. Miguel no poseía familiares conocidos. Algunos decían que había venido de la sierra y se había formado como policía pero sus habilidades en velocidad y manejo de armas lo habían hecho destacar rápidamente entre los demás. Otros decían que sus padres habían sido asesinados durante la época del terrorismo y él había decidido unirse a las filas de la policía para hacerles frente pero la realidad corrupta de la institución había hecho que tome las cosas por sus propias manos. Sea cual fuere el motivo, Miguel nunca afirmó y negó nada. Vivía solitariamente en su departamento alquilado producto de las donaciones que le hacían personas agradecidas por su labor. Sin embargo ya no era así.

Tras medio año retirado de su actividad como Supersoldado, Miguel recibía cada vez menos donaciones y el dinero comenzaba a escasearle. A veces salía a vender algunos dulces que la buena Martha le dejaba para que comiese pero generalmente la ganancia era mínima. En otras ocasiones salía con su bastón a solicitar algún trabajo de medio tiempo pero su falta de movilidad, agravada por la lesión y la quimioterapia, hacían que dure muy poco en estos.

En unos meses la ciudad de Lima había olvidado quien había sido Supersoldado y el Supersoldado se estaba olvidando de la ciudad.



IX

- Eso señor Cordales, arroje firmemente en el balde.

Miguel vomitada compulsivamente en la cubeta de plástico que le habían alcanzado en el hospital. Su sesión de quimioterapia del día había finalizado.

La enfermera le pasó una bata celeste mientras Miguel tomaba el bastón para incorporarse. Se dirigió al baño para poderse lavar la cara. Se enjuagó el rostro y luego se secó con la toalla. Al pasar su mano por la cabeza notó que esta estaba completamente lisa. Había perdido todo el cabello.

Levantó la mirada de la toalla y la fijó en el espejo que tenía delante de él. Un rostro absolutamente demacrado le devolvió la mirada. Sus ojos eran dos pequeños agujeros donde a las justas se podía ver algún chispazo de vitalidad. La piel se le había arrugado prematuramente y notaba que se le veían los huesos del pecho.

Se abrió la bata y contempló su esquelético cuerpo. Miró cada cicatriz que había en él. Cientos de historias diferentes eran contadas desde allí, y cientos de experiencias eran puestas en luz. Miguel sonrió y expulsó una lágrima. Su cuerpo era un templo a la justicia y había derrotado a cientos de villanos sin saber que el definitivo había estado viviendo dentro de él todos estos años.

La enfermera lo acompaño hasta la puerta del hospital, Miguel agradeció y prometió estar ahí el mes que viene para su siguiente tratamiento.

Tomó el autobús y se encaminó a su apartamento, a lo lejos se oía una sirena de policía que iban a toda velocidad rumbo a la aventura. Miguel quiso ponerse de pie, los reflejos aún lo motivaban, pero solo logró tambalearse. El joven que yacía parado a su lado lo tomó del hombro para asegurarse que no caiga del asiento.

- Gracias, joven – dijo Miguel tomando su bastón nuevamente.

- Descuida… ¿Creo que me parece conocido? – dijo el joven al mirar el rostro del sujeto que acababa de ayudar.

Miguel no respondió. Solo miró la indicación de los paraderos y se dio cuenta que ya estaba cerca a bajar. Tomó su bastón y bajó lentamente mientras se notaba el fastidio de los pasajeros que querían llegar rápido a sus destinos. Ni bien puso los pies en el suelo, el bus salió a toda velocidad envolviéndolo en una nube de humo.

Cuando abrió la puerta de su apartamento, encontró dos sobres en el suelo. Uno de ellos era una advertencia de que ya tenía tres meses de deuda con el dueño de la casa y la segunda era un sobre con el nombre del oficial Gómez. Era una carta.

“Miguel, te dejamos el último donativo a nombre de la institución por tus servicios a la nación, esperamos que esto sea suficiente para poder pagar la renta del apartamento y cubrir los gastos básicos de tu día a día hasta que te recuperes y puedas hacerlo por cuenta propia. Los últimos recortes de presupuesto nos han puesto en una situación incómoda por lo que se nos hace muy difícil continuar enviando los donativos como lo hemos ido haciendo hasta la fecha. Espero puedas entenderlo y lograr una pronta recuperación para poder sostenerte. Saludos y buenos deseos”

Adentro había un sobre con dinero que no cubría ni siquiera un mes de renta.



Epílogo

Hoy sería el día.

Abrió los ojos y miró la almohada. Un charco de sangre mayor al de otros días se había formado mientras dormía.

Miguel se trató de incorporar pero ya las piernas eran casi inútiles. Valiéndose de su bastón, ahora también inútil, jalo la silla de ruedas para poder sentarse y moverse por el departamento.

Jalando la silla de ruedas logró ir hasta el teléfono. No había ningún mensaje. Ya estaba acostumbrado. Tosió nuevamente y se cubrió la boca con la manga. Puntos de sangre mancharon la percudida tela. Sabía que había llegado a un callejón sin salida.

Esa tarde, Supersoldado limpió la cocina a profundidad. Sus piernas aun podían moverse un poco si le daba esfuerzo. Lavó los servicios, limpió la estufa, desempolvó las ventanas y puso todo en su lugar.

Luego siguió con su habitación y la sala que compartían el mismo espacio. Tendió la cama, desempolvó los muebles, lustro los adornos de la pared y dobló toda su ropa para meterla a un cajón.

Daban las cinco de la tarde y Miguel había logrado la limpieza total del apartamento, sabía que el trabajo del día estaba casi concluido. Faltaba un último detalle.

Fue al armario y vio su antiguo chaleco con bolsillos, pantalón camuflado cinturón y pasamontañas con una gran S puesta en la frente. Se los puso por última vez.

Supersoldado, ahora en una silla de ruedas, se acercó al cofre donde guardaba sus dagas y las extrajo cuidadosamente y las puso en los bolsillos ordenadamente como antaño. Suspiró e intentó arrojarlas pero las fuerzas en sus brazos eran casi nulas y solo logró hacerse algunas heridas. Desistió y las guardó en el bolsillo del chaleco.

Ya eran las seis. Cada vez más comenzaba a sentir sueño.

Supersoldado movió la silla de ruedas hasta el balcón y lo abrió. Una ráfaga de aire fresco ingresó iluminando de una luz roja todo el apartamento. El atardecer ya se manifestaba. Supersoldado volvió a toser. Los puntos de sangre eran ya más grandes.

Se puso al borde del barandal y miró la calle en toda su magnitud. Cientos de personas se movían por aquí y por allá llevando paquetes, hablando por celular, comprando, conversando, riendo. Todos completamente indiferentes al sujeto que los miraba desde el décimo piso de un viejo edificio.

Supersoldado miró al frente y vio la cafetería de Martha. Ella había salido esa tarde y no volvería hasta en un par de horas. No lo pensó dos veces.

Miguel se sacó el pasamontañas que lo había protegido en tantas aventuras, lo llenó con el poco dinero que aún le quedaba y lo incrustó en una de las dagas. Su cuerpo estaba muy débil pero aun así decidió levantar el brazo y haciendo su último esfuerzo, lanzó la daga con todas sus fuerzas. Calculó todo, la velocidad de la gente pasando por la calle, la cantidad de personas, la linealidad del recorrido y finalmente la daga rompió la ventana del costado de la cafetería y se estampó contra el aparador.

- ¡Te di! – gritó alegremente Miguel mientras volvía a toser. Ya no se molestó en ver la cantidad de sangre.

Miguel cerró los ojos suavemente con una sonrisa en su rostro y al poco rato cayó dormido.

Tuvieron que pasar dos días para que la policía se entere sobre su muerte.


jueves, 13 de diciembre de 2018

Sallieri

I
-      ¿Llegarás muy tarde? – preguntó Gloria mientras cambiaba los canales de manera monótona.

- Quizá sí, nunca he respondido a esas invitaciones – respondió Sallieri.

- Lleva tu llave, no te esperaré despierta. Dormiré antes de las once – contestó tirando el control a un lado.

Sallieri le dio un beso en la frente, tomó las llaves, el abrigo y salió rumbo a la negrura de la noche.

El frío de las siete ya se hacía sentir en el cuerpo y Sallieri se frotó las manos con fuerza mientras miraba el reloj.

- A lo mejor se han vuelto puntuales – reflexionó.

Levantó la mano cuando llegó a la autopista y un destartalado Nissan amarillo se detuvo frente a él. Cuando la ventana bajó, un sujeto con poca vocación por el oficio le dirigió una mirada rápida y con voz aguardentosa preguntó.

- ¿A donde lo llevo?

Sallieri buscó entre los bolsillos del abrigo el celular. Tras encontrarlo buscó la dirección que le había llegado al correo hacía un par de semanas.

- Avenida Industrial en cruce con la Avenida María Reiche – dijo mientras trataba de mantener la pantalla prendida.

- Veinte soles – dijo secamente el taxista.

“Veinte soles, maldito criminal” pensó Sallieri pero sabía que estaba contra la hora y tras un brusco asentimiento con la cabeza, movió la manija de la puerta y se sentó en el asiento trasero. El taxi, ni bien se cerró la puerta, emprendió una endiablada carrera.

Hacia afuera, decenas de personas corrían por las calles tratando de evitar la impredecible lluvia veraniega que había sorprendido a la ciudad. Las luces de colores de las calles iluminaban las distintas representaciones de Papá Noel que decoraban casas en diversos estados de deterioro.

- ¿Tenías que hacerlo en la víspera de noche buena? – murmuró Sallieri. El chofer ni se inmutó ya que tenía puesto en los parlantes un ritmo pegajoso pero insoportable.

Sallieri volvió a revisar el correo electrónico que había recibido y que, a su vez, era el motivo por el que estaba en ese taxi rumbo a una fiesta y no comprando los regalos de navidad para su familia. El correo decía lo siguiente.

“Para Sallieri: Por motivo del nacimiento del primer hijo de la familia García – Quinto, nos complace en invitarlo a la reunión que se llevará a cabo el 23 de Diciembre del 2018 en el hogar de nuestra familia para compartir un momento especial. Aprovechando dicha situación, también le comunicamos que se envió la invitación a todos los miembros de la promoción 2006. Lo esperamos”

Sallieri apagó la pantalla. Esos correos sobre reencuentros de promoción habían llegado año tras año y él los había ignorado sistemáticamente.

- ¡Pero tienes que ir! – dijo Gloria a su terco esposo.

- No tengo los mejores recuerdos de mi época escolar, querida – respondió Sallieri mientras se servía un té en la cocina.

- Si te invitan es porque te consideran ¿Por qué ignorarlos? – dijo Gloria al tiempo que alcanzaba el azúcar a su esposo.

- Nunca terminé de empatizar con ellos, no son los mejores amigos que uno pueda pedir – dijo Sallieri firmemente.

- Pero en esta ocasión es distinto, una de tus compañeras tendrá a su primer hijo. No puedes faltar.

Sabía que discutir con Gloria era imposible, más aun tratándose de nacimientos de hijos (algo contra lo que Sallieri había luchado por años con el objetivo de restarle importancia) por lo que Sallieri terminó aceptando a regañadientes. Mandó su traje a la lavandería y al recogerlo lo planchó para tratar de dar la mejor impresión tras más de diez años de alejamiento. Compró un regalo barato (ni recordaba exactamente de quién era el hijo) y lo envolvió torpemente en su escritorio.

- Llegamos – dijo el taxista sacándolo repentinamente de su ensimismamiento.

Sallieri le dio un billete de veinte soles al taxista quien lo escrutó hasta el cansancio en la improvisada lámpara que había acondicionado en el panel de su auto. El taxi arrancó y Sallieri avanzó por la negrura de la calle, tratando de forzar su memoria para poder ubicar la casa de una persona a la que no veía hace muchos años y que, probablemente, hubiese preferido no ver.


II



- Sallieri, dale otra más, no tengas culpa – dijo frenéticamente Cecilia.

Sallieri dio otra bebida más a la botella de ron que yacía en sus manos. Ya no recordaba cuantas horas habían pasado.

- El muchacho no viene por varios años y ahora quiere dar la apariencia de sobrio y culto – dijo Carla quien le daba un empujón a Sallieri y este, con aparente relajación, devolvía la botella a su lugar.

Habían pasado tres horas desde que la fiesta de reencuentro había comenzado. Numerosas personas, a las cuales Sallieri no recordaba o no identificaba, habían llegado trayendo regalos para la familia y comentando los disímiles caminos que habían tomado sus vidas tras la salida del colegio.

- Y Ernesto ¿Sigue con vida? – preguntó uno por ahí mientras subía el volumen de la música.

- Oí que estaba en Argentina.

- A lo mejor se aparece hoy.

- Ese era tan vago que no por la nota final se aparecía y se va a aparecer en una reunión de confraternidad – comentó otro haciendo estallar las carcajadas en el lugar.

Sallieri sonrió tímidamente y miró el celular. Ya eran las diez de la noche. Quería llegar temprano a casa para poder dormir tranquilo y, al día siguiente, iniciar una loca carrera al centro comercial para comprar los regalos para la familia.

- ¿Y por qué tan callado, Sallieri? – dijo Bonifáz, un sujeto al que recordaba poco en el colegio.

- Mañana tengo que ir a comprar regalos para mi familia.

- ¿Recién en estas fechas? – dijo otra chica – Pensé que Sallieri aún conservaba esa responsabilidad que tenía en el colegio.

Todos rieron y las botellas volvieron a rotar. Sallieri le dirigió una sonrisa fingida y tomó su copa mientras cruzaba las piernas.

- Yo siempre creí que Sallieri era maricón – soltó repentinamente otro sujeto que recordó que se llamaba Ralph – lo recordaba con sus libros en una esquina y siempre acompañado de ¿Cómo se llamaba ese orejón?

- Ludwig, era Ludwig – dijo otra chica aportando al linchamiento de Sallieri.

- Ese mismo. Ludwig y Sallieri eran siempre los raros del salón. Pensé que se casarían – dijo firmemente el tipo.

Volvieron a reír y Sallieri sintió como su rostro se iba poniendo rojo. Ya sea por el alcohol o por la vergüenza, Sallieri sintió incomodidad.

- Sigo siendo responsable, que tú no hayas conocido eso no significa que me etiquetes a alguien igual a ti – añadió Sallieri mordazmente mientras volvía a beber de su copa.

La sala se quedó en silencio. Solo quedó la música pero se sentía hueca e incómoda. Ralph fue el primero en hablar.

- Disculpa Sallieri, yo no quise decirte eso… - dijo pero Sallieri lo interrumpió.

- Olvídalo solo no quiero tocar el tema – dijo tajantemente mientras buscaba más licor en la mesa.

La sala volvió a retomar la conversación pasado el impase y volvieron a conversar sobre sus vidas. A una chica se le ocurrió la “genial” idea de jugar a la Botella Borracha y fue allí cuando el round dos apareció.

Todos sentados en el suelo con su suerte dejada a un trozo de vidrio tubular, las confesiones iban y venían. Los besos, las caricias y las miradas cómplices se lanzaban como dardos por toda la habitación en una noche que prometía encerrar secretos tan oscuros que si saliesen al exterior destruirían decenas de familias.

Llegada la media noche, el alcohol había surtido el efecto necesario para hacer aflorar los sentimientos más recónditos sepultados por los años del colegio.

- ¡Sallieri! Le tocó el turno a Sallieri – dijo enfáticamente una de las chicas.

- A ver ¿Cuál fue tu amor más secreto en el colegio? – dijo Estefanía ocultando una sonrisa picarona mientras Sallieri pensaba su respuesta.

Sallieri pensó la respuesta. Lo curioso era que la persona estaba allí. Ya con la confianza que otorga el alcohol, Sallieri respondió.

- Confieso que era Camila, nunca tuve el valor de decírselo pero ya que estamos aquí, se lo digo de una vez – dijo coquetonamente Sallieri.

La sala dio un pequeño gritito de emoción y Camila, quien se encontraba a dos lugares más allá, sonrió tiernamente.

- Eres un tonto Sallieri ¡tú también me gustabas! – dijo y todos gritaron al unísono “Beso, beso”

Sallieri sonrió y se puso de pie para ir al costado de Camila. En medio de un mar de miradas, Sallieri la besó intensamente y todos aplaudieron alrededor.

- Espero no alterar a la señora de Sallieri – dijo Camila en medio del alboroto. Sallieri no respondió.

Contando los minutos, Sallieri sentía que la noche no era tan mala después de todo y que mañana, con el esfuerzo conjunto de unas pastillas más un buen desayuno, estaría listo para emprender las compras de navidad con su esposa.

Sin embargo, algo cambió repentinamente la noche. El timbre sonó.

- ¿Quién podrá ser? – dijo uno de los invitados.

Cecilia se puso de pie y salió a mirar por la ventana del tercer piso.

- ¡Es Ludwig! – gritó y todos miraron repentinamente a Sallieri.

La sangre se le subió a la cabeza ¿Ludwig había venido? ¿Sabría que él también estaba ahí? ¿Seguiría enojado aun después de tantos años?

Las preguntas no dejaban de brotar cuando la puerta del cuarto piso se abrió repentinamente y Ludwig hacía su repentina y tardía entrada a la reunión.

Alto, flaco, con una apariencia afilada y de unas características orejas sobresalientes, Ludwig hacía su entrada en el recinto y saludó afectuosamente a todos pero cuando llegó al lugar de Sallieri, solo le estrechó la mano secamente. Esta vez nadie dijo nada.

Ludwig se adaptó rápidamente al grupo y contó un resumen apresurado de su vida desde que dejó el colegio. Se había graduado en la Facultad de Ingeniería Química en una reconocida universidad y había contraído matrimonio casi pocos meses después de que había acabado sus estudios tras una larga relación de varios años con su actual esposa con quien, aparentemente, vivían una buena vida. Sallieri se hizo el distraído y evitó preguntar cualquier cosa pese a que se moría de ganas de hacerlo. Sin embargo, el favor vino por otro lado.

- ¿Te casaste con María? – dijo Ralph abriendo los ojos como platos – esa chica era un bombón en el colegio.

Todos rieron, era bien conocido que Ralph tenía la delicadeza de una lija para preguntar. Ludwig solo rio y dijo que no, que María y él habían terminado hace muchos años y que conoció a su actual esposa, Mónica, mientras estaban en la universidad.

- Lástima, se veían muy bien en el colegio – dijo otra compañera mientras preparaba una copa para pasársela a Ludwig.

- Yo recuerdo que en los recreos, María y Ludwig casi no paraban juntos pues el mayor tiempo posible lo pasabas con Sallieri – dijo Cecilia y la sala volvió a entrar en silencio.

Sallieri, encogido en un rincón, miró incómodamente a Cecilia y antes que comenzaran a hablar, Ludwig tomó la palabra.

- Sallieri y yo siempre hemos sido amigos y lo seguimos siendo. La historia de que él y yo nos habíamos peleado solo fue un mito para desprestigiar nuestro club de lectura. Al final Sallieri y yo hemos mantenido comunicación. Incluso yo me enteré de la reunión porque Sallieri me reenvió el correo y me hizo recordar que era hoy.

Todos soltaron un tenue “ah” que denotaba comprensión. Sallieri se quedó mudo a un costado. Era mentira, todo era mentira.

Por más de diez años, Sallieri había intentado comunicarse con Ludwig, ya sea por teléfono, correo u otros medios pero Ludwig siempre lo había evadido. Recordaba muy bien el día en que su amistad se quebró y de cómo había sufrido tanto el primer año sin la compañía de quien consideró algo más que un amigo por tantos años pero un error había hecho que se enfríe la amistad.

Fue una pregunta incómoda que le hizo salir de sus reflexiones.

- ¿Es eso cierto Sallieri? – dijo un compañero.

Sallieri se quedó mudo unos segundos mientras el resto quería escuchar una respuesta de su parte. Al final respondió.

- Cada palabra – dijo firmemente.

- ¡Ven, yo les dije que Sallieri y él eran maricones! – volvió a decir Ralph y la sala volvió a reír.

Esta vez Sallieri no hizo nada y solo rio mirando a Ludwig. Había algo sombrío en su mirada e incomprensible en su rostro. Quizá Ludwig solo quería evitar las preguntas incómodas o quizá solo no estaba aún preparado para hablar del tema. Sallieri le siguió la corriente toda la noche y la reunión transcurrió sin mayores aspavientos.



Epílogo

- Cuídate mucho y hasta pronto - se despidió la anfitriona del evento de esa noche.

Ya eran las cuatro de la mañana y en la pista no circulaba ni un alma. Sallieri decidió ir a pie hasta encontrar un taxi disponible.

Avanzó entre calles lóbregas y parques en decadencia. Una que otra casa emitía un ruido aislado por un televisor en actividad o una pareja entrenando las artes amatorias. Sallieri solo avanzó.

Cuando ya iba por los quince minutos de camino, sintió algo extraño. Alguien lo seguía.

Sallieri escrutó con la mirada el paisaje que tenía delante de él. Un desgastado parque con una fila de postes luminosos que formaban extrañas siluetas de los árboles que había allí. Sin embargo una silueta le llamó la atención. Era un hombre.

- Sallieri, hola – dijo Ludwig.

El corazón le dio un vuelco. Sallieri sintió nuevamente el calor subirse hasta el rubor de sus mejillas. No supo cómo reaccionar pero Ludwig dio el primer paso.

- ¿Podríamos hablar?

Sallieri, aun mudo por la sorpresa, asintió y Ludwig se sentó sobre una banca. Sallieri lo imitó.

- Han pasado tantos años – dijo Sallieri con la voz quebrada.

Ludwig no respondió. Solo miró hacia abajo y cerró fuertemente los ojos. La madrugada comenzaba a ponerse más húmedas y algunas gotas asomaron por entre las nubes.

Sallieri lo abrazó en señal de consuelo y Ludwig dejó escapar un par de lágrimas.

- Debí responderte, he sido un tonto – se lamentó duramente. El cielo crujió levemente.

- Han pasado años, Ludwig, las cosas ya pasaron y nuestras vidas están hechas – dijo mientras miraba su envejecido rostro atacado por los años.

- Llevo una vida de mierda, Sallieri- dijo amargamente.

- Lo sé – respondió Sallieri.

Sallieri no se había comido el cuento de la vida perfecta de Ludwig. Sabía que había tenido una exitosa vida profesional pero en lo marital, Ludwig no había sido muy diestro. Sobre todo teniendo en cuenta las cosas que sabía de él. Y sabía mucho, más que nadie.

- Me ha denunciado por abandono de hogar. Solo quería darle una vida digna a mi hija alejada de esa alcohólica. Su padre trabaja en el Poder Judicial y ha hecho lo imposible por quitarme el sueldo y la hija. No quiero mi dinero, quiero a mi pequeña, Sallieri. Jamás debí meterme con esa bruja.

Ludwig seguía llorando amargamente. Necesitaba un amigo, lo necesitó todos estos años. Sallieri solo acariciaba su cabeza cómodamente mientras Ludwig seguía botando algunas lágrimas más de amargura.

- Ahora tengo una orden de alejamiento. No puedo acercarme a ver a mi pequeña y tengo mi vida destrozada. No tengo nadie ni nada en qué creer, Sallieri, desearía que todo volviese hacia atrás.

Allí, acomodando el cabello de Ludwig, Sallieri recordó el inicio de la ruptura. Diez años atrás retornaron a su cerebro. Era el verano del 2006.

- Nos van a ver, estoy seguro que nos van a ver- dijo Sallieri mientras Ludwig cerraba la puerta del salón durante el recreo.

- Todos quieren ver el nuevo trompo de Ralph, tenemos el salón solo para nosotros – dijo Ludwig.

- Tenemos el aula solo para poder coordinar el club de lectura, Ludwig, este espacio no es seguro.

Ludwig sonrió. Tenía una vitalidad gigantesca y sus grandes ojos rebozaban juventud pero ese día no, ese día había pesar.

- Sallieri ya no estoy cómodo más tiempo con María. Siento que deberíamos acabar con esta farsa – dijo Ludwig con una gran carga de pena.

Sallieri reflexionó y quiso salir. Había evadido esa conversación durante el último año.

- Ludwig, sabes que no…

- Pero ¿Quién delimita la felicidad? ¿Lo hace el profesor, el auxiliar, el conserje, el director? La felicidad es circunstancial, Sallieri. Siento que debemos decirlo.

Sallieri no miró los ojos de Ludwig. Solo se concentró en el primer libro que tomó apresuradamente intentando desviar la conversación. Sin embargo Ludwig volvió a hablar.

- He terminado con María hace una semana, Sallieri, siento decírtelo ahora sin consultar – dijo secamente.

Sallieri sintió que el mundo se le desplomaba al oír eso.

- ¿Te das cuenta lo que acabas de hacer? ¿A las burlas a las que nos quieres exponer? Olvídalo, Ludwig, no pienso ser un apestado social.

- ¿Valgo menos que tu vergüenza, Sallieri?

Sallieri sintió un escozor en los ojos. Ludwig estaba al borde del llanto. Antes que su corazón pudiese reaccionar, el cerebro le ganó.

- Tengo una novia, Ludwig. He comenzado una relación con Gloria hace poco.

Ludwig reaccionó de inmediato. Se puso de pie y acabó con su intento de tomar la mano de Sallieri. Salió del aula y volvió tres horas después al salón. Vio las muñecas de su ex amigo al entrar y supo lo que había pasado en el baño. De ahí comenzó un silencio que duraría diez años. Hasta ahora.

Sallieri y Ludwig, sentados en la desvencijada banca del parque, ahora ya no los cubrían torres de libros, era la oscuridad de la madrugada quien les intentaba dar una nueva oportunidad.

Sallieri tomó la mano de Ludwig y este reacción lentamente. Su llanto había parado y ahora solo había espasmos.

- Lo siento – dijo suavemente Sallieri. Ludwig, aun sin mirarlo, asintió.

Empolvado por la vorágine de los años y desgastado por las normales vidas que habían intentado llevar, Sallieri supo que no había marcha atrás. Sabía que los centros comerciales aun abrirían en varias horas y de que su esposa en ese momento aún estaba durmiendo, esperando que él llegase para compensar su ausencia con un frenético movimiento que satisficiera sus apetitos matutinos. Ya ni siquiera sabía si realmente quería comprar los regalos de navidad.

Movido por un apetito que había guardado por diez años, Sallieri hizo lo que pudo haber cambiado la vida de su amigo.

- Acepto – le dijo tiernamente.

La cara de Ludwig se levantó y sus hinchados ojos ahora reflejaban algo similar al consuelo, Sallieri lo tomó de la barbilla acercándose a su entrecortada respiración y vio como los labios de su amigo se abrían de par en par, como un viejo conocido que había esperado por mucho tiempo a una visita. Las luces del parque comenzaron a apagarse.

A lo lejos, el primer taxi de la mañana comenzaba a hacer su ruta. Ludwig levantó la mano y Sallieri solo asintió. Tras conversar unos minutos con el taxista, ambos subieron al auto con un rumbo fijo: Recuperar el tiempo perdido.


BattlegroundHunter.exe

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